[Alexander Ortiz] El maestro inverosímil (Parte I)

Si reflexionamos sobre el quehacer pedagógico de los maestros y los diversos modos de actuación y conductas que éste puede asumir, tendríamos que llegar a la conclusión que en su desempeño el maestro podría mostrar al menos una de tres posturas pedagógicas: autoritaria, comprensiva o crítica, según los intereses que guíen su práctica pedagógica: técnico, práctico o emancipatorio, de manera respectiva.
El interés técnico implica una práctica pedagógica autoritaria, impositiva, en la que el estudiante es considerado un objeto y por tanto debe asumir un papel de receptor pasivo en su proceso de aprendizaje para que el maestro le transmita los conocimientos. En cambio, en la práctica pedagógica orientada por intereses prácticos predomina la comprensión de los intereses y necesidades de los estudiantes, el maestro aplica la deliberación en sus clases y le atribuye significado al proceso educativo, que es la base para la transformación de la conciencia, intencionalidad de una práctica pedagógica crítica orientada por intereses emancipatorios.

Sin lugar a dudas, una organización educativa es lo que sean los seres humanos que se desempeñan en ella. La escuela es lo que sean sus maestros. Una institución educativa de calidad es aquella que tiene maestros de calidad.

El maestro del siglo XXI, sin necesidad de que sea un psicólogo, un neurocientífico, o un sociólogo, debe tener algunos conocimientos mínimos sobre el funcionamiento de la mente, el cerebro y la sociedad. El ser humano es un ser bio-psico-social, el aprendizaje humano depende de la interacción mente-cerebro-sociedad.

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El maestro del tercer milenio debe dominar el contenido de la asignatura que desarrolla, pero más que ese dominio conceptual, debe conocer a sus estudiantes, admirarlos, amarlos, ser paciente con ellos, respetar sus ritmos, estilos y estrategias de aprendizaje, no acelerar su proceso, no querer obtener rápidamente un resultado final. Tanto el proceso como el resultado son importantes, pero el maestro debe interesarse más por el proceso que por el resultado. Su labor no es sencilla como otros profesionales piensan, es una labor muy compleja.

El maestro no debe tener exigencias que le alejen de los fines de la educación, para que pueda superarse, estudiar, leer, y diseñar innovaciones educativas y estrategias de enseñanza cada vez más creativas, originales y auténticas. El maestro debe conocer de manera suficiente a sus estudiantes, sus necesidades, experiencias, conocimientos y destrezas, no para cuestionarlos y criticarlos sino para orientarlos.

En contextos adversos es donde el maestro debe mostrar su inteligencia, sus competencias pedagógicas, curriculares y didácticas, su alta capacidad de resiliencia y transformación del medio, su compromiso con la educación y responsabilidad con el cambio y el mejoramiento futuro. El contexto hace al maestro, pero un maestro comprometido, motivado, sensible y consciente de su encargo social, será capaz de sobreponerse al sistema educativo donde se desempeña y, con su pensamiento crítico, reflexivo y creativo, será capaz de provocar cambios en dicho sistema.

El principal rol del maestro de excelencia es ubicar al estudiante en el centro del proceso educativo. La clase debe empezar con el estudiante, no con el contenido de la asignatura.

El maestro no es un simple instructor, no es un dictador de clases ni un impartidor de asignaturas. Su función no es “decir” para que el estudiante se dedique a “oír”, su rol no es “explicar” para que el estudiante logre “entender”, tampoco debe dedicarse a “demostrar” mientras sus estudiantes se dedican a “experimentar”. Su función es mediar para que el estudiante se pueda emancipar.

El rol del maestro es configurar ambientes de aprendizaje en los que los estudiantes tenga auténticas oportunidades para comprender el sentido de lo que aprenden y configurar los significados a su propio ritmo, mediante las vivencias y experiencias individuales y colectivas, orales y escritas.

El maestro no debe fungir como un simple explicador de sus saberes, no debe ser un simple transmisor de conocimientos acabados que el posee, elaborados por otras personas, debe orientar a sus estudiantes para que ellos configuren su propio conocimiento mediante la estimulación y potenciación de su pensamiento crítico, reflexivo y creativo, para lo cual es necesario el diálogo en clase, la conversación amena y agradable. En este sentido, el maestro es un estimulador y no un instructor. De esta manera, el estudiante se sentirá reconocido y asumirá un papel activo y protagónico, con el fin de realizar un aprendizaje comprensivo y emancipatorio que le permita una aplicación real de los conoci­mientos. A esta actitud del maestro en el ámbito pedagógico se le denomina maestro facilitador o mediador.

El maestro tiene responsabilidad en el proceso de formación, pero también el estudiante es responsable de su proceso de aprendizaje. El maestro no debe ser autoritario, pero sí debe mostrar una autoridad como profesional de la educación, basada en el dominio de la episteme de su disciplina, el conocimiento de la didáctica de la misma y la comprensión humanista del ser humano y la dinámica grupal. Asume la orientación creadora del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Indudablemente, al igual que no existen dos estudiantes que aprendan de la misma manera, tampoco existen dos maestros que profesen lo mismo, no existen dos maestros que enseñen de la misma manera, incluso aunque desarrollen la misma asignatura en una misma escuela y en un mismo nivel educativo. Tampoco el maestro profesa lo mismo a grupos de estudiantes diferentes, aunque él enseñe la misma asignatura en el mismo grado escolar y a grupos diferentes. En este caso sus estrategias de enseñanza difieren en cada grupo, su estilo de enseñar en cada grupo escolar es diferente, porque sus estrategias de enseñanza se configuran con los estilos, métodos y estrategias de aprendizaje de sus estudiantes.

El maestro debe respetar a sus estudiantes, comprenderlos y darles seguridad para que ellos puedan expresar con sosiego lo que sienten y piensan. El maestro debe esperar con paciencia el resultado del aprendizaje de sus estudiantes. Él sabe que ellos pueden, deben y van a aprender. Y ellos también lo saben.

Ahora bien, no existe una estrategia omnipotente para educar y enseñar a los estudiantes. Todas las estrategias son iguales. Un maestro puede ser exitoso y querido por sus estudiantes aun utilizando conferencias y clases magistrales, y puede ser rechazado por sus estudiantes a pesar de que utilice métodos activos y participativos. El método es el maestro.

Tampoco existen contenidos bonitos y contenidos feos, contenidos fáciles y contenidos difíciles. Todos los contenidos son iguales. Para que el estudiante tenga un aprendizaje productivo, creativo y profundo debe enamorarse de la asignatura, para lo cual debe tener un intercambio afectivo con el contenido de ésta. Pero los contenidos son asépticos y no tienen afectos. Sólo el maestro tiene afectividad. Entonces, el maestro debe transferir sus afectos al contenido de la asignatura, con el fin de que el estudiante se enamore de la asignatura a través del intercambio afectivo con el maestro. Aprender y enseñar no es más que comunicarse afectivamente.

No existe tampoco una receta sobre el rol a desarrollar para ser un maestro ejemplar y excelente, pero hay una condición insoslayable para el éxito pedagógico: al maestro debe gustarle la profesión de educar, debe ser apasionado y debe amar la actividad de la educación. Si al maestro no le gusta el arte de enseñar pues muy difícilmente podrá contagiar a sus estudiantes y orientar su motivación hacia el aprendizaje.

Un maestro de excelencia se preocupa por sus estudiantes y por su actividad mental, estimula su pensamiento y se concentra más en ellos que en la asignatura que desarrolla. El estudiante es el fin, no la asignatura, y el contenido es el medio para alcanzar el fin: la estimulación de los procesos cognitivos y afectivos de los estudiantes.

Los maestros deben establecer buenas relaciones con los padres de familia, quienes tienen conocimientos y constituyen un baluarte importante para la formación de los estudiantes. De hecho, conocen más a sus hijos de lo que podrían conocerlos los maestros.


Autor:
Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano.
Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación.
Correo electrónico: [email protected] / [email protected]

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