Catherine L’Ecuyer: El sentido del juego en la educación infantil

¿Por qué un niño, ante un tobogán, prefiere subir escalando en vez de usar las escaleras? A simple vista, podría parecer un acto de desobediencia o de mala educación. Sin embargo, como lo explica Catherine L’Ecuyer en su comparecencia ante la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, este comportamiento obedece a algo mucho más profundo: los niños buscan retos que se ajusten a sus propias capacidades. Ese es, precisamente, el corazón del juego auténtico.

El juego desestructurado —ese en el que el niño decide cómo, cuándo y cuánto jugar, sin la intervención rígida de un adulto o de un aparato— es uno de los grandes motores del aprendizaje. Cuando un niño explora libremente una peonza, una cabaña improvisada o una simple hoja en el camino, está desarrollando sus capacidades de manera activa. En cambio, cuando es la tecnología la que dirige la actividad —pantallas, algoritmos, aplicaciones— el niño adopta un rol pasivo. La atención se fragmenta y el control del aprendizaje ya no está en sus manos.

(Video de la comparecencia de Catherine L’Ecuyer ante el Congreso de Diputados)

¿Qué impacto tiene el juego desestructurado en el desarrollo cognitivo?

Los estudios muestran que este tipo de juego potencia las funciones ejecutivas, un conjunto de habilidades cognitivas esenciales: planificación, autorregulación, atención sostenida, uso eficaz de la memoria de trabajo, entre otras. Estas habilidades son determinantes no solo para el rendimiento escolar, sino también para el desarrollo integral del individuo. Curiosamente, lo que comúnmente se etiqueta como simple «juego», constituye en realidad un entrenamiento cognitivo de enorme valor.

¿Entonces la educación es sólo una cuestión de utilidad académica?

Aquí surge una cuestión central: ¿para qué educamos? Como recuerda L’Ecuyer, Sócrates ya desafiaba esta lógica pragmática cuando se le preguntaba por qué aprender a tocar la lira si uno iba a morir. Su respuesta: para tocar la lira antes de morir. El conocimiento, el arte, el juego tienen valor por sí mismos, no solo por su utilidad instrumental. La educación, en su sentido más profundo, debe ser un fin en sí misma: el cultivo de la perfección de la que es capaz nuestra naturaleza humana.

¿Estamos equivocando el camino con el modelo actual?

Durante décadas, muchos sistemas educativos han estado atrapados en un paradigma conductista. Este modelo considera al niño como un recipiente vacío que debe llenarse de información mediante memorización mecánica, repeticiones y autoridad jerárquica incuestionable. ¿El resultado? Estudiantes conformistas, con déficit de pensamiento crítico, desmotivados y propensos al fracaso escolar.

Catherine L’Ecuyer, doctora en Educación y Psicología, canadiense, afincada en Barcelona y madre de cuatro hijos, es máster por IESE Business School y máster Europeo Oficial de Investigación. Su tesis «Montessori ante el legado de Rousseau» se publicó en 2020

¿Más es mejor?

Es común escuchar que cuanto antes se inicie la educación formal, mejor serán los resultados. Más clases, más tareas, más actividades extracurriculares, más estímulos. Sin embargo, los últimos avances en neurociencia educativa —avalados incluso por la OCDE— demuestran que este es un grave error: el llamado «neuromito del más es mejor». El cerebro infantil necesita tiempo, juego libre y un ritmo acorde a su desarrollo natural.

¿Existen modelos educativos que ya aplican este enfoque?

El caso de Finlandia es uno de los más citados. Este país retrasa el inicio de la educación formal hasta los 7 años, limita las tareas escolares, da un rol central al juego en la infancia y, sin embargo, lidera de forma constante los resultados del informe PISA. Según Howard Jones, experto en neurociencia cognitiva aplicada, no existe evidencia científica que respalde la idea de adelantar la instrucción formal.

¿Cómo debería reformularse la educación?

Según L’Ecuyer, debemos abandonar el enfoque utilitarista y redescubrir lo que la naturaleza infantil realmente necesita. Solo cuando el aprendizaje parte del interés genuino del niño, surgen la motivación, la creatividad, la innovación y, como consecuencia indirecta, los buenos resultados académicos.

¿Qué tipo de sociedad podríamos formar si tomáramos en serio este planteamiento?

Imaginemos —propone L’Ecuyer— una sociedad donde los niños, desde pequeños, aprenden a buscar retos adecuados a sus capacidades, donde el juego libre es central en su desarrollo. Seguramente veríamos adultos más emprendedores, innovadores, creativos, con mayor motivación interna y auténtico interés por aprender y por trabajar.

Conclusión:

La educación no puede seguir guiándose por la ansiedad de los tiempos modernos, obsesionada por los rankings, los programas precoces o la acumulación de contenidos. Como subraya Catherine L’Ecuyer, si queremos realmente educar, debemos volver a mirar al niño tal como es, respetar su ritmo, potenciar su curiosidad y confiar en el poder formativo del juego. Solo así formaremos personas plenas, capaces y verdaderamente educadas.

REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF


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