Guillermo Jaim Etcheverry, médico, científico y académico argentino, participó como orador del XVIII Encuentro Federal de Coordiep. En su conferencia denominada “¿Sobrevivirán las escuelas y los maestros?” nos dio su particular análisis de la situación de la educación en pandemia y el cambio de paradigma educativo. Entretenimiento, conocimiento y el rol de la tecnología y del docente desde su perspectiva.
“¿Qué me hacía pensar que tanto las escuelas como los maestros corrían un serio camino de extinguirse? Evidentemente la situación excepcional de pandemia que estamos atravesando en todo el mundo nos ha obligado a recurrir a todas las herramientas disponibles para tratar de mantener el vínculo entre los docentes y sus alumnos. Durante este prolongado receso de la actividad presencial en las escuelas, los avances tecnológicos nos han permitido mantener cierto vínculo entre las escuelas y los hogares. Esa estrategia fue esencial para continuar la relación pedagógica, pero al mismo tiempo puso en evidencia la desigual distribución social del recurso tecnológico. Y esto ha dificultado el acceso de muchos niños y jóvenes a la experiencia educativa.
Esta expansión tecnológica animó a quienes desde hace tiempo sostienen que son esos recursos digitales los que garantizarán la anunciada ‘revolución educativa’. Hemos escuchado que ‘ha sido un progreso’ y que ‘se avanzaron décadas en pocos meses’. Como era previsible, surgen voces anunciando que la pandemia nos ha impulsado a ingresar aceleradamente a la escuela del futuro, y así poder dar ese tan postergado salto en nuestra educación, siempre considerada obsoleta.
Nos dicen: ‘estamos en el buen camino, cambiando la manera en que enseñamos, logrando que los alumnos, se concentren en lo que realmente les interesa, accederán así a lo útil, que puedan su memoria para ocuparla en cuestiones más trascedentes de la vida humana, que puedan dedicarse sin limitación alguna a disfrutar de Instagram o Tik Tok en lugar de perder su tiempo familiarizándose con la Literatura, la Historia o la Matemática, datos inútiles que buscarán cuando sea necesario en su teléfono portátil’.
En suma, nuestros alumnos híper estimulados, incapaces de fijar su atención en algo por más de dos minutos, expertos en multitareas (a pesar de que los estudios demuestran que el cerebro no está capacitado para realizarlas) parece que deben ser educados en el mismo entorno que ya les es familiar: el mismo entorno en el que se divierten.
Sinceramente espero que no sean muchos los que creen que el futuro de la educación está en los mensajes de WhatsApp. Sin embargo, y a propósito de la influencia de la tecnología en la educación, no me resisto a la tentación de compartir con ustedes algunas declaraciones que en 1995 hizo Steve Jobs, fundador de Apple, a quien nadie osaría indicar como opuesto a la tecnología.
Jobs decía: ‘He donado más computadoras a más escuelas que nadie más en el mundo y estoy absolutamente convencido de que de ninguna manera es lo más importante. Lo más importante es la persona. Una persona que incite y alimente la curiosidad de los alumnos, y las máquinas no pueden hacerlo de la misma manera que una persona es capaz. Las computadoras no son maestros, si se quiere. Lo que los niños necesitan es algo más proactivo. Necesitan un guía. No necesitan un asistente. Solía pensar cuando tenía 22 años que la tecnología era la solución para la mayoría de los problemas del mundo, pero desafortunadamente no es así. Sé por mi propia educación que si no me hubiera encontrado con 2 o 3 personas que pasaron más tiempo conmigo como la señorita Hill en cuarto grado y algunos otros, hoy estaría en la cárcel’.
Creo que es un buen resumen de esta actitud que debemos tomar, de mirar con cuidado las anticipaciones, en el sentido de que se ha abierto una nueva etapa y los niños aprenderán lo que quieran cuando quieran y a su propio ritmo. Que finalmente se liberarán de escuelas y de maestros, y por eso surgió la pregunta acerca de la supervivencia de las escuelas. Y por eso lo primero que podemos considerar es ¿Qué son las escuelas? Para eso los invito a acompañarme en esta glosa de pensamiento de la filósofa Hannah Arendt, ‘los niños y los jóvenes, principales sujetos de la enseñanza se presentan ante el educador bajo un doble aspecto. En primer lugar, son recién llegados a un mundo que les antecede y que, por lo tanto, les resulta extraño. Simultáneamente, atraviesan un veloz proceso de maduración.
Si el niño fuera solo este ser en transformación, la educación se preocuparía por mantener su vida y por entrenarlo en la práctica del vivir, como lo hacen los animales con sus cachorros. Pero además de asumir esa responsabilidad por la vida y el desarrollo de sus hijos, los seres humanos deben introducirlos en un universo de significaciones que existían antes de que ellos llegaran, en el que transcurrirán sus vidas y que persistirá después de su muerte. Ambas responsabilidades no siempre coinciden, y hasta pueden entrar en colisión.
La escuela por eso está esencialmente diseñada para revelar al hombre que se aloja en el niño lo que la realidad inmediata le oculta, y que sin la escuela corre el riesgo de no adivinar jamás: la razón de lo verdadero, la pura belleza, la posibilidad de gozar de una existencia libre, de mostrarse en toda independencia. Por esa razón, en la escuela es preciso volver a vivir en tiempo real. El hecho de que frente a la velocidad actual, la escuela sea vista como la lentitud, la hace cada vez menos tolerable para nuestra sociedad.
Pero la escuela es el lugar del ocio, donde el hombre que reside en el niño aprende a establecer una relación directa y personal con lo universal. Es en este sentido que la escuela es liberadora, según la bella expresión hoy olvidada e incomprendida por aquellos que han recibido la herencia’. Ese párrafo contiene una serie de elementos interesantes para pensar el lugar y la función de la escuela. Es obvio que la escuela desempeña un papel fundamental en la socialización de los chicos: el contacto con sus maestros y compañeros constituye una etapa clave en el desarrollo de su personalidad. Por eso Hannah Arendt lo señala muy bien cuando dice que es en la escuela donde el niño hace su entrada al mundo. Ahora bien, la escuela no es el mundo ni debe fingir serlo; es más bien la institución que intercalamos entre el mundo y el dominio privado del hogar, con el fin de hacer posible esa transición de la familia al mundo. La escuela representa un ámbito protegido para esa transición, donde los maestros asumen la responsabilidad. Ese espacio de interacción social mediante el cual se ingresa al mundo requiere la experiencia de los maestros. Es una relación entre humanos que no puede ser sustituida con esporádicos contactos virtuales mediados por pantallas. Terminaría así la escuela convirtiéndose en una distracción más de entre tantas.
Pero además de ser un espacio pre público, la escuela tiene su propio tiempo. La palabra Escuela deriva del griego antiguo ‘scholé’, que tiene el sentido de una detención, un respiro, una suspensión temporaria. Pero esta pausa no era concebida como un lujo; definía un tiempo que estaba relacionado con la dignidad de la existencia humana. Las ocupaciones ligadas a la subsistencia y las tareas cotidianas se consideraban con cierto desprecio como ‘scholia’, lo opuesto del scholé. La escuela está indisolublemente ligada al dominio del tiempo, un tiempo donde la vida puede desarrollarse a gusto. Las personas pueden allí tomarse su tiempo en lugar de ser arrastradas por él. El estudio y la lectura son los mejores paradigmas de la escuela.
Reiteraré la definición de educación atribuida a Hesíodo, que tiene 2.800 años: ‘educar a una persona es ayudarla a aprender a ser lo que es capaz de ser’. Por eso, la enseñanza es una tarea humanística; nos constituye como humanos.
En alguna oportunidad he hablado de la escuela como uno de los últimos ámbitos de resistencia de lo humano, y Anna Arendt también lo dice: ‘aunque el choque resulte traumático, la escuela debe ser concebida como ese ámbito de resistencia. La insistencia que se pone en cuestionar lo que es la escuela parece indicar que se intenta reducir este último núcleo de resistencia que traba el camino hacia una sociedad económica definitivamente homogénea. Es la de la escuela una resistencia de las cualidades humanas, ante la amenaza de su desaparición en el mundo actual. La escuela debe encabezar la cruzada de oposición al conservadorismo despiadado que hoy nos tiraniza bajo la máscara del imperativo del movimiento y del cambio’.
Hoy implementamos un frenesí innovador, una verdadera ideología innovacionista: nueva escuela, nuevas competencias, nueva educación. Se hace referencia al futuro incierto. Tenemos que formar para ese futuro. ¿Qué tal si en lugar de enseñar para ese futuro no enseñamos algo? Les damos a nuestros chicos las herramientas para imaginar y reflexionar, dos cualidades que son centrales de lo humano.
Esta preocupación por el futuro no es nueva. Pensemos en la experiencia de vida de un chico de Nueva York que tuviera 14 años en 1880. Vivía en una ciudad compleja, dinámica, con inmigración.
Pero en 1880 no se imaginaba la posibilidad de viajar en subte o un automóvil, se hubiera quedado absorto de escuchar la posibilidad de poseer luz eléctrica en la casa, y desde luego apenas concebí edificios que sean más altos que las iglesias. Sin embargo, 35 años después, cuando ese chico cumplió los 49, su mundo se vio transformado.
La ciudad tenía una red de Metro, en las calles circulaban autos, los rascacielos empeñequecían a las iglesias, Broadway era una vía blanca e iluminada, en las casas había luz eléctrica y comenzaban a instalarse frigoríficos. Ni el cielo era igual, porque cada vez lo surcaban más aviones. En el mundo laboral se había producido una revolución con la instalación de las cadenas de montaje, y sin embargo esa persona se fue adaptando muy bien a las nuevas circunstancias. Tendríamos entonces que preguntarnos ante este hecho ¿cómo han sabido adaptarse las generaciones a los sucesivos presentes? ¿dónde han adquirido las competencias necesarias para ir adaptándose a lo nuevo? Yo creo que eso fue posible porque las escuelas a las que asistían estaban preocupadas por el conocimiento, no por las competencias del siglo 21 que, por otro parte, son las competencias de siempre: saber comunicarse, entender lo que se lee, poder hablar, pensar, crear… que siempre se buscaron en una educación de calidad.
No es una novedad esto que estamos atravesando. Nada resulta más alienante que dejarse llevar ilusoriamente por esta idea de que todo lo nuevo es evidentemente un progreso. No quiero que se interpreten estos comentarios como una invitación a volver al pasado, de ninguna manera. Yo creo que la tecnología contribuye de manera importante a la educación y lo seguirá haciendo. Pero la escuela debería mostrarles a las nuevas generaciones que, además de la experiencia banal y superficial a la que nos exponemos desde las pantallas, los humanos tenemos otras posibilidades de ser, otros tiempos que habitar. Hacer de la experiencia educativa una aplicación más de nuestros teléfonos es contribuir a la idea de que por ellos pasa el modo de pensar el mundo y de pensarnos a nosotros.
La escuela responde a otros valores, es una institución claramente contracultural. Por eso insisto con la idea del “tiempo lento”, en la posibilidad humana de habitar ese tiempo lento reside la capacidad de crear. A ese tiempo se accede fácilmente leyendo, por eso la insistencia en la lectura.
Debemos guiar a los alumnos con el ejemplo del docente, que asuma la responsabilidad de mostrar reflexivamente este mundo ante los recién llegados. Precisamente el hecho de asumir esa responsabilidad es lo que le da la autoridad al docente. Es importante poner a los chicos en posesión de esa herencia. En cada frase que uno pronuncia o acto que uno realiza pone de manifiesto ese interior, ésa es la tarea fundamental de la escuela: sustraer a los chicos de una realidad que los empobrece. La escuela debe continuar, porque los chicos tienen la única oportunidad de desarrollar las herramientas que le permitan ser.
Por otro lado, ¿los maestros van a desaparecer? La experiencia educativa está basada en ese acto singular de personas interactuando con personas, personas que ayudan a personas. Y el maestro es quien personifica el conocimiento. Para eso un maestro tiene que saber sobre algo, debe contagiar entusiasmo y ser exigente. Esa exigencia demuestra la importancia que tiene para su interlocutor. Los chicos tienen derecho a ser exigidos.
El maestro busca influir sobre el intelecto y la emoción de los alumnos, y al hacerlo les descubre conexiones, perspectivas y se abren posibilidades inesperadas de cómo trabajar y cómo vivir, ésa es una buena educación. Logra que el tema que desarrolla adquiera vida propia.
El francés Jacques Muglioni (1921-1996) decía: ‘la escuela es la llave del futuro de nuestra civilización. Su papel debe ser contribuir a crear conciencia lingüística, conciencia histórica y conciencia moral. Esas tres formas de la conciencia de uno mismo constituyen el modesto objetivo de la escuela del mañana. Debemos tener el coraje de depositar en la escuela el germen de una educación que se oriente en la dirección opuesta al utilitarismo dominante. Solo así, las futuras generaciones podrán reaccionar críticamente frente a la poderosa maquinaria del conformismo cultural’.
La escuela va a sobrevivir, y los maestros también lo harán. Por supuesto que ante los desafíos que enfrentaremos vamos a recurrir a experiencias originales, pero siempre volveremos a la escuela de los maestros.
Seamos cuidadosos en nuestra innovación permanente, porque me parece que corremos el peligro de dejarlos desarmados sin herramientas interiores para resistir a las inclemencias de la vida. Los maestros, en su tarea humilde pero trascendente, deben seguir haciendo escuela”.
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