Sin castigos y sin premios se puede educar, por supuesto que sí. Es más, es la única manera de garantizar una educación con resultados positivos.
Cada vez es más frecuente, afortunadamente, leer y escuchar a padres que se puede educar sin castigos y sin premios. Aunque aún así y conociendo las consecuencias de educar aplicando castigos y premios, todavía nos cuesta evitarlos porque el camino parece más lento.
La realidad es que merece la pena hacer que el camino sea un poco más largo pero lograr que adquieran habilidades de vida, que les hagan saber tomar las decisiones adecuadas y que puedan ir creciendo con autonomía para que puedan resolver por sí mismos situaciones de las que hayan aprendido. Si por cometer un error les castigamos, lo que provocamos en ellos es culpa, no provocamos responsabilidad que es realmente lo que deseamos. Y si les premiamos para obtener esa responsabilidad que buscamos, lo que les hacemos es un chantaje que no les enseña nada más que a hacer las cosas para obtener la aprobación de los demás, limitando su propio criterio a la hora de tomar decisiones sobre lo que hacer en ese momento y en el futuro. Provocando además, que su comportamiento dependa de si hay o no hay un premio por ello.
A continuación compartimos con fines educativos – pastorales la publicación del portal El País (España) escrito por Salomé García en donde nos explica cómo deben proceder los padres de familia ante las notas de sus hijos.
Ni castigo ni premios: así debe actuar ante las notas de sus hijos
Tanto si suspenden como si le traen un boletín lleno de sobresalientes, mantenga la calma. Y aproveche el verano para afianzar la relación con los pequeños.
Se acabó lo que se daba. El curso escolar ha llegado a su fin. Y con él, llegan las temidas calificaciones escolares. El final de curso debe ser un momento más de la vida familiar. No tire la casa por la ventana porque su heredero le ha traído un rosario de aprobados ni monte un drama porque ha suspendido todas.
¿Castigado por suspender?
Antes de arremeter con furia contra el chaval, pregúntese si le irrita el suspenso en sí o si lo que realmente le lleva por la calle de la amargura es comprobar que su vástago no ha alcanzado las altas expectativas puestas en él. Ahora replantéese si no eran excesivas.
Antes de arremeter con furia contra el chaval, pregúntese si le irrita el suspenso en sí o si lo que realmente le lleva por la calle de la amargura es comprobar que su vástago no ha alcanzado las altas expectativas puestas en él. Ahora replantéese si no eran excesivas.
«A muchos padres les frustra enormemente el fracaso de sus hijos porque lo viven en primera persona. Proyectan sus frustraciones en sus hijos, como queriendo enmendar las metas no logradas en su infancia, pero en la persona de sus hijos. Otras veces sienten que son ellos los que han fracasado como padres, temen el qué dirán, más que la situación del menor. El problema es que no es su suspenso, sino el de su hijo. Arremeter de forma iracunda o plantear un castigo ejemplarizante para todo el verano no es la solución», señala Ana María Fuentes, psicóloga especializada en niños.
Antes de nada, trate de entender cómo se siente su hijo con un rosario de asignaturas pendientes para septiembre. Por mucho que externamente afirme no importarle, la idea de fracaso escuece. A fin de cuentas, quien carga con el suspenso es él, no usted.
«Machacarles por suspender es un error garrafal. Actualmente la exigencia académica es muy alta. Los niños llegan a casa con muchos deberes, a lo que se suma que por necesidades de compaginar con el trabajo o por convertirlos en ‘cerebritos’ o en cracks del deporte, se les sobrecarga con actividades extraescolares. Así que, aunque al final los resultados no sean los deseados, ellos también llegan agotados a fin de curso». E insiste: el castigo es contraproducente. Solo acentúa la sensación de ser un fracasado sin remisión.
¿Cómo plantear la recuperación?
«Ante todo, no hacer un drama familiar. Debemos esmerarnos en la comunicación en este momento tan delicado. Que nuestro hijo sepa que, pese a las malas notas, se les sigue queriendo igual. El amor paterno no puede condicionarse a los resultados escolares. También debe saber que él es capaz de aprobar, que no es un imposible, que confiamos en él. Sentirse respaldado dentro del clan le va a animar a ponerse a hincar codos. Una vez queda claro eso, hay que trazar una hoja de ruta para compaginar el estudio con las vacaciones. Nada de ‘te quedas sin piscina todo el verano’. Habrá que dedicar una hora al día a preparar la repesca de junio, pero el resto de la jornada sigue estando de vacaciones, como cualquier otro niño de su edad», añade la psicóloga.
Es buen momento para que se plantee qué puede hacer usted para ayudarle, indica Fuentes: «Si se pone a hacer unos ejercicios de matemáticas, le acompañamos. Nos interesamos por lo que hace, procuramos explicarle las dudas con arreglo a nuestras posibilidades. No se trata de endiñarle los cuadernos de trabajo para que esté quieto mientras nos echamos la siesta».
Siéntese a su lado, pregúntele qué hace, que le hable del profesor, de su clase, de sus cosas. Aproveche para leer a su lado, o para hacer alguna tarea similar. No encienda la tele en la misma habitación, solo porque usted no ha de estudiar. Empatice con el chaval. «Y, sobre todo, dejar de competir con la vida a través del niño. A veces los padres se enfadan, no tanto por el suspenso en sí, sino porque el hijo del vecino ha sacado unas notazas. Son personas altamente competitivas, viven todo como una carrera y sienten que están perdiendo la batalla».
¿Sigue pensando que su hijo sencillamente es un vago? Maite Martín Serra, psicóloga experta en problemas infanto-juveniles del Centre PIP, abre otra vía de análisis: «Puede que haya algún trastorno del aprendizaje o un problema escolar o de otra índole de fondo que le impide centrarle en los estudios. Es buen momento para abordarlo en familia. O para buscar la ayuda profesional y solventarlo ante el curso próximo». Recuerde: Albert Einstein no fue precisamente un lumbreras en su época escolar.
¿Premio por aprobar?
Los expertos tampoco recomiendan pasarse al extremo opuesto. Imagine la típica conversación de bar en la que usted y sus colegas se indignan por las primas cobradas por los jugadores de fútbol al ganar campeonatos: ‘A fin de cuentas’, comentan, ‘su trabajo es ganar partidos. Ya cobran una buena ficha por ello’. Traslade esa filosofía a su hijo. El boletín de notas está repleto de sobresalientes. Usted se viene arriba y le compra una moto. O esa videoconsola que cuesta un ojo de la cara. Que su hijo no se sienta menos que Messi o Cristiano.
En el libro Atrévete a no gustar (Zenith), Ichiro Kishimi y Fumitake Koga recuerdan la postura del famoso psicoterapeuta Alfred Adler contra un sistema educativo basado en la recompensa y el castigo, que lleva a desarrollar estilos de vida erróneos en los que uno piensa que ‘si nadie va a elogiarme, no emprenderé la acción adecuada. Y si no van a castigarme, puedo emprender una inadecuada’. En otras palabras: el regalo de fin de curso no fomenta su sentido de la responsabilidad, sino que despierta la voracidad por el premio. Un monstruo que, en muchas ocasiones, crece sin freno, por encima, incluso de las posibilidades económicas de los padres.
«Los padres deben fomentar la responsabilidad en los niños. Estudiar es su deber como escolares. Aprobar es el resultado del esfuerzo», se explica en el libro. La filosofía de Adler insiste en que hay que enseñar al niño a sentirse satisfecho por sus logros, no a buscar el éxito escolar solo para ser elogiado o premiado. «Eso solo fomenta una relación vertical entre el que elogia (que se sitúa en un plano superior) y el elogiado (el inferior)». Algo así como una relación de dependencia: el niño estudia para que padres y profesores le digan lo bueno que es. Por aterrizar en mundo real, como si usted lavara el coche para que el vecino le dé palmaditas en la espalda por tener el vehículo que da gloria verlo.
Algunos psicólogos infantiles, no obstante, insisten en que no está de más reconocer ese esfuerzo del crío de forma manifiesta. «Un ‘pero qué bien lo has hecho’ y ‘me siento súper orgulloso’ ya es una gran recompensa. Y le transmite al niño la certeza de que sus padres son conscientes de su esfuerzo. El resto del premio son las propias vacaciones, tendrán más tiempo libre para hacer lo que les gusta. No hace falta recurrir a un premio material», apunta Maite Martín Serra.
¿Cuadernos de vacaciones?
Una vez entregadas las notas y llegado el momento de las vacaciones, muchos padres consideran oportuno comprar cuadernos para que sus hijos practiquen lo aprendido o adelanten conocimientos del año siguiente. Póngase en la situación de sus niños: imagínese que su jefe le encomienda que cada día de sus vacaciones dedique una horita a hacer hojas de cálculo o a redactar informes para que no se le olvide, que corre la leyenda entre las jefaturas de que hay humanos que resetean su memoria por completo en vacaciones y regresan al tajo sin recordar ni cómo se enciende el ordenador. ¿Le indignaría? Pues eso es lo que sienten los niños que, pese a haber aprobado, ven cómo sus padres les endiñan cartillas, cuadernos y tareas escolares que creían superadas.
«No los veo necesarios. Desconectar es muy bueno. Y dos meses largos tampoco es tiempo para que se les olvide lo trabajado en el curso escolar. Y en caso de que suceda, para eso están los maestros del nuevo curso, para refrescar esos conceptos», señala Ana María Fuentes. Tampoco le tenga mano sobre mano. Y limite el uso de dispositivos digitales. «Cuanto más pequeños, más cuenta el juego no estructurado. Los niños son muy primarios, dejarles jugar sin apenas cosas, les incentiva a desarrollar la imaginación. Más si hay otros niños, porque socializan. Es hora de correr, ensuciarse, mojarse o buscar bichos en el parque. Estarán trabajando destrezas sin apenas darse cuenta», concluye Fuentes.
Este contenido ha sido publicado originalmente por El País (España) en la siguiente dirección: elpais.com