En 1991 conseguí mi primer empleo en una empresa. Tenía pocos meses laborando cuando nos comunicaron que al día siguiente íbamos a trabajar unas pocas horas por la mañana. La razón de esa interrupción en la rutina fue un suceso que quedaría para la historia, aquel día fue visible en la mayor parte de México un eclipse total de sol.
Aprovechando la suspensión de actividades nos colocamos en la azotea de la casa con mis hermanos. Papá nos proporcionó unos lentes que utilizaba en el taller de herrería indicando que no debíamos usarlo durante mucho tiempo. La recomendación era por seguridad, sospecho que también para que compartiéramos y aquello no derivara en discusión.
La sombra que ocultó al sol y pude ver con aquellos lentes me impresionó, no menos impactante y curioso fue ver a los animales buscar refugio; las sombras sobre los tejados y luego la penumbra total. En medio de la experiencia y desde la altura en que me encontraba, pude ver el patio de algunos vecinos donde dos ancianas salieron con sartenes que golpeaban con grandes cucharas, mientras un hombre con un trozo de varilla golpeaba un bote de lámina. No lo entendí en ese momento.
Mi madre se encargó de explicarme la idea de las abuelas: cuando sucede un eclipse hay una lucha entre la luna y sol, se hace todo aquel estrépito con metales para animar al sol. Las abuelas pensaban que si en esa “batalla” el sol perdía, no volvería a salir y la vida sobre la tierra se terminaría. Agregada a esta creencia hay rituales menos sonoros asociados al eclipse; recomendación de poner un pequeño seguro metálico sobre el vientre de las embarazadas o un cinta de color rojo en los recién nacidos para evitar los males que este evento pudiera acarrearles.
La razón subyacente a estas y otras actividades es el miedo, miedo a lo que no comprendemos, de estas y otras creencias está plagado México, algunas son meras curiosidades inofensivas, ligadas a la tradición y que reflejan en mayor o menor medida la cosmovisión de los pueblos originarios. Algunas otras, pueden entrañar verdaderos riesgos para los ciudadanos y para el colectivo en general; pueden también limitar la capacidad económica, o formar facciones político-sociales cuando lo verdaderamente urgente sea la cohesión social basada en la pluralidad y el respeto.
Cuando algunos ciudadanos de este siglo vemos la realización de una práctica ritual, o el ejercicio de alguna creencia, con frecuencia se observa con una mezcla de respeto y comprensión condescendiente. No siempre compartimos el miedo ni la fe en soluciones mágicas; o quizá es que la forma de la ignorancia y sus rituales también se ha refinado con la tecnología.
Al cierre del año 2019 se reportó la presencia de un “brote de enfermedad por coronavirus (COVID-19) […] por primera vez en Wuhan (China)” (OMS, 2020). Debido a la facilidad que existe para la movilidad internacional vía aérea y terrestre, sumado a que no existiera un cerco que restringiera la entrada y salida de la población asiática, para el mes de febrero la secretaría de salud en México “confirmó el primer caso importado del nuevo coronavirus COVID-19, en la Ciudad de México, en un hombre de 35 años de edad con antecedentes de viaje a Italia” (Secretaría de salud, 2020).
Del desarrollo de la enfermedad y su seguimiento tanto en México como en el resto del mundo se han escrito infinidad de páginas. En apego a los protocolos epidemiológicos en nuestro país se ha hecho lo necesario para que la ciudadanía permanezca en casa configurando una dinámica de aislamiento social.
Al mismo tiempo que el problema y la información relacionada, empezaron a circular “remedios” que van desde ciertas inhalaciones para eliminar el virus, oraciones restaurativas, comercio de intervenciones divinas, hasta difusión de sospechas sobre su inexistencia. La vía para propagar estas ideas ha sido el internet, el nuevo oráculo, fuente inagotable de información que no siempre se convierte en conocimiento.
Existen diferentes aristas ligadas a la pandemia, algunas de tono económico por lo que hace al recurso económico de un gran sector social cuyos ingresos provienen del comercio en pequeño, comerciantes que dependen de las ventas del día a día y que con dificultad han sorteado la problemática; algunas otras de orden crediticia, otras de infraestructura de hospitales que parecen siempre carentes de recursos; otras de tipo educativo que ha planteado estrategias no siempre bien recibidas por la sociedad.
En el medio de este mar de necesidades se hace necesaria una visión conjunta y solidaria de los distintos sectores sociales. En primer lugar, para definir el sentido del acto solidario; es decir, qué corresponde a quién, y cómo los demás elementos sociales han de contribuir para el logro de ese objetivo.
Cuando se dieron los primeros días de aislamiento me llamó la atención que, a través de las redes sociales un cantante de fama internacional, ofreció un concierto gratuito al que se podía acceder a través de una liga electrónica. ¿Es un acto solidario el hecho de que este artista cante? ¿Se necesita que lo haga? La respuesta es afirmativa, sin lugar a dudas; yo también podría cantar, pero me temo que no conseguiría oyentes para mis notas desafinadas.
Esa persona que sabe cantar debe hacerlo, esa pequeña acción ha de tornar menos tenso el aislamiento en el hogar. Alguien más con formación en psicología ha ofrecido ayuda por teléfono y el fin es el mismo, evitar que el encierro y sus efectos escalen y afecten la tranquilidad mental de la ciudadanía.
El papel de los trabajadores del sector salud y su importancia resultan obvios, son ellos quienes conocen los principios para la atención de la enfermedad, aun cuando tuviéramos algunos cientos de voluntarios quizá no podríamos echar mano de todos ellos, porque la buena voluntad no alcanza para cubrir la necesidad en los hospitales; es más, pondría en riesgo la propia integridad de los dispuestos; la consecuencia sería bastante peor que mi inofensivo canto en la redes sociales.
Soy docente de ciencias en educación básica desde hace algunos años. La reflexión desde mi labor tendría que ir en torno a cómo desarrollar un acto solidario desde mi área de conocimientos. Con la restricción de asistir a las aulas ¿hay algo que podamos hacer? ¿Hay alguna forma de incidir en la necesidad de discriminar la información de los medios digitales? ¿Sería mejor esperar hasta volver a vernos en aulas para seguir haciendo las cosas como hasta antes de la contingencia?
Sin duda en ese terreno no hay afirmación que pueda dejar contentos a la población en pleno. Si el maestro decide el envío de trabajos vía electrónica saldrán a relucir las diferencias entre el norte y el sur o entre lo urbano y lo rural. Si decide que se evalúe con los datos que se cuentan, los profesores son unos zánganos; si se piden fotocopias para el trabajo, al maestro le falta sensibilidad dado que debemos mantenernos en casa; si se entregan los temas los padres consideran que están haciendo el trabajo de los maestros por lo cual deberían cobrar lo correspondiente.
Sin embargo una de las cosas que si podemos hacer por la educación es acompañar al padre de familia y al estudiante en una reflexión que trascienda las aulas. Establecer una diferencia empírica entre escolarización y educación. La escolarización tiene por objeto dar cumplimiento a la aspiración del estado, es el abordaje de ciertos contenidos considerados elementales para el ciudadano en formación.
La educación, accesible en cualquier entorno, está más ligada a la percepción de las intersubjetividades que hacen que el entramado social funcione, es decir, la comprensión que el estudiante requiere de la naturaleza social, las vías de preservación o la necesidad del cambio.
Para realizar este ejercicio educativo no hacen falta aulas. Hace falta disposición de tutores para el diálogo. En el caso de alguien que tiene óptimas condiciones digitales se puede sugerir observar películas, documentales e incluso caricaturas; la segunda parte, la más importante, se refiere a comentar cual es el fenómeno social a que corresponde el mensaje observado.
El análisis de las películas no sólo permite conocer una obra concreta sino que ofrece la posibilidad de racionalizar la información que se maneja en el relato, estableciendo correlaciones sociales para la comprensión de la vida cotidiana, y con ello se amplían las capacidades intelectuales (Mercader, 2012, p. 50).
En el caso particular del estudio de las ciencias se tienen los filmes de ciencia ficción que tienen agregada una carga ética ligada a las decisiones. En ciclos escolares anteriores he tenido la oportunidad de reflexionar con estudiantes acerca de películas sobre el fin del mundo, casi siempre escucho cosas que dan pie a la discusión:
- Qué casualidad que siempre ahí (Estados Unidos) suceden las cosas que acaban con el mundo.
- que siempre son ellos los que arreglan las cosas y se vuelven héroes.
En alguna ocasión la película planteaba la supervivencia de algunos ciudadanos. La elección es realizada por el gobierno por lo cual los que sobreviven son personas ubicadas en los altos mandos políticos; después de ellos, científicos y personas doctas en ciertas áreas. Los últimos lugares disponibles son sorteados. Y entonces planteamos ¿Qué posibilidad hay que elijan para sobrevivir a un adolescente de la zona rural de México?
El cine de ficción no está concebido inicialmente para su uso como material pedagógico. No obstante, puede ser de utilidad por su variedad temática y por su capacidad para presentar conflictos (Ruiz, 1994, p. 78).
Esta situación conflictiva es la que ofrece la oportunidad a los padres de familia, orientado a vincular situaciones ficticias, y reflexionar junto con el estudiante desde su propio entorno social atendiendo sus valores étnicos.
Es claro que estas estrategias se refieren a segmentos favorecidos; los que cuentan con internet y los equipos mínimos para reproducción de contenidos. Hay otro México, el de las necesidades siempre latentes, ¿sirve de la misma manera el diálogo para educar adolescentes? Yo considero que sí.
La escolarización en tanto que proyecto nacional tiene sus propios objetivos, prueba de ello es que los programas y materiales se editan y reeditan con costo al erario, aun cuando no existan aportes evaluados que lo hagan necesario; es decir, alguien se beneficia económicamente. Ni siquiera voy a abordar estas dinámicas y lo que pienso de ellas. Pero si mencionar que esta escolarización, por su naturaleza, no siempre se refiere a las necesidades más sentidas de las realidades rurales.
El diálogo de adultos y adolescentes podría beneficiar a estos últimos acercándolos a las problemáticas locales y a los primeros en relación a la forma en que los estudiantes se apropian de lo estudiado.
Recién la semana pasada envié por WhatsApp unas preguntas como parte del acercamiento al tema. Una de las preguntas decía: ¿Si en casa tuvieran necesidad de comprar un refrigerador quién decide cuál es el que se adquiere? Un padre de familia me escribió que la pregunta no tenía “chiste”; primera porque el imaginaba que mi asignatura (Biología) no estaba relacionado y porque una compra cualquiera la decide únicamente él por ser quien aporta el dinero.
Cuando estas situaciones son llevadas al aula para hablar de sexo y género para luego derivar a salud reproductiva, es muy importante promover el pensamiento crítico del estudiante. Ellos tienen opiniones previas sobre las que hay que reflexionar, y el padre podría enterarse de primera mano qué es lo que sus chicos creen.
En el caso de las problemáticas locales es importante la conversación informal que el aislamiento ha provocado. En las zonas rurales, quizá una de las tareas más importantes sea un reporte de lo que papá o mamá consideran que era mejor, antes de las modificaciones en la producción del campo. Una de las enseñanzas más interesantes se refiere al cultivo que los abuelos y padres recuerdan; prácticas importantes como la siembra simultanea del maíz, frijol y la calabaza; la provechosa relación entre estos materiales y su bondad en términos de recuperación del suelo.
El adolescente puede aprovechar de manera sencilla abrevando de la experiencia de los adultos. Ya tendremos tiempo, a partir de estos relatos, de hablar de gases de efecto invernadero, de contaminación de suelos, pérdida de biodiversidad o incluso el plato del buen comer y la pertinencia cultural en regiones agrícolas.
No se trata de que estas conversaciones suplan la formación de aulas, o que el padre de familia esté haciendo el trabajo del maestro. Se trata de una experiencia consciente de socialización a través de la oralidad. Esta información provee de elementos que, bien utilizados, constituyan la simiente para el aprendizaje significativo.
El inicio de este escrito habla del miedo; el que nace de la ignorancia. Del temor que nos surge desde la incertidumbre. Quizá el papel más importante de la escuela sea aprender a acercarnos unos a otros; aprender y enseñar en el núcleo de la familia. Comprender las razones que subyacen a la difusión en redes sociales de remedios mágicos; la información de noticias falsas o la construcción de estafas cibernéticas.
La escuela tiene en su estructura muchos aspectos llenos de sospecha, por decirlo de una forma gentil. En un escrito de Gil y Soto (2008) se aborda a la escuela como una institución que segrega por su falta de cobertura, sus criterios de selección y la incertidumbre laboral; concluye que “si las diversas instituciones educativas no logran acompañar a los jóvenes, no sólo en su apropiación del mundo, sino en su creación e invención […] seguirá enseñando la existencia de un mundo desesperanzado” (p. 78).
Estoy de acuerdo en la necesidad de orientar al adolescente en la creación e invención del mundo en el que quiere vivir; pero no es una labor exclusivamente escolar, sino en colaboración con otros actores como padres e instituciones.
Este escrito tiene por idea central la necesidad de hacer lo que sabemos hacer, hacerlo tan bien como podamos imaginarlo; que el artista haga su trabajo con su voz privilegiada; que la enfermera nos brinde de su saber; que el poeta nos comparta de su sensibilidad; que el maestro enseñe y nos ayude a enseñar; que el agricultor no desmaye en su importante labor. Que seamos más los convencidos de que la sociedad puede orientarse a la mejor de sus versiones a partir de esta contingencia.
En este momento hay también personas dedicadas a revender insumos médicos; gente imaginando como desviar recursos públicos para su beneficio personal, y ladrones hurtando algunas despensas dirigidas a los más necesitados. Pero confío en que somos más los que pensamos en positivo; los que estamos decididos a dar nuestro mejor esfuerzo. Este escrito presenta una óptica de esperanza, pensando que si cada uno hace lo que mejor sabe hacer, saldremos fortalecidos de esta crisis.
La solidaridad no siempre tiene el mismo rostro; hay ingenieros construyendo respiradores, científicos buscando antivirales eficaces, y cantantes intentando relajar la espera en casa. Puede ser que, por la edad e inexperiencia, no sea conveniente mi presencia en hospitales confortando enfermos, pero puedo explicar a los adolescentes su potencialidad como ciudadanos, una ciudadanía que supere el miedo y vuelva a ver brillar la luz del sol, comprendiendo al final que esta penumbra también es transitoria.
Autor: Luis Sergio Martínez Guzmán. Experiencia laboral: 4 años de servicio como profesor en secundarias generales del subsistema federalizado en el estado de Chiapas. Químico Farmacobiólogo de profesión egresado de la Universidad Autónoma de Chiapas. Maestría en Docencia por el Instituto de Estudio de Posgrado en Chiapás. Reconocimientos como escritor en eventos estatales y nacionales, generalmente en el formato de ensayos, aunque también he publicado cuento. Mantiene materiales en el blog personal educacioncienciayletras.blogspot.com Correo electrónico: [email protected] |
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