Para quienes estamos en el mundo de la educación la palabra “autoridad” parece que hoy produce reacciones diversas, incluso algunos padres de familia y profesores, ponen en duda la necesidad de su ejercicio y otros consideran (simplemente) que se ha perdido, y esperan que el “futuro” lo arregle.
Algunos van cumpliendo las obligaciones de alimentar, vestir, matricular, comprar útiles escolares, dictar clases, evaluar, tener reuniones, cumplir horarios, … y poner en práctica la frase de los fisiócratas del Siglo XVIII: “dejar hacer, dejar pasar”, para indicar que es mejor asumir una postura práctica de tolerancia o indiferencia sin preocuparse demasiado por definir el rol de la autoridad y la disciplina. Incluso se cuestiona el “respeto”, porque dicen que todos, (incluidos padres y profesores), deben ganárselo.
Respecto a qué tan claramente entendemos y creemos que es la autoridad, el respeto y la obediencia, y lo socializamos con toda nuestra comunidad educativa, mejor podremos realizar nuestra tarea de educadores; pues es tan profunda la grieta y tan variados las significaciones, que la sola mención de estos conceptos “genera estrés”, -como dice Mariángeles Castro en la Nación de Argentina- por “tener mala prensa”. La propagación de puntos de vista diferentes, hace que no se vea muy claras las fronteras que separan la autoridad del autoritarismo, el abuso de poder y la represión, la imposición y la manipulación, … y se atenúen, como parte de un proceso de maniobra semántica que se objeta a la hora de valorar su papel tanto en la familia como en la escuela. Y es que, para aceptar una orden o una sugerencia, se necesita primero tener respeto por uno mismo, como afirmó el escritor irlandés Laurence Sterne: “El respeto por nosotros mismos guía nuestra moral; el respeto por otros guía nuestras maneras”. Frente a este panorama, creemos que para dialogar (como afirma la Filosofía), es necesario ponerse de acuerdo en los conceptos; en cuál es su significado de cada una de las palabras que vamos a usar en nuestra comunicación.
Como en otros tiempos, hoy también parece darse la “claudicación” (a veces no deliberada) de la autoridad en la casa y/o en la escuela, y esto impacta fuertemente en la capacidad de los hijos o estudiantes para emitir criterios objetivos de comportamiento social, y por tanto la aceptación de valores de convivencia.
Aquellos que no tuvieron una niñez y una adolescencia con una autoridad aceptada, querida y valorada; con facilidad desconocerán la comunicación como bidireccional; no asumirán “la responsabilidad sobre las propias acciones y la adquisición de una progresiva autonomía”. Algunos especialistas en psicología, opinan que “muchas veces las personas no logran tener el respeto hacia sí mismos, esto hace que sea imposible darlo a los demás. […] o por el egocentrismo que los acapara, en el que persistentemente desean que su posición sea primero, sin importar lo que piensen o sientan los demás” (VANGUARDIA).
Entre las tantas acciones que favorecen la acción de educar, y que debemos considerar en nuestras proyecciones, está el de desarrollar la capacidad de asumir radicalmente la libertad con sus riesgos y aceptarla responsablemente, guiada por los Valores. Consideramos que la libertad es lo absolutamente contrario a la esclavitud. Por medio de esta capacidad propia del ser humano, maduramos como personas y como sociedad. Y aquí no se pueden hacer concesiones. La educación es un llamado a crecer en libertad, sabiendo que no es fácil ejercerla y manejarla responsablemente. El proceso educativo también incluye el apoyo para alcanzar la madurez en el buen uso de la libertad, es un camino duro que supone renunciar a todas las demás posibilidades al escoger una. Y es en este ámbito de la libertad humana, donde es posible hablar de autoridad, de respeto y de obediencia, sabiendo que nuestra libertad no es un fin en sí misma, sino en relación con la libertad de los otros.
Pensamos que la autoridad es constitutiva de la organización familiar y la visa escolar; su fracaso tiene enormes consecuencias en la posición subjetiva de los niños y jóvenes frente a los actos de ley y el respeto de las normas. El hogar y la escuela tienen que fortalecer en el corazón y la mente de todas las personas el valor del respeto a la autoridad. Pero la mayor responsabilidad está en la familia como célula fundamental de la sociedad. Porque es “la familia el espacio privilegiado donde los seres humanos aprehenden e introyectan dicho respeto, y la única condición para que este aprendizaje se dé, es que los padres, papá y mamá, se hagan respetar. Cuando esa introyección de la autoridad no acontece, vendrán entonces los problemas disciplinarios con los que se enfrentan los hijos en la escuela” (Hernando Bernal). Y la escuela, como lo dijo el ex Presidente de Uruguay, no estamos para tapar los agujeros de los hogares. LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA Y LA ESCUELA.
El educador brasileño y experto en temas de educación, Paulo Freire, afirmó que el padre o la madre, sin ningún prejuicio o disminución de su autoridad, humildemente, aceptan el papel de asesores de sus hijos, buscando el mayor acierto de su visión de las cosas, nunca intentando imponer su voluntad ni exasperándose (cf “Pedagogía de la Autonomía”).
De allí que los hijos han de descubrir que la autoridad de sus padres “lejos de ser una obediencia ciega, se basa en el reconocimiento y en el conocimiento (Gadamer, 1994: 236), es decir, en admitir la propia inferioridad al tiempo que se aprecia en la otra persona el saber (práctico) que uno no posee: … “. cf AUTORIDAD MORAL Y OBEDIENCIA.
Le animamos a visualizar el video colgado en YouTube por Tatiana Barrera, en el cual el conferencista colombiano Yokoi Kenji narra su experiencia escolar en Japón, y cómo la disciplina –indiferentemente de la cultura- es una excelente plataforma para alcanzar el éxito.
LA DISCIPLINA TARDE O TEMPRANO VENCERÁ LA INTELIGENCIA (07´15”)
Aquellos niños y jóvenes que crecieron sin una libre y voluntaria aceptación sobre el valor de la autoridad para orientarle, y el de la obediencia como consecuencia de su confianza en sus padres y maestros, buscarán desesperadamente (frente a sus fracasos y sus errores) encontrar “culpables” para justificar su equivocación o sus errores; o simplemente se convertirán – en algunos casos- en personas que esconderán la verdad de sus actos, y paulatinamente se extraviarán del auténtico camino de la madurez integral. Su espíritu se desconcertará, se ensombrecerá y se lastimará, convirtiéndose potencialmente en francotiradores sociales, capaces de destruir una familia, una comunidad educativa, … la sociedad.
El reconocer la autoridad se funda en el respeto que ella inspira. Por ello, el respeto es un sentimiento positivo, “equivalente a tener veneración, aprecio y reconocimiento por una persona o cosa”, y se aprende y se practica primariamente en la familia. En la escuela solo se podrá consolidar lo que se trae de casa. Ese reconocimiento proviene de haber aprendido y aceptado la igualdad fundamental entre todos los seres humanos. El respeto, por tanto, es un deber, pero además es una necesidad, es un valor, ya que nadie tiene el monopolio de la verdad ni de la razón, y mucho menos un grado mayor de humanidad que le dé derecho a sentirse superior a los demás. El respeto nos recuerda a todos que somos iguales, aunque diferentes, pero nunca más o menos que los demás.
El respeto es, a fin de cuentas, un valor humano necesario del que dependen la aceptación de una autoridad e interiorización de los valores como la libertad, la creatividad, la originalidad, la dialogicidad…
El respeto admite y hace posible contrastar opiniones (dialogar), permitiendo que cada cual se exprese y obre libremente (libertad). El respeto permite a los demás proyectar su propia existencia como individuos irrepetibles, ser ellos mismos y decidir sobre su persona y sus actos (creatividad, originalidad) y que vivan sus vidas como búsqueda constante de encuentros humanos enriquecedores (actitudes dialogantes). (Bernabé Tierno). VALORES HUMANOS.
“Parecería una constatación obvia, sin embargo, incluso en nuestro tiempo, no faltan dificultades. Es difícil para los padres educar a los hijos que sólo ven por la noche, cuando regresan a casa cansados del trabajo. ¡Los que tienen la suerte de tener trabajo! Es aún más difícil para los padres separados …” […] De hecho, se ha abierto una brecha entre familia y sociedad, entre familia y escuela, el pacto educativo hoy se ha roto; y así, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis porque se ha visto socavada la confianza mutua”. […] porque se han multiplicado los así llamados «expertos», que van ocupando los roles de los padres y de los profesores, “incluso en los aspectos más íntimos de la educación”, y así los padres y los profesores corren el riesgo de autoexcluirse de su responsabilidad. “Y esto es gravísimo” (Papa Francisco 20/05/2015), porque con los niños y jóvenes no se debe experimentar, la educación no debe ser de laboratorio de prueba, de probeta, “a ver qué método sale, y si salió mal, pobrecito, fracasó”. La responsabilidad educativa de los padres y de los profesores “no se negocia”. (cf Jorge Mario Bergoglio s.j, 22/04/2009).
La clave de la aceptación del respeto, la autoridad y la obediencia como un beneficio humano, individual y social, está en la formación, en la cultura y en el cultivo del espíritu. “Los educadores saben que una autoridad bien entendida obtiene el respeto del niño y es la piedra angular para desarrollar personas equilibradas y felices. De eso se trata, de ayudar a crecer. ¿Cómo conseguir autoridad? Es importante tomar decisiones correctas y útiles para el niño día a día” (Pablo Pascual Sorribas). “Por la autoridad, fundada en razones y en la coherencia entre lo que hace y lo que dice quien la ejerce, el niño se siente confiado, fuerte y seguro, al disponer de un punto de referencia válido y fiable para guiar sus propias acciones hacia el bien y aprender a valerse por sí mismo”. “La disciplina es la llave maestra, la base sobre la que se asienta la eficacia. La falta de disciplina, por el contrario, la falta de método, de rigor, de tesón y de persistencia en el esfuerzo, conducen inevitablemente al fracaso, a la decepción, al descontento de sí mismo”.
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Recordemos que el final siempre dependerá del principio, de los primeros pasos, de las primeras muestras de cariño, de aceptación, de los primeros consejos, de las primeras experiencias de sentirse aceptado y aceptar al otro como “no yo”, de la enseñanza de los límites como necesarios y fundamentales para una sana convivencia, de los gestos de cuidado mutuo, de la responsabilidad y corresponsabilidad, de saber elegir con sabiduría los auténticos caminos de la búsqueda de la felicidad, de llenar la propia vida de emociones positivas que ayuden a alcanzar el bienestar y el crecimiento personal, aprendiendo que “la felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace” (J.P. Sartre). De estas y otras relaciones positivas que aceptan la autoridad, el respeto y la obediencia, con una disciplina interior y exterior, dependerá que mañana, esos niños y esos jóvenes, vuelen con sus propias alas y sean responsables del rumbo que elijan.
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La familia y la escuela comparten la formación de la mayoría de niños y jóvenes en el mundo, en estos espacios todos debemos encontrar la natural autoridad de nuestros padres y la autoridad delegada por ellos, a los profesores. Así la familia y la comunidad educativa serán la “columna vertebral del humanismo”, el mejor ambiente donde padres y profes van de acuerdo, en sintonía y hablando el mismo lenguaje, ayudando – según algunos especialistas en educación- a incrementar la autoestima, mejorar las notas y disminuir los conflictos de convivencia.
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“Cuando encuentres oposición, aunque provenga de tus hijos o de tus alumnos, trata de superarla por medio de la razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es irreal e ilusoria. (cf Bertrand Russell).