Texto del filósofo y educador brasileño Paulo Freire, basada en una charla que dio el insigne maestro en Recife. Febrero de 1997. Por: Paulo Freire.
Sería difícil iniciar mi charla de hoy sin referirme a mi pasaje por el Sesi hace cincuenta años. No sólo sería difícil sino injusto, porque las cosas que hacemos, conocemos o sabemos son producto de una compleja red de influencias.
Sin duda, mi primera experiencia de trabajo en el Sesi, durante diez años, inspiró uno de mis libros [Cartas a Cristina], en el que analizo mi pasaje por el Servicio, un tiempo al que llamo «fundante», es decir, «un tiempo que funda y que por eso se abre a la profundidad». Yo discutía eso con mi primera mujer, que fue para mí una gran educadora y una gran practicante de la educación… Además, algunos amigos dicen que yo soy la teoría de la práctica de Elza. Creo que eso es injusto para los dos. Yo también tuve una práctica y ella también tuvo una teoría.
A veces no me gusta decir que soy algo porque podría parecer un gesto de vanidad; pero en el fondo soy un educador que, además de practicar la educación, piensa la Teoría de la Educación. Por eso soy un pensador de la educación. No me gusta decir que soy un pensador del área porque suena un poco aristocrático. Pero en verdad es eso lo que vengo siendo: un pensador de la educación que no puede disociar el pensar del hacer. A propósito de esto, le decía a mi hija que todo lo que he venido criticando, discutiendo, indagando como educador, como pensador, en libros y artículos y conferencias y discusiones y congresos, todo tiene su raíz en el Sesi. Y por eso llamo «tiempo fundante» al tiempo que viví en el Sesi —mañana, tarde y noche— en la Avenida Rio Branco, que funcionaba de 7 a 13 horas; yo volvía y pasaba ahí la tarde entera, a veces debido a algún problema en alguna de sus escuelas. Y pensaba en el problema y me lo pasaba discutiendo… Lo interesante es que muchas de mis lecturas pedagógicas tuvieron su origen en problemas reales. Creo que no alcanza con leer, y que esta es una forma muy eficaz de estudiar. Quiero decir que yo buscaba, en la bibliografía, respuestas a un hecho concreto que había ocurrido. No me entregaba de manera aleatoria a la reflexión teórica. Buscaba una explicación para un hecho concreto que había vivenciado: pensaba mi práctica.
Recuerdo que, cuando ya llevaba dieciséis años en el exilio, tiempo en que estuvo prohibido mencionar mi nombre en el Jornal do Comercio, en el Diario de Pernambuco, en la Folha de S. Paulo, ni siquiera podía salir en los diarios… ¡Qué cosa! ¡A veces me impresionaba representar semejante peligro! Yo no sabía… Y decían que era peligroso. ¡La libertad es una amenaza, ya lo ven! ¡La curiosidad de la libertad se transforma en un peligro! Y recuerdo a mi amiga Heloisa Bezerra, a quien le escribía con regularidad desde Suiza, desde los Estados Unidos, cartas larguísimas que ella leía para un grupo de amigos, y después me respondían… Quiero decir, en el fondo, incluso en el exilio, mi añoranza absoluta de Brasil comprendía también mis experiencias en el Sesi.
Incluso le conté una historia a una amiga, que voy a repetir ahora, sobre una de mis experiencias en el campo de la pedagogía y de generar humildad… Porque tenemos que aprender a ser humildes. Un domingo por mes yo hablaba para los padres y las madres, pescadores y pescadoras, en el así llamado «Círculo de Padres y Docentes»; el único que hablaba era yo, todos los demás guardaban silencio. De repente me pegué un terrible susto cuando un cuerpo cayó al suelo. Un tipo se había quedado dormido y había caído redondo. Hacía mucho calor y en determinado momento mi charla debe haberse vuelto monótona y el hombre se durmió y cayó haciendo tanto ruido que nos «despertó» a todos. La caída de ese hombre me provocó una serie de reflexiones. Entre otras, que nunca sabemos si estamos o no llegando a nuestros oyentes. Es posible que, hasta que el hombre se cayó, yo pensara que el silencio reinante se debía a que los oyentes aceptaban lo que estaba diciendo. En verdad, en vez de producir un habla instigadora yo estaba cantándoles una canción de cuna. Y después tengo el tupé de criticar, en mis análisis pedagógicos, las clases que devienen en canciones de cuna. En el fondo, entonces, sería exagerado decir que en mis diez años de vida intensa en el Sesi no hubo un solo día en que no haya hecho una reflexión seria… Eso sería una exageración. Pero en esos diez años —¡y esto sí que es interesante!— escribí tan sólo tres artículos. Empecé a escribir siendo ya muy maduro. En realidad, yo aparezco en el exilio, no aquí. Ahora bien, está claro que cuando empecé a escribir en el exilio escribí acerca de la gran carga de experiencia vivida aquí y sobre la que después tuve en el exilio. Sobre mi pasaje por el Sesi y sobre las visitas que hice posteriormente a otros Sesis brasileños, sobre las experiencias que se tenían en aquella época, en los años cincuenta. En Rio Grande do Sul estaba Mário Reis, que era superintendente, asistente social, espiritualista muy católico, muy ético y muy seguro como intelectual. Fue durante una visita a Rio Grande do Sul que conocí a uno de los mejores pensadores de este país, el profesor Ernani Maria Fiori, gran filósofo ya fallecido que escribió el prefacio a la edición brasileña de Pedagogía del oprimido, que considero uno de los textos más serios que se han escrito sobre mi pensamiento y que debería ser releído constantemente. En líneas generales, la gente no lee los prefacios. Creo que hay que leer todos los prefacios, y sobre todo un prefacio como el de Fiori.
Confieso que me invadió una alegría enorme cuando me invitaron a venir aquí hoy, me sentí profundamente emocionado. Si yo fuera un principiante, es probable que me resultara difícil hablar aquí y ahora… ni siquiera me atrevería a mantener esta charla desorganizada y caótica como esta. Pero ya tengo edad suficiente como para no padecer esa clase de problemas. Mi edad ya no lo permite… O mejor dicho, la experiencia es tan grande que es imposible continuar perdido.
Obviamente no deseo reducir mi charla de hoy a esas añoranzas felices de mis tiempos en el Sesi. Pero tampoco podía no decir nada al respecto, no hablar de nuestros sueños y nuestra lucha por hacerlos realidad. Por ejemplo, recuerdo la pelea que se desató cuando soñé que todos los Sesis deberían, dentro de lo posible, independizarse del Departamento Regional porque me impresionaba la dominación asistencialista que tenían, la vocación imperialista. Yo luchaba contra eso. Y al mismo tiempo esa pelea, mis diálogos con los directores, con los líderes obreros de todos los Sesis, todo eso fue una gran enseñanza que, años después, me ayudó a escribir Pedagogía del oprimido. Mis reflexiones sobre la conciencia oprimida, sobre la actualidad del oprimido y la profundidad dominante del dominador, la posibilidad de adecuarse, de adaptarse del oprimido para poder sobrevivir… todo eso lo aprendí aquí y después lo confirmé en mis experiencias en África, en América Latina.
Pero recuerdo mi lucha y mi diálogo y cómo me perdía… por ejemplo, cuando les propuse a los sesianos que, en diálogo con las juntas directivas del Departamento, cobraran la asistencia prestada y destinaran una parte de ese dinero a los clubes y otra parte al Departamento Regional para que lo reinvirtiera en más asistencia. Y recuerdo que un compañero sesiano, un líder, un obrero de entonces, se levantó y pronunció un discurso en el que dijo con mucha fuerza: «El docto superintendente —me llamaban mucho así— es enemigo del trabajo y amigo del capital. Está en contra del trabajo y a favor del capital». Y unos días después me llamó un asesor del Sesi y me dijo que yo era amigo del trabajo y enemigo del capital. No debo decir aquí quién era ese compañero. No es necesario. Nadie lo pide. Y si lo pidieran, tampoco lo diría. Pero basta notar cómo tomaban conciencia de esas cosas, cómo me indagaban… ¿Qué habrá querido decir ese asesor cuando me llamó a su despacho? Fue una relación muy difícil. ¿Qué había detrás de su discurso? ¿Había o no una ideología? ¿Y qué es una ideología?
Todo eso me sirvió mucho. Para que tengan una idea, escribí los tres primeros capítulos de Pedagogía del oprimido en quince días. El cuarto capítulo me dio más trabajo: tardé un mes… Pero yo tenía tanto roce con la temática que el libro prácticamente salió solo… A veces tengo ganas de hacer una lectura sui generis de ese libro, subrayando las páginas e indicando, por ejemplo, que tal cosa tiene que ver con las conversaciones que mantuve en el Sesi en tal año… Me gustaría mapear el contexto del libro y el contexto mayor, que eran mis experiencias, incluso las que tuve aquí. Cosas que todavía hoy, de vez en cuando, surgen en mis reflexiones. Muchas cosas que viví en aquella época las percibí tiempo después, incluso años después, como sucede hoy mismo, por ejemplo, cuando recuerdo la tarde en que, conversando con alguien en mi escritorio, tuve una iluminación relacionada con la reflexión teórica que estoy haciendo ahora. Siempre digo que en Cartas a Cristina dedico una carta completa al Sesi… Creo que hago revisiones históricas y explicito exactamente todo lo que aprendí aquí, que fue muchísimo.
No podría no resaltar esta afectividad, que me conmueve hasta la médula, esta gratitud… Poco importa que yo concuerde o deje de concordar con las perspectivas políticas del Sesi; poco importa que yo no acepte la tendencia actual, no sólo del Sesi de Pernambuco, sino de todos los Sesis, a la que llaman equivocadamente «modernidad». ¡Nada de modernidad! En realidad es una posmodernidad mala, porque se trata de transformar el organismo y las relaciones afectivas que se dan dentro de él en dureza burocrático empresarial; es decir, se busca la eficacia de la empresa. Creo que se puede ser eficaz sin volverse malo, sin herir al prójimo. No importa la posición que yo tenga frente al Sesi, o que el Sesi tenga frente a mí; lo que importa es que el Sesi fue importante o tuvo una importancia indiscutible en mi formación filosófica, en mi formación político-pedagógica. Viabilizó una serie de cosas absolutamente necesarias para mi formación como educador.
Ahora me corresponde, en este fin de curso de la formación permanente, decirles algo que espero no lleve demasiado tiempo y que consiste en subrayar, por un lado, la importancia de las experiencias formativas o formadoras permanentes, y, por el otro, subrayar algo que muchas veces olvidamos y que se resume en la frase «Cambiar es difícil, pero es posible».
Creo que esa frase nunca fue tan necesaria como lo es hoy en Brasil. Hace más o menos un mes entregué un libro a la editorial donde analizo este asunto. El libro se va a llamar Pedagogía de la autonomía: saberes necesarios para la práctica educativa. En ese libro me ocupo de analizar determinados saberes que considero particularmente indispensables para todo educador, por supuesto con los debidos matices según sea el educador progresista o conservador. Y uno de los saberes que explico es precisamente este: «Cambiar es difícil, pero es posible».
Y les digo esto porque, si yo no estuviera ciento por ciento convencido del acierto de la expresión «Cambiar es difícil, pero es posible», no estaría aquí ahora. Por supuesto, desde el punto de vista de lo que representa humanamente para mí estar con ustedes aquí ahora, habría venido más allá de cualquier otra circunstancia. Pero si no existiera este trasfondo mayor de mi vínculo afectivo con el organismo y no necesariamente con cada uno de ustedes —puede ser que no los conozca—, yo no tendría que venir aquí. Y sobre todo no debería ser docente si no estuviera absolutamente seguro de que cambiar es difícil, pero es posible.
Hace poco tuve una gran alegría cuando una de las responsables de un sector de esta institución me dijo que su padre, que hoy tiene 80 años, era celador del Sesi en mi época. Y cuando esa mujer le dijo a su padre que vendría a conversar conmigo, él le dijo: «Escucha lo que dice el profesor Paulo, dile con claridad lo que quieres y fíjate que, cuando vuelva a hablar, te convencerá de lo que ya sabes. Una de las características de Paulo Freire es que, cuando conversas con él, insiste en dejar claro que su interlocutor también sabe».
¡Y entendió lo importante que había sido para ella esa apreciación de su padre! Y yo le dije: «Su padre, en el fondo, ha hecho una síntesis teórica del pensamiento del educador Paulo Freire». Quiero decir: mi comprensión del proceso de conocer, la producción de conocimiento, mis incursiones en lo que hoy llaman constructivismo… Yo soy el padre del constructivismo. No cabe ninguna duda de que se puede estudiar constructivismo aquí y ahora en Brasil sin mencionarme… e incluso fuera de este país. Les diré una cosa: le tengo horror a la falsa modestia. Si yo no estuviera absolutamente convencido de que tenía algo para decir aquí, no habría aceptado la invitación. Pero, habiendo aceptado la invitación, no podía presentarme aquí muy orondo y decirles: «Tendrían que haber invitado a otro»… ¿Entonces para qué viniste? ¡Le tengo horror a esas cosas! Si vengo es porque creo que puedo. Ahora bien, la modestia no radica en dudar de quién debería estar aquí; la modestia radica en saber que existen otros que también podrían estar aquí. Eso sí. Y hasta es posible que otros pudieran hacerlo un poco mejor que yo… No cabe la menor duda. Ahora, negar que yo también puedo hacerlo me parece falso, hipócrita… Y no me gusta la hipocresía. Pero por eso mismo acepto esta cuestión del constructivismo que el superintendente mencionó en su charla, me refiero al énfasis que pongo en la circunstancia, el saber o la experiencia del alumno. Es uno de los principios fundamentales del constructivismo, cuyo gran líder es Jean Piaget.
Pero yo le dije a esa persona: «Su padre hace una síntesis del esfuerzo teórico». Vean bien: cuando era joven ese hombre participó en algunas reuniones como celador, no en cursos, pero captó exactamente el espíritu fundamental de mi propuesta, que es la capacidad del sujeto de producir su propio conocimiento. Y años después, treinta o cuarenta años más tarde, cita eso en un discurso propio. Y yo le decía a la hija: «Fíjese cómo esta expresión de su padre muestra, por un lado, las limitaciones y, por otro, las posibilidades de la educación».
Por lo tanto, la educación es eso. Tal vez una de las mejores maneras de conceptuar la educación sea decir que, si bien no lo puede todo, puede muchas cosas. Es decir que nuestro problema, como educadores y educadoras, es preguntarnos si es posible viabilizar aquello que muchas veces no parece posible.
Vuelvo entonces a insistir en la misma frase: «Cambiar es difícil, pero es posible». Y quiero mencionar dos o tres reglas, sobre todo en relación con por qué me parece imposible la imposibilidad del cambio.
En primer lugar diría que sólo la posibilidad de decir que es imposible vuelve posible lo imposible. Intentaré explicarlo… quedó demasiado abstracto. Quiero decir lo siguiente: sólo aquel ser que, a través de su larga experiencia en el mundo, se tomó capaz de significar el mundo es capaz de cambiar el mundo y es incapaz de no cambiar. Y ese ser es, exactamente, la mujer y el hombre. Dos seres vivos hemos sido, hasta ahora, competentes para llevar a cabo esa tarea. Por eso, antes que tener una historia, nosotros hacemos nuestra historia. Nosotros contamos la historia de los leones. Los leones tienen historia pero no historicidad. Los leones no saben que hacen historia. La historia de los leones no la cuentan los leones: la contamos nosotros. Por eso tampoco puede hablarse de la ética de los leones. No consta, en la historia de la humanidad, que los leones africanos hayan asesinado a dos leones compañeros de otro grupo familiar y que, al llegar la noche, hayan ido a dar el pésame a la familia de los leones muertos, etc. ¡Esas porquerías sólo las hacemos los hombres y las mujeres! Sólo los seres que eticizan el mundo son capaces de romper con la ética. Sólo los seres capaces de cosas bellas, de grandes gestos, son capaces de cosas feísimas. Entonces, la eticización del mundo engendra desprecio por la ética. Y al mismo tiempo que engendra desprecio por la ética nos exige que luchemos a favor de la ética.
¡Y eso es lo que nos está faltando hoy! No sólo eso, pero es una de las tantas cosas que faltan en el Brasil actual. ¡La rigurosidad ética, que debe ser una de nuestras luchas! La democratización de la falta de ética en nuestro país es tan grande que ya nadie la toma en serio. Todos los días vemos un nuevo escándalo en la vida pública y la vida privada de este país. Pero no todo lo que se dice en este país puede quedar en la nada. ¡Pero es escandaloso lo que ocurre en este país! ¡Ya no hay límites! En cierto momento de la contravención a la ética se instala por fuerza la impunidad. Quiero decir, la impunidad es necesaria para que el desprecio por la ética avance. ¡La impunidad existente en Brasil es increíble! Y cuanta más impunidad se tiene, menos se respeta la ética. Si los sinvergüenzas fueran castigados, no habría tantos como hay. Una de las cosas que más se democratizaron en Brasil es la sinvergüencería. ¡Hay hambre de vergüenza! ¡La sinvergüencería se ha generalizado!
Entonces, en un momento como este, existe cierta tendencia ideológica a decir que «la realidad es así», que «la realidad es esto que vemos». Se habla de desempleo, por ejemplo, no sólo en Brasil sino en el resto del mundo. ¡El mundo cierra el siglo y el milenio con una cantidad astronómica de desempleados! Y oímos decir, por toda respuesta, que «así es la realidad». ¡Y no es así! La realidad no es esta. Ninguna realidad es porque tiene que ser. La realidad puede y debe ser mutable, transformable. Pero, para justificar los intereses que obstaculizan el cambio, es necesario decir que «la realidad es así». El discurso de la imposibilidad es, por lo tanto, un discurso ideológico y reaccionario. Para confrontar el discurso ideológico de la imposibilidad de cambiar debemos hacer el discurso, también ideológico, de la posibilidad de cambiar. Pero fundado incluso en la verdad científica de que es posible cambiar. Yo no acepto, yo rechazo de plano la afirmación profundamente pesimista de que no es posible cambiar. Es más, creo que el discurso de la imposibilidad de cambio del mundo —y en esto radica lo trágico de ese discurso— no es un discurso constatable.
La imposibilidad de cambiar no es una obviedad. Por ejemplo, una obviedad de los sábados es ser anteriores a los domingos. Si la imposibilidad del cambio fuera tan obvia como el hecho de que los sábados preceden a los domingos, les confieso que no tendría el menor interés en seguir vivo. Quiero decir, si el hecho de ser hombre o ser mujer me impusiera como obvio que cambiar es imposible, preferiría no ser hombre ni ser mujer; preferiría no continuar en el mundo. Me gusta ser humano porque vivo oscilando entre la posibilidad de cambiar y la dificultad de cambiar. Vivir la dialéctica de poder y no poder satisface mi presencia en el mundo, la presencia de un ser que es al mismo tiempo —y porque es— objeto de la historia, y que recién cuando se reconoce objeto de la historia puede empezar a ser sujeto de la historia. Esa posibilidad de superar la condición de objeto y alcanzar la condición de sujeto hacedor y rehacedor del mundo es la que me alimenta a mis 75 años. Les confieso que no tendría el menor interés —ningún interés— en continuar en el mundo si continuar en el mundo significara no poder escribir sobre eso. ¿Qué sería yo entonces? Una sombra en el mundo.
Pero desde el momento en que soy hacedor del discurso de la posibilidad, el hecho mismo de hacer el discurso ya es prueba de imposibilidad. Por lo tanto yo no podría ser, y por eso no somos determinados; la gran diferencia es esta: somos condicionados. Los sujetos condicionados superan al poder condicionante, en tanto los sujetos determinados se esclavizan al poder determinante. Es decir que el cambio sólo sería imposible para los animales, para los seres que no son capaces de, alcanzando la conciencia del mundo, alcanzar la conciencia de sí mismos. Esos seres ni siquiera pueden hablar de cambio o de nocambio porque no tienen un lenguaje que les permita expresar eso. Cambiar es posible desde el momento en que inventamos el lenguaje y la producción social del lenguaje. Es evidente que el cambio está sometido a múltiples dificultades. No cabe la menor duda de eso. El cambio no es arbitrario: uno no cambia porque quiere y no siempre cambia en la dirección soñada. Pero debemos saber que el cambio no es individual sino social con una dimensión individual. ¡Pero el cambio es posible!
Para terminar —finalmente hablé quince minutos de mis nostalgias y añoranzas, pero no me arrepiento—, diré que el papel de la educación es muy importante. Alguna vez se pensó que la educación lo podía todo y alguna vez se pensó que la educación no podía nada. Creo que el gran valor de la educación radica en que, si bien no lo tiene todo, puede muchas cosas. Y nuestra tarea como educadores no es otra que reflexionar sobre lo posible. Porque lo posible también está condicionado histórica, social e ideológicamente. Lo que hoy es posible en Recife, por ejemplo, no necesariamente es posible en Caruaru… y viceversa. Al fin de cuentas es necesario descubrir los condicionamientos históricos, sociales, políticos, etc., donde se dan o no se dan las posibilidades. Y diagnosticar esas posibilidades es la enorme tarea del educador y la educadora junto a otros profesionales.
Por eso quiero dejarles el alma llena de esperanza. Sin esperanza no podemos siquiera empezar a pensar la educación. Las matrices de la esperanza son las de la educabilidad del ser, del ser humano. No es posible ser inconclusos y conscientes de esa inconclusión, como lo somos nosotros, y no buscar. La educación es ese movimiento de búsqueda, esa búsqueda permanente.
Creo que los cursos, los encuentros de formación donde se estudian problemas como este son encuentros fundamentales que nos ayudan a seguir enfrentando obstáculos. Sin embargo, no debemos permitir que se nos agote la esperanza, que la lucha acabe. Y desde ese lugar profundo donde arraigan mis convicciones pedagógicas y políticas les digo: a mis 75 años tengo, no desde el punto de vista físico sino desde una perspectiva moral e intelectual, más fuerza para luchar que cuando tenía 25: precisamente cuando estaba aquí mismo, en el Sesi, comenzando… Yo no acepto que mi esperanza desaparezca. Yo lucho, peleo todos los días. Hoy —todo lo indica— soy más joven en ciertos aspectos que cuando tenía 40 años. Cuando yo tenía 40 años, o 35 para el caso, o 30, era profesor aquí en la universidad y daba clases vestido con traje y corbata. Ni una sola vez me presenté con este atuendo que me ven puesto aquí ahora. Quiero decir que hoy, a mis 75 años, soy más moderno para vestirme que cuando tenía 30. ¡Soy más joven ahora, a los 75, que a los 40! Y dentro de diez años espero ser todavía más joven de lo que soy ahora…
Eso es lo que debemos conservar, lo que debemos resguardar. ¡A pesar de todo! ¡A pesar de los fracasos! Debemos entender que los fracasos y el sufrimiento son parte de la búsqueda de eficacia. No hay eficacia que no tropiece con momentos de fracaso. Y debemos trabajar para convertir el fracaso en éxito.
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LECTURA 1: 12 LIBROS DE PAULO FREIRE