Gabriela Mistral (Vicuña, Chile, 07/04/1889 – Nueva York, USA 10/01/1957), cuyo nombre de nacimiento fue Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, publicado en su poema «Del pasado» por el diario «El Coquimbo» (1908). En 1922 se traslada a México para colaborar en los planes de reforma educativos de José Vasconcelos, político, pensador y escritor mexicano. Durante la década de los 30, da clases en Estados Unidos en las escuelas Bernard College, Vassar College y en el Middlebury College. También viaja por Centroamérica y Las Antillas y colabora con las universidades de Puerto Rico, La Habana y Panamá. Gabriela Mistral, una de las poetas más importantes del s. XX, maestra rural y educadora consiguió el galardón más importante de la literatura universal, fue doctor «honoris causa» por la Universidad de Guatemala, Mills College de Oakland (California), y por la Universidad de Chile, entre otras universidades. Su obra está traducida a más de 20 idiomas. cf GABRIELA MISTRAL. BIOGRAFÍA
Gabriela Mistral dedicó buena parte de su vida a mejorar la educación de los niños y a escribir hermosas poesías que le valieron el reconocimiento internacional. En 1945 fue galardonada con el Nobel de Literatura, un premio que agradeció a Cristo nada más saber que lo había recibido: “¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a esta humilde hija!”. […] en su conferencia dijo: “A los diez años, yo conocí esta vía de la palabra, desnuda y recta y la adopté en la medida de mis pobres medios, a puro tanteo, silabeando sus versículos recios, tartamudeando su excelencia y arrimándome a ella, a la vez con amor y miedo de amor.” EL HERMOSO POEMA DE GABRIELA MISTRAL SOBRE LA PASIÓN DE CRISTO
Por motivos únicamente educativos y de formación permanente, para aquellos educadores que crean conveniente y de utilidad para su vida personal, así como para su tarea docente, les compartimos un video, y los textos de Cristo del Calvario y del poema «¡De qué quiere, usted la imagen?» o El imaginero, y recordando una de las frases la maestra Gabriela Mistral: “La educación es, tal vez, la forma más alta de buscar a Dios”.
EL IMAGINERO (02´ 43”)
Previamente, como educadores, que siempre debemos buscar la Verdad, y tratando de ser honestos, objetivos y nunca manipuladores de la información, es que les agradecemos haberse tomado el tiempo de leer esta publicación (hasta aquí), y poder someter a su reflexión, investigación y criterio personal la opinión del hondureño José María Leiva Leiva sobre el poema “Cristo del Calvario” que atribuye a la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, (1814-1873), publicado en La Tribuna, cuyo enlace indicamos al final de textos entre comillas, y su relación con el poema atribuido (según Leiva) a la Premio Nobel de Literatura 1945 , y que dice:
“En esta tarde, Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma; pero, al verte, mis ojos van y vienen de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza. ¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados? ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas? ¿Cómo explicarte a ti mi soledad, cuando en la cruz, alzado y solo estás?”.
¿Cómo explicarte que no tengo amor, cuando tienes rasgado el corazón? Ahora ya no me acuerdo de nada, huyeron de mí todas mis dolencias. El ímpetu del ruego que traía se me ahoga en la boca pedigüeña. Y solo pido no pedirte nada, estar aquí, junto a tu imagen muerta, ir aprendiendo que el dolor es solo la llave santa de tu santa puerta. Amén”. Enseguida repaso el “Imaginero del Cristo”, poema del español Francisco Vaquerizo. Que señala: “Imaginero del Cristo, ¡cómo te estoy envidiando ahora que Él cruza mi calle, entre el silencio sagrado de los rezos y el temblor de los cirios levantados! Imaginero del Cristo, ¿quién te enseñó a modelarlo?
¿Estuviste, imaginero, muchos días esperando a que algún ángel del cielo te llevase de la mano? ¿Trabajabas de rodillas o es que tú habías llevado una cruz así también y sabías el exacto gesto, y la luz que quedaba en los ojos, y el cansancio del cuerpo, y esa amargura que en su boca has dibujado? ¡Ay, imaginero, ay, cómo te estoy envidiando! ¿Dónde encontraste dolor bastante para crearlo? ¿De dónde te lo sacaste, qué pena te dolió tanto qué clase de amor fue el que te estuvo sangrando a ti, para que pudieses saber que tu Cristo santo había que hacerlo así de triste y así de manso? ¡Ay, imaginero, ay, cómo te estoy envidiando! Qué prodigio de los cielos te vino a traer el milagro de hacerlo como lo has hecho:
Poderoso en su cansancio, sereno en su sufrimiento y, en su humildad, soberano. ¿Con qué fe se lo pediste a Él, para imaginarlo tan dulce, tan compasivo, tan divino y tan humano? ¡Ay, imaginero, ay, cómo te estoy envidiando! Que llevo ya mucho tiempo con el corazón en alto y una esperanza encendida en mi espíritu cristiano, queriendo grabarme un Cristo dentro del alma, calcado de ese Santísimo Cristo de la Cruz, que, año tras año, cruza gloriosa mi calle, entre sollozos y salmos y el cariño de la gente que no cesa de aclamarlo… Y, por qué no lo consigo y todo mi esfuerzo es vano, ¡ay, imaginero, ay, cómo te estoy envidiando!” ¡QUE ASÍ SEA!
EL IMAGINERO
¿De qué quiere, usted la imagen?
preguntó el imaginero.
Tenemos santos de pino,
hay imágenes de yeso,
mire este Cristo yacente,
madera de puro cedro,
depende de quien la encarga,
una familia o un templo,
o si el único objetivo
es ponerla en un museo.
Déjeme pues que le explique,
lo que de verdad deseo.
Yo necesito una imagen
de Jesús, el Galileo,
que refleje su fracaso
intentando un mundo nuevo.
Que conmueva las conciencias
y cambie los pensamientos.
Yo no la quiero encerrada
en iglesias y conventos.
Ni en casa de una familia
para presidir sus rezos.
No es para llevarla en andas
cargada por costaleros.
Yo quiero una imagen viva
de un Jesús Hombre sufriendo,
que ilumine a quien la mire
el corazón y el cerebro.
Que den ganas de bajarlo
de su cruz y del tormento,
y quien contemple esa imagen
no quede mirando un muerto,
ni que con ojos de artista
solo contemple un objeto,
ante el que exclame admirado
¡qué torturado más bello!
Perdóneme, si le digo,
responde el imaginero
que aquí no hallará, seguro,
la imagen del Nazareno.
Vaya a buscarla en las calles
entre las gentes sin techo,
en hospicios y hospitales,
donde haya gente muriendo.
En los centros de acogida
en que abandonan a viejos.
En el pueblo marginado
entre los niños hambrientos,
en mujeres maltratadas
en personas sin empleo.
Pero la imagen de Cristo
no la busque en los museos,
no la busque en las estatuas,
en los altares y templos.
Ni siga en las procesiones
los pasos del Nazareno,
No la busque de madera,
de bronce, de piedra o yeso.
¡mejor busque entre los pobres
su imagen de carne y hueso!
Gabriela Mistral “articuló un ideario pedagógico, cuyo eje central era el desarrollo y bienestar integral de los niños”. Su extremada sensibilidad docente le “facilitó y dio fundamentos a su reflexión profesional y pedagógica con respecto a los métodos y fines de la enseñanza. Siempre estuvo especialmente interesada en los modos de aprender a leer, la calidad de los materiales educativos y el papel de las bibliotecas. Defendió la necesidad de una vida docente, un desempeño no condicionado a la instrucción de conocimientos en las aulas de clases. Su máxima fue: «Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con actitud, el gesto y la palabra». Rabindranath Tagore y León Tolstoi, influyeron en su pensamiento sobre la educación, pues ellos “en distintos momentos habían fundado escuelas experimentales en sus aristocráticas propiedades, en las que practicaban la igualdad social y la no discriminación; hacían clases al aire libre, elaboraban sus propios textos de estudio y aplicaban sus propias técnicas pedagógicas”. También planteó “una redefinición de educación pública en que primara la diversidad cultural, de ideas y pensamientos, con el protagonismo de los sujetos que la constituyen, superando las profundas desigualdades sociales que arrecian nuestra educación y sociedad”. GABRIELA MISTRAL Y LA EDUCACIÓN PÚBLICA: UN LEGADO CENTENARIO
“Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra”.
REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF
Ese poema pertenene a Martín Valmaseda, guatemalteco, y creo que se llama Un Cristo real.
Por favor, corregir.
saludos
Corrección: El poema ni se llama el imaginero, ni fue escrito por Gabriela Mistral, su autor es MARTÍN VALMASEDA, un sacerdote marianista que un vive y reside en Guatemala