Más importante que la tecnología, la virtualidad y la pantalla plana y fría que enmudece a los estudiantes (por cuanto no les permite actuar, y sin acción no hay aprendizaje), es estimular en nuestros estudiantes los hábitos de lectura. Leer es una estrategia que favorece la reflexión crítica y creativa, el asombro y el deseo de seguir aprendiendo. La educación debe estimular la lectura de un libro de algún autor clásico e influyente. Si logramos que nuestros estudiantes se lean al menos una página diaria, deberíamos sentirnos satisfechos, aunque aún es insuficiente.
Los estudiantes casi siempre corren despavoridos huyendo de los libros. No les gusta leer. Pero pienso que son víctimas del propio sistema educativo que pretende enseñar a partir de la lectura, pero para ellos los obligan a leer cualquier libro, sin antes analizar si ese texto les interesa o no. Además de obligarlos a leerlo, los reprenden en público por no comprenderlo, se avergüenzan y no quieren leer más por temor a hacer el ridículo. Nosotros haríamos lo mismo si en un curso de postgrado nos obligaran a leer determinado libro y luego nos increparan por no haberlo comprendido. La amonestación pública por la falta de comprensión aniquila el interés por la lectura. Es por ello que los libros utilizados de manera inadecuada pueden convertirse en un peligro para la escuela, porque se convierten en una fuente de humillaciones públicas y fracasos, desestimulando la lectura.
En ocasiones el libro le interesa al estudiante, pero el profesor tradicionalista le impide reflexionar sobre el texto, se adueña de la palabra para explicar el libro e impide que el estudiante logre la comprensión por sí mismo. El profesor asume que el estudiante comprende mejor sus reflexiones y razonamientos que las reflexiones y razonamientos que aparecen en el libro, y en vez de guiar al estudiante para que aprenda a comprender el libro, lo guía para que aprenda a comprender sus explicaciones, impidiendo en este caso que hable el libro para empoderarse de un discurso explicativo del texto.
Cuando el profesor se convierte en un explicador del texto, está asumiendo una actitud excluyente e insultante, porque está demostrando a sus estudiantes que no son capaces de comprender por sí mismos los razonamientos y reflexiones del autor del libro.
A veces se piensa que el profesor adoctrina a sus estudiantes cuando les asigna algunos textos para leer, sin embargo, cuando el estudiante lee un texto, si lo hace de manera seria, profunda y analítica, no se alinea con el texto leído por cuanto tiene la posibilidad de cuestionar a su autor, ya que estudia el estudio de quien estudiando lo escribió, percibiendo el condicionamiento histórico social del conocimiento, y de esta manera el estudiante reinventa, recrea, reconfigura y reescribe el texto leído, convirtiéndolo en su propio texto, por lo tanto ya no sería el texto del autor leído, y el estudiante no cumple la función de objeto o receptor pasivo, sino de participante activo, sujeto del conocimiento, asumiendo una actitud crítica frente al texto leído. De hecho, estudiar y leer no puede convertirse en un acto reproductivo de consumir ideas de otros, es más bien un acto creativo en el que el estudiante crea y recrea ideas y conocimiento, para lo cual debe comprender el texto leído, develando la trama del mismo, las complejas relaciones entre los componentes del mismo y sus relaciones con el aprendizaje precedente del estudiante. No existe un texto sin contexto, lo más importante no es leer la palabra sino leer el mundo, que siempre precede a la lectura de la palabra.
Lo anterior exige que el estudiante problematice el texto leído, en la interacción con sus compañeros de aula. El aprendizaje, el conocimiento y el pensamiento son procesos dialógicos, actos sociales, no singulares sino sociales. No existe el “yo pienso” en singular sino un “nosotros pensamos”, que es el que me permite pensar. De esta manera, leer es una estrategia muy valiosa no para memorizar y reproducir mecánicamente los contenidos de la lectura sino para pensar y reescribir.
Por regla general a la gente no le gusta leer. En Europa, que supuestamente tiene un alto desarrollo intelectual, la gente lee muy poco. Según el Eurobarómetro el 71,8 % de la población en Suecia es lectora, en Finlandia el 66,2 %, en Reino Unido el 63,2 % y en España el 55 %. La lectura nos configura como personas, somos lo que leemos. Jean-Paul Sartre, por ejemplo, fue un gran lector. Dice que empezó su vida en medio de libros, no sabía leer aún y ya reverenciaba los libros que había en la biblioteca de su abuelo. Los niños de hoy son diferentes. Según la Academia Americana de Pediatría, la televisión aleja a los niños de los libros y asimismo, muchos estudios confirman que los niños que leen libros ven menos la televisión que aquellos que no leen. La televisión convierte a los niños en receptores pasivos, estimula un letargo placentero, fomenta una pasividad agradable y seductora. Los niños se embelesan viendo la televisión, en cambio se aburren o se duermen al leer. La lectura se ha convertido en una actividad ardua y tediosa. La televisión se ha convertido en la gran disuasoria de la lectura.
Una educación de excelencia debería estimular el gusto y el hábito por la lectura, y esto se logra leyendo. Ahora bien, una actividad será atractiva para una persona si el placer que siente al ejecutarla y la satisfacción obtenida al terminarla son superiores al esfuerzo realizado para lograrla. Leer no será una actividad atractiva si la satisfacción conseguida es pequeña o el esfuerzo exigido es grande. En la emoción por la lectura influye el contexto. La lectura es una actividad grata y muy personal. No es lo mismo para el estudiante leer un libro porque el profesor se lo ordenó a leerlo porque lo necesita para resolver un problema planteado. El profesor no debe imponer las lecturas, debe plantear situaciones problémicas que generen en el estudiante la curiosidad y la necesidad de leer. Pero no se trata de leer por leer, la lectura no debe ser un fin sino un medio para la configuración del lenguaje.
La convivencia humana, la cultura y la inteligencia son lingüísticas. La lectura y el lenguaje nos humanizan, son dos fundamentos básicos de lo humano. No hay otra forma de convivir y de ser que no sea a través de la comunicación. Habitamos este planeta en forma lingüística, sin lenguaje no existimos en este mundo, más bien nuestro mundo es el lenguaje. Las palabras son los ladrillos con los que se construye nuestro edificio vital. Configuramos nuestro mundo a través del lenguaje. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Sería interesante leer frecuentemente en voz alta a nuestros estudiantes, para emocionarlos y conectarlos con la lectura, y así ir poco a poco estimulando el hábito y el deseo de leer.
En todas las asignaturas se debe utilizar la lectura como estrategia de enseñanza. Los estudiantes saben descifrar los signos y descodificar, pero esto no basta para una buena lectura. Leer es comprender. La buena lectura y la buena comprensión exigen tener un amplio vocabulario. Sólo lograremos expandir el mundo de los estudiantes mediante la lectura. Los profesores deberíamos educar con la boca cerrada. Enseñar significa dejar aprender, ¡que hablen los libros!
La afectividad y el amor son esenciales para el aprendizaje, la educación debe desarrollarse con afectividad, cariño y ternura. Sin afectos no se aprende. Y una pantalla no transmite afectos. ¡La lectura sí!, y el diálogo, por supuesto.
La educación tiene que ser amena y atractiva. Si un profesor comunica un saber con pasión y entusiasmo, disfrutando lo que hace, y transmitiendo esa alegría y felicidad a sus estudiantes, entonces éstos también disfrutarán la educación, y la relación académica será más armónica y placentera. Educar es conversar de manera afectiva. Debemos conversar de cualquier tema con todos nuestros estudiantes.
Los seres humanos tenemos la capacidad de reír y de crear lenguajes simbólicos que nos permiten expresarnos y comunicarnos. La educación debe desarrollarse con humor, debe permitir y estimular la risa, y debe ser un acto dialógico, en el que se expresan las emociones mediante una amena conversación entre iguales.
El diálogo y la lectura son imprescindibles para el aprendizaje humano. El diálogo y la lectura nos humanizan. A través del diálogo el estudiante tiene la posibilidad de expresar sus opiniones de manera individual y/o colectiva, oral y/o escrita. La lectura también es una forma de diálogo, por cuanto la letra impresa refleja el pensamiento de un ser humano.
A leer se aprende leyendo, al igual que a escribir se aprende escribiendo. Existe una estrecha relación entre pensar, leer y escribir. Si nuestros estudiantes leyeran y escribieran con más frecuencia, estarían en mejores condiciones de potenciar un pensamiento crítico, reflexivo y creativo. Al leer un libro, el estudiante conoce y comprende a la persona que lo escribió, su época, pensamientos y creencias. El libro adquiere su vitalidad cuando el estudiante lo lee, y al hacerlo está dialogando con su autor. La lectura también es una forma de diálogo.
Antes de la aparición de la World Wide Web computarizada el profesor era el dueño del saber, poseía el conocimiento, y si el estudiante quería conocerlo debía escuchar a su profesor explicándoselo, sin embargo, hoy la información está en la web, está disponible instantáneamente en todo el globo, el estudiante con apenas un click puede encontrar en la internet lo mismo que el profesor le va a narrar. De ahí la importancia de utilizar estrategias diferentes para enseñar. La utilización de estrategias participativas significa reconocimiento del otro. El encuentro con la alteridad es una experiencia que genera el reto de la comunicación como emprendimiento siempre renovado.
Una educación activa y participativa es aquella en la que el profesor ofrece ejemplos a sus estudiantes sobre el contenido que comunica, hace anécdotas, invita a los estudiantes a resolver problemas, sintetizar, reinterpretar, aportar opiniones complementarias, hacer preguntas, explicitar sus dudas y realizar una actividad práctica.
Educar sin hablar implica transferir a los estudiantes el poder y la responsabilidad de su propio aprendizaje, aunque el profesor mantiene su autoridad, pero ofrece una mayor libertad para que éstos aprendan sin necesidad de escuchar lo que ya sabe el profesor, en un acto similar al desarrollo de la democracia. El profesor debe dejar de enseñar y promover el aprender.
Autor: Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano. Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación. Correo electrónico: [email protected] / [email protected] |
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