Mientras los más antiguos afirman que nunca fue tan difícil su trabajo, las nuevas generaciones se desahogan en las redes sociales.
«Confieso que me siento desencantada de mi trabajo, siento que no soy buena en esto, ya no sé qué hacer. Los ‘sapoderados’ son como las reverendas, no ven cómo son realmente sus hijos, aun no entiendo cómo hay profesores que aguantan tanta humillación por parte de alumnos y sus padres. Es mi primer año ejerciendo y realmente quiero tirar la toalla, pero tengo una familia detrás y una gran deuda con el CAE…».
«Sapoderados» es una forma cada vez más generalizada en que los profesores se refieren a los papás y mamás de sus alumnos, y que se popularizó luego de que los docentes se dieran cuenta de que éstos se metían a intrusear en sus perfiles de Facebook personales y grupales y el anterior es uno de los testimonios que se pueden encontrar en la página de Facebook Confesiones de un/a profe 3. Antes tuvo versiones uno y dos pero fueron cerradas por la red social por comentarios no acordes con su política y dejaron viudos a sus cerca de 150 mil seguidores.
La página actual recibe entre 25 y 45 «confesiones» por día y con ese material Juan Marchant (29), profesor de ciencias y de física en un colegio de Curicó y creador de la web, quiere publicar un libro recopilatorio a fin de año.
La motivación de Marchant para abrir esas cuentas fue saber si el resto de los profesores sentía lo mismo que él. La mecánica es simple: si alguien quiere publicar, escribe en un formulario creado por los administradores, quienes luego filtran. Los textos que se postean son anónimos. «Hay mucho desahogo en la página», dice Marchant. En general, explica, hablan de problemas similares, pero a él le ha sorprendido la cantidad de situaciones de abuso de alumnos hacia los profesores y de éstos hacia los alumnos que aparecen mencionadas. «Yo he tenido problemas con niños, pero acá hay profesores que han sido golpeados o que les van a apedrear la casa. Eso no me lo había imaginado».
También existe la página Docencia sin decencia, que fue cerrada (y luego reabierta) por sus administradores hace unos meses y es de las favoritas de los profesores jóvenes. En diciembre el sitio promovió una campaña que les decía a los jóvenes que no estudiaran pedagogía. «Sería antiético llamarlos a ser profes en unas condiciones tan de mierda. Estábamos cansados del discurso de que con vocación íbamos a cambiar el mundo y que la felicidad estaba en el aprendizaje de los niños. Esto es un trabajo, no un apostolado», explican sus administradores.
En las redes sociales, los docentes se quejan ya no sólo de los bajos sueldos y la cantidad de trabajo, sino también de que la jornada escolar completa es como una «guardería para niños», dicen que los apoderados y alumnos son cada vez más irrespetuosos e indiferentes, y denuncian que el sistema pone el acento en obtener resultados en las pruebas estandarizadas más que en el aprendizaje de los niños.
Profe 24/7
El sábado pasado Alejandro Mora (29), profesor de música en un colegio particular subvencionado, vio fútbol en la televisión y después fue a un cumpleaños con su mujer. Pero el domingo no tuvo descanso: revisó pruebas de tres cursos de básica de 40 o más alumnos cada uno. «Al final, terminas teniendo profesores detestando lo que hacen porque no pueden dejar de hacerlo», dice.
Según Rodrigo Cornejo, docente de la Universidad de Chile e investigador del Observatorio Chileno de Políticas Educativas (OPECH), la sobrecarga laboral de los profesores tiene múltiples expresiones. Hay factores ya conocidos: los bajos sueldos, la falta de tiempo de descanso dentro de la jornada y el hecho de que los profesores realizan en promedio 13 horas semanales de trabajo adicional en sus casas, simplemente porque el tiempo no les alcanza. Por ley no deberían pasar más de tres cuartos de su jornada en aula, pero las encuestas demuestran que en realidad están ahí alrededor de un 90 por ciento del tiempo, explica Cornejo. Sin embargo, agrega el experto, es la creciente desmotivación y pérdida del sentido lo que más está afectando el ánimo de los profesores.
«La sociedad te exige que seas intachable, un ejemplo, un referente, sin ninguna yayita, pero que además pases los contenidos, que te vaya bien en las evaluaciones. Es una dualidad, ser un docente pero también un ‘mentor'», dice Felipe León (29), profesor en un colegio de Maipú.
Según Cornejo, en las últimas décadas, de la mano del aumento en las cargas laborales de los padres y la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, los profesores dicen que los niños vienen un poco más solos de la casa y con cierta fragilidad emocional, lo que los obliga a dedicarles muchas más horas al tema formativo, valórico y de convivencia. Pero a la vez, agrega el especialista, «se les presiona para pasar contenidos a contrarreloj, tener buenos resultados en el Simce o la PSU, y además que haya un involucramiento emocional y vincular, que cumpla un rol que eventualmente realizaba la familia. Y se genera un sinsentido del trabajo, porque cumplen con los contenidos por temor a ser mal evaluados, pero no es algo que los convence ni crean es beneficioso para sus estudiantes».
De acuerdo a la sicóloga y académica de la Universidad Central, Patricia Guerrero, los profesores están frente a una paradoja: tienen leyes de inclusión que los invitan a acoger a todos los estudiantes, pero por otro lado se les exige rendimiento. «En mis investigaciones veo que tienen que pasar currículums extensos, tener alumnos tranquilos y sentados todas la horas… incluso en algunos colegios de baja matrícula tienen que ir a la casa a buscar a los chiquillos para no perder la subvención», dice.
Nueva familia, nueva escuela
Guerrero explica que hoy ocurre lo que los expertos llaman el new public managment, es decir, la organización de la escuela como si fuera una empresa de producción cualquiera. Según la sicóloga, los profesores no pueden ser managers, se tienen que encariñar con los niños y niñas para traspasarles su amor por el conocimiento. «Los alumnos no son clientes, porque no siempre tienen la razón. ¿Usted puede reprobar a un cliente?».
«Esto se ha transformado en una empresa donde cada uno se rasca con sus propias uñas, es muy competitivo. Antes era más fácil trabajar con los niños, pero ahora creen que son clientes, que siempre tienen la razón. Y el colegio, cero apoyo», opina Claudia Márquez, profesora de educación física.
Para Raúl Rojas (67), quien jubiló el año pasado de su trabajo como profesor de enseñanza básica, antes era fácil distinguir entre un niño de quinto y uno de séptimo, pero ya no. «Uno los ve en situaciones mucho más adultas, pierden la inocencia prematuramente», dice. Además agrega que antes eran más participativos, tranquilos, amistosos y respetuosos, «no sólo con nosotros, también entre ellos», explica. En la década del 2000, cuenta, comenzó a notar cambios y hubo una explosión de la mano de la reforma. «Ahora pasan mucho más tiempo en las escuelas y se genera un agobio, porque pierden muchas actividades lúdicas, al final la tarde es una extensión de lo mismo de la mañana. Están más agrandados, más competitivos y muchas veces despectivos con los profesores».
Existe consenso entre los docentes en que hoy muchos papás y mamás descansan en que el colegio les enseñe contenidos a su hijo y, además, los eduquen. «Pero la educación se aprende en la casa; el colegio está para enseñar», dice Reinaldo Camaño (35), profesor de inglés en un colegio particular subvencionado en La Florida, a quien le ha tocado ver a papás y mamás muy demandantes para pedir resultados académicos: que el niño aprenda, que el niño sepa y que se saque buenas notas. «Pero no trabajan con ellos en torno a ese objetivo. Les exigen resultados y no tienen idea qué hizo el niño durante el día. ‘Bueno, yo estoy pagando equis plata en este colegio y por lo tanto debería hacerse todo en el colegio’ es parte de su discurso».
Para este apoderado más exigente y reclamón, cuentan los profesores, no hay horarios ni vías de comunicación prohibidas. Así es como si el docente compartió su número de teléfono con algún papá, rápidamente su WhatsApp puede llenarse con mensajes a las diez de la noche preguntando por alguna tarea o material que hay que llevar al día siguiente. Algunos profesores sacan pantallazos de esas conversaciones y las comparten en sus grupos de Facebook.
Elizabeth (33), profesora de primer ciclo básico en una escuela de Pedro Aguirre Cerda, ha recibido mensajes por Facebook de algún apoderado que la busca y ocupa la red social para excusarse por la inasistencia de su hijo. Por eso, se dedica en cada reunión a explicarles a los papás por qué es importante que los niños vayan al colegio, pero aún así muchos no los mandan. Su impresión es que cuando los niños pasan a primero básico asumen que ya son grandes. Incluso, los mandan sin útiles al colegio, venden los que la Junaeb les regala. «Yo les digo, ‘su hijo llegó sucio, lleno de mocos’, y me responden ‘pero tía, si yo le dije que se bañara’, y tengo que explicarles que el celular no va a bañar al niño, no le va a cortar las uñas, porque creen que todo se soluciona con el celular. Es súper triste, una lucha constante».
- Oiga, profe, le fue tan mal a mi hijo en la prueba, ¿qué hacemos?
- Bueno, podríamos partir porque se lea el libro para la próxima.
- Jojojo, ¿en serio? ¡A mí me dijo que se lo leyó!
- Pues fíjese que a mí me dijo en mi cara que no se lo había leído.
Mensajes como estos recibe Claudio (36) de los apoderados en un colegio privado en La Dehesa: «¿Puede vigilar usted que a mi hijo le guste leer? Es que yo no sé cómo hacerlo», «Ay, profe, está tan desordenado este niñito, dígale usted que se ordene, que a mí no me hace caso», va relatando. «Tienen una obsesión por incumbirse en todo porque en el fondo necesitan compensar que no están realmente presentes cuando se les necesita. Por ejemplo, en cosas tan simples como presentación personal, porque los cabros llegan hediondos, desordenados y sin materiales», afirma.
Según Rodrigo Cornejo, hoy se tiene una expectativa demasiado alta con respecto a la escuela, la idea de que los profesores pueden solucionar cosas que la familia no está resolviendo. «Yo veía a los apoderados muy cansados, superados y con muchas exigencias. Agobiados por el sistema, por el horario, por los mismos niños y, claro, en general poco comprometidos. Criar requiere de mucho esfuerzo, estar ahí y enseñar valores es exigente y requiere trabajo, pero ¿te quedan energías después de un día de pega?», dice Claudia Montes, quien luego de ocho años dejó la docencia y se instaló en el Centro Cultural Estación Entretecho.
Este contenido ha sido publicado originalmente por La Tercera (Chile) en la siguiente dirección: latercera.com | Autor: Tania Opazo y José Miguel Jaque