Todos (casi todos) repetimos como un mantra aquello de “no tengo tiempo”. A pesar de los intentos de organizarnos mejor, sentimos que nos falta tiempo para todo. Incluso durante el confinamiento, cuando muchos creíamos tener una generosa provisión de horas, las horas del reloj se esfumaron. ¿A qué se debe esta escasez endémica de horas que al final nos acaba estresando?
Existe esta ley no codificada que dice: “El tiempo dedicado a cualquier actividad es inversamente proporcional a su importancia”. Puede chocar de entrada, pero tiene su lógica. La falta de tiempo es en realidad una falta de prioridades. Tiene su origen en la comodidad, que nos empuja a realizar en primer lugar lo que nos resulta más sencillo. La falta de tiempo, en el fondo, es pereza: Hacemos muchas cosas, menos las verdaderamente importantes. A veces.
Gestión del tiempo y el destino (05´ 25”)
Esto no solo se comprueba en el trabajo, en la vida familiar o en los compromisos de vida cristiana, sino que se extiende a la gestión del tiempo libre, donde tendemos a llenar hasta el borde cada hora disponible. En su origen estaría el llamado horror vacui (=horror al vacío). ¿De dónde nacen estos miedos a zarandear nuestros horarios? Sobre los motivos que nos llevan a copar todos los vacíos temporales señalemos tres:
- Por tranquilizar la conciencia. Nos ocupamos todo el tiempo, desde el supuesto de que solo lo “lleno” es valioso. No hacer nada es una irresponsabilidad. Olvidamos así que lo vacío es imprescindible para la creatividad, para las nuevas ideas. ¿Cómo convencerse de que, frente a las exigencias de aumentar las tareas, sentarse y pensar debe ser una prioridad?
- Por vanidad. Existe una secreta obligación autoimpuesta de complacer a los demás o de brillar ante ellos. Llenamos huecos de nuestra agenda con peticiones ajenas que no responden a necesidades reales. Las atendemos para quedar bien ante sus requerimientos o para lucirnos o para esperar una felicitación. Esas solapadas pretensiones las pagamos con tiempo.
- Por miedo a nosotros mismos.Cargarnos de ocupaciones, trabajar y atender a las redes sociales llenan no solo la agenda sino nuestro espacio mental, lo cual nos impide pensar. Esto nos libera de hacernos preguntas incómodas que se pueden resumir en una: ¿es ésta la vida que quiero llevar? Sin embargo, tal como advertía Pablo Neruda: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.
Podemos reaccionar de forma adecuada. Hay un espacio de reacción donde reside la libertad: No respondas de inmediato a todas las ofertas o invitaciones. Tómate tu tiempo. Y no te culpabilices por ello.
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