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[Pedro Fulleda] La “magia” del juego

Para descubrir la magia del juego -el ¿por qué se juega?– es preciso penetrar en la esencia misma del acto lúdico, esa que preside la satisfacción del que juega, al margen de las explicaciones teóricas referentes a sus resultados psicológicos, sociológicos o pedagógicos.
¿Dónde radica la “magia” del juego, cuál es su posición dentro del campo de las acciones humanas… qué cualidades la definen como actividad singular y punto de partida de la cultura? Todo abordaje al tema desde la Psicología, la Pedagogía, la Sociología, y otras ciencias humanísticas lo han tenido como una consecuencia y no como el fundamental objeto de estudio. La actividad lúdica ha hecho su aparición, cual duende travieso, en el campo de experimentación del científico empeñado en descubrir los mecanismos que rijan o perfeccionen el comportamiento humano, en lo individual como en lo social. Pasemos revista a los más significativos de dichos abordajes, que podemos dividir en dos campos: el de las concepciones biogenéticas del juego, y el de las concepciones psicosociales.

El alemán Friedrich Schiller consideró al juego como “una consecuencia de la necesidad de liberación del exceso de energía acumulado en el niño, respondiendo por tanto a factores de tipo biológico”, teoría igualmente esgrimida por el naturalista inglés Herbert Spencer, para quien se trata de “un ejercicio artificial de las fuerzas, tanto en las personas como en los animales”. El psicólogo alemán Karl Groos fue autor de una teoría que denominó “de los ejercicios preparatorios o movimientos de experimentación”, según la cual la acción lúdica, tanto en los niños como en los cachorros, responde a instintos básicos de cada especie, como reflejo de sus congéneres adultos. Otro de los clásicos teóricos de la concepción biogenética es el inglés Stanley Hall, quien trató de explicar por causas instintivas las tendencias infantiles en el juego, argumentando que “estas se manifiestan en la actividad al margen de la influencia de los adultos y sólo como resultado de la fantasía y la espontaneidad de los niños”. Considerando al juego como un proceso absolutamente instintivo e inevitable, las prácticas pedagógicas inspiradas en tales teorías no comprenden la necesidad de dotarle de suficientes encantos para arrastrar a los pequeños a la actividad lúdica de forma no dirigida, espontánea y placentera. Métodos sobre el empleo del juego cual recurso de la educación, aun cuando signifiquen destacados empeños en tal sentido, no alcanzan a librar al juego dirigido en el marco escolar de las obligaciones del trabajo.

En el lado opuesto aparecen las teorías empeñadas en explicar la disposición al juego sólo a partir de la influencia que el medio ejerce sobre el individuo: las llamadas concepciones psicosociales. Para el ruso A.N. Leontievla diferencia del juego del párvulo con el de los animales es que aquel no es instintivo, sino que es una actividad humana con objeto, la cual, al formar la base para el reconocimiento del mundo, determina el contenido del juego”. Gueorgui Plejanov enfatizó en la dependencia del carácter del juego infantil respecto a la vida social, afirmando que “el juego es hijo del trabajo, por lo que no se puede dejar de señalar que los juegos de los niños de la época actual llevan la huella de las relaciones sociales del trabajo y de la educación social”. Similar afirmación hizo el psicólogo alemán Wilhelm Mundt, fundador en 1870, en Leipzig, del primer laboratorio de Psicología experimental: “El juego es hijo del trabajo. No hay ningún juego que no posea en sí el prototipo de una forma de trabajo serio, que siempre le antecede en el tiempo y por su esencia. La necesidad de subsistencia impulsa al hombre al trabajo, donde él aprende a valorar la acción de sus fuerzas como fuente de placer. El juego destruye el objetivo de utilidad del trabajo”. Nadieshda Krupskaia se expresó, en sus reflexiones al respecto, en contra del desarrollo espontáneo del contenido del juego, puntualizando que “al estudiar la vida que nos rodea debemos hallar formas que tiendan un puente entre esta vida y el juego”. Semejantes propuestas fueron realizadas también por el educador ruso Anton Makarenko, quien comparó el juego al trabajo, afirmando que “el buen juego se parece al buen trabajo, y el juego malo se parece al trabajo malo”. Máximo Gorki se refirió al juego infantil como “la vía que tienen los niños para el conocimiento del mundo en que viven, y que están llamados a transformar”. Otros destacados investigadores de la “escuela rusa”, como L.S. Vigotski y D.B. Elkonin, coincidieron con concepciones psicosociales semejantes.

Comentario aparte, por lo que de integración de las posiciones biogenéticas y las psicosociales tiene su teoría merece el psicólogo suizo Jean Piaget, para quien el niño ha de acomodarse al juego cuando lo descubre y asimilarlo cuando lo realiza, proceso de asimilación y acomodación que forma la base para el desarrollo intelectual del niño. Esto determina la existencia de tres etapas que no son excluyentes entre sí, en la medida en que el sujeto madura. En la primera etapa existen los denominados juegos de ejercicios, que se repiten por puro placer y sin una representación mental correspondiente, produciendo automatismos que contribuyen al dominio de sí mismo, a la organización del espacio y del tiempo. Con la progresiva maduración de su inteligencia aparece en el niño, a partir del segundo año de vida, la capacidad de sustituir los objetos con un símbolo, pudiendo simbolizar cualquier cosa mediante juegos simbólicos (como los de “hacer como sí…”), en un proceso consciente de tránsito de la imitación externa a la interiorizada, al verdadero proyecto, donde lo real es asimilado gracias a la ficción simbólica. Entre los 4 y 7 años el juego resulta un instrumento de liberación del niño respecto al medio en que se desarrolla, al mismo tiempo que de integración en él; tiende a la exacta imitación de lo real, a una mejor adaptación al juego, siendo capaz de comprender, aceptar y aplicar las bases del comportamiento lúdico impuestas por el grupo, con la práctica creciente de juegos de reglas y asociativos.

Esta concepción del juego asocia las distintas actividades lúdicas a los diversos grados de maduración en el niño, como establece la Psicología evolutiva, que reconoce en el recién nacido dos tipos principales de acciones físicas: las que tienen que ver con la satisfacción de su necesidad de subsistencia, como el llanto o el reflejo de succión ante la presencia de cualquier objeto entre los labios, y otras no directamente vinculadas con la subsistencia del pequeño ser humano. Este, a las pocas semanas de nacido comienza a accionar, de forma aún irregular e inconexa, todo cuanto tiene de movible en su cuerpo; agita brazos y piernas, saca la lengua, mueve la cabeza, y progresivamente va incorporando nuevas posibilidades físicas a su estructura corporal, base indispensable de su evolución psicomotriz y de su vinculación con el entorno. Dichos movimientos responden a una congénita necesidad de desarrollo presente en el neonato, cuya satisfacción apunta a un mayor conocimiento de sí mismo. Incorporando la experiencia -que descubrió de manera casual- a su memoria en formación, el recién nacido va perfeccionando sus acciones corporales mediante su repetición de modo intencional, lo cual le causa un estado de satisfacción personal. Simplemente, disfruta del placer de sentirse “moviente”.

Así estamos en presencia de la manifestación innata del impulso lúdico vital. El psicólogo austríaco Karl Bühler denominó esta etapa como del “juego funcional” por estar relacionada con el desarrollo de las funciones primarias en el ser humano -que condicionan sus acciones corporales y la coordinación psicofísica de su comportamiento-, y es para Piaget el inicio de lo que denomina “juego de ejercicios”, punto de partida en la evolución de la actividad lúdica a través de las diferentes etapas de desarrollo en las estructuras mentales en el niño. En todo caso, se trata de un acto biológicamente determinado e inherente a la condición humana, y que es la base del proceso individual destinado a la satisfacción de la necesidad de desarrollo en un específico contexto socio-cultural.

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Autor:
Pedro Fulleda Bandera, nacido en Cuba y residente en Ecuador.
Licenciado en Comunicación Social, con experiencia laboral como periodista especializado en temas históricos y culturales. Se desempeñó como docente de especialización en el Instituto Superior de Cultura Física. Presidió la sección “Juego y Sociedad” de la Asociación de Pedagogos de Cuba. Ha impartido cursos y conferencias sobre lúdica y desarrollo humano en diversos países iberoamericanos.
Autor de artículos y libros sobre Ludología y temas de actualidad política y social.
Enlaces de interés: pedrofulleda.blogspot.com / wattpad.com
E-mail: [email protected]

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