Toda expresión de la Lúdica es, sobre todo, una manifestación de la cultura, que se produce en una determinada demarcación espacio-temporal. El momento lúdico está estrechamente vinculado con los conceptos de ocio, tiempo libre y recreación. El ocio surge de la oposición entre el tiempo ocupado y el no ocupado en la actividad laboral. Para los antiguos romanos, el «otium» (ocio) era lo contrario al «nec-otium» (negocio, trabajo). Antes fue para los griegos «tiempo de aprendizaje«, pues era en su tiempo ocioso cuando los hombres libres -excluidos por el trabajo esclavo de la obligación de producir bienes materiales- podían dedicarse a filosofar, a la contemplación, la meditación y el diálogo, como métodos del conocimiento.
En los tiempos modernos aparece vinculado con las concepciones de la animación sociocultural, nacida en la década del 60 del siglo XX de manos del sociólogo francés Joffre Dumazedier, quien formula su conocida «teoría de las 3 D», definiendo al ocio como «tiempo de descanso, de diversión y de desarrollo de la personalidad«. Así el ocio, como conjunto de actividades voluntarias y placenteras, cumple con tres funciones: descanso, diversión y desarrollo, que se oponen a las consecuencias generadas por el tiempo obligatorio: cansancio, aburrimiento y automatismos de conducta, por lo que su planteamiento es eminentemente compensatorio o, en términos de F. Munné, contrafuncional.
Pese a esta caracterización del ocio como una condición esencial para la importante labor de animación sociocultural en las modernas circunstancias de alta productividad del trabajo -al extremo de considerar nuestros tiempos como los de una «civilización del ocio»-, con el capitalismo se convirtió realmente en tiempo de consumo, pues es durante él cuando las personas se dedican a consumir aquello que produjeron durante el tiempo de trabajo. La progresiva reducción de la jornada laboral, como resultado lógico del desarrollo de las fuerzas productivas en la sociedad moderna gracias al avance científico-técnico de la Humanidad, incrementa cada vez más el tiempo de ocio, no para beneficio cultural de los trabajadores, sino en interés de los grandes círculos de poder económico, que ven de este modo multiplicadas las posibilidades del consumo a través de las infinitas formas del entretenimiento.
Un enfoque sociológico demuestra que así como la esencia mercantil de las relaciones de producción invade el tiempo de trabajo y provoca la enajenación social fundamental, también invade el llamado tiempo libre y provoca la aparición de una llamada “cultura de masas”, una formación pseudo-cultural facilista, homogeneizada y estandarizada, que desvaloriza y simplifica la actividad humana y sus relaciones con los productos y manifestaciones de la cultura en ese sector del tiempo. La actividad del ser humano en el tiempo extra laboral se caracteriza allí por la pasividad y el consumo, se pierden los contenidos creativos y participativos de los conceptos cultura y recreación, y se intensifica la enajenación social mediante la mercantilización espiritual del individuo. De tal modo el ocio resulta objeto de manipulación en la sociedad capitalista, asumiéndose el mal llamado «tiempo libre» como una mercancía sometida a la oferta y la demanda que rigen el mercado.
Respecto al tiempo libre, generalmente identificado como «tiempo liberado de las obligaciones laborales«, en realidad ha de interpretarse como aquel momento durante el cual el individuo puede actuar de forma autocondicionada, según su voluntad y no en contra de ella por razones ajenas e impuestas a él desde fuera, o heterocondicionadas.
Para el argentino Pablo Waichman el ejercicio de la libertad es la piedra angular que define la verdadera esencia del tiempo libre: «Comúnmente la idea de libertad que manejamos hace referencia a algo fundado en conceptos que no siempre tenemos muy claros, pero que en la práctica implican sólo un permiso: yo soy libre de hacer algo, o de no hacerlo, según me permitan o no lo hagan. Por tanto, no soy libre a menos que algo, alguien, o todos así lo decidan. La libertad consistirá en que no me obliguen. Curiosamente, el tiempo libre tendría el mismo carácter: es el tiempo en que no me obligan, en que me permiten. Y por eso se concibe un tiempo ocupado, obligatorio o de trabajo, y su opuesto: el tiempo libre. Pero en realidad, este último sólo es libre de la ocupación, de la obligación o del trabajo. ¿Por qué no denominarlo mejor tiempo libre de trabajo? Lo que queremos discriminar es el tiempo en que no me obligan, confundido con el concepto de tiempo libre, del verdadero tiempo libre, aquel donde ejerzo mi libertad, no porque otro me permita, sino porque yo me exijo. La libertad -y el grado de desarrollo de la misma- no consistirá en la falta de obligaciones exteriores, sino en la mayor o menor carga de obligaciones interiores. El tiempo libre será aquel en que más cumplo con esas obligaciones interiores«.
Así, el tiempo libre estará presente cuando el ser humano disfruta de su acción porque hace justamente lo que le gusta y desea -ejerce su libertad en el tiempo, liberando su impulso lúdico vital-, y en consecuencia incluso hasta la obligación de trabajar no le será una carga ajena y enajenante, sino un propósito de desarrollo personal que él mismo se impone voluntariamente, como una obligación interior. Alcanzado este punto, el individuo multiplica su eficiencia y eficacia, incrementa su creatividad y puede asumir con una verdadera actitud recreativa todo lo que hace. Cualquier acción puede ser al mismo tiempo agobiante para unos y agradable para otros, según la actitud con que se la asuma.
Lo recreativo aparece como una actitud vinculada con el ejercicio del verdadero tiempo libre, durante el cual el individuo puede actuar de forma autocondicionada, lo que quiere decir: con sentido lúdico. Quienes asumen el trabajo como si fuera un juego obtienen placer en lo que hacen, disfrutan del proceso tanto o más que del resultado, y en consecuencia alcanzan un reconfortante estado de recreación, que significa volver a crearse, desarrollarse en lo individual o en lo social. Este acto recreativo, de reproducción de las capacidades físicas y espirituales del individuo, puede evaluarse generalmente a partir de su experiencia vivencial.
A lo largo de su existencia el ser humano se empeña en experimentar situaciones vitales que enriquezcan su memoria con recuerdos positivos. Así, cuando en circunstancias adversas se ve privado de la posibilidad de actuar según sus intereses y necesidades puede acudir al almacén de su memoria para renacer con el recuerdo y mantener un estado de ánimo positivo. Los recuerdos atesorados en su memoria son la reserva de energía anímica de la que se alimentará posteriormente, para vivir cuando le falten tales vivencias, de la misma forma en que emplea la energía nutritiva acumulada en sus células cuando carece de alimentos.
Pero esa reserva energética espiritual se agotará si no se la renueva constantemente con otras experiencias vividas. Cuando el ser humano comprende que ya no puede seguir alimentándose de sus recuerdos, que la energía acumulada en su memoria está agotada, cae en un estado de agonía existencial, y en consecuencia tendrá ante sí dos alternativas: o languidecer en la inactividad, o lanzarse con pasión a la búsqueda de nuevas experiencias para seguir viviendo. Semejante decisión es la que marca las fronteras entre la juventud y la vejez.
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Autor:Pedro Fulleda Bandera, nacido en Cuba y residente en Ecuador. Licenciado en Comunicación Social, con experiencia laboral como periodista especializado en temas históricos y culturales. Se desempeñó como docente de especialización en el Instituto Superior de Cultura Física. Presidió la sección «Juego y Sociedad» de la Asociación de Pedagogos de Cuba. Ha impartido cursos y conferencias sobre lúdica y desarrollo humano en diversos países iberoamericanos. Autor de artículos y libros sobre Ludología y temas de actualidad política y social. Enlaces de interés: pedrofulleda.blogspot.com / wattpad.com E-mail: [email protected] |
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