Francesco Tonucci: El profesor tiene que observar y acordarse de su infancia para entender a los estudiantes

Francesco Tonucci, nacido en Italia el año 1941, se graduó en los estudios de Pedagogía por la Universidad Católica de Milán en el año 1963. Durante varios años trabajó como maestro, hasta que en 1966 empezó su etapa como investigador en el Instituto Psicológico del Consejo General de Investigación de Roma.

Tonucci ha dedicado sus investigaciones al comportamiento y pensamiento de los niños en los ámbitos familiar, escolar y ciudadano. Su objetivo principal es entender a los niños desde el punto de vista de ellos mismos, olvidando lo preestablecido por los adultos. Gracias a esta nueva visión se ha ganado el título de “niñólogo” en el ámbito educativo.

El dibujante, pensador y psicopedagogo participó del ciclo Conversaciones en LA NACION y se refirió a la educación de los niños y al rol de los adultos en el proceso de orientación.

«El adulto tiene que observar y acordarse de su infancia para entender a los chicos», señaló Tonucci y descartó algunos prejuicios de la enseñanza. «La lengua y la matemática son las que condicionan el éxito escolar. No hay ninguna relación entre el éxito escolar con el éxito en la vida», manifestó.

Para el psicopedagogo es necesario «ayudar a los chicos a valorarse» y afirmó que realizarse significa llegar a un «nivel alto de competencia».

Tonucci dijo que hay que ayudar a los chicos a buscar «lo que García Marquez llamaba su juguete preferido». También sostuvo que la orientación empieza a los tres años de vida y que los adultos deben ayudar a los niños a descubrir lo que les gusta y lo que sienten como suyo.

Le invitamos a ver la entrevista completa.

¿Qué cambiaría en la forma de educar que tienen las escuelas actuales?

Casi todo. Desde mi punto de vista, la escuela conserva hoy en día una naturaleza que parecía normal en los años de mi infancia, en los 50, aunque en aquella época, cuando llegabas a 5º de Primaria, con 11 años, debías decidir si elegías entre Secundaria (para continuar luego con la Universidad) o formación profesional. Con la reforma de 1962 se consiguió una gran mejora y un gran cambio democrático al aumentar la edad de la educación obligatoria hasta los 14 años. ¿Qué pasó? Que la escuela que era para unos pocos se ofreció a todos y sin ningún cambio; se cerró la formación profesional que tenía aspectos muy interesantes, como talleres y laboratorios. Y, claro, ofreciendo a todos lo que se había preparado para unos pocos, la mayoría fracasó; lo hicieron los estudiantes de las clases sociales más bajas y así seguimos. De esta forma, la escuela no consigue su resultado fundamental que es equilibrar las desigualdades de nacimiento. La escuela debería reflexionar sobre ‘cómo puedo ser para todos’ y reconocer la existencia de distintas inteligencias, para ofrecer diferentes lenguajes.

¿Debería enseñarse ‘algo más’ que las materias contempladas en el currículo?

Claro que sí. En una poesía de un gran amigo y maestro como fue Loris Malaguzzi, el ‘padre’ y director de las escuelas infantiles Reggio Emilia, explica que los niños tienen 100 lenguas, 100 manos, 100 maneras de conocer, de jugar, de soñar… Tienen 100 lenguajes, pero les roban 99. ¿Quién lo hace? Muchos, incluidas las escuelas. ¿Cómo? Proponiendo poco, sólo tres o cuatro y nada más. Es decir, los alumnos que sacan buenas notas en Lengua, Matemáticas y Ciencias seguro que ‘salen adelante’, pero qué pasa con los que nacieron bailarines, investigadores, músicos, periodistas, artesanos… Para ellos la escuela no existe. Esto no es una escuela para todos, sólo para unos pocos.

Creo que los colegios del siglo XXI deben ser lugares donde cada uno pueda reconocerse y pueda desarrollarse, donde cada uno encuentre lo suyo, porque propone un amplio abanico de lenguajes. En mi caso, por ejemplo, nací dibujante, artista, y la escuela nunca se preocupó de eso.

Obtenía un 10 en Dibujo y un 4 en Matemáticas y siempre tenía miedo de que me suspendieran. No me sirvió ser el mejor en Dibujo y estoy convencido de que si se hubiese reconocido mi competencia, mi capacidad en esta materia, seguramente mejorase en Matemáticas, por orgullo.

¿Deberes sí o no?

No, en absoluto, sobre todo en el caso de Primaria. Me parecen un abuso y una equivocación. Son una equivocación porque los niños que más saben, los más capaces son los que normalmente tienen una madre o un padre que les puede ayudar u orientar y llegarán al día siguiente con los deberes hechos, y han aprendido algo.

Pero pensemos en el niño que tiene problemas escolares, con numerosas lagunas; cuando llegue a casa es posible que no tenga a nadie a quién recurrir, a veces físicamente, a veces porque los padres tienen menos conocimientos que sus hijos porque son de clase social baja; es decir llegará a la escuela sin haber hecho los deberes o mal hechos. De este modo, la diferencia que hay entre estos dos niños ha aumentado un poco en vez de reducirse.

Creo que los deberes, que son los ejercicios para recuperar lagunas o para fortalecer conocimientos, y que son necesarios deben ponerse dentro del horario escolar con la garantía de la presencia de un maestro que es el único que sabe lo que necesita cada uno de sus alumnos. Es inaceptable que la escuela pida a las familias que ayuden a sus hijos a recuperar cosas que ella misma no ha sabido ofrecer. Debe asumir su responsabilidad. Y son un abuso, porque desde hace cerca de 30 años hay una Convención sobre los Derechos del Niño —España fue uno de los primeros países en adherirse, en 1990— en el que hay dos artículos al respecto: el 28, que indica que los niños tienen derecho a la Educación y el 31, que lo tienen también para el tiempo libre y el juego, por lo que son dos competencias diferentes y con la misma importancia. De hecho, la investigación científica demuestra que el juego vale tanto como estudiar. Si las mañanas ‘son’ de la escuela, las tardes, el fin de semana y las vacaciones son de los niños, y que ellos lo administren como quieran.

REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF



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