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[Alexander Ortiz] Transiciones vitales. De la turbulencia a la paz constante

Lo que observamos no es lo que hay
Tu percepción de la realidad no es la realidad. Cuando quedas atrapado en tus ideas y conceptos, pierdes la realidad. Nunca conocemos la realidad, solo conocemos la idea o percepción que tenemos de la realidad. Mientras el árbol esté detrás de ti, solo verás su sombra. Si quieres ver la realidad tienes que voltearte.
Lo que observamos no es lo que hay, sino lo que pensamos de lo que estamos mirando. La persona que observamos no es lo que es, sino lo que pensamos que es. A lo largo de nuestra vida configuramos modelos mentales a través de pensamientos, nociones, ideas y categorías. Estas configuraciones conceptuales nos permiten analizar, explicar y comprender el mundo, no tal como es sino como pensamos que es.

Ningún ser humano es violento o malvado porque lo desee ser. No existe la violencia o la maldad ontológica, estos venenos del alma son epistemológicos. La violencia o maldad la tenemos en nuestro corazón, y a partir de estas máscaras del ego emitimos juicios de valor sobre los demás.

Toda persona que le cause daño a otra es porque en el fondo está sufriendo mucho y siente mucho dolor en su corazón. Por eso manifiesta externamente su dolor y sufrimiento causando daño incluso al ser más querido. En este caso debemos ser muy comprensivos y compasivos para entender al otro, ayudarlo a superar su dolor y sanarlo.

Podríamos decirle: amor mío, sé que estás sufriendo mucho y por eso me causas daño, amémonos y sanarás muy pronto. La medicina más efectiva contra las emociones aflictivas (soberbia, ira, arrogancia, orgullo, altanería) es el amor y la compasión.

La revolución emocional interna: vemos mal afuera porque estamos mal adentro

Los seres humanos fallamos al querer tener o deshacernos de algo o de alguien, porque ese algo o alguien simplemente no existe como creemos que existe: es una ilusión y un engaño. Un error de percepción. Nunca percibimos la realidad tal como es. Percibimos según lo que tenemos dentro. Por eso vemos mal afuera, porque estamos mal adentro.

Casi siempre pensamos que los eventos externos causan nuestros estados de ánimo, pero en realidad es a la inversa: nuestra mente genera nuestra conducta, nuestras acciones y nuestra vida en general. Nada externo puede generar transformaciones o reacciones internas, sin embargo, nuestras sensaciones internas configuran nuestro mundo exterior. Nunca lo interno está determinado por lo externo, pero sí está influenciado por este. Es decir, lo externo influye en lo interno, más no lo determina. Los cambios internos sólo pueden estar determinados por lo interno, no por lo externo.

Dime lo que tienes adentro y te diré lo que tendrás afuera. Nuestra vida exterior es el reflejo de nuestra vida interior. La revolución emocional interna provoca los cambios de conducta externos. Cuando una persona observa espinas en alguna flor es porque su corazón está lleno de objetos punzantes. Por esta razón, esta persona pierde las estrellas por estar jugando con piedras filosas.

Nunca olvides lo que estás haciendo

Casi siempre nos conducimos en la vida sin pensar en lo que estamos sintiendo, diciendo o haciendo. Andamos distraídos, olvidamos lo que estamos experimentando en ese preciso momento. Nuestro cuerpo va por un lado y nuestra mente por otro. Esto es imperceptible, no nos percatamos, no nos damos cuenta de ello. Incluso aunque alguien nos lo diga, no le hacemos caso, nuestro ego nos lo impide. Creemos que estamos actuando bien, que todo está perfecto. Pero es una falsa creencia.

Mente y realidad están separadas. El cuerpo siempre está presente en la realidad pero la mente siempre anda dispersa. Esta dicotomía entre cuerpo y mente genera dolor y sufrimiento. Nuestro cuerpo está en el presente, pero nuestra mente está desenfocada, nunca está en el presente. La mente vaga en el pasado o en el futuro.

Cuando la mente está en el pasado sentimos depresión, y cuando la mente está en el futuro, sentimos ansiedad. Solución: estar en el presente mentalmente y no solo corporalmente. Nunca olvides lo que estás haciendo y sintiendo en estos precisos momentos, aquieta tu mente, ¡detenla ya!

Transiciones vitales

La transición en la vida de una persona es un proceso complejo, no porque sea difícil, sino porque implica una multiplicidad de relaciones, una trama de procesos subyacentes. Estos subprocesos transitivos se entrelazan de manera armónica y coherente, formando una configuración holística y sistémica. Pero cada uno de ellos es a su vez una configuración.

La transición humana es una configuración compleja que entrelaza tres configuraciones inmanentes: el compromiso o responsabilidad, la focalización y la afluencia, es decir, el fluir. De ahí que la transición vital sea una configuración compleja de configuraciones complejas, entretejidas entre sí, formando una tríada inconmensurable, en la que cada proceso es una transición: comprometerte, focalizarte y fluir.

Es esencial resignificar el dolor. Los sucesos vitales que experienciamos los seres humanos implican pérdidas, las cuales evaluamos de manera negativa. Sostener estas emociones negativas genera sufrimiento, angustia y depresión. La transición es un proceso de reconfiguración del dolor por las pérdidas, comprendiendo que perder algo no es morir, sino precisamente todo lo contrario: es la oportunidad de vivir diferente, renacer y generar un crecimiento personal que en el estado vital anterior no era posible lograrlo.

Debemos abandonar el significado triste y nocivo que le asignamos a la pérdida, transformarlo y reconfigurarlo. En realidad no hemos perdido nada, estamos ganando, nos hemos sumergido en una transición vital que nos conduce a un crecimiento, a una superación. En la vida nunca perdemos nada, siempre estamos ganando, porque toda transición conduce a un mejoramiento, no a un empeoramiento.

La transición no es un resultado, es un proceso. Los seres humanos constantemente estamos vivenciando procesos, no resultados. Vivimos de transición en transición. El vivir humano es una transición. Sufrimos porque queremos resultados y no disfrutamos el proceso. La solución al dolor humano es disfrutar el proceso sin pensar en el resultado. Cuando nos concentramos en el resultado, no vemos el proceso.

Cada proceso transitivo es una configuración compleja. Y además, son inseparables. Por eso la transición vital es una configuración tríadica que entrelaza otras configuraciones: Compromiso, Focalización y Afluencia (fluir).

Las transiciones nunca son momentáneas, no son momentos específicos del vivir humano. Constantemente estamos inmersos en transiciones. Los humanos queremos solidificar la vida, buscamos la estabilidad, la seguridad. Y no nos damos cuenta que nada en la vida es sólido ni estable, todo cambia, nada permanece de manera estática.

En la vida nada es seguro, lo único seguro es la muerte. Todos vamos a morir algún día. La impermanencia es un atributo del vivir humano. Es por ello que debemos asumir con alegría nuestras vivencias, incluso las aparentemente dolorosas. Debemos comprender que el dolor existe, pero que el sufrimiento es opcional, porque la transición siempre nos conduce a la felicidad.

La transición, como configuración vital humana, debe conducirnos a la reconstrucción constante del sentido y el significado que le atribuimos a nuestras vivencias cotidianas. La reconfiguración del sentido del vivir humano sólo es posible a través de la tríada configurativa: compromiso-focalización-afluencia.

Debemos comprometernos y responsabilizarnos por nuestro vivir y por nuestra felicidad, focalizar nuestra conciencia, atención y concentración en aquellos procesos que nos proporcionan alegría, paz y sosiego; y fluir a través de nuestras experiencias cotidianas, sin intenciones, sin expectativas, simplemente vivir por vivir, o sea, vivir plenamente.

La emoción determina el pensamiento, y éste determina tu vida. Si cambias la emoción, logras cambiar tu forma de pensar. Y si cambias tu forma de pensar, cambia tu vida. Es importante vivir sin estímulos, en paz, sin hacer nada, solo existir y vivir sin pensar. Porque hace daño, pensar hace sufrir mucho.

Nuestra mente piensa una cosa, mientras el cuerpo hace otra. Mente y cuerpo están separados. Solo la respiración consciente los une. Ahí surge la emoción, en la unión de cuerpo y mente.

Pienso, luego no existo. Los conceptos nos separan del vivir aquí-ahora. Cuando pensamos, no vivimos. Tú eres hermosa, yo soy hermoso. Somos dioses y henos aquí negándonos a ser felices. La estupidez humana es escoger la tortura en vez de la felicidad.

No sabemos a dónde vamos, porque no andamos conscientes y atentos. Pienso que debemos vivir en el hacer. El ser es muy confuso. El hacer es más práctico y produce resultados tangibles. Pero el ser, el pensar y el saber están subsumidos en el hacer.

Debemos estar atentos a nuestro hacer, ser conscientes, observando, respirando, observando la respiración, sintiendo cuando inspiramos y expiramos. Solo eso. Nos estamos olvidando de respirar y de observar nuestras emociones. Nos dedicamos más a pensar. Pero pensar es sufrir.

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Autor:
Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano.
Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación.
Correo electrónico: [email protected] / [email protected]

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