Casi siempre, sin darnos cuenta, estamos constantemente juzgando a nuestros hijos. “Qué lindo te ves hoy”, “eso te queda muy bien”, “que linda te quedó la tarea” “eres maravilloso”,“eres el hijo más lindo del mundo”, …
Ingenuamente, no nos percatamos que creamos una dependencia a nuestros juicios y valoraciones, por parte de nuestros hijos, y se convierten en adictos a promover ese momento.
Pero llegará el día en que nuestros hijos, explorando su libertad y sus rasgos de personalidad, sabrán que no son tan maravillosos como el padre quiere hacerlo parecer, y cometerá errores que no querrá contar a sus padres.
La magia de crear una relación sana con nuestros hijos es la honestidad, primero con uno mismo: no tienes “el mejor hijo del mundo”, y después con tu hijo. Convertimos a nuestros hijos en nuestra fuente de orgullo y felicidad, y no nos damos cuenta que los cargamos con nuestra mochila.
A veces, es al contrario, queremos prepararlos para la vida y somos duros en nuestros juicios y valoraciones, “por qué no fuiste el primero” “por qué hiciste esto mal” “por qué no lo hiciste así” “no seas débil”
Nuevamente nuestros juicios y valoraciones crean en nuestros hijos un hábito: ser duros. Y el problema es que esa dureza o coraza que construyen les hace pensar que la vida es dura, y se encierran en una competencia y una protección contra el mundo, que sin darse cuenta se protegen contra lo duro de la vida, al mismo tiempo que contra lo maravilloso de la vida, y les cuesta sentir el amor, solo buscarán esa persona que los valide y les demuestre que sus padres estaban equivocados. Al final, lo importante es que revises qué tanto estás juzgando a tus hijos y condicionándolo con esos juicios y valoraciones. ¿Cuándo comenzaste a creer que debías calificar a tus hijos?
Ellos, como todos los seres humanos, vienen a este mundo con la libertad de expresar su ser, pero éste comienza a ser encarcelado inocentemente, en nuestros juicios positivos y negativos. ¿Cómo podríamos parar esa manía tan arraigada en nosotros de calificar al otro y a nosotros mismos?
En verdad, deseo que si algún día un hijo mío tiene un problema, no diga: “papá me va a castigar o reprender por esto”. Quiero que diga: “debo decirle esto urgente a mi papá”
Mi opinión es que cuando entendemos que somos un alma que vive una experiencia humana, podemos soltar nuestras creencias y permitirnos experimentar la vida como un niño que no necesita observar la realidad y compararla con sus creencias, si no que al contrario: sin creencias mira la vida fascinado de lo increíble que es, sin calificarla de buena o de mala.
Pues lo bueno y lo malo solo está en nuestra mente y está condicionado a lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Y el gusto está condicionado a si lo que sientes en tu interior es cómodo o incómodo.
Si realmente quisieras liberarte y liberar a tus hijos, intenta prestar atención a eso incómodo que se despierta en tu interior, verás que después de observarlo y sentirlo conscientemente se disolverá y aquello que catalogabas como malo desaparece. Sabrás que no hay nada malo y nada bueno, solo existimos seres humanos que somos más o menos conscientes de nuestras cargas psíquicas y nuestras cadenas mentales y emocionales.
Solo somos seres humanos, carne y esencia susceptibles a cualquier cosa, y como tal debemos ser tratados, y por ende tratar así a nuestros hijos. Los padres debemos ser acogedores, alentadores, entusiastas, motivadores e inspiradores, nunca castigadores ni jueces de nuestros hijos.
Autor: Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano. Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación. Correo electrónico: [email protected] / [email protected] |
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