Maestros al servicio de la educación

Santos Guerra: Las emociones se han extendido y profundizado durante la pandemia, sin embargo, el currículum ha seguido centrado en los conocimientos académicos

Miguel Ángel SANTOS GUERRA, leonés de nacimiento y malagueño de adopción, es Doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense y Catedrático Emérito de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga. Es también Diplomado en Psicología por la Universidad de Boston y en Cinematografía por la Universidad de Valladolid. Ha sido profesor en todos los niveles del sistema educativo: maestro de Primaria, profesor de Bachillerato y profesor de la Universidad Complutense y de otras universidades españolas y extranjeras.

Fue Director de un centro educativo en Madrid, del Departamento de Didáctica y Organización Escolar y del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.  Fue miembro del Consejo Social de la ciudad de Málaga y  Consejero de la OCU. Es miembro de Honor del Consejo de Protección de la Infancia y  de la Dirección General de Prevención de Drogadicción. Perteneció al Consejo Escolar de Andalucía como profesional de reconocido prestigio. En 2015 recibió la Medalla de Oro del Ateneo de Málaga. En 2019 ha sido nombrado Director Emérito del Colegio Nuestra Señora de la Vega (Madrid).

El portal informativo La Capital (Argentina) publicó una entrevista realizada por Sebastián Suárez Meccia al reconocido pedagogo Miguel Ángel Santos Guerra y que nosotros lo compartimos por motivos únicamente educativos y de formación permanente. En dicha entrevista Miguel Angel Santos dice que “Para enseñar y aprender hace falta tener cuidado el corazón”, dice el educador. Afirma que los alumnos aprenden de aquellos docentes a los que aman. También advierte que la dimensión emocional se profundizó con la pandemia. En caso quiera leer la entrevista completa, puede hacerlo en el siguiente enlace: «Una pantalla no es la escuela, la dimensión socializadora exige presencia»

Santos Guerra: «Una pantalla no es la escuela, la dimensión socializadora exige presencia»

Desde el inicio de la pandemia, el pedagogo español Miguel Angel Santos Guerra recibió distintas historias de docentes y alumnos angustiados frente a un presente incierto, donde el distanciamiento social es la dinámica que reina. Tiempos de pantallas que dejaron expuestos la brecha digital de los chicos y sus familias. “Las emociones se han extendido y profundizado durante la pandemia, sin embargo, el currículum ha seguido centrado en los conocimientos académicos”, dice el educador.

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Destacado conferencista y con una extensa carrera como profesor en todos los niveles del sistema educativo, Santos Guerra acaba de publicar Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela (Homo Sapiens Ediciones). Una obra donde reúne textos que hablan de la necesidad de la educación emocional y reivindica el derecho a la ternura y a perseguir la felicidad en las escuelas. También aborda por qué la escuela tradicional, a la que describe como el reino de lo cognitivo, debería ser el reino de lo afectivo. Y afirma: “Una pantalla no es una escuela, la dimensión socializadora exige presencia”.

—En este tiempo sin clases presenciales mucho se ha hablado de la cuestión emocional de docentes y alumnos ¿Le han llegado consultas al respecto?

—Pues sí. De diversa naturaleza, pero todas de mucha intensidad. Algunos docentes han sentido angustia ante una situación nueva, imprevista, desconocida, que ponía patas arriba la seguridad a la que estaban acostumbrados. De la noche a la mañana, se vieron obligados a asumir unas responsabilidades para las que algunos no se sentían preparados por la dificultad de manejar herramientas digitales (me preocupa más el analfabetismo pedagógico que el analfabetismo digital). Han tenido que trabajar muchas horas sometidos a una tremenda tensión. Algunos docentes me han dicho que se han sentido solos, recluidos en sus casas, sin la presencia física de los colegas, sin su ayuda cercana, sin el soporte emocional que supone la compañía. Hay docentes que han vivido con dolor la brecha digital en la que sus alumnos y alumnas estaban inmersos: familias sin cobertura, con un celular como único canal de comunicación para toda la familia, con malas condiciones ambientales… Les ha llegado la demanda de una ayuda que, en muchos casos, no podían o sabían dar. También me han llegado testimonios de alumnos y alumnas que echaban de menos a sus profesores, a sus compañeros y amigos. No es lo mismo compartir llegadas y salidas, recreos, trabajo en el aula, que estar encerrados entre las cuatro paredes de una habitación. Y todos, profesorado y alumnado, con el temor al contagio, invadidos por noticias desalentadoras, con la tristeza de ver a tantos ancianos que se despedían del mundo sin la presencia de ningún familiar o amigo. Las emociones se han extendido y profundizado durante la pandemia. Sin embargo, el currículum ha seguido centrado en los conocimientos académicos.

—¿Qué lugar debería tener la educación emocional en las aulas?

—Hablo de las aulas y de las escuelas. Porque la educación emocional es parte sustancial del proyecto educativo de la institución. No se puede entender el desarrollo integral de una persona sin tener en cuenta la dimensión afectiva. La educación emocional es una tarea colegiada, en la que ha de estar comprometida toda la comunidad. No hay niño que se resista a diez profesores que estén de acuerdo. Pero, claro, también en el aula debe estar presente esta preocupación. Porque es en el aula donde se produce la convivencia más intensa y duradera. Los quince capítulos de mi libro Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela están dedicados a reflexionar sobre la importancia de esta exigencia educativa y a orientar la acción para llevarla a cabo con éxito. La educación emocional es importante no sólo para la aceptación de nosotros mismos y la buena comunicación con los demás. Es también importante para el aprendizaje. Porque, para que se produzcan aprendizajes significativos y relevantes hace falta que el conocimiento tenga una lógica interna y otra externa, sí. Pero también hace falta una disposición emocional para el aprendizaje. Solo aprende el que quiere. El verbo aprender como el verbo amar, no se puede conjugar en imperativo. Para enseñar y aprender hace falta tener cuidado el corazón.

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—¿Qué trabas comunes encuentra en la escuela tradicional para que sea, como afirma en el libro, el reino de lo cognitivo y no de lo afectivo?

—La escuela, en efecto, ha sido siempre el reino de lo cognitivo. Al entrar, a profesores y alumnos se les ha preguntado: ¿qué sabes? A la salida se les ha vuelto a preguntar: ¿qué has aprendido? Pocas veces se pregunta, a unos y a otros: ¿qué sientes?, ¿eres feliz?, ¿sabes expresar tus emociones?, ¿sabes captar las emociones de los demás? Las trabas son la rutina, que es el cáncer de las instituciones, la falta de formación emocional de los docentes, la presión institucional y social sobre el currículum académico. No se puede dar lo que no se tiene. No hay forma más bella y más eficaz de autoridad que el ejemplo. Enseñamos como somos, no como les decimos a los alumnos que tienen que ser. Por eso digo que es fundamental la formación emocional de los docentes. Decía Gabriela Mistral: “Si no eres capaz de amar, no puedes dedicarte a la enseñanza”. Por otra parte, hay que seleccionar para esta profesión a las mejores personas de un país, porque van a dedicarse a la tarea más difícil, más decisiva y más hermosa que se le ha encomendado al ser humano en la historia: van a trabajar con la mente y el corazón de las personas. Y, como bien es sabido, no hay ningún filtro relacionado con estas cuestiones para acceder a la profesión docente. ¿Qué hace en esta tarea una persona sádica, desequilibrada, inestable, bipolar?

—¿Cómo garantizar el derecho a la ternura que plantea en Educar el corazón en esta época de distanciamiento social mediado por pantallas y sin abrazos?

Una pantalla no es una escuela. La dimensión socializadora exige presencia. El encuentro, la conversación directa, la colaboración, el saludo sincero, el abrazo son indispensables para el crecimiento personal y para el desarrollo de la comunidad. Los alumnos y las alumnas necesitan conocimientos, estrategias y destrezas, pero necesitan, sobre todo, el amor de quienes enseñan. Los alumnos aprenden de aquellos docentes a los que aman. Los alumnos y las alumnas tienen derecho a la ternura en dos sentidos: en primer lugar, a vivirla en su relación con los otros, a darla a los demás. Y también a recibirla, a ser tratados con respeto, con cariño, como corresponde a la dignidad consustancial que conlleva ser personas. La ternura es el alimento del alma. Digo en un capítulo del libro Educar el corazón que existen algunos obstáculos que impiden cultivar la ternura. Uno de ellos es la concepción del mundo como un campo de batalla. En la escuela, resulta un obstáculo la idea de que los profesores son máquinas de enseñar y los alumnos máquinas de aprender.

«LOS DOCENTES HAN TRABAJADO CON CREATIVIDAD, SON HÉROES ANÓNIMOS»
—Cuando pase la pandemia, ¿Qué enseñanzas le gustaría que se haya aprendido para la escuela?

   —No saldremos de la crisis igual que entramos. Cuando salgamos habremos aprendido muchas cosas. Unas relacionadas con el análisis de la realidad. Otras con la vida emocional. Hemos visto cómo el virus se ha ensañado con los más vulnerables, con los más débiles. Y hemos aprendido que las terribles desigualdades existentes deben ser superadas a través de la educación. La crisis nos ha enseñado la fragilidad e importancia de la vida. Y qué decisiva es la solidaridad para vivir de una forma más hermosa y más justa. En mi blog El Adarve, dediqué doce artículos a reflexionar sobre la crisis. Uno de ellos llevaba este título: La cruel pedagogía del virus. Hablo en él de algunas lecciones:

Lección primera. La pandemia causa conmoción en todo el mundo, pero de forma desigual. Médicos sin Fronteras advierte, por ejemplo, de la extrema vulnerabilidad al virus de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en centros de intercambio en Grecia. En uno de ellos (campo de Moria) hay un grifo de agua para 1.300 personas y no hay jabón. Los refugiados viven hacinados. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de 300 metros cuadrados. Esto también es parte de Europa, es la Europa invisible. Estas condiciones también prevalecen en la frontera sur de Estados Unidos, hay también allí una América invisible. ¿Nos importa que exista un orden mundial tan discriminatorio?

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Lección segunda. El tiempo político y mediático condiciona cómo la sociedad contemporánea percibe los riesgos que corre. Ese camino puede ser fatal. Las crisis graves y agudas, cuya letalidad es muy significativa y rápida, movilizan a los medios de comunicación y poderes políticos, y llevan a tomar medidas que, en el mejor de los casos, resuelven las consecuencias de la crisis, pero no afectan sus causas. Por el contrario, las crisis severas pero de progresión lenta tienden a pasar desapercibidas incluso cuando su letalidad es exponencialmente mayor. La pandemia de coronavirus es el ejemplo más reciente del primer tipo de crisis. Mientras escribo esto, ya ha matado a unas 40.000 personas. La contaminación atmosférica es el ejemplo más trágico del segundo tipo de crisis. Como informó The Guardian el 5 de marzo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la contaminación atmosférica, que es solo una de las dimensiones de la crisis ecológica, cada año mata a 7 millones de personas.

Lección tercera. La extrema derecha y la derecha hiperneoliberal han sido (con suerte) definitivamente desacreditadas. La extrema derecha ha crecido en todo el mundo. Se caracteriza por el impulso antisistema, la manipulación grosera de los instrumentos democráticos, incluido el sistema judicial, el nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo, la defensa de la seguridad que otorga el estado de excepción, el ataque a la investigación científica independiente y la libertad de expresión, la estigmatización de los opositores, concebidos como enemigos, el discurso de odio, el uso de redes sociales para la comunicación política en menosprecio de las herramientas y los medios convencionales. Defiende, en general, el estado mínimo pero aumenta los presupuestos militares y las fuerzas de seguridad. Ocupa un espacio político que a veces le fue ofrecido por el rotundo fracaso de los gobiernos provenientes de la izquierda que se rindieron al catecismo neoliberal bajo la astuta o ingenua creencia en la posibilidad de un capitalismo con rostro humano, un oxímoron que ha existido siempre o, al menos, que existe hoy.Advertisement

Lección cuarta. De los 194 países soberanos que existen en el mundo reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con autogobierno y completa independencia, solo diez están gobernados por mujeres. Pues bien, esos países han tenido una gestión de la crisis más efectiva, más rápida, más audaz. Pensemos lo que ha pasado en Alemania, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia, Noruega, Dinamarca… Sólo el 5% de los países del mundo están gobernados por mujeres. Pues bien, de los 12 más efectivos, 7 están dirigidos por mujeres. No es una casualidad. La gestión de la crisis en estos gobiernos ha sido más eficaz, más valiente, más creativa, más compasiva, más ética. (¿Hemos pensado alguna vez que no ha habido dictadoras en la historia?). Sobra mucha testosterona en el poder.

Lección quinta. Hemos podido comprobar la importancia que tiene la sanidad pública. Los recortes que se realizaron y la privatización de los servicios han mermado la capacidad de respuesta ante la gravedad de la crisis. ¿Cómo no pensar en una forma segura y estable de garantizar la protección de la salud de todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad, sin entregar su suerte a la herencia o al azar?

Lección sexta. Se han presentado varios dilemas durante la crisis. Uno de ellos ha sido el de salud versus economía. Cuidar de la salud suponía destruir la economía. El primer ministro inglés Boris Johnson dijo que había que seguir con la actividad a pesar de que hubiera que pagar el tributo de muchas vidas. Luego, no sé si por la presión social o por qué, tuvo que rectificar. Ha habido otro dilema que se ha adueñado de la opinión pública: derecho a la libertad de expresión versus difusión de bulos y fake news. El derecho a la información se ha llenado de confusión y de mentiras. Un tercer dilema ha sido el de salud versus restricción de libertades. El gobierno ha confinado a la población para conseguir frenar la expansión del virus.

Lección séptima. Los docentes han trabajado con esfuerzo, creatividad y coraje desde sus domicilios, en una experiencia jamás imaginada: desplegar un proyecto educativo desde una institución virtual que se expande por el espacio y por el tiempo y adaptar nuevas metodologías y formas de evaluación. Están siendo héroes anónimos. Es hora de valorar la importancia de la educación y de la investigación. El impacto de la brecha digital va a agrandar las diferencias durante la crisis y se van a hacer más graves e injustas las diferencias. Habrá que ayudar a los más vulnerables a recuperar el espacio perdido.

Lección octava. Nuestros ancianos y ancianas han sido castigados con crueldad por el Covid-19. Muchos de ellos han muerto en condiciones lamentables de soledad y angustia. Las residencias se han convertido en trampas terribles donde han encontrado la muerte muchos mayores por deficiencias de cuidado y de gestión. El personal sanitario se ha visto expuesto a situaciones de alto riesgo y hemos pagado un tributo elevadísimo de bajas y vidas He recibido una desgarradora carta de Rocío Casto Bertomeu en la que me cuenta que ha perdido en la crisis dos familiares a los que ha despedido en condiciones tristísimas: una sanitaria y una queridísima abuela. Cuánto dolor en sectores tan sensibles de la sociedad.

Lección novena. La crisis ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros. En la crisis ha habido actuaciones heroicas sin límite, se ha desplegado un inmenso abanico de acciones generosas. Personas que han arriesgado la vida para salvar a otros. Personas y grupos que han dedicado su tiempo, su conocimiento y sus bienes a la lucha por la recuperación. La ciudadanía ha respondido con responsabilidad y sacrificio a las exigencia que imponía el bien común. Pero también ha permitido mostrar lo más negativo de nuestro ser: personas que, con irresponsabilidad inconcebible, han contagiado a otras personas, individuos que se han enriquecido de forma injusta.

Después de la crisis seremos distintos, pero no necesariamente mejores. Para ser mejores hará falta algo más que las simples evidencias. Hará falta clarividencia, unidad, solidaridad y voluntad para no repetir los errores. Lecciones duras, difíciles de asimilar. Lecciones que no se aprenden sin esfuerzo y humildad. El aprendizaje tiene que incorporarse a la construcción de una normalidad mejor, de más calidad humana, de más profundidad ética.

Este contenido ha sido publicado originalmente por La Capital (Argentina) en la siguiente dirección: lacapital.com.ar



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