Año 2003. Era mi primera clase de fundamentos de marketing y empezaba a conocer la famosa pirámide de Maslow, aquel señor que por los años 40’s describió la jerarquía de las necesidades humanas. En ese momento, en mi mente solo vivía la idea de una hamburguesa para satisfacer el hambre como necesidad fisiológica y la manera más sofisticada de conseguirla era levantando el teléfono, pidiendo un domicilio al restaurante más cercano a mi casa y pagando con el billete de menor denominación posible para evitar inconvenientes al mensajero. Jamás me hubiera imaginado la posibilidad de entrar a una aplicación desde mi iPhone, elegir entre cientos de opciones, pagar con mi tarjeta de crédito e incluso dejar que el sistema me recomiende la mejor decisión. Al parecer mi iPhone sabe más de mi de lo que yo mismo sé de mi.
El mundo digital fue entrando en nuestras vidas tan decidida y valerosamente que ni nos dimos cuenta. Por estos días no somos capaces de imaginar nuestras vidas sin un smartphone con unas cuantas decenas de aplicaciones, todas «indispensables».
Hemos cambiado la experiencia de ahorrar las últimas fotos del rollo por tener miles de fotografías en la memoria del celular, muchas de las cuales jamás vemos más de una vez porque no tenemos tiempo por estar ocupados revisando las actualizaciones de nuestros amigos virtuales de Facebook, Instagram y Twitter. Escribiendo algo interesante en Linkedin, encontrando el mejor descuento en Amazon o subiendo una historia en Snapchat (que es mucho más cool porque nos obliga a revisar más veces la pantalla porque el contenido caduca y no queremos perdernos nada de lo que pasa con nuestros amigos). Hemos cambiado la experiencia de sentir el sudor en las palmas de las manos al ver la persona que nos gusta por el «desliza a la derecha» de Tinder.
Uber sacó de taquito al «pídeme un taxi» y lo que era planear unas vacaciones durante 3 semanas mientras encontrábamos el mejor hotel se convirtió en «ordenar por puntaje» en Booking porque, las valoraciones son lo que cuentan. Y ni hablar de la televisión y los CD’s, que en paz descansen, porque Netflix, Youtube, Spotify y Apple Music tienen más videos, películas, series y música de lo que jamás podremos ver y escuchar en nuestras vidas. Ya no nos volveremos a perder cuando vamos de viaje tratando de entender un mapa, porque Waze y Google Maps nos llevan a cualquier lugar del mundo y nunca más tendremos que esperar en casa esa llamada del exterior a las 9 de la noche, porque con WhatsApp siempre estamos conectados.
Definitivamente la era digital ha venido a facilitarnos la vida y a cambiar totalmente la manera en la que nos relacionamos con el mundo. ¿Bueno o malo? No lo discutiremos en este artículo. Lo que si es cierto, es que la famosa pirámide de Maslow también ha sido invadida por el mundo digital.
Necesidades fisiológicas
La primera pregunta al entrar a un restaurante ya no es «¿Cuál es la especialidad?» o «¿Qué me recomienda?» sino «¿Hay WiFi?». La necesidad más básica se centra en la posibilidad de estar conectado. Para qué preguntar por la especialidad si Degusta o TripAdvisor tienen la mejor respuesta.
¿Hambre o sed? Cientos de plataformas para pedir domicilios. Airbnb satisface la necesidad de tener un techo en cualquier lugar. Muchísimas aplicaciones ayudan a regular el ciclo del sueño. Health de Apple tiene toda nuestra historia clínica y hasta podemos tener el pronóstico del tiempo para todos los lugares del mundo entre el bolsillo.
Necesidades de seguridad
Quién no se siente seguro al tener un celular con carga completa, un buen plan de datos, minutos ilimitados, la agenda de contactos, WhatsApp para comunicarse con cualquier persona en el planeta por chat, audio o video, un explorador de internet con Google que «lo sabe todo» y Waze o Google Maps por si acaso se pierde. Y si no terminó las compras, tranquilo, Amazon lo tiene todo.
Necesidades de afiliación
La aceptación social de la que tanto hablaba Maslow nunca podrá ser más evidente que en las redes sociales, las reinas indiscutibles de este nivel de la pirámide. Si uno no está conectado con algún amigo en Facebook definitivamente «esa amistad no es verdadera». En Twitter encontramos pertenencia a ciertos grupos de personas que piensan parecido a nosotros. En Snapchat dejamos que los que están atentos vean nuestra vida en tiempo real y con Tinder conseguimos pareja.
Necesidades de reconocimiento
Instagram se ha convertido en la amiga número uno del ego, donde cada like cuenta y un seguidor es oro. Mostramos la mejor cara incluso en los peores momentos, le damos al mundo la posibilidad de que nos reconozca por los exóticos viajes que hacemos, la exquisita dieta que llevamos o el escultural cuerpo que tenemos. Y si se trata de dejarle saber a todos lo exitosos que somos, nada mejor que un perfil All Star en Linkedin para que nuestros logros hablen por si solos.
Necesidades de autorrealización
Motivación de crecimiento, necesidad de ser, autorrealización. Un blog donde escribimos de nuestras pasiones y de lo que más sabemos o un nutrido tablero de Pinterest, nos puede convertir en influenciadores en nuestro campo y ni hablar del selecto Medium. Me hubiera encantado conocer los blogs y Pinterest de Einstein, la Madre Teresa de Calcuta y Picasso.
Toda esta historia por más excéntrica y hasta superficial que parezca hace parte de nuestra realidad. Muy pocos han logrado escapar a la avalancha digital y en unos años no habrá rastro de ellos. Este ecosistema online es un niño que hasta ahora gatea y nos presenta retos gigantescos, no solo en la manera de hacer negocios, marketing y comunicar nuestras marcas sino en la forma en que vivimos nuestras vidas. Soy amigo número uno de la tecnología y valoro los grandes avances en comunicaciones que estamos teniendo, pero también invito a mantener un balance bajo una perspectiva mucho más allá de lo online. El marketing online no es nada sin el marketing off y no hay manera de concebir uno separado del otro.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Linkedin en la siguiente dirección: linkedin.com | Autor: Felipe Vélez González