[Alexander Ortiz] El aprendizaje en el modelo pedagógico configuracional

En criterio de Humberto Maturana, un observador habla de aprendizaje cuando observa a un ser humano en su fluir cotidiano, actuando de manera adecuada en un entorno cambiante. Para el observador, las transformaciones configuracionales que se generan en el cerebro humano se corresponden con las situaciones de interacción entre el ser humano y su entorno. “Para el operar del sistema nervioso, en cambio, sólo hay una deriva estructural continua que sigue el curso en que en cada instante se conserva el acoplamiento estructural (adaptación) del organismo a su medio de interacción” (Maturana).
Maturana nos invita a darnos cuenta de que frecuentemente consideramos el aprendizaje como un proceso de cambio de conducta que se genera al recibir o captar algo del entorno, lo cual implica suponer que el cerebro opera con representaciones. Maturana afirma que esta suposición limita y obstaculiza la comprensión de los procesos cognitivos. Maturana entiende el aprendizaje como una expresión de la articulación configuracional, que siempre va a mantener una compatibilidad entre el operar del ser humano y su entorno.

Los seres humanos y sus cerebros son sistemas cerrados y autopoiéticos determinados por su configuración. Esto quiere decir que nada externo a un ser humano, al sistema nervioso en general o al cerebro en particular, determina lo que sucede en él, lo influye pero no lo determina ni lo especifica. En términos generales, debido al determinismo configuracional del ser humano, del sistema nervioso y del cerebro, como sistemas autopoiéticos, cada uno oye lo que oye desde sí mismo, casi podemos decir, en palabras de Maturana, que necesariamente uno se “escucha a sí mismo”. Al mismo tiempo la configuración del sistema nervioso no es fija ni estática sino que cambia y se modifica con el fluir de nuestras relaciones. Es por ello que debemos analizar y comprender el aprendizaje como un proceso de transformación en la convivencia.

Humberto Maturana afirma que “el aprender ocurre como una modificación del vivir a lo largo del vivir en la conservación del vivir en circunstancias cambiantes”. El aprendizaje ocurre en la continua transformación configuracional del ser humano en la conservación de la articulación configuracional en un entorno problémico, dinámico y cambiante, de modo que el curso de la transformación configuracional que el ser humano experimenta en el aprendizaje es aquel en el que el proceso psico-social se conserva en coherencia operacional con el entorno. Es decir, el aprendizaje se genera de manera espontánea todo el tiempo y en toda circunstancia a lo largo de la biopraxis humana. Se aprende a vivir el mundo que se vive en congruencia configuracional con las circunstancias que se viven. De ahí que el aprendizaje sea un proceso de transformación configuracional histórico sin vuelta atrás. Lo que uno vive, experimenta y aprende no se desaprende nunca, pero cada momento de la biopraxis humana es el punto de partida para el fluir de la biopraxis y para la transformación de lo aprendido que continúa generándose desde allí.

Desde este punto de vista maturaniano, lo que los niños aprenden en su relación con los adultos con quienes conviven, es la red de relaciones de los espacios psíquicos internos y externos que viven con ellos, es decir, las configuraciones psico-socio-humanas. Y esto ocurre espontáneamente de manera subconsciente como un aspecto natural de su convivir, de su biopraxis, para todas las dimensiones conscientes y subconscientes de su vivir. La transformación en la convivencia es un proceso subconsciente, empírico y espontáneo, e incluso el aprendizaje que llamamos consciente porque decimos que podemos describir lo que aprendemos, es también subconsciente.

Como se aprecia, Maturana considera que “nuestro vivir animal, así como nuestro vivir humano es fundamentalmente inconsciente, las matrices relacionales que vivimos como los ámbitos operacionales en que se da el fluir de nuestro vivir, surgen en nuestra epigénesis de manera in-consciente”. Las conductas conscientes con que queremos guiar la epigénesis del vivir de nuestros estudiantes dan origen en ellos a procesos subconscientes que no vemos, no determinamos, y no controlamos. En este sentido, podríamos afirmar que todo lo que podemos hacer con nuestro vivir subconsciente es ser conscientes de que guía nuestro vivir, orienta nuestra biopraxis, y que podemos identificar y distinguir su presencia en tanto somos capaces de reflexionar alejándonos del apego a nuestras creencias, certezas y certidumbres.

Las explicaciones científicas socio-humanas son proposi­ciones de procesos configuracionales que generan otros procesos observables además del proceso a explicar. El niño, por ejemplo, es como es debido a que cultivó, consolidó y conservó su configuración en su entorno, y los profesores afirman que aprendió porque, al hacer comparaciones, observan que su comportamiento es diferente al de un momento anterior en el que fluyó en una biopraxis configurada previamente. Si no hacemos la comparación histórica de las configuraciones relacionales no podríamos afirmar nada, porque sólo observaríamos a un sujeto en congruencia conductual con su entorno en el presente, sólo veríamos al niño en su biopraxis, manifestando sus experiencias momento a momento, instante a instante, minuto a minuto, segundo a segundo.

Es evidente que Maturana denomina el aprendizaje como “aquella parte de la ontogenia de un organismo que, como observado­res, vemos ocurriendo como si éste se estuviera adap­tando por sí mismo a alguna circunstancia del medio am­biente novedoso e inusual”. Es decir, nosotros comúnmente vemos el fenómeno o proceso que llamamos aprendizaje como si la persona que aprende estuviera adaptándose a las características del entorno y, por consiguiente, manipulándo­las, a través del proceso de hacer una representación o captación de ellas, pero nada de esto sucede ni puede suceder de esta manera. El ser humano es un sistema complejo determinado por sus configuraciones, por lo tanto, nada externo a él puede especificar ni determinar qué sucede en él; de hecho, para la acción y operación de un cerebro humano como sistema configurativo no existe interior o exterior, no hay adentro y afuera, y por consiguiente, no puede hacer una repre­sentación o captación de lo que un observador ve como externo a él.

El conocimiento y el aprendizaje no pueden comprenderse desde una mirada sumativa, sino como acción reorganizativa, como un proceso, como una configuración que cada ser humano va configurando en espiral, de manera dialéctica, fluctuante y oscilántica, como el vuelo de las mariposas. El aprendizaje para Maturana no consiste en sumar y acumular conocimientos, sino en reorganizar el pensamiento a través del conocimiento y de la reflexión.

Maturana valora la necesidad de que la escuela haga que los niños sean los protagonistas de su propio aprendizaje, descubridores del conocimiento y curiosos intelectuales. La tarea del profesor no debe ser instruir sino educar, es decir, generar un espacio de convivencia en el que los procesos, actividades y conocimientos surgen de manera natural y espontánea porque se basan en el interés de cada sujeto. En este sentido, Maturana destaca la importancia que tiene el hecho de que los niños crezcan en el respeto por sí mismos, que no se les niegue en su ser, sino que se les corrija en el hacer, entendiendo la negación del ser como una falta de reconocimiento como personas, ya que sólo existimos cuando tenemos legitimidad en la relación con el otro, que nos mira y reconoce nuestra identidad y legitimidad. Si los niños son reconocidos y respetados estarán bien con ellos mismos y con los demás y, por tanto, y no tendrán problemas con el aprendizaje.

El ser humano forma parte del entorno con el cual interactúa. Ambos se transforman en esa mutua interacción. La biopraxis transcurre de manera configurativa mediante una historia de transformaciones configuracionales en la que se cultiva, se consolida y se conserva la armonía y la coherencia entre el ser humano y el entorno. Ahora bien, este proceso acontece de manera empírica, natural y espontánea, sin fines ni objetivos, sin ninguna voluntad por los participantes, sin orientación teleológica, como resultado del determinismo configuracional en la dinámica sistémica que se configura en la configuración del ser humano con el entorno.

Cada estudiante escucha desde sí mismo y, constitutivamente, debido a su determinismo configuracional, el estudiante no puede sino escuchar desde sí mismo. Lo que explica el profesor es, en términos de Maturana una perturbación [positiva o negativa] que gatilla o activa en cada uno de sus estudiantes una transformación configuracional determinada en ellos, y no en lo que el profesor explica, y, por lo tanto, no determinada por el profesor, que sólo es la contingencia histórica en la cual los estudiantes se encuentran pensando lo que están pensando, sintiendo lo que están sintiendo y haciendo lo que están haciendo.

Maturana dice que no hay información en el sentido de que algo sea traspasado de una persona a la otra, y por lo tanto “no hay instrucción sino que sólo hay acoplamiento estructural, el que resulta en un cambio en la correlación con las perturbaciones mutuas de los participantes y que dependen de la plasticidad de sus estructuras” (Maturana). Desde esta mirada, el aprendizaje podría explicarse como “un acoplarse de alguien que está aprendiendo con un maestro y mientras el maestro expone y trabaja, el alumno puede hacer preguntas, observar, copiar, etc. Eso sí, lo que nunca puede pasar, es que el maestro diga que va a hacer con su alumno tales y tales cosas y cuando termine el alumno será como el maestro quiere que sea” (Humberto Maturana).

Afirmar que el profesor transmite información al estudiante es una metáfora para referirse a algo que está pasando en la convivencia de los dos y que deriva en una congruencia. Profesor y estudiante se adaptan de manera recíproca. “Estos dos individuos, que son distintos, son suficientemente congruentes de partida, como para que interactúen recurrentemente. En este proceso de interactuar recurrentemente se perturban mutuamente y los cambios estructurales que siguen en conjunto son cambios estructurales congruentes porque, o surgen en estas perturbaciones recíprocas, o se separan. Si siguen congruentes, lo que tenemos es que después de un tiempo estas dos personas son capaces de coordinar sus conductas o tener conductas coordinadas, o congruentes. Si no siguen actuando recurrentemente, se separan y no hay más acoplamiento. El que coordinen sus conductas es un accidente, no es el resultado de esta historia” (Humberto Maturana).

En el aprendizaje pasa exactamente lo mismo: “una persona o un animal deriva en interacciones recurrentes en un medio y su cambio estructural es congruente con los cambios del medio. Después de un tiempo, tú lo miras y lo ves adecuado a ese medio y lo comparas con la situación inicial y al ver que hay una diferencia dices que, o aprendió o se separó, porque en el último caso tú ya no ves esas coordinaciones conductuales o esas correspondencias operacionales con el medio abiótico” (Humberto Maturana).

Casi todas las teorías del aprendizaje basadas en que, si se establecen condiciones determinadas, el otro ser tiene que aprender en forma unilateral son insuficientes, porque no debemos reemplazar en las situaciones de aprendizaje la convivencia con el maestro. Si tú quieres enseñar cualquier asignatura, tú puedes hacerle al estudiante una descripción de lo que tiene que hacer, “pero la descripción nunca reemplaza al fenómeno. La explicación tampoco reemplaza al fenómeno. Entonces la descripción de lo que tiene que hacer no reemplaza a lo que tiene que hacer” (Maturana). Es más, mientras más el maestro satisfaga la descripción y la explicación, más se aleja del fenómeno que enseña.

El niño o la niña en la escuela no aprenden asignaturas, sino que aprenden a convivir con un profe­sor determinado. La asignatura no se aprende, la asignatura es un instrumento, un pretexto para la transformación configuracional en el contexto educativo. Un profesor no le enseña al estudiante algún contenido, sino que el estudiante conoce un modo de vida, el estudiante aprende los modos de actuación de sus profesores, más que el contenido de las asignaturas. En este proceso posiblemente el estudiante se familiarice con las reglas de cálculo, la geometría, el álgebra, la aritmética, las leyes de la física o la gramática de un idio­ma. La afirmación que hace Maturana es que “el alumno aprende al profesor”. Las transformaciones configuracionales de un ser humano no están determinadas por el entorno, sino que en el ser humano y en el entorno se generan transformaciones configuracionales armónicas y coherentes.

Como se aprecia, el modelo pedagógico configuracional que subyace en la concepción de Maturana acerca de la Educación, se inscribe entre las propuestas de avanzada que hacen presencia en el siglo XXI, a partir de un sustento epistemológico en las nuevas teorías sistémicas y de la complejidad, como alternativas didácticas que configuran un nuevo paradigma educativo y un modelo pedagógico emergente: ¡el paradigma configuracional del pensamiento humano!, cuya bondad se valida en la misma medida en que dialogue con la pedagogía del amor.

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Autor:
Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano.
Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación.
Correo electrónico: [email protected] / [email protected]

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