Un mejor cerebro permite un mejor aprendizaje y eso se logra con mucho movimiento. Muchas investigaciones lo afirman y sobre eso les quiero hablar en este artículo.
En muchas aulas (y hogares) alrededor del mundo, se espera que los niños/as se sienten durante todo el día, mientras absorben pasivamente grandes cantidades de información. El estudiante inmóvil, casi petrificado, ha sido sinónimo de concentración y productividad. A veces, ni siquiera es suficiente permanecer sentados; se pide a los niños/as evitar cualquier ruido o movimiento “innecesario”. Nada de tamborilear con los dedos. Nada de retorcerse en el asiento. No manotear, ni columpiar los pies. Respirar lo más silenciosamente posible. No atreverse a apartar los ojos de la pizarrón, de la maestra, o del libro.
Si uno tiene que moverse, pues habrá que esperar hasta el recreo o las clases de educación física. A algunos incluso se les roba este tiempo para dedicarlo a clases de recuperación de otras materias “más importantes”. ¿Quién quiere “perder el tiempo” con la educación física cuando hace falta ponerse al día con las clases que sí están en los exámenes?
Imagínense cómo sería para nosotros, los adultos, trabajar en un entorno así, donde el movimiento se sacrifica en aras de preservar el orden y la eficiencia. Supuestamente, porque en realidad tiene el efecto contrario.
Los docentes han sido muchas veces juzgados por su capacidad para mantener a los estudiantes quietos y en silencio
Abundan los elogios para aquellos que tienen el mejor “control de grupo”. Al maestro se le tilda de desorganizado, en el mejor de los casos, o de perezoso o salvaje, en el peor de ellos, cuando sus niños/as son ruidosos e inquietos, lo que a veces significa que abandonen sus asientos con frecuencia, o que no los usen en absoluto.
Pero el cuerpo está hecho para moverse. No sorprende que haya una relación entre las partes del cerebro que procesan el movimiento, con las que procesan el aprendizaje (Jensen, 2008). Sin embargo, según la Organización Mundial de la Salud (2016), el 81% de los estudiantes adolescentes de todo el mundo, no se mueven lo suficiente. A los niños más pequeños les va mejor, pero todavía dos tercios de ellos no hacen actividad física todos los días, según lo informado por la organización gubernamental estadounidense: President’s Council on Fitness, Sports and Nutrition.
La investigaciones proporcionan evidencia cada vez mayor sobre cómo el movimiento mejora el aprendizaje
Podemos decir, también, que el movimiento mejora la inteligencia. La relación comienza temprano, pero va más allá de los primeros años. Se ha demostrado que el desarrollo motor en la infancia, específicamente el gateo en los bebés, afecta las habilidades de lectura y escritura (Ratey, 2002).
Los estudiantes mayores que participan en programas físicos diarios muestran un mejor rendimiento académico y una mejor actitud hacia la escuela (Donevan y Andrew, 1986). Incluso los adultos que hacen ejercicio regularmente tienen mucha más masa cortical, que los que no lo hacen (Anderson, Eckburg y Relucio, 2002)
El movimiento alimenta, crece y organiza tu cerebro
Un mejor cerebro permite un mejor aprendizaje. Estos argumentos siguen apareciendo en publicaciones científicas en todas partes.
El movimiento alimenta tu cerebro (oxigenación). Cuando te mueves, tu frecuencia cardíaca aumenta, lo que mejora el flujo sanguíneo. La cantidad de oxígeno que se transporta al cerebro aumenta y, por supuesto, el oxígeno es el alimento premium del cerebro. Más oxígeno en el cerebro significa más combustible para pensar, aprender y crear.
El movimiento hace crecer tu cerebro (neurogénesis). Si bien por un tiempo fue un tema tremendamente controvertido, el concepto de neurogénesis, que significa, literalmente, “crecimiento de nuevas neuronas“, está bastante establecido. Son muchos los factores que lo favorecen. Entre ellos, se demostró que la actividad física está “fuertemente correlacionada con el aumento de la masa cerebral y la producción celular, así como con la mejora del procesamiento cognitivo” (Sousa, 2010, p. 15).
El movimiento organiza tu cerebro (integración). En cualquier momento dado, tu cerebro está siendo bombardeado con información sensorial. Para responder adecuadamente a los desafíos, necesita procesar la información entrante y combinarla con datos ya almacenados de experiencias anteriores. Si esta integración ocurre sin problemas, se podrá responder en consecuencia. Esta es la base de la inteligencia funcional.
Imagina que llegas tarde a casa una noche. Inmediatamente después de abrir la puerta, se percibe un olor extraño (estímulo sensorial, en este caso, olfativo). Tu cerebro recupera el conocimiento previo y reconoces lo que huele: es gas. Vas rápidamente a la cocina y solo un vistazo (de nuevo, entrada sensorial, ahora, visual) te permite darte cuenta de que la perilla del quemador de tu estufa de gas está abierta. Hasta ahora, el cerebro ha sido eficaz para recibir la información sensorial, procesarla con el conocimiento almacenado y llegar a conclusiones. Esto equivaldría a responder correctamente una prueba escolar.
Pero necesitas hacer más. ¿Qué pasaría si una vez que reconoces que hay una fuga de gas en la cocina, te vas a dormir a tu habitación? El resultado seguramente sería trágico. Afortunadamente, sabes qué es lo que hay que hacer. Así que cierras la perilla, abres todas las ventanas de tu casa y te sales por un rato, llevándote contigo a toda la familia y hasta a la mascota. Esta es la inteligencia funcional, eso es el equivalente a hacer algo con la información que recibe tu cerebro: aplicar los conocimientos.
El movimiento, ese desarrollo de actividad física, ayuda a desarrollar un balance
El sistema vestibular (oído interno) en el cerebro y el cerebelo (el centro de control motor), son fundamentales para la inteligencia funcional. No solo regulan los datos sensoriales entrantes (Jensen, 2008),, sino que también entretejen los pensamientos en acciones. Las actividades físicas que desarrollan balance y estimulan el movimiento del oído interno en realidad hacen crecer las áreas integradoras del cerebro (Doman, Doman & Hagy, 2012). Arrastrarse, gatear, columpiarse, girar, rodar y dar vueltas son algunas sugerencias. Palmer (2003) ha documentado avances significativos en lectura y atención a partir de estas actividades.
¡Hay tantas cosas que suceden dentro de la cabeza de nuestros niños/as cuando se divierten, moviéndose, en el patio de recreo! En realidad, están desarrollando también su capacidad intelectual. Y el tiempo dedicado a desarrollar cerebros nunca es tiempo perdido.
Algunas de las referencias de este artículo:
- Anderson, B.J., Eckburg, P.B., & Relucio, K.I. (2002) Alterations in the thickness of motor cortical subregions after motor-skill learning and exercise. Learning and Memory, 9, 1-9.
- Doman, G., Doman, D., & Hagy, B. (2012) Fit Baby, Smart Baby, Your Baby! New York, Square One Publishers.
- Donevan, R.H., & Andrew, G.M. (1986). Plasma B- endorphin immunoreactivity during graded cycle ergometry. Medicine and Science in Sports and Exercise, 19 (3), 231.
- Jensen, E. (2008) Teaching with the brain in mind. 2nd Edition. Alexandria, USA, ASCD
- Palmer, L. (2003, July 25). Smart Start Program: Evidence form two schools: Vestibular stimulation improves academic performance. Lecture at Learning Brain EXPO, Chicago.
- President’s Council on Fitness, Sports and Nutrition. Facts and Statistics. Retrieved on January 30th from https://www.fitness.gov/resource-center/facts-and-statistics/
- Ratey, J.J. (2002) A User’s Guide to the Brain: Perception, Attention and the Four Theaters of the brain. New York, Vintage Books.
- Sousa, D.A (Ed) (2010) Mind, Brain and Education. Neuroscience implications for the classroom. Bloomington, IN, Solution Tree Press.
- World Health Organization (2016) Physical Activity Fact Sheet. Retrieved on January 30th, 2017 from http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs385/en/
¡Comparte y así más docentes utilizarán estos recursos gratis! Muchas gracias.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Elige Educar (Chile) en la siguiente dirección: eligeeducar.cl | Autor: Elisa Guerra