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¿Cómo se transforma la información en conocimiento?

Muchas cosas pasan en un cerebro que aprende. Especialmente en los primeros años de vida, ciertas acciones son determinantes para que dicha información se transforme efectivamente en conocimiento.
El tálamo (parte ubicada en la zona central de la base del cerebro) recibe sensaciones a través de los sentidos. Más adelante, el sistema activador reticular (sar) envía esto a la amígdala cerebral (parte del cuerpo conocida como el centro de las emociones) y lo deriva a la corteza cerebral superior donde finalmente, la dopamina (neurotransmisor de las sensaciones placenteras), activa el hipocampo que está conectado directamente con la memoria.

Este proceso neurológico es básicamente la explicación de cómo se transforma la información en conocimiento dentro del cerebro humano.

En su libro Neurociencia y educación, Guía práctica para padres y Docentes, Marcela Garrido Díaz –educadora experta en neurociencia–, narra este proceso complejo.

Pero en términos más simple, explica que para que la información se transforme en conocimiento, debe pasar por la experiencia. Cada etapa de maduración, explica ella, tiene que lograr aprendizajes. Por ejemplo: los bebés deben aprender a confiar en los adultos cercanos, el preescolar necesita aprender a regular su temperamento, aprehender el mundo a través de su experiencia y aprender a evidenciar su autonomía. Los niños que atraviesan la pubertad deben aprender a reflexionar y los adolescentes a hacerse cargo de ellos mismos.

Pero es importante tener en cuenta que para llegar a esto, el cerebro ha tenido que desarrollarse utilizando en gran medida el lenguaje.

Esto quiere decir que lo que pasa desde los primeros años es relevante. En ese sentido, acciones que parecen simples como la estimulación del balbuceo, o de cualquier otro intento de habla, importan y marcan una diferencia en esa transformación de la información. En casa, los padres son los responsables, pero fuera de ella, son los educadores infantiles quienes además de entender a la perfección dichos procesos, los respetan, sentando así las bases de un aprendizaje temprano que marcará la diferencia en el futuro.

Con respecto a eso, Garrido también menciona que hay dos tipos de aprendizaje:

Por un lado está el aprendizaje emocional. Este se relaciona con la amígdala cerebral que guarda la memoria emocional. Hay acciones determinadas asociadas a este tipo de aprendizaje, sobre todo en los primeros años de vida. Por ejemplo: los bebés deben ser tomados físicamente y deben ser tratados de manera holística, completa e integral. Un bebé no tendrá un buen aprendizaje presente y futuro si está asustado, estresado o dañado emocionalmente y por esto es indispensable que tenga una sensación de seguridad y contacto físico y amoroso.

Por otro lado está el aprendizaje cognitivo. Este se relaciona con el hipocampo que guarda la memoria contextual. En las primeras semanas de vida, los bebés empiezan a intuir modelos abstractos de lenguaje, por ejemplo, gestos, caricias, expresiones faciales, expresiones de sonido y el lenguaje de los distintos adultos que los cuidan.

Todo esto es lo que se denomina “estimulación temprana”, es decir, el conjunto de estímulos que se le debe otorgar a los niños desde la casa y desde el aula para que logren crear conexiones en su sistema nervioso central y así, lograr más y mejores aprendizajes. En esta tarea, el trabajo de los educadores infantiles es determinante y entender esto, significa darle más y mejores oportunidades a los niños.

Fuentes: Neurociencia y educación, Guía práctica para padres y Docentes, Marcela Garrido Díaz.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Elige Educar en la siguiente dirección: eligeeducar.cl | Escrito por Camila Londoño

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