El juego, como manifestación principal de la vertiente no seria de la Lúdica, no basta por sí mismo para asegurar la adquisición de conocimientos en toda la profundidad que exige el actual nivel científico-técnico, como sí lo logró en los remotos tiempos en que los instrumentos de trabajo -con cuyas representaciones los niños jugaban- se limitaban a objetos de piedra, hueso o madera. Por tal razón no es probable que la actividad lúdica pueda erigirse en único método del aprendizaje, ya que este requiere de la seriedad y obligatoriedad con que se cumplen y verifican las leyes naturales y sociales.
¿Cuál es, pues, su papel en el proceso cognoscitivo? Evidentemente que el de la motivación. Poniendo en acción -desde la obtención del placer por la liberación del impulso lúdico vital presente en los seres humanos- las capacidades físicas y mentales del individuo, el juego garantiza la predisposición necesaria para la búsqueda y consolidación de nuevos conocimientos, que aseguren el tránsito hacia más elevadas cotas en la satisfacción de la necesidad de desarrollo.
Los resortes motivacionales sobre los que el juego actúa son de tipo psicológico, formando parte de la actividad mental del individuo en su inserción en el medio socio-natural. Según Edward de Bono: “El modo como pensamos determina cómo sobrevivimos”. Esta supervivencia, que es subsistencia en lo individual, a escala filogénica resulta desarrollo, cuya expresión dialéctica se manifiesta en el tránsito de lo simple a lo complejo. Semejante tránsito es posible en la medida en que el individuo va desentrañando problemas ocultos en las relaciones causales que le rodean, conformando los arsenales del saber científico. El proceso de adquisición de conocimientos desde el planteamiento problémico, o heurística, es herramienta principal en la acción psicopedagógica. John D. Brandsford apunta: “Al referirnos a la heurística, o arte de resolver problemas, no es que unas personas sean más capaces de ello que otras, sino que a resolver problemas puede aprenderse. Y si no se aprende es casi siempre porque no se enseña. En la escuela se nos enseña a pensar, pero no cómo hacer para pensar “.
Así, la heurística, el planteamiento problémico, conduce a las técnicas psicopedagógicas de “aprender a aprender”, que se definen como la manera con que se adquieren y producen conocimientos, a fin de favorecer una educación que permita continuar aprendiendo en todo momento y lugar, durante toda la vida. Como método cognoscitivo consiste en desarrollar en las personas tanto sus capacidades como particulares estrategias de pensamiento, de manera que en función de la resolución de problemas ellas puedan aprender, y en ese proceso de aprendizaje producir conocimientos de manera autónoma y creativa. Se evidencia que el “aprender a aprender” roza muy de cerca a la creatividad.
Vigotski considera necesario buscar la génesis de la creatividad en la infancia, y encontrarla en la actividad del juego. Defiende la actividad lúdica porque “a su través el niño no sólo reproduce lo vivido, sino que va a la transformación creativa de las impresiones vividas, a la combinación de lo nuevo para la formación de una nueva realidad, que responda a sus propias exigencias”.
El juego no sólo predispone hacia el proceso psicopedagógico en cuanto a lo volitivo -la voluntad para actuar por la obtención de placer en la búsqueda del conocimiento-, sino además en lo heurístico: la estructuración de estrategias de pensamiento para la resolución de problemas que la misma actividad del juego plantea, la conformación de habilidades para “aprender a aprender”, y la formación de un soporte mental para la creatividad.
En el empeño por explicar los mecanismos de la creatividad, Henri Poincaré sugirió cuatro fases: la primera es la preparatoria, que involucra los intentos de la mente consciente por resolver el problema planteado, durante la cual con frecuencia no hay éxito evidente. La segunda es la incubación, que puede durar minutos o meses, donde se generan las innovaciones provechosas justo cuando la mente consciente está ocupada en otra cosa. Luego viene el destello de la iluminación, cuando la innovación incubada se hace consciente, y finalmente se impone la resolución del problema durante la verificación, última fase, donde las nuevas comprensiones son detalladas, probadas y asimiladas.
Tal parece como si durante la fase preparatoria, que se puede identificar como la de “trabajo consciente” del cerebro, por la urgencia de vislumbrar un resultado que condiciona su actividad, a este le fuese imposible alcanzar una solución creativa. Es cuando se libera de tales condicionamientos y actúa con libertad, en una fase durante la cual podría decirse que “el cerebro juega con las ideas“, cuando el pensamiento creativo surge. “En este, como en otros sentidos, la creatividad tiene mucho en común con el juego… es abierta, sin ninguna meta u objetivo particular”, expresa Margaret A. Boden.
La creatividad es una capacidad potencialmente presente en los seres humanos. En todo caso, ella podrá manifestarse o no, reforzarse o anularse. Un primer elemento a considerar es el nivel de conocimientos. Es imposible crear desde la nada. Siempre en el proceso creador, y a partir de la fase preparatoria, se produce en la mente una confrontación de conceptos ya adquiridos, que conforman el nivel de conocimientos del individuo, del que podrá salir, durante la incubación, el producto creativo como novedosa combinación de tales criterios y conceptos anteriores.
Pidamos a un niño que dibuje un ser monstruoso. Como resultado tendremos una variedad de combinaciones de ojos, bocas, dentaduras, brazos… con lo cual el pequeño dará riendas sueltas a su capacidad creativa sobre la base de los conceptos que posee. No podrá crear desde la nada, dotando a su monstruo de cualidades que él no conozca. Si la tarea fuese acometida por un científico podría adicionar a su monstruo determinadas cualidades biológicas acordes con su mayor nivel de información, y que estarán vedadas para el niño. De tal modo, el producto creativo será más acabado y perfecto en la medida en que se involucre en él un más elevado nivel de conocimientos.
Esto echa por tierra el generalizado criterio de que los niños son, por naturaleza, tanto o más creativos que cualquier adulto. Sin dudas ellos desarrollan una insuperable capacidad imaginativa, por la necesidad de construir -mediante la actividad del juego- sistemas de poder como dimensiones paralelas a la realidad, pero esto sólo les concede el soporte mental para la labor creativa: el pensamiento divergente, lateral. Sólo podrán desarrollar efectivamente su creatividad en la medida en que enriquezcan su caudal de conocimientos y lleven a sus mapas mentales nuevos conceptos con los que definir y comprender mejor el mundo en que viven Y esa es la misión esencial de la instrucción educativa…
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Autor:Pedro Fulleda Bandera, nacido en Cuba y residente en Ecuador. Licenciado en Comunicación Social, con experiencia laboral como periodista especializado en temas históricos y culturales. Se desempeñó como docente de especialización en el Instituto Superior de Cultura Física. Presidió la sección “Juego y Sociedad” de la Asociación de Pedagogos de Cuba. Ha impartido cursos y conferencias sobre lúdica y desarrollo humano en diversos países iberoamericanos. Autor de artículos y libros sobre Ludología y temas de actualidad política y social. Enlaces de interés: pedrofulleda.blogspot.com / wattpad.com E-mail: [email protected] |
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