Muchos de los problemas emocionales de los niños pueden explicarse por los cambios complejos que se han producido en las pautas sociales en los últimos cuarenta años, la falta de respeto hacia las escuelas como fuente de autoridad, el miedo a los docentes, el tiempo cada vez más reducido que los padres dedican a sus hijos y la influencia penetrante y negativa de la televisión u otros medios de comunicación, pueden ser mencionados como algunos de los factores relevantes en este cambio social.
De la misma forma como lo expresa L. Shapiro, la vida tecnológica y cibernética actual enfrenta a las personas a desafíos emocionales de alta exigencia y calidad. Aunque la ira sigue desempeñando una función importante en la estructura emocional, la naturaleza no anticipó que podría ser fácilmente provocada en medio de un “taco” de automóviles, mirando la televisión, o jugando con videojuegos. Sin duda nuestro desarrollo evolutivo no pudo tomar en cuenta la facilidad con que un niño de diez años podría encontrar un arma y dispararle a un compañero de curso por un insulto.
Entonces, al acercarse al ámbito pedagógico, se puede decir que cuanto menos comprenda un estudiante sus propios sentimientos, más preso será de ellos. Cuanto menos comprenda los sentimientos de los otros, mayor probabilidad tendrá de interactuar en forma inapropiada con los compañeros y por lo tanto no logrará asegurarse un lugar apropiado dentro del grupo curso.
Así, Edgar Morin en su libro Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, señala que para atender las profundas transformaciones experimentadas por la sociedad, es necesario remitirse a nuevos vínculos; el vínculo entre el desarrollo cognitivo-intelectual, la formación personal y valórica y el desarrollo de la conciencia emocional. Esto porque lo que está cambiando, no es sólo el mundo en el que vivimos, sino también la forma de comprenderlo, así como la forma de entendernos y relacionarnos. Al incorporar la dimensión emocional al proceso de transformación de la escuela, se torna posible la ampliación de la capacidad de conciencia y atención frente a las propias percepciones, las creencias sobre sí mismo, la cultura y el mundo.
Por lo tanto, la conducta inteligente de un estudiante puede ser restringida o expandida según sea el ambiente emocional que emane de la convivencia con sus profesores. Así, el miedo, la envidia, la rivalidad, limitan su conducta inteligente porque estrechan el espacio de relaciones en que se desenvuelven. Los alumnos y alumnas son seres que aprenden tanto en el dominio emocional como racional. La emocionalidad que viven en su niñez y preadolescencia, es conservada por ellos como cimiento del dominio psíquico que generarán como adultos.
El miedo es, sin duda, una experiencia dolorosa y paralizante, que disminuye la felicidad de vivir en niños y adultos. Un estudiante asustado es un alumno que se retrae, que no explora ni busca nuevos horizontes, sólo busca la seguridad y, por lo tanto, no tiene capacidad de arriesgarse. Un alumno con miedo no tiene confianza en su capacidad de enfrentar los desafíos, es decir, como no puede tener confianza en sí mismo, tiene que buscar seguridad y refugio en otros o se siente impotente para salir al exterior, porque percibe que carece de las fortalezas necesarias.
El miedo, es una experiencia no cristalizante, adversa, que provoca freno u obstaculiza los mecanismos de promoción de los alumnos; reflexionar e investigar respecto de él en la interacción en el aula es un paso importante. El estudiante que se retrae, que no sale al mundo exterior por su miedo a los peligros, se empobrece y, si hace de esto una conducta habitual, se transformará en un escolar que se caracterizará por presentar evitación de conductas en situaciones difíciles, transformándose en un alumno inseguro y poco decidido.
En su libro La diversidad de las emociones, Olberg Hansberg afirma que el miedo produce una descarga importante de adrenalina y un aprendizaje de cómo manejarlo, sin embargo, si el niño se siente muy presionado o criticado por su reacción ante esa situación, no aprenderá nada y además de permanecer ese miedo en concreto, aparecerá otro a sus propias reacciones.
Cómo mejorar la relación entre maestro y alumno para un aprendizaje valioso
Vivimos un tiempo vertiginoso, en el que se valora la inmediatez y cuyo ritmo frenético ha llegado a la educación; se valora que los niños y niñas, aprendan “cuanto antes, mejor” a leer, a escribir, sumar, algún idioma, el manejo de la tecnología… pero no nos hemos detenido a pensar cómo se produce ese aprendizaje. ¿Es mejor pronto que de calidad?, ¿cómo se aprende en un ambiente hostil, donde hay castigos, chantajes, comparaciones… en definitiva, lleno de miedo?
Aunque muchos profesionales hacen verdaderos esfuerzos por hacer de sus aulas espacios diferentes, acogedores, en general, llevamos demasiados años con métodos educativos obsoletos, que muestran resultados mediocres y que generan malestar tanto en alumnos como en maestros. ¿Y si volvemos a lo más básico, a lo esencial? Pensemos en qué relación puede construir el maestro con sus alumnos para que surja un aprendizaje con sentido, valioso para la vida.
Relación maestro y alumno basada en el respeto y la confianza
Si la relación que construye el profesor con sus alumnos está basada en la amenaza, en el premio-castigo, en la presión, se genera un clima de miedo y estrés en el aula en el que los niños y niñas se sienten en riesgo, atemorizados, inseguros y donde el aprendizaje está lejos de ser significativo ni perdurable. En un lugar así, es difícil para un niño desplegarse, ser creativo, asumir nuevos retos… y en consecuencia, aprender se convierte en una tarea ingrata e incómoda.
Sin embargo, si el maestro es capaz de crear una relación de respeto y confianza, en la que las emociones tienen un lugar, se acompañan, y en la que el niño/a se siente valorado y tenido en cuenta, el aprendizaje se relacionará con la alegría y la seguridad. Desde un punto de vista neurodidáctico, las conquistas (cognitivas, sociales, físicas…) que tienen lugar en esas condiciones, son fijadas por el cerebro con más intensidad porque entiende que serán útiles en el futuro.
Sugerencias para una relación satisfactoria
¿Cómo podemos, entonces, crear una relación con los niños que permita el aprendizaje? Aquí te proponemos algunas sugerencias:
- Estar disponibles para ellos, presentes física y emocionalmente. A veces, es más honesto decirles “ahora mismo no te puedo escuchar, aunque me gustaría. En cuanto pueda, te voy a avisar” que intentar atender a varios niños al mismo tiempo y en definitiva, a ninguno.
- Hablarles mirándoles a los ojos, poniéndonos a su altura.
- Favoreciendo momentos de encuentro cercano y cálido; un saludo especial cuando llegan, una mirada mientras están desayunando, una sonrisa antes de que se marchen… Busquemos la manera de transmitir: “Te veo, eres importante para mí”.
- Manteniendo una actitud de confianza en sus posibilidades (recordemos el efecto Pigmalión), algo que reforzará su motivación interna como impulso para el aprendizaje.
Ofreciéndoles tiempo y espacio; respetando su ritmo. Una educación que acompañe al niño.
No es una tarea fácil porque requiere revisar y renovar lo que venimos haciendo y buscar nuevas posibilidades no solo para el aprendizaje de los niños y niñas, sino para crear aulas más amables y agradables también para nosotros mismos.
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