[Pedro Fulleda] Ludología terapéutica: eficaz herramienta de intervención social

Desde la Metodología FLEDO se define a la Ludoterapia como herramienta de intervención inclusiva y multifacética, que tiene a la Lúdica como su recurso fundamental, a partir de la visión abarcadora y actualizada que le otorga la Ludología como disciplina social. Cual terapia conductual, la Ludología terapéutica tiene como objetivo esencial devolver (u otorgar por primera vez) a las personas la certeza y convicción sobre sus plenas capacidades físicas y mentales; esto es: para el total ejercicio de su propio e intrínseco poder, lo cual se revierte en la elevación de la autoestima y en un mayor disfrute de la existencia.

Muy diversas causas, debidas a trastornos de tipo físico o mental, pueden provocar la necesidad de tratamientos ludoterapéuticos. Las causas físicas se originan en factores genéticos (desde el nacimiento) o en traumas provocados por factores externos (accidentes, agresiones, enfermedades…). Las causas mentales, aunque también pueden tener carácter congénito o deberse a secuelas de traumas externos, comúnmente son el resultado de la vinculación del individuo con su medio familiar y/o social, cuando esto se produce de forma inadecuada y traumática, afectándose de tal modo el desarrollo integral de la personalidad en seres humanos que no presentan deficiencias físicas, por lo que constituyen trastornos adquiridos.

La Ludología terapéutica brinda atención sobre todo a las afectaciones de tipo mental por causas familiares y/o sociales. Esto es, a los trastornos de la personalidad, que pueden presentar las siguientes diversas manifestaciones:

  • Trastornos en el comportamiento, adquiridos en la infancia y la adolescencia.
  • Trastornos en el aprendizaje, en las etapas primaria y básica.
  • Trastornos en la conducta familiar, en la juventud y la adultez.
  • Trastornos en la conducta social, en la juventud y la adultez.
  • Trastornos en la integración y el rendimiento, en la esfera laboral.
  • Trastornos en la inclusión y la comunicación, en lo afectivo y lo conceptual.

Igualmente puede brindar atención a trastornos sensoriales y de motricidad en niños/as y/o adolescentes con necesidades educativas especiales, sobre todo para estimular en ellos los procesos del aprendizaje, la inclusión y la comunicación social.

Las denominadas desviaciones de la conducta, que en ocasiones pueden ser causa de tratamiento ludoterapéutico, por su validación respecto a normas y patrones aceptados en un determinado momento tienen carácter histórico, y en consecuencia es preciso considerarlas según el entorno sociocultural en que se presenten. Por ejemplo: el homosexualismo, que hace un tiempo se calificó como una desviación en la conducta sexual socialmente aceptada para hombres y mujeres -y por tanto muy probable causa de tratamiento terapéutico-, hoy se considera, en la mayoría de las sociedades, un derecho de los seres humanos en su capacidad de elección para el libre ejercicio de la sexualidad, por lo cual dejó de ser un fenómeno traumático y de necesario tratamiento. Pero existen desviaciones de conducta que afectan a valores humanos universales e imperecederos -la honestidad, la disciplina social, el respeto, y otros-, por lo que acciones como el alcoholismo, la drogadicción, y la violencia –por citar algunos ejemplos- requerirán siempre de tratamientos terapéuticos, principalmente en empeños preventivos.

El tratamiento ludoterapéutico preventivo tiene la importancia de detectar, investigar y abordar las causas que generan desviaciones de conducta y/o trastornos de la personalidad justamente cuando comienzan a manifestarse. Esto es, durante las primeras edades y en el marco familiar. Más adelante –ya en la adultez- el tratamiento de semejantes conflictos tendrá que ser abordado con el ejercicio de la violencia legal u oficial, lo que inevitablemente provocará reacciones igualmente violentas, condenándose de tal modo a la sociedad a un círculo vicioso de inestabilidad.

Trabajar para los niños y las niñas será siempre trabajar por un proyecto, pues cada niño es incuestionablemente un proyecto de hombre, y cada niña es, igualmente, un proyecto de mujer. Las capacidades, destrezas, aptitudes, actitudes, sentimientos y valores humanos que hoy seamos capaces de inculcar y desarrollar en niños y niñas determinarán al tipo de hombre y de mujer que tendremos mañana.

Los educadores comprendemos cabalmente este principio esencial en todo empeño de construcción humana, y sólo aspiramos a que los diseños de la sociedad contribuyan a hacerlo realidad. Tristemente, en la gran mayoría de los casos a lo largo de la historia, y hasta nuestros días, esto no es así. Las estructuras de poder –económico, político, social- han preferido reprimir y sancionar las conductas adultas inadecuadas antes que prevenir efectivamente su aparición desde la infancia. Y si es así, no necesariamente se debe a la mala voluntad de empresarios, políticos o gestores sociales –lo que también ocurre-, sino sobre todo a la ignorancia o incomprensión de dicho principio; pero en todo caso, a la falta de prioridad de tales acciones en el diseño social, pues aparentemente carecen de rentabilidad material a corto y mediano plazos, y sólo pueden ser valoradas durante el tránsito generacional.

En el mejor de los casos, los sistemas educacionales formales se han empeñado tradicionalmente en la transmisión de conocimientos que aseguren la progresiva adquisición de capacidades, destrezas y aptitudes, obviamente con el propósito esencial de preparar tecnológica y científicamente a los hombres y mujeres del mañana para el rol de productores al que el pragmatismo social les destina. ¿Qué pasa, entonces, con las actitudes, sentimientos y valores humanos? Aunque una concepción integral de la educación formal también considera estos resultados en el proceso docente, es incuestionable que la mayor aportación en este sentido corresponde a las denominadas vías no formales de educación, a través de una gran diversidad de instituciones socioculturales que atienden a personas de todas las edades, nivel escolar y condición social.

La educación no formal es un complemento indispensable del sistema formal que se cumple en las instituciones educativas a los diferentes niveles. Su primera instancia es la familia, donde el ejemplo y autoridad de los padres, abuelos y demás personas mayores ha de ser premisa para la adquisición de actitudes, sentimientos y valores humanos en los pequeños. Lamentablemente, en las condiciones de la modernidad la disfuncionalidad familiar es una constante que afecta a todas las capas sociales, lo que unido a factores de tipo económico -como las condiciones de pobreza extrema e inestabilidad laboral- anula en gran medida ese importante rol de la familia en la sociedad. En las grandes ciudades este problema se agudiza, además, por el caótico régimen de sobrevivencia que imponen la inseguridad ciudadana debido a altos índices delictivos, la pérdida de solidaridad y la elevada competitividad predominantes. De modo que resultan verdaderas junglas de concreto donde rige la ley del “¡sálvese quien pueda!”.

Es en este contexto donde la comunidad ha de constituirse en el más efectivo recurso para la educación no formal, complementando, e incluso sustituyendo, el deteriorado papel de la familia, a través de un variado sistema de instituciones socioculturales que -desde el ejercicio del juego, el arte, el deporte, la literatura, el intercambio de información, y otras actividades- aseguren los procesos de comunicación social como interacción educativa, ética y provechosa entre los seres humanos. Un buen ejemplo son las ludotecas. Pero, hay que tener muy en cuenta que tales acciones no formales sólo podrán transcurrir durante el denominado “tiempo libre” de las personas, pues aquellas otras priorizadas por la sociedad –como el trabajo y el estudio formal (al que se debe considerar como “trabajo escolar”)- ocupan la mayor parte del tiempo individual y gozan de total presencia en el diseño social, por ser las económicamente rentables a corto y mediano plazos. Y de tal labor compensatoria se ocupa con absoluta precisión la Ludología terapéutica

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Autor:
Pedro Fulleda Bandera, nacido en Cuba y residente en Ecuador.
Licenciado en Comunicación Social, con experiencia laboral como periodista especializado en temas históricos y culturales. Se desempeñó como docente de especialización en el Instituto Superior de Cultura Física. Presidió la sección «Juego y Sociedad» de la Asociación de Pedagogos de Cuba. Ha impartido cursos y conferencias sobre lúdica y desarrollo humano en diversos países iberoamericanos.
Autor de artículos y libros sobre Ludología y temas de actualidad política y social.
Enlaces de interés: pedrofulleda.blogspot.com / wattpad.com
E-mail: [email protected]

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