Si se cae un puente, pensamos que quienes lo diseñaron y lo construyeron serán probablemente los responsables de ello, y que las personas que se vieron afectas por esa caída cuando lo cruzaban son las víctimas. Con nuestro sistema educativo en cambio sucede muchas veces todo lo contrario, quienes lo gestionan se sienten las víctimas de una sociedad que no valora suficientemente el esfuerzo que realizan, y los que fracasan en él son los culpables y responsables de que el sistema educativo sea un desastre. ¿Tiene esto algún sentido?
El motivo de que cada centro tenga su propio Proyecto Educativo, y que periódicamente deba revisarlo, radica en que los centros tienen que partir del contexto en el que desarrollan su labor (características de los estudiantes, de sus familias, del entorno, etc.) y elaborar a partir del mismo las estrategias, metodologías, etc. que mejor se adecuen para alcanzar los objetivos educativos que también habrán de definir y concretar, en correspondencia, en las programaciones anuales.
Por tanto, como en cualquier organización o actividad profesional, los centros y los profesores que en ellos trabajan tienen que adaptar sus métodos y las herramientas de trabajo de que disponen a los objetivos que persiguen, teniendo en cuenta los perfiles específicos de sus estudiantes. La cuestión es sí este tipo de prácticas se llevan a cabo realmente en todos o casi todos los centros, más allá de que dispongan de un documento formal con el rótulo “Proyecto Educativo del Centro”.
Juan Pedro Serrano Latorre, un profesor de Educación Secundaria, publica en su blog una reflexión en relación a este punto, que aclara muy bien dónde radica la responsabilidad del profesorado en el fracaso escolar de los estudiantes, dice:
Arquitectos, pintores, agricultores, deportistas o escritores, cualquier profesional que se precie, adapta su método de trabajo al material con que cuenta, la herramienta que utiliza, el tiempo de que dispone o el objetivo que persigue.
¿Y los profesores, qué?
Con demasiada frecuencia, en la misma tierra plantamos almendros, cultivamos la vid o sembramos trigo. Lo mismo enseñamos en 2º de ESO, sea el grupo A, B o C, un año tras otro; en las mismas fechas, los mismos conceptos una y otra vez; de la misma manera, si hay repetidores, ACIS, TDAH, o alumnos que presentan cualquier dificultad que impida aprender. Si sale bien, perfecto; si no, es porque no estudian todo lo que deben, carecen de hábitos, se esfuerzan muy poco, o porque las familias pasan de la escuela, no les hacen caso y no colaboran con el profesor.
El mortero, el pincel, la azada, la pista en la que se entrena, la mesa en la que se escribe son fundamentales, pero el profesional que va a utilizar estas herramientas tiene que prever las dificultades que se va a encontrar, analizar las opciones de las que dispone, observar, disponer recursos, programar, en definitiva, de acuerdo a las características específicas del trabajo concreto que va a realizar.
¿Y nosotros, qué? El libro de texto, el aula, el horario de clase, la actitud del alumno, su entorno, la motivación, las familias, la administración, aspectos cambiantes, imprevisibles, deberían obligarnos a evitar rutinas, ensayar estrategias diferentes, no confiar en lo que ayer funcionó y hoy puede no hacerlo; buscar cada año, cada día, cada nueva clase una respuesta inédita, una solución distinta a problemas tal vez repetidos.
Si el cuadro no sale bien, podemos achacarlo a la mala calidad de la tela, la inconsistencia de la pintura, la absorción del pincel, o la inadecuada iluminación del taller, pero la responsabilidad será siempre del pintor, que debería haber previsto estas circunstancias y actuado en consecuencia.
En el aula, en el proceso de enseñanza, la responsabilidad es mía. Tengo un “material” con el que trabajar, no hay excusa que valga, ¿qué quieren?, ¿qué quiero?, ¿cómo puedo hacerlo?, ¿de qué medios dispongo?, ¿qué tiempo preciso?, ¿existe un plan B?, ¿cómo comprobar que estoy consiguiendo lo que había previsto?
Si no se hace así y los resultados no son los deseados, culpar a “los otros” de mi imprevisión servirá de poco, un pretexto fácil, un engaño inútil, el triste consuelo de un mal profesor. (iessecundaria.wordpress.com)
Algo que parece muy lógico y evidente, como es que la responsabilidad de que cualquier organización, sistema, etc. funcione adecuadamente recae en quienes diseñan, planifican, ejecutan y evalúan sus procesos. Sin embargo, esto se cuestiona sistemáticamente cuando se habla de fracaso escolar, del abandono temprano de los estudios, etc. que afecta a los centros y al sistema educativo en su conjunto.
Sin duda que los estudiantes y sus familias son agentes activos y son co-responsables también de que el sistema educativo funcione adecuadamente, pero el ámbito de su responsabilidad está subordinado a la existencia previa de un marco de enseñanza-aprendizaje que se ajuste a sus necesidades y al contexto en el que viven. Si este marco no existe o es inadecuado, a las madres y padres se les podrá pedir responsabilidades, pero por permanecer indiferentes o resignados ante un sistema educativo que hace repetir algún curso a casi 1/3 de los estudiantes en la educación obligatoria, etc. algo completamente anacrónico y excepcional en el contexto de los países europeos, pero que en España (como otras muchas cosas) se percibe como algo “normal”, lo que hace que seamos relativamente pocos los que nos escandalicemos por ello.
¿Quiénes tienen la responsabilidad de evaluar, ajustar, actualizar, etc. los Proyectos Educativos de los Centros y sus Programaciones Anuales?, ¿qué justificación tiene que año tras año, independientemente de los años de bonanza y crisis económica por los que ha atravesado este país las tasas asociadas al fracaso escolar de los centros permanezcan prácticamente estables y apenas se reduzcan?.
Este contenido ha sido publicado originalmente por No al fracaso escolar en la siguiente dirección: fracasoacademico.wordpress.com