[Alexander Ortiz] El amor como nuevo paradigma científico para las ciencias sociales y humanas

La ciencia actual tiene un extraordinario reto en la configuración del conocimiento científico. Las ciencias socio-humanas están en una encrucijada. La antropología, la historia, la filosofía, la psicología, la economía, la sociología, las neurociencias, la lingüística, la pedagogía, la didáctica, y la administración de los procesos humanos y sociales, deben contraer matrimonio urgente, aún a riesgo de ser demandadas por poligamia. No hay otra alternativa, o se configuran en torno a una unidad o se arriesgan a desaparecer. O reconocen, una vez configuradas, a esa totalidad organizada senti-pensante o deambularán sonámbulas en la soledad de su cotidianidad.

El ser humano no se puede fragmentar. Es una configuración holística compleja de configuraciones holísticas complejas cuyo sustrato es su biopraxis. Como dijo Parménides: el ser es. Y seguido por Heidegger: lo que más merece pensarse es que nosotros los humanos todavía no pensamos.

Pero Maturana nos devuelve en nuestra verdadera esencia y naturaleza: la emoción. Y la única emoción que expande el pensamiento y la inteligencia humana es el amor, entendido éste como la aceptación del otro y lo otro como un legítimo otro en la convivencia con nosotros.

Según Maturana, el ser humano posee dos vías para acceder al conocimiento: la razón y el amor. Pero nuestro intelecto es un camino incompleto para conocer, por cuanto está cargado de creencias, representaciones conceptuales, nociones, vivencias, experiencias praxiológicas y complejos sistemas cognoscitivos. En cambio, el amor es un medio básico o camino científico pertinente para la configuración del conocimiento.

¿Será que, avanzando tras Maturana, el amor debe convertirse en el método científico por excelencia? ¿O será que el nuevo paradigma científico para las ciencias sociales y humanas es precisamente el amor?

Como dice Silvio Rodríguez en una de sus hermosas canciones:

  • Sólo el amor engendra la maravilla.
  • Sólo el amor consigue encender lo muerto.
  • Sólo el amor alumbra lo que perdura.
  • Sólo en amor convierte en milagro el barro.

Y el amor es la emoción que funda lo social. Sin amor el sistema social humano se desintegra, incluyendo la ciencia, por mucho que pretenda erigirse avasalladora, victoriosa, y excluyente sobre otras formas de conocimiento, aunque pretenda eternizarse en un pedestal de rigor científico basado solamente en los números, en la medición, en el control, en la cuantificación, en la eficiencia, eficacia y efectividad, en el rendimiento y en la falsa e inexistente objetividad.

Estos procedimientos conducen a análisis lineales, causales, estáticos, no dan cuenta de la verdadera complejidad de la sociedad y el ser humano, y nos llevan a un callejón sin salida donde nos espera un reduccionismo mordaz y un nocivo determinismo que son quimeras en la finalidad de comprender a los seres humanos y sus relaciones para contribuir a la transformación en la convivencia cotidiana, para el beneficio y el progreso social y humano, desde el respeto a las diferencias, la equidad, la inclusión y la justicia social.

Insisto en la naturaleza compleja del objeto de estudio social y humano, debido a su carácter multidimensional, plurideterminado, holístico, procesal y sistémico, porque configura configuraciones teóricas de las modalidades más complejas de organización de la conciencia y la praxis individual y social.

En relación con lo anterior, Erwin Laszlo nos alerta:

El mundo del siglo XXI sólo será viable si mantiene elementos esenciales de la diversidad que siempre han caracterizado a las culturas, credos y a los órdenes económicos, sociales y políticos, así como a las maneras de vivir. La diversidad sostenible no implica aislar a pueblos y culturas entre sí: lo que requiere es un contacto y una comunicación internacional e intercultural que respete las diferencias, creencias, estilos de vida y ambiciones. La diversidad sostenible no significa preservar la desigualdad, pues la igualdad no reside en la uniformidad, sino en el reconocimiento del valor y dignidad de todos los pueblos y culturas.

Ahora bien, crear un mundo diverso pero equitativo e intercomunicado requiere algo más que limitarse a hablar de equidad, de inclusión y a tolerar las diferencias que existen entre nosotros. Las culturas y los pueblos diversos necesitamos trabajar juntos con solidaridad y compasión para conservar todo el sistema del que somos inmanencia, un sistema que es la sociedad humana en su residencia planetaria, lo cual nos permitiría a todos ir más allá de la actitud de una tolerancia pasiva y transitar hacia la interrelación activa.

No se trata de desechar o ignorar la ciencia. No se trata de abandonar nuestras prácticas científicas. Se necesita una nueva ciencia en este tercer milenio, una epistemología gestáltica,  necesitamos un pensamiento diferente en el siglo XXI para la comprensión del ser humano: ¡un pensamiento configuracional!

Tener un pensamiento configuracional significa:

  1. Comprender al ser humano en su naturaleza sistémica y auto-configurativa.
  2. Reconocer nuestra esencia emocional y que cualquier decisión racional esta mediada por la afectividad humana.
  3. Reconocer en los valores y actitudes al potencial movilizador de la ciencia y la sociedad.
  4. Reconocer el amar, así escrito como verbo, no como sustantivo, como la emoción que define la acción social humana.
  5. Reconocer que la función de las ciencias socio-humanas en general y de las ciencias de la educación en particular es lograr la emancipación humana y el amor entre todos los seres vivos del planeta.
  6. Y, como consecuencia de lo anterior, el hallazgo de esa configuración psíquica, mental o espiritual que aún está oculta en los espacios más recónditos de nuestros corazones, o mejor en nuestras relaciones: ¡la felicidad humana!

No es recomendable para el mundo que formemos doctores en ciencias, investigadores autónomos, muy rigurosos en sus investigaciones científicas, con un alto nivel de desarrollo y desempeño académico, profesional y científico, pero que no sepan amar. Esto no es conveniente.

Las cualidades intelectuales y cognitivas se realzan y valorizan con los atributos éticos, morales y axiológicos.

Precisamente, la formación científica debe contribuir a la configuración de la sensibilidad humana individual y social de los investigadores, para que ofrezcan un mejor servicio educativo y configuren una educación más humana.

En ese sentido es que afirmo que debemos pedagogizar el amor, y humanizar la pedagogía, debemos curricularizar el amor. El amor debería estar diluido en nuestras prácticas pedagógicas y en nuestros currículos así como esta diluida la sal en el mar. Desde otra perspectiva, ¿qué sentido tendría la Didáctica como ciencia, rama o disciplina derivada de la Pedagogía?

Es por ello que hablar de pedagogía humanista o humanizante, o hablar de educación inclusiva o incluyente constituye una tautonomía por cuanto el humanismo y la inclusión, ontológicamente hablando, son inmanentes a la pedagogía y a la educación.

Por otro lado, no podemos seguir hablando de inclusión mientras nuestra propia ciencia es excluyente porque ignora, es irreverente o rechaza a otras formas igualmente válidas de conocimiento.

La ciencia del tercer milenio debe ser una ciencia incluyente, que respete y no ignore ni rechace otros tipos de conocimientos.

Desde esta mirada, un reto actual es configurar una ciencia verdaderamente social y humanista para la emancipación humana y para la solidaridad.

Como dijo en 1878  el apóstol José Martí, héroe nacional de Cuba y seguidor de las ideas integracionistas de nuestro gran  libertador Simón Bolívar: la ciencia está en conocer la oportunidad y aprovecharla, es hacer lo que conviene a nuestro pueblo con nuestro sacrificio y no hacer lo que nos conviene a nosotros con el sacrificio de nuestro pueblo.

Sólo así nos podremos sentir orgullosos de ser dignos representantes de la especie homo sapiens, o mejor expresado, para ser consecuente con la concepción esbozada en estas reflexiones: sólo así nos podremos sentir orgullosos de ser dignos representantes de la especie homo amans.

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Autor:
Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano.
Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación.
Correo electrónico: [email protected] / [email protected]

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