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El maltrato puede ser hereditario: Consejos para romper el ciclo de padres a hijos

Hace no mucho tiempo estaba aceptada la violencia física como forma de educación. Aceptada y aprobada por muchos padres y profesores. Hace menos tiempo, se rechazó de manera radical. Pero sigue habiendo otros tipos de agresión como forma de disciplina, como el ataque verbal. Eso sin contar con los que todavía piensan que a veces no queda otra que pegar a un hijo para que espabile. Aun así, lo que sin duda ha perdurado es el hecho de que el maltrato de padres a hijos, físico o de palabra, es un ciclo muy difícil de romper.
Muchos estudios demuestran que los castigos no son realmente eficaces a la hora de educar y pueden causar daños permanentes. Algunos provocan trastornos físicos y de comportamiento que pueden arrastrarse hasta la edad adulta e impedir un desarrollo emocional completo.

Así pues, parece claro que el uso de la violencia en la educación de los hijos tiene pésimas consecuencias. Entre ellas, tal y como se explica en un artículo de Unicef, que aprenden que “es un modelo válido para resolver los problemas y pueden reproducirlo”.

Hay bastantes pruebas de que acabar con este tipo de conductas resulta bastante complicado. Un estudio realizado por el grupo de Desarrollo Social de la Universidad de Washington sugiere que los adultos que sufrieron abuso emocional y físico durante su niñez tienden a repetir el mismo patrón con sus hijos. Estos investigadores han comprobado que en muchos casos el ciclo del maltrato se remonta hasta tres generaciones.

Susan Newman, psicóloga social, explica en su libro: Nobody’s baby now: reinventing your relationship with your mother and father, que los padres que intentan no repetir esas conductas con sus propios hijos se enfrentan a un tortuoso camino. Por eso, ofrece cinco consejos para terminar con el ciclo de maltrato de padres a hijos.

1. Reconoce lo que te sucedió

Lo primero de todo, como ante cualquier cuestión, es reconocer que existe el problema e identificarlo bien. Las formas de disciplina varían según el tiempo y el lugar, y algunas de las medidas que tomaron tus padres, aunque para ti no sean aceptables, no tienen por qué haber sido malas.

Por ello, debes mirar atrás de modo objetivo para racionalizar los patrones de tu educación e identificar los que hacen verdadero daño. Es importante que no entierres las emociones negativas, ya que estos sentimientos pueden manifestarse de otra manera y resultar a la larga todavía más devastadores.

2. Asume el riesgo y pide ayuda

Cuando una persona sufre un trauma continuo en alguna etapa de su vida, particularmente si ha sido en la infancia, las cicatrices pueden ser más profundas de lo que parecen. El abuso cambia el modo en que una persona reacciona ante ciertas circunstancias, y más ante el estrés. Cualquiera que ha tenido que educar a un niño o una niña sabe que el estrés es una constante en todo el proceso. Un padre o una madre que ha sido víctima de violencia puede responder ante una situación estresante con agresividad, gritos o humillación verbal, sobre todo delante de otros.

Hablar con tu pareja, o incluso con un buen amigo, viene muy bien para relajar la tensión y desarrollar estrategias para abordar el asunto. No dudes nunca en pedir ayuda, en especial si es a la persona que ha decidido compartir su vida contigo.

Pero a menudo esto no basta y lo realmente necesario es acudir a un profesional, que sabrá aplicar la terapia adecuada. Te dará pautas para aprender nuevas formas de relación paternofiliales, en las que lo prioritario será promover la comunicación asertiva y el reconocimiento y control de las emociones. También a establecer unos determinados límites a la conducta de tus hijos, pero siempre con diálogo, respeto y cariño.

3. Establece barreras con la generación anterior

Terminar de raíz la relación con un padre o una madre es algo muy difícil y poco común. Según los estudios, muchos hijos de padres maltratadores mantienen algún tipo de contacto con sus progenitores. Por otra parte, los abuelos son buenos e importantes para la educación de los hijos, y más en una sociedad tan familiar como es la española, pero deben respetar las decisiones que como madre o padre hayas tomado sobre su educación. Ten en cuenta que ahora te corresponde a ti esa responsabilidad y que vas a ser el modelo más influyente para tus hijos. Si los abuelos no son capaces de respetar eso, es el momento de aclarar las cosas.

4. Celebra el éxito cuando llegue

Incluso en las mejores circunstancias, educar a tus hijos es todo un reto. Si además tienes que corregir los impulsos de agresividad heredados de tus padres, necesitarás mucho trabajo y valentía. Por eso, cualquier éxito que consigas con tus propios métodos merece ser celebrado. Reforzará el vínculo con tus hijos y ayudará a sanar tu pasado. Permítete estar orgulloso de haber seguido un camino distinto al que siguieron tus padres.

5. Cuando te sientas vulnerable, examina tus motivos

Los errores son un elemento común a todos los padres. Todos los cometemos, pero no todos esos fallos influirán en la vida adulta de nuestros hijos. La solución es actuar con confianza y con la esperanza de estar haciendo lo mejor para ellos. Pero es difícil realizar estas elecciones con seguridad y ánimo cuando tu preocupación principal es cómo afectará a su bienestar. Por ello, lo mejor es tratar de eliminar la frustración y centrarse en la meta. Esto simplificará tus emociones y te ayudará tomar las decisiones con objetividad.




¿Cuáles son las consecuencias de la violencia en la crianza?

En mayor o menor medida, la violencia siempre deja huellas en niños, niñas y adolescentes, pero ¿de qué forma los afecta cada tipo de violencia?

¿Qué les pasa a niños, niñas y adolescentes cuando reciben castigos físicos?

En un primer momento experimentan miedo o terror frente al golpe. Los niños, niñas y adolescentes al recibir castigos físicos sienten el temor llevado al grado máximo, es decir, terror. Esto ocurre minutos o segundos antes de recibir el golpe, cuando anticipan lo que va a acontecer.

Después del golpe no solo sienten un dolor físico, sino emocional. El sentimiento de impotencia surge luego, como resultado del dolor emocional que resulta de no poder modificar la ira, el enojo o la frustración que siente su madre, padre o cuidador. Niños, niñas y adolescentes sienten que nada de lo que puedan hacer en ese momento hará cambiar la opinión de las personas adultas a su cargo sobre él o ella, o sobre lo ocurrido.

Para sobreponerse de esta experiencia, niños, niñas y adolescentes desarrollan mecanismos de adaptación a la violencia, como la obediencia extrema o comportamientos violentos.

En cualquiera de los dos casos se ubican en algún lugar del círculo de la violencia: víctima o agresor. Estas experiencias trascienden el mundo familiar y se amplían a la escuela y la comunidad. Niños, niñas y adolescentes aprenderán que los problemas deben enfrentarse con violencia y podrá aplicar esta enseñanza a otros ámbitos de su vida. La persistencia de estas conductas acaba generando una sociedad violenta, que utiliza estos mecanismos para resolver los conflictos.




¿Qué les pasa a niños, niñas y adolescentes cuando sus padres o cuidadores los humillan o insultan?

Los seres humanos construimos nuestro pensamiento a partir del lenguaje. En este proceso, los vínculos familiares son fundamentales al momento de ir aprendiendo palabras y construyendo significados.

Como esto se da en un contexto afectivo, niños, niñas y adolescentes confían y creen en lo que sus padres y cuidadores dicen. Por lo tanto, si se usan palabras humillantes para educarlos o ponerles límites, los hijos e hijas pensarán que estas palabras realmente los definen como personas.

Aunque algunas madres y algunos padres creen que insultar no es igual que golpear, las palabras fuertes y humillantes generan los mismos sentimientos de dolor emocionalfrustración impotencia que el castigo físico en las personas.

La violencia física o psicológica no enseña a “portarse bien”, sino a evitar el castigo. Por ese camino, los niños, niñas y adolescentes solo aprenden qué tienen que hacer para no enojar a la persona adulta que incurre en estas prácticas.
Además, la exposición a situaciones de violencia puede alterar el desarrollo fisiológico del cerebro y repercutir en el crecimiento físico, cognitivo, emocional y social del niño, niña o adolescente.




Algunas consecuencias físicas, psicológicas y sociales más frecuentes del castigo físico y del maltrato psicológico son:
  • Baja autoestima: A menudo pueden experimentar sentimientos de inferioridad e inutilidad. También pueden mostrarse tímidos y miedosos o, por el contrario, hiperactivos buscando llamar la atención de los demás.
  • Sentimientos de soledad y abandono: Pueden sentirse aislados, abandonados y poco queridos.
  • Exclusión del diálogo y la reflexión: La violencia bloquea y dificulta la capacidad para encontrar modos alternativos de resolver conflictos de forma pacífica y dialogada.
  • Generación de más violencia: Aprenden que la violencia es un modelo válido para resolver los problemas y pueden reproducirlo.
  • Ansiedad, angustia, depresión: Pueden experimentar miedo y ansiedad, desencadenados por la presencia de un adulto que se muestre agresivo o autoritario. Algunos desarrollan lentamente sentimientos de angustia, depresión y comportamientos autodestructivos como la automutilación.
  • Trastornos en la identidad: Pueden tener una mala imagen de sí mismos, creer que son malos y por eso sus padres los castigan físicamente. A veces, como modo de defenderse, desarrollan la creencia de que son fuertes y todopoderosos, capaces de vencer a sus padres y a otros adultos.





Este contenido ha sido publicado originalmente por Sapos y Princesas  en la siguiente dirección: saposyprincesas.elmundo.es

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