Posiblemente – dada las fiestas navideñas y fin de año recientemente concluidas – haya sido significativo el número de personas a nivel global que recurrieron a la toma de fotos, videos, los cuales suelen compartirse a través de las redes sociales. Para tener un noción en cuanto a número de celulares – recurso tecnológico que ha desplazado, cámaras, teléfonos convencionales, etc. – en el mundo se planea un estimado de 5.000 millones al finalizar 2017, equivalente a un 66% de la población mundial.
Situación que se incrementa de tener en cuenta las tarjetas SIM (acrónimo en inglés de Subscriber Identity Module, entiéndase módulo de identificación de abonado) que responde a una tarjeta inteligente desmontable, lo que ascendería a que 7.800 millones, el 103% de los habitantes del planeta “puedan” tomar fotos.
Fotos de familia, de amigos/as, de colectivos de trabajo, personales (llamadas autofoto, autorretrato o selfi, también conocida con las voces inglesas selfie o selfy) que para algunos críticos lo consideran una enfermedad (“selfitis”) provocado por el deseo compulsivo obsesivo para tomar fotos de uno mismo y publicarlos en los medios sociales como una forma de compensar la falta de autoestima y para llenar un vacío en la intimidad, aunque en lo personal no me preocupa y que con el tiempo, la madurez dicha compulsión se reduce.
En esta ocasión me referiré a las autofotos o fotos de los colectivos de trabajo, donde no necesariamente existen las mismas relaciones que en una familia funcional, en el cual existen diferentes áreas – todo dependerá del tamaño del colectivo – y que no suelen ser ocasionales estos “recuerdos gráficos”, es posible que se vean en el comedor, en el parqueo, en búsqueda del bus o ruta en la parada próxima al centro de trabajo, en fin poca cohesión donde tal vez la institución o entidad es la propia responsable de no haber logrado formar ese colectivo, empoderándola como parte de la misma.
Si usted analiza una de las fotos, sus rostros, cada uno ellos pudieran ser la imagen donde se describe su estado emocional (de ello se encarga la Morfopsicología), y fundamentalmente a partir de la sonrisa – donde alguien mencionó previamente: “miren el pajarito, whisky” – de la cual si bien se han llegado a distinguir aproximadamente unos 18 tipos de sonrisa, solo destacaremos seis.
La cómplice: sonrisa en la que no siempre se muestran los dientes pero en la que se percibe una mirada diferente; La de bienvenida: sonrisa amplia, sincera y educada; La seductora: acompañada de una intensa mirada; La incómoda: apenas levanta la comisura de los labios, si logra alcanzar la sonrisa, ésta realmente se convierte en una mueca; La confiada: corresponde a las personas que ya han trabajado mucho su manera de sonreír, y su expresión facial siempre será la misma y La fotográfica: muestra con gratitud toda su dentadura, sonrisa que suele ser forzada y muy amplia (también llamada sonrisa cheese o sonrisa botox)
Para terminar me queda la foto del ausente, no importa su rostro, pero si en el caso que este fuese por casualidad el del director, gerente, que no tuvo la “gentileza” de retratarse con el colectivo, es posible que no sea una persona querida, luego lo mejor que hizo fue no salir en la foto.
¿Por cierto cuál es su tipo de sonrisa? ¿Tiene dudas? Recurra al espejo y verifíquelo o busque en las fotos compartidas, cómo quedó.
Autor: Ernesto Gonzalez , ciudadano nicaragüense, nacido en Cuba. Experiencia laboral: Lic. en Ciencias Pedagógicas con mención en química. 40 años de experiencia como docente en los niveles de educación media y superior; cursos de posgrado propios de la especialidad y en pedagogía; autor de libros de texto para la enseñanza media tanto en ciencias naturales, como sociales. Articulista para los periódicos La Prensa, El Nuevo Diario (nicaragüenses 2000-2008), actualmente para el periódico El Siglo 21 guatemalteco. Correo electrónico: [email protected] Cuenta de twitter: @gonzlez_ernesto |
.