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Tres verdades de un profesor que se hicieron viral por su aviso: «No enseñamos, engañamos»

Daniel Arias Aranda, el catedrático de la Universidad de Granada que denuncia que los profesores engañan a los alumnos al ignorar sus carencias.
Enseña Economía y Empresa en la Universidad de Granada y acaba de dar un aldabonazo sobre el modelo de enseñanza actual, alertando de sus carencias. «La universidad debería formar élites intelectuales, y decir eso no es clasista», sostiene

Daniel Arias Aranda (Madrid, 1972), catedrático del departamento de Organización de Empresas de la Universidad de Granada, ha inflamado las redes con una carta abierta en Linkedin donde cuestiona el nivel del alumnado universitario y disecciona los problemas de un sistema educativo hipertrofiado. En su opinión, tras 20 años de experiencia docente, el nivel de los estudiantes no deja de disminuir, mientras la sociedad disimula y mira para otro lado.

¿Tanto ha bajado el nivel en las facultades?

Respuesta.- El profesorado tiene que adaptarse al nivel de los alumnos, que obviamente no ha cambiado de un año para otro. El descenso ha sido gradual. Pero lo observamos desde hace 10 años, aproximadamente.

¿Cuáles son las principales carencias del alumnado?

De pura comprensión lectora y de expresión, para empezar. Es un problema de base, fundamental, que viene de la educación primaria. La única forma de progresar es adaptarse a su pobreza, bajando el nivel, dadas las dificultades que encuentran para expresarse con el lenguaje exigible a un universitario.

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Denuncia la trampa de la evaluación continúa.

Yo me encargué de la implantación de Bolonia cuando fui vicedecano, en 2008 o 2010. Esa metodología es fantástica cuando tienes un máximo de 25 alumnos en clase, mejor, con 10 o 15, que te permite realizar casos, etc., pero si tienes cincuenta y tantos, o 70, pues no puedes. ¿Que por qué ya no admito trabajos escritos? Porque sé de sobra que van a internet y me entregan lo que han copiado y pegado. De ahí que les pida que sea oral: cuando el alumno tiene que defender un trabajo con sus propias palabras uno ve si sabe de lo que habla.

Le atacan por criticar las pintas de algunos en las presentaciones.

Son mayores de edad. Pero la presentación simula una situación real, algo que sucede cuando acudes a una entrevista de trabajo o defiendes tus resultados delante de otra gente. Y las empresas tienen un código de vestimenta. A mí me parece maravilloso que vayas en pantuflas. O disfrazarte de Rosalía u Omar Montes. Pero te estás engañando, y yo te engaño si te lo permito.

Daniel Arias Aranda, el catedrático de la Universidad de Granada que denuncia que los profesores engañan a los alumnos al ignorar sus carencias.
También hay mucha gente que aplaude su carta.

El seguimiento ha sido estupendo, brutal, sobre todo, entre el colectivo de profesores de secundaria.

¿Los departamentos se ven obligados a aprobar a un número mínimo de alumnos para no perder presupuesto?

No sé cómo funcionan todas las universidades de España, pero bueno, los departamentos se adhieren a un contrato/programa, que evalúa una serie de items, entre ellos el porcentaje de éxito de los alumnos, es decir, aquellos que han superado la asignatura, y eso se tiene en cuenta a la hora de establecer los presupuestos. No afecta tanto a la contratación, pero sí a cuestiones básicas, como la posibilidad de poder renovar los ordenadores, o el mobiliario, o programas de ayudas a la investigación. Son cantidades muy pequeñas, pero también influye, porque cuando examinas a los alumnos y entregas las actas la universidad te envía un estadillo donde te dice si estás por encima o por debajo de la media de aprobados de la propia universidad.

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«No enseñamos, engañamos».

En el momento en que los alumnos que vienen a clase, que no pasa del 30%, están en su ordenador, o con el móvil entre las piernas, y yo miro para otro lado, pues les estoy engañando. A una alumna que viene con un chándal yo tendría que decirle que vuelva a casa y regrese vestida de ejecutiva, porque de eso va la práctica, de presentar un proyecto en una empresa, de eso trata la asignatura. Pero claro, si lo haces pues sabes que esa persona acudirá al defensor del universitario y éste te dirá que el profesor no puede decirle a nadie cómo tiene que vestirse. Entonces, ¿qué hago? ¿Qué hacemos? Pues mirar para otro lado. Ahí está el engaño. Muchos profesores nos sentimos frustrados porque vemos esas deficiencias, pero el sistema no nos apoya.

¿Estamos tan obsesionados por cuestiones como la motivación que hemos olvidado ya el contenido o la exigencia?

Yo me he formado mucho en el ámbito de las nuevas metodologías docentes, siempre me ha interesado, por supuesto mis clases están en podcast y en vídeo… pero no puedo competir contra TikTok.

Entonces, ¿la clase magistral no era facha?

La clase magistral, tan denostada, es la única vía directa de comunicación entre el profesorado y los alumnos.

No ha gustado que diga que la universidad debe formar a las élites intelectuales.

Y decirlo no es clasista. Pero la palabra élite se asocia a lo económico, pero yo hablo de formar a las mejores mentes para prepararlas al máximo. ¿Pero qué ocurre? Pues todo lo contrario. Empezando por la inflación de las notas de selectividad, que ya no indica la preparación de los alumnos, porque están hinchadas. Hay muchos alumnos universitarios que estarían mucho mejor en la FP. Les iría mejor. Igual que, por cierto, hay profesores que tampoco deberían de estar en la universidad.

No se limita a criticar. También dice que hay que educar en la frustración, por ejemplo.

Si quieres ser un buen profesional necesitas hacer las cosas bien durante muchos años, formándote a fondo, pero los alumnos parece que sólo quieren el título, con el mínimo esfuerzo, cuanto antes. ¿Hay alumnos buenos? Por supuesto. Menos del 10%.

¿Y qué opina de repartir ordenadores entre los adolescentes?

A esa edad lo que tienes que hacer es mejorar tu escritura, hacer dictados, mejorar la destreza matemática… Tener un ordenador con 12 años no hace de ti un nativo digital, igual que cruzar un puente desde luego que no te convierte en ingeniero de caminos.

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La carta viral: «Querido alumno universitario de grado: Te estamos engañando»

Daniel Arias-Aranda

Llevo impartiendo clases en la universidad cerca de 25años, dos de ellos en la Universidad Complutense de Madrid y el resto en la Universidad de Granada. Por mis clases han pasado directivos de grandes empresas que tenían más o menos mi edad cuando les di clase y otros que, en sus generaciones respectivas, han ido ganándose un puesto en la sociedad gracias a su formación y a su esfuerzo.

La primera asignatura que impartí fue en el curso 1997/98. Era Dirección Estratégica de la Empresa (sigo aún impartiéndola), entonces del plan antiguo de 5 años de Económicas y Empresariales. Tenía matriculados 524 alumnos en cada grupo. Era imposible distinguir las caras de los que se sentaban atrás en aquellas gigantescas aulas del Pabellón de Tercer Curso de la UCM. Eso sí, las aulas estaban llenas. Algunos alumnos se tenían que sentar en las escaleras porque no cabían.

En las horas de tutoría, los alumnos hacían cola en la puerta de mi despacho. Responder todas las consultas, curiosidades, dudas… era tan agotador como satisfactorio. Las constantes preguntas de los estudiantes en clase me obligaban a llevar la materia muy preparada. Yo ya tenía 25 años y no recuerdo estudiar más que entonces.

La asignatura era dura y las preguntas de desarrollo configuraban exámenes que duraban horas. Era imposible corregir todo aquello en menos de diez días. Las revisiones eran complejas (sobre todo para los que estaban entre el 4 y el 5).

Todo lo anterior es tan sólo un eco del pasado.

Hoy me dedico a engañar más que a enseñar. Me explico a continuación.

Los grupos hoy son de unos 50 alumnos, de los cuales raramente viene a clase más de un 30%. Los que vienen, lo hacen en su mayoría con un portátil y/o un teléfono móvil que utilizan sin ningún resquemor durante las horas de clase. Las caras de los alumnos se esconden tras las pantallas. De hecho, me sé mejor las marcas de sus dispositivos que sus rasgos faciales. Es raro que alguien pregunte, por mucho que se les incite a hacerlo. Quince minutos antes de que acabe la clase ya están recogiendo sus cosas, deseosos de salir.

Cada vez me siento más como un profesor del instituto de una serie mediocre de los 80 que como un catedrático. A menudo tengo que callarme porque el rumor generalizado se extiende por el aula y me da vergüenza mandar callar a universitarios constantemente. He separado a gente para que no hablen entre ellos, he expulsado alumnos del aula y me he llegado a marchar de clase ante el más absoluto desinterés.

Soy consciente que para vosotros, soy sólo un estímulo más que compite con las redes sociales y el vasto imperio de internet. Evidentemente, soy más aburrido que un video de influencers de Tiktok.

Como respuesta a este panorama y, siguiendo las cambiantes normativas universitarias (siempre peores que las anteriores), los profesores hemos tomado cartas en el asunto con las siguientes medidas:

    • El nivel de la asignatura ha bajado. Impartimos menos temas de manera mucho más superficial.
    • Hacemos parciales tal y como establece la evaluación continua para tratar de aprobar a un mayor número de alumnos, pues un número de suspensos superior, a lo que la universidad establece como límite, conlleva una sanción que influye en el presupuesto del departamento, esclavizado a través del denominado contrato-programa.
    • El nivel de los trabajos y presentaciones de los alumnos no pasaría, en su mayoría, los estándares del teatrillo de Navidad de primaria. Pero eso, para nosotros es más que suficiente para poner un 5.

De este modo, cumplimos el contrato-programa, el departamento es feliz, la universidad es feliz, nuestros alumnos aprueban, creen que saben algo y son felices y nosotros languidecemos ante la triste realidad.

Por eso, te digo que me dedico a engañarte, querido alumno/a. Vives en una mentira que nosotros edulcoramos. Por eso, es mejor que si quieres seguir viviendo en tu burbuja, mientras puedas, no sigas leyendo, ya que voy a contar lo que hay detrás de Matrix.

Bueno, si sigues leyendo, lo haces bajo tu propia responsabilidad. No digas que no te advertí. Aquí van algunas realidades que no te van a gustar:

    1. Te faltan habilidades básicas indispensables en estudios superiores. No tienes capacidad de expresión. Tu vocabulario es muy básico y se limita a verbos débiles (hacer, ser, estar) en lugar de específicos como desarrollar, evolucionar, ampliar, …
    2. Por ello, cuando entregas un trabajo o haces una exposición de un texto que has copiado de Wuolah, El rincón del vago u otros, donde plantas frases como «considerando la posibilidad de articular el concepto de selección adversa con las bases teóricas de la economía de las organizaciones…», sé de sobra que no lo has escrito tú porque, para más INRI, cuando te pregunto en clase sobre el significado de esa frase, no sabes qué contestar.
    3. Por supuesto, al exponer en clase, la frase del punto anterior la has leído literalmente de tu móvil, del que no despegas los ojos aún enfrente de tus compañeros, y la has colocado en una transparencia de Powerpoint cuyo diseño en 1995 ya estaba obsoleto. El resto de tu presentación se limita al «efecto karaoke», leer los interminables párrafos que has cortado y pegado.
    4. No sabes estar. Sí, estar. Balbuceas, te encorvas, no fijas la mirada, llevas una o las dos manos en los bolsillos, vienes a una exposición en chándal o con leggins… No te dignas a respetar la institución milenaria que te acoge y que se llama universidad. No entiendes lo que eso significa y tampoco tienes ningún interés en saberlo.
    5. Si tu expresión es limitada, tu escritura lo es más. Se nota que ya no se hacen dictados en educación secundaria. Caso aparte merecen los alumnos que no hablan español y no comprendo que hacen ocupando un asiento, especialmente aquellos provenientes del país creador de Tiktok.
    6. 6. Jamás hubieras superado esta asignatura hace 10 o 20 años. De hecho, de tu clase, no más de 10 personas seguirían admitidas en estos estudios. Te lo dice un licenciado que acabó dos titulaciones en la Universidad Carlos III de Madrid donde tras 4 convocatorias suspensas de una asignatura, ibas a la calle.
    7. Tu nivel de lenguas extranjeras es nulo. Doy clases en un Máster íntegramente en inglés donde apenas hay españoles y el nivel de los estudiantes extranjeros es infinitamente superior. De hecho, el máster es lo único que alimenta mi motivación a enseñar.
    8. Las habilidades blandas brillan por su ausencia. ¿Liderazgo, resiliencia, trabajo en grupo? Son básicas para cualquier empleo. Cuando me escribes un email para decirme que te has peleado con tus compañeros de grupo o envías a tu madre a una revisión de exámenes, mi perplejidad no cabe en mi persona. Hace años que no recomiendo a ningún alumno para ninguna empresa.
    9. Vives anestesiado por las redes sociales. ¿Te crees que no me entero? Mientras doy clase veo tu cara de soslayo tras la pantalla con risitas y yo sé que explicar la cadena de valor de la empresa es de todo menos gracioso. No estás en clase, estás en Instagram. Pero yo me hago el tonto y miro para otro lado.

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Estos puntos son sólo la cima del Iceberg. Los profesores estamos hartos de formarnos en técnicas docentes multidiversas y de pelajes exóticos para motivar al alumnado. Lo que está claro es que si tú, estudiante, no tienes interés, yo no puedo plantarlo en ti. Pero sí puedo hacerte creer que vales, aunque sepa que es mentira. Me he convertido en un experto en hacerlo porque el sistema me lo exige y cumplo. Y rezo por que esto sólo me ocurra a mí, y como mucho en mi facultad, pero no ocurra en Medicina o Ingeniería de caminos, sobre todo cuando cruce un puente o, Dios no lo quiera, esté en la camilla de un quirófano.

Podemos echarle la culpa a la universidad pública y tiene bastante, pero no toda. «Si quieren calidad, que se vayan a la privada», he escuchado por ahí. Y los números van apuntando en esa dirección. Quizás, el pago de una matrícula de cuatro ceros aumente la motivación en lugar de las irrisorias tasas académicas públicas. Puede que la universidad pública reaccione cuando la privada le coma la tostada, cosa que está haciendo muy bien.

No obstante, mis evaluaciones docentes son muy buenas y las he publicado. Pero no soy una excepción. Cuando hablo con compañeros coinciden con mi visión. Escribir esto es arriesgado y es más cómodo callar y obrar. Lo entiendo perfectamente, patada y al área es la actitud mayoritaria.

No quiero terminar exponiendo un problema sin dar soluciones. Las hay. Pero para ello, hay que romper el paradigma en que estamos sumergidos y ser muy valientes. He aquí algunas propuestas incómodas:

    1. No somos todos iguales. Hay estudiantes con vocación e interés eclipsados por la mediocridad imperante. Centrémonos en ellos. La universidad es para formar a las élites intelectuales. Antes de que me llaméis facha, esa frase es del insigne Gregorio Peces-Barba, mi rector cuando estudiaba en la Universidad Carlos III, padre de la Constitución y socialista de los de verdad (cómo han cambiado las cosas). La Formación Profesional forma grandes profesionales que no han de ser universitarios.
    2. Devolvamos al profesorado universitario las competencias perdidas como autoridad intelectual a la hora de diseñar planes de estudio, modelos de enseñanza y currículum. No podemos esperar dos años a que la ANECA dé el visto bueno a una modificación de los planes de estudio. El mundo cambia demasiado rápido para seguir impartiendo contenidos obsoletos.
    3. Reforcemos las capacidades básicas en enseñanzas no universitarias: Enseñar a pensar,a enfrentarse a obstáculos, a expresarse, a tener modales, a leer y escribir bien en español e inglés, a tener tolerancia a la frustración y, sobre todo, a buscar la superación constante.
    4. Eliminemos cualquier rastro de gadgets tecnológicos en la enseñanza (lo que incluye ordenadores portátiles). Darle un Chromebook a un niño de 10 años es como darle una cuchilla de afeitar a un bebé. SEÑORES TECNO-PROGRES LEAN ESTO POR FAVOR: Cruzar un puente no te hace ingeniero de caminos, de la misma manera que tener un ordenador no te hace nativo digital. Mis alumnos no saben, en su mayoría, elaborar un Excel o dar formato a un texto en Word. Las TICs a edades tempranas sólo sirven para distraer. La plasticidad neuronal se desarrolla con lápiz y papel, no con la dictadura de los teclados.
    5. Hacer sentir a los chavales orgullosos de quienes son y donde están, con admiración hacia lo que les rodea y hacia otras culturas. Fomentar la curiosidad innata y el respeto. Crear descubridores y jamás plantar la semilla del odio o la desolación. Huir de los nacionalismos, siempre manipuladores y huir de los populismos, de cualquier cosa negativa que acabe en ismo. La mente de un niño es sagrada.
    6. Fomentar la cultura de la competición y la colaboración en todo tipo de enseñanzas. El esfuerzo conlleva recompensa, a veces a largo plazo. Los mejores serán premiados y los peores se quedarán fuera de juego y, si quieren volver a entrar tendrán que esforzarse más, o bien, centrarse en otro juego, esto se llama flexibilidad académica. Si tu hijo es malísimo en matemáticas, pero le encanta tocar la guitarra, quizás tengas que ponerle un profesor particular en guitarra y no en mates. Y el sistema ha de aceptar esto. Saquemos lo mejor de cada individuo.
    7. Con 18 años no sabes, salvo que tengas una vocación innata, que es lo que quieres estudiar (yo no lo sabía, pero tuve suerte al elegir). Flexibilicemos los primeros años universitarios y de FP. Las titulaciones no han de ser bloques de cemento. ¿Empiezas Informática y no te gusta? Hagamos pasarelas. Implantemos el major y el minor como en EE. UU. Que una mala decisión no frustre una vida.

En fin, querido estudiante, esto es lo que hay. Quizás seas la excepción a todo lo escrito, ojalá sea así, pero los números me dicen que las probabilidades son inferiores al 10%. En todo caso, no busques la solución en el estado, ni en los sindicatos, ni en los cantos de sirena de los -ismos, ni en las redes sociales. La solución está en ti. Si tú cambias, el mundo cambia.

Y si no quieres cambiar, no te preocupes, te seguiremos engañando, haciéndote creer que lo estás haciendo muy bien.

Este contenido ha sido publicado originalmente por El Mundo (España) en la siguiente dirección: elmundo.es | Autor: Jlio Valdeón



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