Maestros al servicio de la educación

[Alexander Ortiz] La educación postpandemia: hacia una escuela emergente

Rousseau, en su teoría de la educación, le dio más importancia al concepto de infancia, en cambio Pestalozzi y Comenio desarrollan más la noción de escuela. La didáctica que propone Comenio está matizada por el concepto de escuela, está hecha para que en la escuela el maestro funcione con sus manuales, sus niños y su estrategia y porque la escuela sea de todos y para todos y para enseñar todo a todos.
Si bien es cierto que Comenio no sólo concibió la enseñanza para ser desarrollada al interior de una escuela, los principales preceptos de su didáctica están enmarcados en la escuela, allí es donde comienzan a sistematizarse el aprender y el enseñar como dos procesos básicos y esenciales de la vida escolar. Y en este sentido ofrece un fundamento sólido a su didáctica, una episteme que hoy nos permite comprender la misión de la escuela moderna.

Es cierto que la escuela no es la única institución formadora de la sociedad. De hecho la familia, el Estado, los medios de comunicación, la comunidad y la ciudad en general, educan. Sin embargo la misión de la escuela no la puede asumir ninguna de las demás instituciones mencionadas. La escuela debe garantizar una configuración curricular mediante la cual los conocimientos, destrezas, valores y actitudes declarados en su currículo, sean aprendidos por todos los estudiantes sin distinción. La equidad en el aprendizaje de saberes conceptuales, instrumentales y axiológicos o actitudinales es un principio insoslayable de la misión escolar. De manera que la misión de la escuela es insustituible. Tiene una función social especifica que es la de gestionar estos aprendizajes.

En una conferencia pronunciada en la Universidad de Todai, Japón, el 5 de octubre de 1989, Bourdieu evoca los mecanismos extremadamente complejos a través de los cuales las instituciones educativas contribuyen a reproducir la distribución del capital cultural y, por consiguiente, a la reproducción de la estructura de clases del espacio social. Esta afirmación la argumenta apoyándose en los trabajos de historiadores de la educación, historiadores del Estado e historiadores de las ideas. Pero esto no debe amilanarnos, porque es posible minimizar la acción reproductora de la institución escolar, precisamente porque conocemos muy bien las leyes de la reproducción. El profesor es dueño del salón de clases y ninguna estructura administrativa o nivel educativo superior puede impedir que emerja el currículo oculto en el que conviven profesores y estudiantes. Los contenidos de todas las áreas del saber tienen un potencial educativo, formativo, axiológico, e incluso político e ideológico, que los profesores debemos estimular y potenciar, no debemos ignorarlo.

Por otro lado, es evidente que la escuela por sí sola no forma al ser humano, por cuanto toda la sociedad es educadora y el estudiante recibe múltiples influencias que configuran su mente. La escuela es un medio de socialización, es mediadora de la formación humana, es un agente educativo a través del cual la sociedad cumple su función.

La escuela postpandemia se enfrenta a dos barreras insoslayables: el bloqueo recursivo de la relación sociedad-escuela, y el bloqueo de la relación mente-escuela, que de hecho es una barrera tríadica: la relación mente-escuela-sociedad. Es necesario reformar el pensamiento para poder reformar la escuela, y a la vez, es necesario reformar la escuela para poder reformar el pensamiento. Por otro lado, la sociedad produce a la escuela, pero también la escuela produce a la sociedad. En definitiva: la reforma del pensamiento permite reformar la escuela que transforma la sociedad mediante una mente reformada. Entonces surgen las preguntas millonarias: ¿Cómo reformar la escuela si no se reforma la sociedad?, pero, ¿cómo reformar la sociedad si no se reforma la escuela?, ¿Cómo reformar la escuela si no se reforma el pensamiento?, ¿Cómo reformar el pensamiento si no se reforma la escuela? Parece un imposible, pero son contradicciones que la vida siempre se burló de ellas. La escuela emergente sigue siendo un instrumento de la sociedad que aporta habilidades, formas de pensar, sentir y hablar, con las que después se pueden comprar ‘distinciones’ en los ‘mercados’ institucionalizados de una sociedad.

La finalidad de las instituciones educativas postpandemia es formar en cada sujeto la capacidad de ser feliz, de manera que con la formación general ofrecida por la escuela, cada persona pueda valorarse a sí misma y configurar su propio proyecto de vida, para lo cual es necesario transformar totalmente la escuela, su organización, funciones, estructura, sentido y significado. El actual sistema educativo tiene sus raíces en la Edad Media y está muy lejos de responder a las demandas y expectativas de la sociedad postpandemia.

La escuela emergente es una escuela competente, capaz, alegre, feliz, democrática, participativa y progresista, que debe repensar todo lo relacionado con la comprensión del mundo, las relaciones entre la conciencia y el mundo, y la configuración histórica de la conciencia y la comprensión en el propio mundo configurado por el sujeto consciente en sus interacciones con el mundo creado por él mismo. Creo que de esta comprensión resultará una nueva manera de entender lo que es enseñar, lo que es aprender, lo que es conocer, de manera que en la escuela postpandemia no sólo el maestro enseñe, no sólo el estudiante aprenda y no sólo el rector mande y ordene, sino que sea una escuela donde todos enseñemos, todos aprendamos y todos mandemos y ordenemos, una verdadera escuela participativa, un modelo de democracia.

Pienso que las escuelas emergentes, en cierto sentido deberían parecerse a los centros comerciales, entidades cuya configuración tiene la intencionalidad de mantener a sus visitantes en una dinámica lúdica, entretenida, mirando a su alrededor, disfrutando las diversas atracciones que se muestran. La escuela postpandemia debe ser amena, atractiva, hermosa, que provoque en los estudiantes deseo y placer de estar en ella, así como se motivan para estar todo un fin de semana en un centro comercial, caminando y observando todo lo hermoso que hay a su alrededor, aunque no desarrollen ninguna actividad comercial. Sin embargo, los centros comerciales no estimulan que la persona se detenga, converse, piense y debata algún tema diferente a los objetos exhibidos. En esto la escuela es muy parecida a los centros comerciales, cada día los estudiantes se aburren más de ella, la rechazan por tediosa y repetitiva, ya no estimula su capacidad de asombro, ya no sorprende.

Cuando hablamos de escuela, de institución o de organización educativa, nos gusta asumir el término la «idea de escuela», en el sentido de que la escuela no es la construcción física, ni las paredes, salones y canchas deportivas, la escuela es una configuración humana, una configuración de afectos, emociones, sentimientos, actitudes, deseos, percepciones, creencias, aspiraciones, imaginarios, ideales, anhelos, sueños; y desde esta mirada la escuela no es una institución, no es una realidad, es sobre todo una idea para ir realizándola en la práctica.

Podríamos preguntarnos cuál es la escuela postpandemia que soñamos los latinoamericanos, cuál debe ser la escuela latinoamericana. La escuela es una entidad única y especial, maravillosa, sui generis, es uno de los grandes inventos de la historia de la humanidad, y debemos salvarla de su extinción, porque cada día la escuela pierde adeptos y defensores, y si no se repiensa, si no se reforma, si no se resignifica y se reconfigura, la escuela, tal como la conocemos hoy, podría desaparecer. Recordemos que en la historia de la humanidad no siempre existieron las escuelas.

Las escuelas son organizaciones humanas, comunidades de aprendizaje, en las que el inicio, el centro y el final de su proceso es un ser humano, y en eso son organizaciones únicas. Las instituciones educativas sienten, se emocionan, sufren, lloran, al igual que siente un ser humano a nivel individual, por cuanto, precisamente la institución no es la estructura física sino las personas que en ella interactúan, de ahí que la salud mental de las escuelas dependa del estado psíquico y emocional de sus miembros. Una escuela es una mente colectiva. Lo social se expresa en lo individual y viceversa.

Por otro lado, toda la sociedad debe ser educadora. La educación de las futuras generaciones de nuestra nación no es sólo una responsabilidad de la escuela. Es injusto que a veces los gobernantes e incluso la familia, transfieran la responsabilidad de la educación de sus hijos sólo a la escuela. La familia debe ser también educadora, es incluso la institución educativa más importante de una sociedad. Tanto los profesores como los padres de familia tienen la misma función, ambos educan, la diferencia está dada en que el padre de familia educa de manera empírica y espontánea, y la escuela educa desde una mirada científica. Los profesores somos científicos de la educación, pero todos los ciudadanos deben estar comprometidos con la educación, debido a sus dimensiones ética y política.

La educación postpandemia será mejor si todos los ciudadanos nos comprometemos, nos interesamos, nos preocupamos y ocupamos por tener una mejor escuela.

Los debates y discusiones que se desarrollan hoy en nuestras escuelas son la muestra más fehaciente de los anhelos y esperanzas melancólicas por una época en la que se reconocía el saber, los valores éticos y los principios morales. Hoy la aspiración de los estudiantes es salir lo más pronto posible de la escuela para buscar un empleo, aunque no tengan el conocimiento que lo respalde. Hay un desfase entre el conocimiento generado por la ciencia y la filosofía, y el conocimiento que la escuela pone a disposición de los estudiantes. Los currículos han caducado, los conocimientos son obsoletos, y el pensar brilla por su ausencia, perpetuando así los signos de injusticia social. La escuela de hoy ya falleció. Urge concebir una nueva escuela.

En efecto, la escuela puede ser un factor de injusticia social si no cumple de manera armónica y coherente con su encargo social. La escuela emergente debe ser una institución cultural, pero no institución que adoctrina mediante la cultura, sino que emancipa culturalmente, para lo cual, la cultura no debe ser un fin sino un medio, un boomerang hacia la libertad, mediante la seguridad, que sólo la ofrece el conocimiento, el talento y la potenciación de un pensamiento crítico, reflexivo y creativo.


Autor:
Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano.
Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación.
Correo electrónico: [email protected] / [email protected]

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