En los ambientes tóxicos, se puede gritar, pero no hablar; existe la queja, pero no la propuesta. Está instalado un malestar, pero de eso no se habla. Bernardo Blejmar.
Cuando entramos a una escuela, percibimos el ambiente que en ella circula con solo mirar, escuchar y hablar. Existen dos tipos de climas: los que invitan a trabajar con tranquilidad, donde el aprendizaje, el compartir, la confianza y el compromiso están presentes y cimientan bienestar, y los climas tensos, cargados de silencios, desconfianzas, aislamientos, rumores, incomunicación y quejas, donde se exterioriza el malestar.
Nuestros estados emocionales se contagian cuando compartimos la alegría, el miedo, el humor, la angustia, la tristeza, la ira, la preocupación, el resentimiento, la resignación y la frustración, entre otros. Nos tocan y condicionan no solo en nuestro accionar, sino también, en el de quienes nos rodean, al extremo de impactar en la salud física y mental de todos los que interactúan.
¿Somos conscientes del grado en qué impacta el ambiente en los aprendizajes de los alumnos y en el desempeño de nuestra función? ¿Estamos atentos a nuestra salud mental, emocional y corporal?
La calidad educativa es un desafío que implica brindar las mejores condiciones para desarrollar y fortalecer la formación integral de las personas a lo largo de toda la vida y promover la capacidad de definir un proyecto de vida, basado en los valores de libertad, paz, solidaridad, igualdad, respeto a la diversidad, justicia, responsabilidad y bien común. No se trata solo de preparar a nuestros alumnos para que puedan conseguir un trabajo y ser exitosos, sino de buscar la mejor forma de armonizar el saber con el hacer, el estar con el existir y el convivir con el compartir.
El ambiente ha sido identificado como uno de los factores de mayor incidencia en los niveles de aprendizaje. Diversas investigaciones[1] señalan que un buen clima es la variable de mayor impacto en la mejora del rendimiento en áreas curriculares como Prácticas del Lenguaje y Matemática, así como también en otras dimensiones de la vida escolar. El conocimiento se construye en relación con el ámbito donde se aprende y, para que exista un verdadero aprendizaje, su transmisión requiere de una relación favorable. Existe una correspondencia directa entre clima social positivo y buen rendimiento académico, entre formas de adquisición de habilidades cognitivas, aprendizaje efectivo y desarrollo de actitudes positivas hacia el estudio (Casassus, 2000).
La relación entre docente y alumno, mediada por el conocimiento, es una relación de carácter intersubjetivo. Las investigaciones sobre este tema realizadas en diferentes escuelas demuestran que, independientemente de las condiciones de origen de los alumnos, estos consiguen los mejores resultados en un clima escolar positivo. Una atmósfera de trabajo que favorece la labor de los docentes y el desarrollo de la organización escolar mejora la calidad educativa. La enseñanza y el aprendizaje constituyen un proceso relacional que, para ser efectivo, requiere desarrollarse bajo parámetros de beneficio psicológico, ético y emocional; solo así, es posible pensar en la posibilidad de impartir y adquirir una formación tanto académica como socioafectiva (Onetto, 2015).
El ambiente es un indicador de la calidad de la vida interior de la escuela, de cómo se convive. Está relacionado con la capacidad de retención de estudiantes y docentes, ya que favorece lo que se ha llamado el apego escolar, que significa “la facultad de generar vínculos de cercanía e identificación con la institución educativa” (Alcalay, Milicic y Torreti, 2005).
Nos detendremos en un actor fundamental en la construcción de un entorno de bienestar: el docente. Una persona con nombre y apellido, con inquietudes y sentimientos, con deseos y objetivos, con aciertos y errores, con conocimientos y limitaciones que influye y a su vez es influida por el ámbito en el que desarrolla su trabajo. El docente asume a diario situaciones que producen un desgaste profesional bajo circunstancias diversas y complejas condicionadas por la rapidez de los cambios sociales − las familias y su problemática, la baja relevancia social del rol docente, los cambios tecnológicos, los cambios educativos, políticos, y otros − y por la tensión que generan los conflictos de convivencia, que pueden provocar inestabilidad. Los seres humanos no hemos sido preparados para cambiar con tanta rapidez ni nos hemos formado para vivir en un mundo en profunda transformación.
En el interior de las escuelas, encontramos docentes con síntomas de agotamiento, estrés y malestar. Surge, entonces, una expresión significativa, el malestar docente, que refiere a la falta de salud mental, corporal y emocional, que afecta a la persona y a sus tareas. La institución escolar se convierte en un lugar propicio para la aparición y desarrollo del llamado síndrome de burnout[2], que genera en quienes lo padecen los síntomas propios del cansancio emocional, la despersonalización y la baja realización personal.
El instrumento de trabajo más importante con el que contamos los docentes es nuestra persona. Todo pasa a través de ella: lo pedagógico-didáctico, lo administrativo, lo organizativo, lo sociocomunitario, los contenidos, los valores, las actitudes. Al igual que el cantante trabaja su voz o el atleta su cuerpo, el docente debe trabajar su persona en forma integral para poder incidir con plenitud en la formación de otras personas.
El clima escolar: parte de la gestión del equipo directivo
El bienestar mental, físico y emocional del docente es fundamental y la realidad demuestra que, a pesar de las buenas intenciones, en el plano operativo, no se lo ha instrumentalizado lo suficiente. El equipo directivo tiene como responsabilidad primaria la construcción de un contexto escolar favorable para lograr los aprendizajes y cuidar la salud de todos los actores, sobre todo, y dada su tarea, la de los profesores. Investigaciones realizadas en los últimos años (Guzmán, 2010) señalan que los directivos perciben que la calidad de los vínculos entre ellos y los docentes y la de los docentes entre sí incide en el compromiso que asumen con la escuela, en la posibilidad de instalar procesos de cambio, en el convencimiento de concretarlos. Los directivos deben ocuparse de comprender sus prácticas, de apoyarlos protegiendo su seguridad ante los problemas cotidianos y de facilitar la ayuda que pidan ante las dificultades profesionales. La calidad de estas relaciones repercute en las posibilidades de la institución de cumplir sus metas.
Un liderazgo compartido[3] (Álvarez, 2010) posee la capacidad de sentir el clima que se desarrolla en la escuela. Sin esta conciencia social y comunitaria, es difícil ver cómo un líder puede demostrar empatía al responder a los sentimientos de los miembros. Sintonizando con cómo se sienten los otros, el líder puede poner en juego su propia conducta de forma adecuada, ya sea para calmar miedos, aliviar enojos o promover un ambiente de buen ánimo (Turnbull, 2011). El desafío es ser reconocido y respetado no por la posición de autoridad que ocupa, sino por el apoyo efectivo que le brinda a los docentes, por su poder de articular efectivamente el entramado de relaciones y por la legitimación que el cuerpo docente le brinda (UNICEF, 2005). Autoridad, etimológicamente, proviene de augere y significa “hacer crecer, ayudar a aumentar”, o sea, que se espera que quien la ejerza asegure el crecimiento y el progreso de los actores. El directivo desarrolla una función nutritiva con todos los actores de la escuela.
Reflexión
- Un docente permanece entre 8 y 9 horas en la misma escuela para cumplir sus funciones.
- El docente es un gran actor en la construcción del ambiente.
- Su bienestar físico, emocional y mental es fundamental.
- La propuesta curricular incluye lo cognitivo y lo socioafectivo.
Pensemos en el impacto de clima escolar en el docente:
- ¿Qué necesita tener en cuenta para cuidarse y cuidar a los que lo rodean? ¿Cómo puede integrar ambos aspectos?
- En la vida cotidiana, estos aspectos ¿van por carriles separados? En caso afirmativo, pensemos estrategias para poder integrarlos.
- A partir de situaciones de conflicto, ¿construimos espacios de diálogo e intercambio? ¿Cuáles?
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- [1] El primer informe del estudio del LLECE (Cassasus y otros, 2001), plantea que el clima de aula sería la variable individual que demuestra el mayor efecto sobre el rendimiento en Lenguaje y en Matemáticas. Asimismo, se demostró que si se suman los factores extraescolares, los materiales, los recursos humanos y los factores psicológicos, esta suma es inferior a la importancia que tiene el clima logrado dentro del aula.
Fuente: Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación, UNESCO. - [2]El síndrome de burnout es una patología severa, relativamente reciente, que está relacionada con el ámbito laboral y el estilo de vida que se lleva. Es un trastorno emocional provocado por el trabajo y conlleva graves consecuencias físicas y psicológicas cuando el fenómeno se somatiza. La ansiedad o la depresión dan origen a numerosas bajas laborales. Disponible en: http://www.universia.es/
- [3] El liderazgo compartido nace, en primer lugar, del directivo, que junto a sus docentes diseña espacios en torno al diálogo y al aprendizaje dialógico donde lo central es la confianza, se reconoce la diversidad y se fomenta la horizontalidad en las relaciones.
Extraído de Bompadre, Duilio (2016). Sentirnos bien en la escuela Herramientas de Reflexión. Editorial Stella. Bs. As. ISBN 978-950-525-451-4
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Autor: Duilio Bompadre, ciudadano argentino, nacido en Buenos Aires, Argentina. |