Hija, ¡apuráte que se te va el bus! Una y otra vez… y nada. Sin embargo en el momento exacto, en el tiempo justo, sale y como una carrera de relevo llegando a la esquina de la casa, aparece el transporte amarillo (quién sabe por qué de ese color) abre la puerta, entra ella, cierra la puerta y una mano que se despide, con una sonrisa ¿de burla?, ¿de cariño? Nadie sabe, ya que la escena se repite uno y otro día, excepto cuando va a una fiesta con sus amigas, se alista en un dos por tres (exagerado se demoras más, mujer al fin y al cabo) más aprisa de lo normal y… se va a la fiesta.
¿Pudiéramos pensar que la actual juventud es así? No lo creo, aunque posiblemente me haya tocado la excepción, como relataba en el primer párrafo, pero a veces la paciencia (o impaciencia) viene derivada por tomar las cosas al “suave”. En muchas ocasiones, reiteradas, vemos actividades públicas, privadas que comienzan tranquilamente una o dos horas después y obviamente ¿quién puede mantener paciencia, ante la pérdida increíble de tiempo?, enfatizado por la frase: “El tiempo es oro”, atribuida a Edward George Bulwer-Lytton, sumándole a ésta, la señalada por Benjamín Franklin: “si el tiempo es lo más caro, la pérdida de tiempo es el mayor de los derroches».
La problemática se centrará, en ¿“acostumbrarnos a esperar”?, ¿en convertirse en una cultura?, ¿en no transmitir a nuestros hijos el valor de ser pacientes, pero también puntuales?, ¿en exigirse a sí mismo y al resto de las personas de su entorno? Es cierto que debemos tomar las cosas con calma (ojo con el infarto), pero una persona responsable, debe cumplir en tiempo y forma con lo acordado, con sus compromisos: estudios, realización de las tareas en casa, cumplir con los deberes del hogar. Pero también el factor paciencia va estrechamente ligado a no confundir una actitud pacífica y tolerante con la pasividad, la sumisión y el temor.
Una calificación incorrecta ante una evaluación realizada y otorgada por un docente, debe ser reclamada de forma correcta, sin tener temor a su solicitud, siempre que sea de la forma más respetuosa. ¿Cómo lograr el ser lo debidamente paciente, sin caer en el extremo de ser irresponsables e incumplir? Se requiere de un serio trabajo personal dirigido a balancear nuestras emociones y a relajar y soltar las tensiones y el estrés que nos producen las ocupaciones de la vida diaria, por ejemplo: considerar todos los aspectos involucrados, preguntarte qué puedes hacer para cambiarla, si la respuesta es positiva o hacer lo necesario para mejorarla; y si es negativa, trabajar la aceptación para que no te desequilibre.
En ocasiones esperamos más de lo que los demás nos pueden dar, lo que nos hace correr el riesgo de dañar nuestras relaciones con ellos. Otras veces nos exigimos demasiado. ¿Fórmula? Ser paciente y tomar el tiempo para descansar y recuperar la energía y la claridad que necesitamos. Sólo una persona madura emocionalmente, consciente y equilibrada puede hacer uso de una actitud paciente en el momento en que lo considere necesario. ¡Cuánta paciencia debemos tener los padres!
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