A lo largo de nuestra historia, los seres humanos siempre hemos pensado que somos seres eminentemente racionales. Es por ello que subvaloramos las emociones y cuestionamos aquellas decisiones que se sustentan en alguna emoción. Criticamos las actuaciones emocionales y enarbolamos toda acción que parezca racional. Ahora bien, esto es lo que pensamos. Son solo creencias. Pero nuestra condición humana no es racional sino emocional.
En realidad, los seres humanos usamos la razón con el propósito de justificar u ocultar nuestros deseos y emociones. No lo hacemos de manera intencional, esa es nuestra ontología humana. Así somos, emocionales, pero no queremos reconocerlo. Entonces, mediante la razón, sin proponérnoslo, justificamos y ocultamos el carácter emocional de nuestras acciones. Lo negamos, porque creemos que somos racionales, pero en realidad somos emocionales.
Casi nadie reconoce que sus decisiones tienen un sustento emocional. Todos afirmamos que nuestras acciones son racionales, y con la razón ocultamos y justificamos el sustrato emocional de nuestras acciones. Por ejemplo, tú tomas decisiones en tu vida, y las justificas racionalmente, para no reconocer que el fundamento de tu decisión es emocional. Y es así porque son los deseos los que te guían, no la razón. No hay pensamiento sin emoción.
Nuestros pensamientos están configurados por las emociones, afectos y sentimientos. En realidad, el sentir determina el pensar, y éste determina el actuar. Es cierto que actuamos acorde con nuestro pensamiento, con nuestra razón, pero pensamos y razonamos acorde con nuestras emociones y sentimientos. Dime lo que estás sintiendo y te diré lo que estás pensando, dime lo que estás pensando y te diré lo que eres capaz de hacer y decir. Lo que hacemos y decimos en nuestra cotidianidad depende de lo que sentimos, de nuestras emociones. No hay acción sin emoción.
¿Podemos cambiar nuestra forma de actuar? Sí. ¿Cómo? Cambiando nuestra emoción. Por cuanto en toda acción subyace al menos una emoción, si cambiamos las emociones por medio de las cuales fluye nuestra vida, también cambiarán nuestras acciones. ¿Y cómo cambiamos una emoción? Por medio de la reflexión.
La reflexión es una emoción. Cuando reflexionamos lo hacemos porque hemos tomado la decisión de hacerlo, y el acto de tomar la decisión de reflexionar no es racional sino emocional. Deseamos reflexionar.
Cuando la razón toma conciencia de la emoción es porque hay otra emoción activa, la propia razón es emocional. Ontológicamente hablando la razón no existe.
No existe el pensamiento.
La razón y el pensamiento son conceptos creados por los seres humanos para dar cuenta de un acto emocional. La razón es una configuración conceptual comprensiva, un signo. El pensamiento es una configuración conceptual comprensiva, un signo. Lo único que en realidad tenemos, ontológicamente hablando, son las emociones, y éstas guían nuestras acciones. Esto lo que yo denomino biopraxis humana, eso es lo único que tenemos. Pensar es vivir y vivir es pensar. Lo único que tenemos es el vivir, las biopraxis, fragmentos de vivencias, experiencias y emociones. En nuestras biopraxis cotidianas subyacen las emociones.
La razón y el pensamiento son configuraciones lingüísticas. La conciencia es una relación emocional entre humanos, el «yo» no tiene existencia ontológica. Yo existo porque existe el otro, o porque reflejo al otro en mí mismo. El yo es una relación, la mente humana es una relación con otro o conmigo mismo. Conciencia significa «darse cuenta», y nos damos cuenta cuando sentimos, no cuando pensamos o razonamos. Estar consciente es sentir, emocionarse, y a la reflexión que hacemos de esa emoción o sentimiento le llamamos razón o pensamiento, pero en realidad es solo un concepto creado por el ser humano para dar cuenta de una “acción superior” (pensar, razonar).
Los seres humanos somos los únicos seres vivos que tenemos la capacidad de modificar y cambiar nuestro mundo y a nosotros mismos mediante el lenguaje, a través de la reflexión, del discurso, creando una nueva cultura. Y ese acto reflexivo no es racional, es emocional, porque para hacer la reflexión debemos querer hacerla, debemos desearlo, y esa acción de desearlo y quererlo es emocional, no racional.
A partir de lo anterior, podemos afirmar que los seres humanos no somos racionales sino emocionales, y utilizamos la razón para justificar u ocultar las emociones que subyacen nuestras acciones, porque a lo largo de la historia hemos subvalorado las emociones y le hemos dado mayor importancia a la razón.
Lo que debemos hacer es reconocer nuestra ontología humana, reconocer el carácter emocional de nuestras acciones, y hacernos cargo de ellas; asumir sin miedo nuestras emociones, no ocultarlas, vivenciarlas, hacer que emerjan y asumir las consecuencia de ello; redireccionarlas sin temor, vivirlas a plenitud, y no ocultarlas o justificarlas mediante la «razón».
Ese fue precisamente el error de Descartes: subordinar la existencia humana a la razón y al pensamiento, y quizá por eso nuestro mundo no es como lo deseamos. Nuestro mundo fuese muy diferente si Descartes en vez de decir Cogito, ergo Sum, hubiese dicho Emotio, ergo Cogito, Ergo Sum. O mejor: Emotio, ergo Sum; y mucho mejor: Amo, ergo Sum.
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Autor: Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano. Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación. Correo electrónico: [email protected] / [email protected] |
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