Las guerras de Rusia / Ucrania e Israel / Palestina son la negación del derecho a aprender en paz

Necesitamos mirar más allá de nuestras fronteras y enseñar que el dolor de un niño, una madre o un maestro, no vale menos por ocurrir lejos.

Algunos de nuestros seguidores, se sorprenden y preguntan el por qué publicamos noticias sobre problemas, conflictos, guerras, agresiones, conductas disruptivas, falta de apoyo, injusticias, violencia, …. en otros lugares diferentes y distantes a los suyos, y más si consideran que sus consecuencias no les afectan. Y quisiéramos responderles que algunas veces no reaccionamos con la misma sensibilidad que si ocurrieran cerca de nosotros o tenemos algún familiar o amigo involucrado.  Y consideramos que su pregunta sea porque tendemos a conectar más con lo que nos resulta cercano: personas que hablan nuestro idioma, viven como nosotros o comparten nuestras costumbres. Lo lejano, aunque trágico, nos cuesta más sentirlo. El filosofo australiano Peter Singer (1946) critica precisamente esa falta de reacción emocional y moral ante el sufrimiento lejano. (cf “Famine, Affluence, and Morality” (1972).

Además, con la sobre exposición de información en las redes (“oversharing”) y el estar expuestos todos los días a imágenes de dolor, sufrimiento y crisis, es normal que nuestro corazón se agote. A eso se le llama “fatiga de compasión”, un mecanismo con el que nuestra mente se protege para no sentirse abrumada… pero que también puede enfriar nuestra solidaridad. Porque reduce la capacidad de cuidar o sentir empatía hacia los demás (Carla Joinson), 

Por eso necesitamos educar no solo con libros, sino con empatía.

Necesitamos mirar más allá de nuestras fronteras y enseñar que el dolor de un niño, una madre o un maestro, no vale menos por ocurrir lejos. Hoy más que nunca, formar personas solidarias, sensibles y comprometidas con el mundo es una tarea urgente.

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La paz se construye también desde la empatía. Y la educación es el mejor lugar para empezar. Y habiendo sido la pandemia del COVID 19,muna gran oportunidad, Lamentablemente no se ha logrado la solidaridad y el altruismo. Cf María Elena Bottazzi: Lamentablemente no se logró enseñar la justicia, la solidaridad y el altruismo, con la Vacuna del COVID 19

En un mundo donde muchos estudiantes asisten a clases sin mayores sobresaltos, en condiciones relativamente estables, es fácil olvidar que la paz es el cimiento invisible que sostiene cada aprendizaje, cada recreo, cada examen. Las guerras en Ucrania y la de Israel y Palestina han puesto esto en crudo relieve, mostrando cómo un conflicto armado puede desmantelar en días lo que costó generaciones construir.

Destrucción de la escuela como espacio seguro

Desde que comenzó la invasión de Rusia a Ucrania en 2022, miles de escuelas, guarderías y universidades en Ucrania han sido bombardeadas o utilizadas con fines militares, convirtiéndose en blancos de ataques. El aula dejó de ser un refugio de conocimiento para transformarse en un sitio de miedo o ruinas.

De manera similar, en Palestina, la destrucción de infraestructuras educativas ha sido sistemática y devastadora. En Gaza, por ejemplo, los bombardeos han reducido a escombros numerosas escuelas y universidades, interrumpiendo por completo la educación para cientos de miles de niños y jóvenes. Muchas instituciones educativas han sido dañadas severamente o destruidas, y algunas han sido utilizadas como refugios para civiles desplazados, poniéndolos en mayor riesgo. Esta destrucción es más que material: es la negación del derecho a aprender en paz.

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Estudiar entre alarmas y cortes de electricidad

Millones de estudiantes ucranianos han visto interrumpida su educación. Muchos alternan entre clases en línea y presenciales según lo permitan los ataques y las alertas aéreas. La falta de conexión estable, los apagones y el temor constante hacen que asistir a la escuela -física o virtual- sea un acto de resistencia. En las regiones ocupadas, los alumnos deben estudiar bajo programas impuestos, perdiendo el acceso a su lengua, su historia y su identidad. Para seguir vinculados a la educación ucraniana, deben conectarse al internet o redes en horarios nocturnos o bajo condiciones precarias.

En Palestina, la situación es igualmente precaria. En Gaza, la educación se ha paralizado casi por completo. Los estudiantes enfrentan no solo la destrucción de sus escuelas, sino también la escasez de alimentos, agua y medicinas, lo que hace imposible cualquier continuidad académica. En Cisjordania, los niños y jóvenes también enfrentan interrupciones frecuentes debido a la violencia, los puntos de control y las restricciones de movimiento, que dificultan el acceso seguro a las escuelas. La libertad de aprender también está en juego.

Brechas educativas y daño emocional

La guerra no solo retrasa el aprendizaje, lo desdibuja. En pocos meses de conflicto, los niveles educativos en Ucrania ya reflejaban retrocesos equivalentes a dos años de clases perdidas. Y la brecha entre quienes logran cierta continuidad y quienes viven en zonas bajo fuego se agranda cada día.

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En Palestina, las consecuencias son aún más graves. La falta de acceso a la educación ha provocado una pérdida masiva de aprendizaje, con generaciones enteras en riesgo de no poder completar su formación. Además, el trauma pesa enormemente en ambos conflictos. El estrés, la ansiedad y el miedo afectan profundamente la capacidad de concentración y la salud emocional de estudiantes y docentes. En este contexto, la educación no es solo una herramienta intelectual: es un ancla psicológica, una rutina salvadora que ofrece sentido y esperanza.

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Desarraigo y nuevos comienzos

Muchos niños y jóvenes ucranianos han tenido que huir con sus familias, convirtiéndose en refugiados. Integrarse a sistemas educativos en nuevos países es un desafío lingüístico, cultural y logístico, tanto para los recién llegados como para las comunidades que los reciben.

Similarmente, miles de niños y jóvenes palestinos han sido desplazados forzosamente, tanto dentro de sus territorios como a países vecinos. En Gaza, la mayoría de la población está desplazada, viviendo en condiciones infrahumanas que hacen imposible el retorno a la escolarización. La solidaridad educativa ha sido ejemplar en algunos casos, pero también agotadora y, a menudo, insuficiente ante la magnitud de la crisis.

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La paz como base de toda reforma educativa

Mientras los fondos se desvían a defensa y se posterga la reconstrucción, la educación está condenada a mendigar su prioridad. A pesar de todo, Ucrania continúa con su proyecto de transformación escolar, con ayuda de organismos internacionales y empresas tecnológicas. La resiliencia del sistema educativo ucraniano es notable, pero no debería ser la norma.

En Palestina, la posibilidad de cualquier reforma educativa significativa está supeditada a un cese de hostilidades y a un acceso seguro y continuo a los recursos. Sin un entorno de paz y estabilidad, es casi imposible reconstruir un sistema educativo funcional.

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Un mensaje para quienes viven en paz

Para mostros los profesores, estudiantes, madres, padres y autoridades educativas que hoy vivimos en contextos sin guerra, los casos de Rudia-Ucrania e Israel-Palestina ofrecen una lección poderosa: sin paz no hay educación posible, y sin educación no hay futuro. Lo que hoy parece una clase más, una reunión de padres o un debate curricular, es en realidad un privilegio sostenido por la estabilidad.

Por eso, defender la paz, promover la convivencia, rechazar la violencia en todas sus formas y cultivar el diálogo deben ser parte de la educación, no solo como contenidos, sino como condiciones esenciales. Porque un mundo mejor empieza en el aula… pero solo puede crecer si esa aula no es destruida.

«La paz no es un producto industrial: la paz es un producto artesanal. […y la solidaridad] es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad». (Papa Francisco)

REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF 


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