En este artículo pretendo reconciliar lo que para muchas personas son dos polos completamente opuestos: la rigurosidad de la ciencia, con la creencia en un Dios trascendente, o la fe como elección enteramente racional con principios complementarios a los de la ciencia. Al leer esto, muchas personas deben estar atónitas, deben sentirse desconcertadas y han quedado estupefactas, porque asumen que un científico social riguroso, docente-investigador en una universidad, no puede ser a la vez un serio creyente en un Dios trascendente. Pero en este artículo pretendo disipar este concepto, argumentando que la creencia en Dios es una elección completamente racional, y que los principios de la fe son complementarios a los principios de la ciencia.
Este artículo reivindica la compatibilidad de la configuración científica y la espiritual en un mismo ser humano, ya que no existe ningún conflicto entre ser un científico riguroso y una persona que cree en un Dios que tiene un interés personal en cada uno de nosotros.
La ciencia tiene la potestad y la misión de explorar la naturaleza, en cambio, el dominio de Dios es el mundo espiritual, un reino que no se puede explorar con las herramientas y el lenguaje de la ciencia. Se debe examinar con el corazón, la mente y el alma. Y la mente debe encontrar un modo de abrazar ambos reinos.
La ciencia, a pesar de sus incuestionables poderes para revelar los misterios del mundo natural, no me ayudaría jamás a resolver la cuestión de Dios. Si Dios existe, debe estar fuera del mundo natural, y por lo tanto las herramientas de la ciencia no son las adecuadas para conocerlo. En cambio, como lo he comprendido al observar dentro de mi propio corazón, la evidencia de la existencia de Dios procede de otra dirección, y la decisión final está basada en la fe, no en la evidencia.
Hoy más que nunca el ser humano necesita de Dios para buscar las posibles soluciones y respuestas a sus problemas, a los enigmas de su existencia, a los secretos del universo y a los misterios de la vida. Pero el ser humano en la actualidad está muy ocupado y preocupado en otras cosas, por lo tanto, la búsqueda de la divinidad se ha visto relegada en cierta forma, en estos tiempos modernos, por nuestras ocupadas y sobre-estimuladas vidas. Sin embargo, a pesar de ello, sigue siendo una de las luchas humanas más universales.
Para la muestra, tres botones……
Primer botón:
¿Charles Darwin fue un científico?
Usted dirá: ¡Por supuesto que sí!
Pues bien, veamos lo siguiente sobre Charles Darwin:
Nacido en 1809, Charles Darwin estudio inicialmente para convertirse en clérigo de la Iglesia de Inglaterra, pero desarrolló un profundo interés en el naturalismo. Si bien el joven Darwin se vio inicialmente impresionado por el argumento del reloj de Paley, y vio el diseño en la naturaleza como prueba de una fuente divina, sus puntos de vista empezaron a cambiar cuando viajo en el HMS Beagle de 1831 a 1836. Visitó Sudamérica y las islas Galápagos, en donde examinó los restos fosilizados de antiguos organismos y observó la diversidad de formas de vida en ambientes aislados.
A partir de esas observaciones, y con base en un trabajo adicional de más de veinte años, Darwin desarrolló la teoría de la evolución por selección natural. En 1859, enfrentado con la posibilidad de que se adelantara Alfred Russel Wallace, finalmente escribió y publicó sus ideas en un libro profundamente influyente: El origen de las Especies.
Darwin sabía perfectamente que los argumentos de su libro podrían tener repercusiones muy amplias y reconociendo esto comentó modestamente casi al final del libro: “Cuando las concepciones propuestas por mí y por el Sr. Wallace en este volumen, o cuando visiones análogas sobre el origen de las especies sean admitidas en general, habrá una considerable revolución en la historia natural”
Darwin propuso que todas las especies vivas descienden de un pequeño grupo de ancestros comunes, quizá uno solo. Sostenía que la variación dentro de las especies ocurre aleatoriamente, y que la supervivencia o extinción de cada organismo depende de su capacidad de adaptarse al ambiente. A eso lo llamó selección natural. Reconociendo la naturaleza potencialmente explosiva del argumento, sugirió que ese mismo proceso podría aplicarse a la humanidad y desarrolló esto más a fondo en un siguiente libro: El origen del hombre.
El libro El origen de las especies engendró una controversia inmediata e intensa. Sin embargo, la reacción de las autoridades religiosas no fue tan universalmente negativa como a menudo se señala. De hecho, el importante teólogo conservador protestante Benjamín Warfield, de Princeton, aceptó la evolución como “una teoría sobre el método de la divina providencia”, aclarando a la vez que la evolución misma debía tener un autor sobrenatural. En realidad, existen muchos mitos sobre la reacción del público ante las concepciones y los planteamientos de Darwin y en lugar de ser condenado al ostracismo por la comunidad religiosa, Darwin fue enterrado en la abadía de Westminster.
El mismo Darwin estaba profundamente preocupado por el efecto de su teoría en la creencia religiosa, a pesar de que en su libro El origen de las especies, intenta ofrecer una agradable y armoniosa interpretación: “No veo ninguna buena razón por la que las opiniones expresadas en este libro pudieran afectar los sentimientos religiosos de nadie”
Darwin incluso concluye El origen de las especies con la siguiente frase: “Existe grandeza en esta concepción de la vida, con sus varios poderes, insuflada originalmente por el Creador en unas cuantas o en una sola forma; y mientras este planeta ha ido girando de acuerdo con las leyes fijas de la gravedad, desde su inicio tan sencillo infinitas formas, maravillosas y bellísimas, han estado y están evolucionando”
Las creencias personales de Darwin siguen siendo ambiguas y parecen variar a lo largo de los últimos años de su vida, por cuanto en un momento dado dijo: “Agnóstico sería la descripción más correcta de mi estado mental”. En otro momento, escribió que se sentía considerablemente desafiado por “la extrema dificultad, o más bien imposibilidad de concebir este inmenso y maravilloso universo, incluyendo al hombre con su capacidad para ver muy hacia atrás y muy hacia el futuro, como el resultado de la pura casualidad o de la necesidad. Cuando al reflexionar así me siento impelido a buscar una Primera Causa que tenga una mente inteligente, en cierto modo análoga a la del hombre, merezco ser llamado teísta”
Segundo botón:
¿Isaac Newton fue un científico?
Usted dirá: ¡Por supuesto que sí!
Pues bien, Newton no era ateo.
Isaac Newton era un creyente que escribió más sobre interpretación bíblica que sobre matemáticas y física. Sir Isaac Newton era un firme creyente en Dios, escribió y publicó más obras sobre la interpretación de la Biblia, que de física y matemáticas.
Tercer botón:
¿Albert Einstein fue un científico?
Usted dirá: ¡Por supuesto que sí!
Pues bien, miremos:
En una ocasión, alguien le preguntó a Albert Einstein ¿Qué es la ciencia?, y él contestó: “La ciencia es un intento por hacer que la diversidad caótica de nuestra experiencia sensorial corresponda a un sistema de pensamiento lógico y uniforme”.
A pesar de esta visión sobre la ciencia, en una ocasión Einstein expresó que él lo único que quería en esta vida era conocer los pensamientos de Dios, y que él estaba seguro que Dios no juega a los dados. En verdad, la realidad sobre la existencia de Dios, la posibilidad de una vida después de la vida, y muchas otras cuestiones, están fuera del alcance del método científico.
La ciencia y el método científico constituyen herramientas importantes y básicas para conocer, son formas más o menos confiables de acceder a un conocimiento más o menos fiable, riguroso y científico sobre la realidad. No obstante, la ciencia sola no es suficiente para responder todos los misterios, enigmas, incógnitas y preguntas importantes sobre esta maravillosa vida, sobre el universo, sobre la existencia del ser humano, su significado, sus miedos, sus anhelos, y su misión en este mundo.
El mismo Albert Einstein vio la pobreza de una concepción del mundo puramente naturalista. En una ocasión escribió: “La ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es ciega”. De manera que, la ciencia no es el único modo de conocer, la ciencia no es el único modo legítimo de investigar el mundo natural. En ese sentido, tanto la concepción científica del mundo como la espiritual tienen mucho que ofrecer. Ambas proporcionan formas diferentes pero complementarias de responder las preguntas más importantes del mundo, y ambas pueden coexistir felizmente en la mente de una persona intelectualmente curiosa que viva en el siglo XXI.
La ciencia no es el único modo de encontrar la verdad, obtener y generar conocimiento. La ciencia no es el único modo de saber. La concepción espiritual del mundo ofrece otro modo de encontrar la verdad. Los científicos incrédulos y ateos que niegan esto, deberían considerar los límites de sus afirmaciones, deben reconsiderar sus ideas y concepciones, y buscar nuevas y más diversas formas de hacer ciencia, deben encontrar otras maneras originales y creativas de producir saber científico, deben utilizar diversos instrumentos para buscar el conocimiento, incluyendo la fe.
Lo anterior está representado de manera atractiva, sugestiva, agradable y encantadora en una parábola[1] narrada por el astrónomo Arthur Eddington.
Cuenta la historia que un hombre se propuso estudiar la vida submarina usando una red formada por una malla con cuadriláteros de tres pulgadas. Tras atrapar muchas criaturas salvajes y maravillosas de las profundidades, concluyó que en el mar profundo no existen peces de menos de tres pulgadas de longitud. Si usamos la red de la ciencia para atrapar nuestra visión particular de la verdad, no nos debe sorprender que no atrapemos la evidencia del espíritu.
Según Einstein, la ciencia es un intento por hacer que la diversidad caótica de nuestra experiencia sensorial corresponda a un sistema de pensamiento lógico y uniforme. De ahí que, todas las ciencias, todas las teorías científicas, representan un marco teórico para que un cuerpo de observaciones experimentales cobre sentido. Pero la utilidad primaria de una teoría no es sólo ver hacia atrás, sino también hacia delante. Una teoría científica viable predice otros hallazgos y sugiere enfoques para verificaciones experimentales posteriores.
Dios no amenaza la ciencia, al contrario: la mejora. Dios no es amenazado por la ciencia, la hizo posible. Así que juntos busquemos reclamar la tierra firme de una síntesis intelectual y espiritualmente satisfactoria de todas las grandes verdades. Aquella antigua patria de razón y veneración nunca estuvo en peligro de desmoronarse. Nunca lo estará. Llama a todos los buscadores sinceros de la verdad a venir y tomar allí su residencia. Responde tú a la llamada. Abandona la batalla. Nuestras esperanzas, alegrías y el futuro de nuestro mundo dependen de ello.
Urge una teoría que integre armónicamente la ciencia y la fe, en la que se acepte plenamente el proceso de la evolución y la selección natural de las especies, pero también la unicidad del ser humano, cuya naturaleza está conformada, ligada y configurada de manera inseparable a fenómenos como la existencia de una ley moral o la permanente búsqueda de Dios.
[1] Tomada de Collins (2007; p. 244)
Autor: Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano. Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación. Correo electrónico: [email protected] / [email protected] |
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