Saber exactamente de qué son capaces los hijos es una preocupación común entre los padres. Distintas culturas, distintas expectativas por parte de los padres e informaciones contradictorias pueden hacer que sea difícil saber qué límites se han de poner a su comportamiento y cuándo hemos de esperar que los hijos respeten dichos límites.
Por suerte, el desarrollo de los niños es un proceso relativamente suave y estable. Esto significa que cuando un niño está sano y no padece ningún retraso en el desarrollo, se puede esperar que se ajuste razonablemente a los estándares de cada fase del desarrollo.
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Poner límites y definir una disciplina según la edad del niño
Los límites que se fijan y la disciplina marcada han de estar adaptados a la edad y a las destrezas del niño. Las expectativas no cambian, pero el modo de transmitir el mensaje sí que va evolucionando. Los padres transmitirán mejor sus enseñanzas y tendrán más éxito a la hora de establecer límites y de marcar una disciplina cuando el desarrollo del niño es un factor que se tiene en cuenta.
Cada fase del desarrollo requiere un enfoque distinto a la hora de fijar límites y de definir la disciplina a seguir. Los niños pequeños (de menos de 3 años) solo son capaces de mantener la atención durante periodos de tiempo muy cortos y tienen un vocabulario reducido, lo que les impide asimilar explicaciones largas y complejas. Por el contrario, un adolescente ya es capaz de expresarse plenamente con sus propias palabras y de seguir un hilo de pensamiento abstracto, lo que les permite a los padres hablar durante más tiempo y debatir, por ejemplo, qué consecuencias de su comportamiento podrían haberse evitado. Utilizar el mismo enfoque con un niño de 2 años y con un adolescente generará frustración tanto en los padres como en los hijos.
Pautas para marcar disciplina y límites en función de la edad de niño
A continuación se muestran unas pautas generales de qué aspectos se deberían incluir a la hora de marcar la disciplina y los límites de tu hijo. Estas pautas orientativas están basadas en las tareas del desarrollo propias de cada edad.
Fases del desarrollo:
Bebés (0-12 meses) – No se necesita ninguna disciplina. A esta edad, los bebés no tienen la capacidad de controlar su cuerpo o sus acciones. Los padres son los responsables de cuidar del niño y de mantenerle alejado de cualquier peligro que pudiera haber.
Niños pequeños (1-3 años) – Cuando el niño cumple 1 año se ha de implantar ya una disciplina. La disciplina debería centrarse en la seguridad y en evitar peligros (p. ej., utilizar la sillita del coche o no subirse a los muebles) y en las obligaciones (p. ej., recoger los juguetes cuando se acabe de jugar, o no gritar en casa).
Niños en edad preescolar (3-5 años) – La disciplina ha de seguir centrada en la seguridad (p. ej., no cruzar la calle sin mirar) y en las obligaciones (p. ej., vestirse sin ayuda) pero añadiendo también el respeto por las figuras de autoridad (padres, cuidadores, otros familiares…). El respeto a la autoridad engloba actividades tales como obedecer de inmediato, escuchar cuando un adulto está hablando, pedir las cosas por favor y dar las gracias. Esto le ayudará al niño a prepararse para el inicio de su vida escolar.
Niños en edad escolar (5-10 años) – La disciplina debería seguir centrada en la seguridad (p. ej., usar casco cuando se va en bici), en las obligaciones (p. ej., lavarse solo los dientes y preparar la mochila del colegio) y en el respeto hacia las figuras de autoridad (padres, profesores y vecinos). Además, la disciplina debería empezar a incluir el respeto hacia otros niños (compañeros de clase, otros niños del parque, etc.), controlar los deseos y anhelos (p. ej., aprender a tener paciencia, a turnarse o a compartir de forma justa) y el participar de manera autónoma en las obligaciones domésticas (p. ej., hacer algunas tareas del hogar).
Preadolescentes (10-13 años) – La disciplina sigue incluyendo todos los aspectos anteriores sobre seguridad (p. ej., no publicar datos personales en Internet), obligaciones (p. ej., hacer los deberes y sacar notas aceptables), respecto (no contestar mal a los adultos), autocontrol (p. ej., posponer uno mismo las actividades de ocio hasta que no haya terminado los deberes o la práctica del instrumento musical) y participar en las obligaciones domésticas (p. ej., poner y tender la lavadora, cocinar, poner/quitar la mesa). Además, a estas edades cobra importancia también la honradez y la sinceridad (p. ej., mentiras piadosas, verdades a medias, decir una cosa pero hacer otra, o acusar a otras personas de los errores cometidos por uno mismo).
Adolescentes (13-19 años) – Todos los aspectos anteriores siguen teniendo importancia, pero además, la disciplina puede empezar a centrarse en cosas como el honor, la formalidad, la decencia, la honradez (ser de fiar o digno de confianza) y la moralidad. Ejemplos de estos tipos de comportamiento serían: poner en práctica los valores de la familia, llegar a casa antes de la hora límite fijada por los padres, ir realmente al lugar donde ha dicho que va a ir, defender las causas justas, o cumplir la ley (p. ej., no beber alcohol siendo menor de edad).
Cada familia debería interpretar y utilizar estas pautas de modo distinto, adaptándolas a los valores y a los principios morales de la familia. Sin embargo, lo que es cierto es que todos los hijos son capaces de cumplir estas expectativas. Al alentar a nuestros hijos a satisfacer estas demandas les estamos enseñando a ser más independientes, a tener más confianza en sí mismos y a ser más capaces de cuidar de sí mismos. En esencia, les estamos guiando para que puedan convertirse en adultos plenamente funcionales, sin carencias importantes.
El fijar unos límites y marcar una disciplina les ayuda a nuestros hijos a maximizar su potencial y a conocerse más a sí mismos como individuos, a la vez que van absorbiendo los valores y los principios de nuestra familia.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Dra. Deanna Marie Mason en la siguiente dirección: proactiveparenting.com