Mis alumnos recordarán para siempre estas semanas en sus vidas, pero lo que más se quedará en su memoria serán las conversaciones que tuvieron durante el encierro. Recordarán a sus profesores por cómo lograron, o no, nutrirlos desde la distancia.
Las primeras flores de primavera ya comenzaron a brotar en nuestro desierto jardín de juegos. “Algunas de las docentes no podían parar de llorar”, me dijo Alejandra, la directora de la sección de primaria de nuestra escuela, cuando le pregunté cómo iban las cosas. Eso fue durante la primera semana de aprendizaje a distancia, solo unos días después de que todas las escuelas en México cerraran en medio de la crisis por el Covid-19.
Lo habíamos visto venir, sin embargo, no estábamos preparados. Las autoridades educativas todavía daban una imagen incierta sobre qué tipo de acciones se tomarían a nivel nacional, y decidimos que no podíamos esperar sin hacer nada.
Ser una pequeña escuela privada con recursos limitados, lo hizo aún más difícil. Afortunadamente, una buena parte de nuestro personal acababa de completar la capacitación en tecnología en el aula y estaba ansioso por poner en práctica todas esas habilidades. Se convirtieron en nuestro comité de aprendizaje a distancia y fueron fundamentales para poner los engranajes en acción. Ellos fueron los que tranquilizaron y asesoraron a los otros profesores no tan tecnológicos. Gracias a eso, nuestro equipo se hizo más fuerte.
En nuestra cotidianidad docente, muchas veces los horarios son tan agitados que podemos aislarnos y la comunicación entre nosotros suele ser esporádica. Hoy, nos estamos comunicando todo el tiempo, compartiendo recursos y dándonos retroalimentación incluso a la una de la mañana.
“Nunca en mi vida docente he trabajado tanto y durante tantas horas”, me dijo Nydia, nuestra profesora de francés. “Pero, sorprendentemente, en los tiempos del distanciamiento social, nunca me había sentido tan apoyada y conectada con nuestro equipo como me siento hoy. Eso me hace feliz.”
Desde el primer día de aprendizaje a distancia, comenzamos a recibir todo tipo de mensajes por parte de los padres. La mayoría de ellos agradecidos y entusiastas; algunos otros frenéticos y ansiosos. Pronto identificamos que los factores que potenciaban el estrés en los padres estaban muy relacionados con el número de hijos que tenían, la cantidad de su carga laboral en casa y lo inexpertos que eran o no usando herramientas tecnológicas para el aprendizaje. Eran demasiadas variables como para poder controlarlas.
Al mismo tiempo, y a medida que se desarrollaba la crisis, nuestros ojos se abrieron gradualmente a otras lecciones que vale la pena aprender, lecciones enseñadas por la vida misma, lecciones aún más importantes que las que pasamos horas elaborando con tanto esmero: Resiliencia. La capacidad de gestionar el tiempo. Hábitos saludables. Comunicación. Creatividad.
Decidimos cambiar de rumbo. Sí, todavía estamos creando y compartiendo lecciones para todas las materias, pero ya sin esa obsesión frenética. Te das cuenta de que eres un profesor perfeccionista cuando te empeñas en cubrir el plan de estudios a como de lugar, aún si un espeluznante virus intenta entrometerse en el camino. Si el aprendizaje no debe detenerse, reflexionas, tampoco puedes hacerlo tu.
Simplemente no hay forma de seguir aprendiendo de la manera habitual, sin interrupciones, no importa cuánto lo intente y cuánto me esfuerze. Los libros de trabajo podrán quedar sin terminar. Unidades enteras de nuestro plan de estudios podrían acabar sin una mirada siquiera. Pero tal vez esto no sea tan malo como yo lo creía.
Mis alumnos recordarán para siempre estas semanas en sus vidas, pero lo que más se quedará en su memoria serán las conversaciones que tuvieron durante el encierro. Los libros que leyeron. De qué manera sus familias afrontaron el desafío. Lo valiosa que es nuestra conexión humana. Qué tanto de nuestras vidas anteriores dimos por sentado. Recordarán a sus profesores por cómo lograron, o no, nutrirlos desde la distancia, y no por cuánto énfasis pusieron en que aprendieran sus lecciones.
Mientras más tiempo permanezcan cerradas nuestras escuelas, más significativas serán las consecuencias. Sería irresponsable “abandonar el barco” y dejar la educación de los estudiantes a su suerte en una nave que se hunde. Pero necesitamos encontrar el equilibrio. En tiempos más felices, los profesores fueron los primeros en señalar que la educación es mucho más que simplemente cubrir un plan de estudios. ¿Por qué entonces nos hemos vuelto tan determinantes para revertir nuestro pensamiento, o al menos actuar como si lo hubiéramos hecho?
Nuestro personal docente ahora se está reorganizando. La psicóloga escolar preparará semanalmente “talleres grupales” en línea sobre salud mental y manejo de crisis para padres, estudiantes y profesores por igual. A partir de la segunda semana en adelante, seguiremos presentando lecciones para todas las materias, pero no habrá presión para entregar la tarea en un plazo establecido o incluso para terminar todo el repertorio de actividades. Y, por supuesto, ¡esta crisis ya es, de por sí, una gran prueba! Por ello, no exámenes, ni calificaciones.
Todavía alentamos a los estudiantes a que intenten completar la mayor parte de su trabajo escolar tanto como puedan, pero por diferentes razones. Creemos que es bueno para ellos mantener sus mentes ocupadas (y fuera del frenesí del Coronavirus por una vez), y también, porque el aprendizaje académico en el hogar puede proporcionar una buena estructura, que puede ayudar a sobrevivir los días de encierro.
Elisa Guerra es Licenciada en Educación preescolar con Maestría en Educación con especialidad en Procesos de Enseñanza-Aprendizaje del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (México). Es integrante de la Comisión Internacional de UNESCO para elaborar el reporte global «Futuros de la Educación» y es la creadora del Método Filadelfia. También ha sido semifinalista del Global Teacher Prize en dos oportunidades.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Elige Educar (Chile) en la siguiente dirección: eligeeducar.cl | Escrito por: Elisa Guerra