¿Cómo aprenden los bebés? ¿Cómo lo hacen los niños y los jóvenes? ¿Y los adultos? ¿Cómo potenciar los talentos del cerebro? ¿Qué función cumplen los pasos erróneos que damos en el aprendizaje? ¿La inteligencia artificial está a punto de destronar a la inteligencia humana?
Estas preguntas (y sus respuestas) podrían ser el abecé fundamental para idear herramientas educativas que impulsen, al máximo, las potencialidades del ser humano.
En este sentido, las neurociencias y la psicología cognitiva, junto con la informática y la pedagogía, vienen dando pautas para aprovechar la extraordinaria máquina de aprendizaje que es el cerebro humano.
Stanislas Dehaene, el reconocido neurocientífico francés, presidente del Consejo Científico de Educación Nacional de Francia (que impulsó la reforma del sistema educativo francés en base a los hallazgos de las neurociencias) y ganador del Brain Prize (considerado el «Nobel de las neurociencias») , plantea en su libro ¿Cómo aprendemos? (Editorial Siglo XXI) las consecuencias prácticas de conocer cómo funciona el cuerpo, cuánto influyen el juego, el placer y la socialización en el proceso de aprender.
El aprendizaje, sostiene, se basa en cuatro pilares: la atención, el compromiso activo, el buen feedback y la consolidación del conocimiento.
Una máquina maravillosa
El cerebro, asegura Dehaene, es capaz de transformarse a sí mismo a partir de la experiencia y de albergar talentos que vuelven al ser humano único como especie (el lenguaje, la lectura, la matemática, la creación artística).
La más asombrosa de las facultades es la capacidad de aprendizaje, aquella que permite no sólo adaptarse a las circunstancias sino, también, lanzarse en búsqueda de lo desconocido.
Un bebé aprende más rápido y más profundo que cualquier dispositivo inteligente artificial. Luego, la escuela tiene la misión de desarrollar habilidades y de transmitir conocimientos acumulados por generaciones. La curiosidad, apunta el científico, es innata. Si el niño la va perdiendo en el transcurso de su vida como estudiante, probablemente la escuela sea la responsable.
Conocer los fundamentos biológicos involucrados en el aprendizaje –los procesos neuronales, cuánto hay de innato y cuánto de adquirido en el conocimiento, cuál es el rol de la memoria y de la atención, qué papel cumplen la nutrición, el sueño y la actividad física en el desarrollo– es fundamental para saber cómo potenciar las capacidades.
Estas son algunas de las conclusiones a las que llega el neurocientífico.
- El bebé no es una tabula rasa carente de saberes. Desde el primer año de vida dispone de conocimientos sobre los objetos, los números, las probabilidades, el espacio y las personas. Hay experimentos asombrosos que lo confirman.
- El cerebro no es únicamente una red neuronal maleable que se modela por la información que recibe. “Todos los grandes haces de conexiones están presentes desde el nacimiento, y la plasticidad cerebral, aunque indispensable, solo ajusta los últimos milímetros de nuestras conexiones”, apunta el neurocientífico.
- El aprendizaje no se produce de forma pasiva, por la simple exposición a datos, clases magistrales o conferencias. La ciencia ha comprobado que el niño es un “científico en ciernes” que constantemente genera nuevas hipótesis y que el cerebro es un órgano en permanente alerta, “que aprende poniendo a prueba los modelos que proyecta sobre el mundo exterior”.
- Hay que equivocarse para aprender. Sólo gracias al error, el cerebro puede ajustar sus modelos “cuando descubre una discrepancia entre sus expectativas y la realidad”.
- El sueño no es sólo descanso: es el momento privilegiado en el que el cerebro reproduce y amplifica lo adquirido durante el día.
- La inteligencia artificial está lejos de superar al cerebro humano. Dehaene sostiene que, al menos por ahora, el cerebro sigue siendo el dispositivo de procesamiento de la información, más rápido y eficaz y el que menos energía consume. “Como una verdadera máquina probabilística, logra extraer de cada episodio de la jornada aun los fragmentos ínfimos de información y transformarlos durante la noche en conocimientos abstractos y generales, de un modo que todavía no sabemos reproducir en las computadoras”, subraya.
Optimizar el potencial
El científico francés explica que si bien el cerebro es una máquina maravillosa, el entorno en el que se desarrolla influye de manera notable. Muchos niños no desarrollan su potencial de aprendizaje porque la familia, la escuela o la sociedad no le proveen de las condiciones ideales.
Dehaene da algunas recomendaciones simples.
- No subestimar a los niños, ya que desde el nacimiento poseen un amplio conjunto de habilidades y conocimientos. “Apoyémonos sobre las intuiciones precoces de los niños: cada palabra o símbolo que aprenden, aunque sea abstracto, debe conectarse con conocimientos previos. Esta conexión les dará sentido”, asegura.
- Aprovechar los primeros años de vida. En ese período se producen millones de sinapsis neuronales, lo que hace que el cerebro sea particularmente receptivo a cierto tipo de aprendizajes. En primer lugar, el de las lenguas. El científico sugiere exponer a los niños a una segunda lengua “tan pronto como sea posible”.
- Enriquecer el entorno. El cerebro de un niño es como una “supercomputadora”. Hay que enriquecerlo con juegos de palabras, construcción de historias, rompecabezas y teniendo conversaciones “serias” con un vocabulario elaborado. “Darles a los pequeños un entorno enriquecido, especialmente en lo que respecta al lenguaje, maximizará el crecimiento de su cerebro y preservará (…) su plasticidad juvenil”, subraya.
- Es un mito que todos los niños son diferentes. Dehaene explica que las neuroimágenes revelan que todos poseemos circuitos y reglas de aprendizaje similares. “Las diferencias individuales, cuando existen, versan sobre el conocimiento previo, la motivación y la velocidad en el aprendizaje”, sostiene.
- La atención es la entrada al aprendizaje y un niño pasivo no aprende. El científico apunta a que hay que provocar su inteligencia para que la mente “resplandezca”. No hay que dejarlo solo, sino guiarlo mediante contenidos y secuencias pedagógicas.
- Hay que hacer de la escuela un lugar placentero. “Los circuitos de la recompensa son los moduladores esenciales de la plasticidad cerebral”, indica Dehaene. El cerebro del niño, dice, responde a las sonrisas y a las palabras de aliento. La ansiedad y el estrés bloquean el aprendizaje, especialmente de las Matemáticas.
- Hay que alentar los esfuerzos y ayudar a los alumnos a profundizar su pensamiento. Cuanto más profundamente procese la información nuestro cerebro, mejor podremos recordarla.
- Hay que fijar objetivos claros y corregir los errores. Para actualizar los modelos mentales, las áreas cerebrales deben intercambiar mensajes de error. Según un informe de la Education Endowment Foundation, la calidad del feedback del docente a sus alumnos «es el trampolín más eficaz del progreso escolar».
- Repasar y dormir. Según el neurocientífico, hay que consolidar el aprendizaje para que los contenidos se vuelvan automáticos, inconscientes y reflexivos. En otras palabras, aprender sobre la base de la repetición. “Sólo la automatización libera la corteza prefrontal que (…) queda disponible para otras actividades”, sostiene. Por otra parte, el sueño no es un período en el que el cerebro descansa, sino que repite entre 10 y 100 veces lo que aprendió durante el día.
Las increíbles intuiciones de un bebé
Lejos de las teorías que difundieron los filósofos del siglo XVII, que planteaban que la mente del niño era una tabula rasa (es decir, que no contenía ideas innatas sino que la experiencia era la encargada de darle forma), Stanislas Dehaene asegura que esos conceptos son falsos.
El neurocientífico plantea que el cerebro del recién nacido posee un amplio saber «invisible», heredado de su historia evolutiva. Las ciencias cognitivas, explica, confirman que un bebé llega al mundo con conocimientos sobre objetos, números, rostros y lenguaje.
Los bebés poseen, también, la intuición de las probabilidades. En el libro ¿Cómo aprendemos? exponen varios experimentos con resultados sorprendentes que, por si quedan dudas, se pueden replicar en el hogar.
Por ejemplo, se les presenta a los bebés una urna llena de bolillas que se mueven al azar. La caja contiene cuatro bolillas: tres blancas y una negra. Se extraen las bolillas, sin que se vea el interior de la urna, y lo que se observa es que el mayor grado de sorpresa del bebé está relacionado con la improbabilidad de que salga una bolilla negra. Cuando aparece una bolilla blanca, el pequeño apenas la mira; pero si es una negra, la observa mucho más tiempo.
«La reacción de sorpresa de los niños dista de ser una respuesta trivial: indica que el cerebro fue capaz de hacer un cálculo de probabilidades y llegó a la conclusión de que el acontecimiento observado tenía una ínfima posibilidad de producirse», remarca Dehaene.
Con respecto a los números, el científico asegura que los bebés ya traen conceptos matemáticos. Si se les muestra de manera reiterada imágenes con dos objetos, después de un rato se aburren, hasta que se les muestra una imagen con tres objetos.
«Con la atención renovada se quedan mirando esta nueva escena durante más tiempo, lo que pone de manifiesto que detectaron el cambio», explica.
Este contenido ha sido publicado originalmente por La voz en la siguiente dirección: lavoz.com.ar
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