Estonia, “la nueva Finlandia” tiene los mejores resultados educativos de Europa

En menos de tres décadas, esta pequeña nación báltica pasó a formar parte de la élite mundial académica fomentando la autonomía docente, dando prioridad a la educación en primera infancia y entendiendo que la tecnología puede ser un aliado.
Al nacer un niño en Estonia, comienza un ciclo que evidencia el avanzado sistema de interoperabilidad de ese país.

“El doctor lo deja registrado en un computador, incluso si la guagua todavía no tiene nombre. Se pone que nació el hijo hombre de Pedro y María, por ejemplo. Los dos tienen el equivalente a nuestro RUT, una especie de código de identificación. En ese mismo momento, el niño recibe el suyo sin necesidad de ir a inscribirlo a alguna parte. Ese código se va inmediatamente al sistema de salud para cubrir los gastos correspondientes al parto. Luego, el mismo sistema se pone en contacto con el Ministerio de Educación y basado en el domicilio de los padres, se les reserva un cupo en el jardín infantil (más cercano) a partir de los próximos 18 meses”, comenta Felipe Ernst, cónsul honorario de Estonia en Chile.

La anécdota da cuenta de dos características que definen a esta nación báltica y exsoviética, que suma cerca de 1,3 millones de habitantes.

Por un lado, deja de manifiesto que se trata de una sociedad altamente digitalizada —se estima que el 99% de los servicios del Estado se pueden realizar de forma virtual— y al mismo tiempo, resalta la importancia que se le asigna a la formación durante los primeros años de vida.

“El jardín infantil es fundamental; la base del sistema educacional. Es subvencionado por el Estado y el 94% de los niños de entre tres y siete años (cuando comienza la educación escolar) asiste”, dice Ernst.

Previo a la pandemia, en Chile la tasa de asistencia a la educación parvularia de niños entre cero y cinco años era de 51%, llegando a solo 42% en la Región de Antofagasta, que entonces tenía las cifras más bajas del país. Las más altas estaban en Aysén, donde alcanzaban un 68%.

En el caso de Estonia, la educación preescolar no apuesta a que los niños aprendan a leer o escribir antes de entrar al colegio, sino que los más chicos se familiaricen con “pensar, resolver problemas, enfrentar situaciones, ser empáticos, pasarlo bien e imaginar”, indica Felipe Ernst.

Habiendo pasado por el jardín —donde es requisito que las educadoras estén especializadas en primera infancia— al llegar al colegio, los niños están mejor preparados para seguir las clases formales, sin que su origen económico sea un factor que incida en su posterior desempeño, según dijo Gunda Tire, directora del programa PISA en Estonia.

“Ya en el jardín de infancia los niños comienzan a aprender a programar. Lo hacen a través del juego y métodos prácticos, y también mediante el uso de robots. Dado que el uso de la tecnología aumenta cada año, es vital comenzar el proceso de aprendizaje lo antes posible”, agrega, en un fluido español, Matthias Vanamb, quien estudió Pedagogía en la Universidad de Tallin (ciudad capital de Estonia) y se especializó en idiomas. Hoy se encuentra haciendo clases en nuestro país, en un colegio en la comuna de San Ramón.

“Las ventajas tecnológicas fueron claves durante la pandemia mundial. Parecía que Estonia ya se había estado preparando para el aprendizaje a distancia durante los últimos 25 años”, dice a propósito de lo útil que resultó, en los últimos dos años, ser una nación que acerca, de forma lúdica, la tecnología desde los primeros años.

Nueve inspectores

El énfasis que se le da a la educación inicial, sumado al provecho que se le saca a la tecnología en pos de la educación, han rendido.

En las últimas dos mediciones de la prueba PISA, Estonia se ha posicionado en los primeros lugares a nivel mundial, superando a países como Alemania, Reino Unido e incluso Finlandia: en 2018, tras obtener mejores resultados en Lenguaje, Ciencias y Matemáticas, lo desplazó como el sistema educativo más destacado de Occidente.

A nivel global, China y Singapur lo acompañan en la cumbre de la élite educativa, sumándose Japón y Corea en el caso de Matemáticas.

Mailis Reps, hasta 2020 la ministra de Educación estonia, ha comentado en la prensa que gran parte de su éxito también se atribuye a la autonomía que el país entrega a sus profesores. Para ejercer, todos deben tener una maestría, y es tanto lo que se confía en su preparación, que “muchas decisiones se toman a nivel escolar. Nuestras escuelas y maestros tienen una gran autonomía para decidir cómo enseñar, a qué personal contratar o qué capacitaciones brindar”, explicó a Infobae.

En las escuelas “los directores son libres de decidir cómo organizar la vida de los estudiantes y diseñar el plan de estudios. No hay inspecciones periódicas. Las escuelas se evalúan cada tres años a través de pruebas en línea a estudiantes, y las autoridades solo intervienen si hay algún problema. Hace 20 años, había más de 70 inspectores escolares en todo el país, mientras que en el año 2021 solo nueve”, indica Vanamb.

Esto ha sido útil para enfocarse en un currículum del siglo XXI, donde materias como robótica o emprendimiento son parte de lo que se les enseña a niños y jóvenes, comenta Ernst. Y agrega que a pesar de sus buenos resultados en pruebas estandarizadas de Matemática y Lenguaje, no se deja de lado la importancia de fomentar el deporte y la música.

Ernst destaca que “aquí hay un fenómeno maravilloso, que es que todos los partidos políticos, hasta el 2035, acordaron una política educacional”. Se fundamenta en la igualdad de acceso a la educación y la no distinción entre clases sociales. De esta forma, por ejemplo, se acordó que además de las comidas, los libros y el transporte serían gratuitos para todos los escolares.

Este contenido ha sido publicado originalmente por El Mercurio en la siguiente dirección: digital.elmercurio.com | Autor: Margherita Cordano



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