[Alexander Ortiz] El maestro inverosímil (Parte II)

El rol del maestro en el siglo XXI no está relacionado con la transmisión de conocimientos, es necesario enseñar a pensar y también pensar para enseñar. Pensar es la estrategia, por lo tanto, no hay que enseñar ninguna estrategia para pensar. Cuando el maestro incita al estudiante para que piense, el contenido de la asignatura muestra su fragilidad, se desmoronan las recetas y los estudiantes se convencen de que no existe una verdad absoluta.

Esto, sin lugar a dudas, garantiza que ellos puedan enfrentarse a los cambios siempre constantes de la sociedad. Ahora bien, pensar no sólo es una actividad intelectual o cognoscitiva, pensar implica problematizar la realidad, no sólo contemplarla, por eso el pensamiento tiene que ser crítico, creativo y reflexivo. Tanto el estudiante como el maestro deben ser pensadores que propongan soluciones a los diversos problemas que enfrentan. Se piensa para actuar no sólo para conocer, lo cual exige investigar.

No hay investigación sin enseñanza, ni enseñanza sin investigación. La investigación, la búsqueda, la indagación, son procesos inmanentes al acto de enseñar, son cualidades inherentes al rol del maestro, quien busca, indaga e investiga para poder enseñar. Por eso hablar de maestro investigador es una tautología, una redundancia, porque la investigación es condición de la enseñanza, todo maestro es investigador, es redundante hablar del maestro investigador, lo que se necesita es que los maestros en nuestra praxis pedagógica cotidiana nos asumamos como investigadores por el mismo hecho de ser maestros.

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Los estudiantes nos pueden enseñar mucho, no sólo ellos aprenden de nosotros, sino que el maestro también aprende mucho de sus estudiantes. El maestro que se niega a aprender junto a sus estudiantes rompe la unidad dialéctica entre enseñar y aprender y se convierte en un ser elitista. Los estudiantes tienen un saber muy valioso que los maestros deberíamos asumir. Nosotros no lo sabemos todo y tampoco lo ignoramos todo. Los estudiantes tampoco.

Todos los seres humanos sabemos algo y todos ignoramos algo, por eso siempre estamos aprendiendo entre todos. La idea de que el maestro sabe y por eso enseña al estudiante que no sabe, es una idea autoritaria y excluyente que considera al estudiante un objeto. Tanto el maestro como los estudiantes son sujetos de la educación. Ambos educan y son educados mutuamente. El conocimiento no es un dato, inmóvil, concluido, terminado, para ser transferido por quien lo adquirió a quien supuestamente todavía no lo posee.

Los maestros son agentes mediadores entre el conocimiento y los estudiantes, estimulan el desarrollo de sus habilidades y destrezas, y fortalecen las actitudes y valores de éstos. El maestro no debe ser un dictador de clases, no debe ser un impartidor de asignaturas, su rol no es transferir a los estudiantes los conocimientos que él ya se sabe. La asignatura no es un fin en sí misma, es un medio para cumplir una intencionalidad formativa. La asignatura es una herramienta educativa, es un pretexto para formar.

El verdadero maestro devela las potencialidades de sus estudiantes, se concentra más en las virtudes y cualidades positivas que en sus defectos y fallas. El verdadero maestro contribuye a la emancipación de sus estudiantes, es su liberador.

El maestro del siglo XXI infunde confianza en sus estudiantes, transmite entusiasmo y deseo de aprender, es una persona bien preparada, un líder, pero su atención y concentración no se dirige hacia la asignatura sino hacia el estudiante, para lo cual utiliza la pregunta problematizadora como mecanismo de activación de la atención, concentración y motivación de los estudiantes. El maestro del tercer milenio estimula el pensamiento, y no trasmite información ni conocimiento, no da respuestas, hace preguntas. Su estilo es socrático.

La principal tarea del maestro del siglo XXI es entusiasmar al estudiante por el proceso de aprendizaje, estimular el deseo de aprender, crear el enigma.

El maestro no debe darle a los estudiantes los conocimientos ya fabricados y hechos como si fuesen una cosa o un producto terminado, debe enseñarlos a descubrir el conocimiento que él mismo ya se sabe, e incluso debe incitarlos a que transiten por caminos intelectuales desconocidos también para él.

Otras dos tareas urgentes y emergentes del maestro del siglo XXI son configurar y problematizar. El rol del maestro se cumple desde la configuración, estableciendo relaciones, entrelazamientos e interconexiones, tomando al ser humano como centro, develando su condición bio-psico-social, y usándolo como puente para la enseñanza de las diversas asignaturas. La condición biogenética, neuropsicológica y sociocultural del ser humano deben convertirse en ejes articuladores de las estrategias pedagógicas utilizadas por los maestros en su desempeño.

El maestro debe ser humilde, para sentirse a la altura de sus estudiantes y a la vez elevarse en un vuelo intelectual inalcanzable que estimule en ellos el deseo de volar para alcanzarlo. Debe estar cerca de sus estudiantes para que ellos logren algún día imitarlo y actuar como él, pero también debe estar lejos de ellos para mantener vivo el deseo de alcanzarlo. Además de conocer las particularidades psicológicas individuales de sus estudiantes, el maestro deberá también aprender a conocerse a sí mismo y dominar sus conflictos personales antes de desarrollar su labor formativa.

El rol del maestro es científico, pero también es artístico y sobre todo ético. De nada sirve la aplicación de las ciencias de la educación en nuestra práctica pedagógica si no somos éticos y si no desarrollamos nuestra actividad con amor, pasión y con arte. Educar implica integrar las ciencias con la ternura.

Los maestros debemos amar a nuestros estudiantes y demostrarles cariño, comprensión, reconocimiento y consideración, estimular su autoestima y potenciar sus capacidades. Nunca debemos mentir a nuestros estudiantes y mucho menos dañar su imagen o hablar mal de ellos. Si lo que queremos expresar de ellos es algo negativo que realza sus defectos y errores, entonces es mejor callar, y hablar solamente para elogiarlos y resaltar sus virtudes y aciertos. A veces el silencio es muy elocuente.

Educar es una actividad que requiere una alta vocación, esta es una de las profesiones más nobles y humanas que existen, educar es un acto de amor y recepción humana, un acto de aceptación sin condiciones, de reconocimiento del valor del otro. El maestro exitoso debe amar esta profesión, actuar con alegría y felicidad, y sentirse atraído por la novedad que representa cada estudiante con el que interactúa, vibrar ante ellos, escucharlos, respetarlos, acompañarlos en sus vicisitudes y éxitos, y entusiasmarlos por aprender cada día más.

Es esencial crear un clima de confianza en la educación, para lo cual es de un alto valor poner sus conocimientos, experiencia y tiempo, a disposición de sus estudiantes, haciéndoles saber que pueden contar con su colaboración incondicional y ayuda desinteresada en cualquier momento que lo necesiten. En su desempeño pedagógico el maestro debe fomentar la creatividad de sus estudiantes, su originalidad y el autoaprendizaje, debe lograr la autodirección de éstos e interesarse por ellos como seres humanos.

Es cierto que el maestro no determina el aprendizaje del estudiante, pero sí influye, provoca, perturba, estimula y potencia, en el sentido de que el aprendizaje es un proceso interactivo. Finalmente, es preciso significar que la educación debe promover el desarrollo de la capacidad crítica en los estudiantes con el fin de que éste tenga la posibilidad de optar, decidir y elegir libremente, y en este sentido el rol del maestro debe caracterizarse por el aporte de opciones, sin límites establecidos, desde la pluralidad, la libertad y la confianza.

El maestro del tercer milenio estimula el deseo y el entusiasmo por aprender, se preocupa por éstos más que por los propios contenidos de la asignatura que desarrolla. Éstos son importantes pero no basta con ellos. El maestro tiene que develar el potencial axiológico y formativo que tienen los contenidos de las asignaturas, para despertar y estimular en sus estudiantes el deseo de aprender incluso fuera del aula de clases. El proceso formativo del estudiante debe extenderse hasta el hogar.


Autor:
Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano.
Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación.
Correo electrónico: [email protected] / [email protected]

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