Maestros al servicio de la educación

¿A qué temperatura se quema un profesor?

Emulando el aclamado y popular libro de Ray Bradbury, «Fahrenheit 451», me pregunto a qué grado tiene que llegar el profesorado para comenzar a quemarse. Por mucho que popularmente se considere a la docencia como una profesión de tipos con muchas vacaciones y no demasiada faena, no es menos cierto que el profesorado lleva tiempo apareciendo en los primeros puestos del ranking de profesiones con mayor nivel de estrés (Casalnueva y Di Martino, 1994): detrás de mineros, policías, trabajadores de la construcción, pilotos de aeronaves, periodistas, dentistas, médicos, enfermeros, conductores de ambulancia y músicos.

Ignoro si este listado, veinticinco años después, tendría muchas variaciones. Apuesto, sin embargo, que los docentes podríamos escalar alguna que otra posición, visto como anda el patio desde hace ya algún tiempo. Para aquellos que convivimos en la escuela no hace falta que nos citen estudios para saber que el número de profesores quemados puntualmente o de modo crónico, no ha disminuido en ningún momento. No es raro pues que la OMS considere al profesorado más susceptible de sufrir el «síndrome del trabajador quemado» o «burnout«; reconociendo esta situación como enfermedad profesional a partir de 2022.

Un burnout que, como define la OMS, «es resultado del estrés crónico en el lugar de trabajo que no ha sido manejado con éxito y que se caracteriza por tres dimensiones: la sensación de agotamiento;
distanciamiento mental con respecto al trabajo, sentimientos de negatividad o cinismo relacionados con el trabajo; y una eficacia profesional reducida». Porque no es raro ver compañeros agotados, estresados, negativos o que desempeñan su trabajo bajo mínimos por múltiples razones.

Con los años eres consciente que las motivaciones personales a la hora de desarrollar este trabajo son muy diversas. Todos no nos enfrentamos igual al día a día en las aulas y a cada nuevo curso que requiere energías renovadas. La falta o escasez de motivos para trabajar cada día, junto a unas condiciones siempre mejorables en un entorno social muy complejo, son el combustible perfecto para esta insatisfacción laboral. Los comienzos en esta profesión suelen venir acompañados de muchas ganas y proyectos a realizar con los alumnos pretendiendo incluso transformar esa parte de la educación, impersonal y competitiva, que muchos aborrecemos. Un idealismo que es difícil de mantener y que acaba demasiado frecuentemente en cierta pasividad o indolencia que puede llegar a afectar a la salud. Sin embargo, muchos docentes siguen desarrollando su trabajo de un modo profesional pese a que esa motivación inicial ya no les acompaña; tal vez esperando un cambio de rumbo fortuito o resignados a un oficio con un salario decente.

Coincido en la diagnosis que algunos autores hacen acerca del burnout del docente: «Sea cual sea la característica de la personalidad, los individuos más entusiastas y dedicados son los que presentan un mayor riesgo, ya que son los que presentarán una mayor desilusión y disgusto al comprobar la diferencia existente entre el marco ideal y real de su trabajo» (Ayuso, J.A. «Profesión docente y estrés laboral una aproximación a los conceptos de Estrés Laboral y Burnout«). Todo ello sin obviar lo que apuntan diversos estudios: «los niveles de sobrecarga laboral están positiva y significativamente relacionados con el desgaste psíquico».

¿Y qué podemos hacer al respecto? ¿Cómo afrontar a esa insatisfacción laboral que se sufre en las escuelas y repercute en la enseñanza, alumnos y ambiente de trabajo? Las soluciones pasan claramente por la reorganización del centro educativo, la mejora de los recursos materiales, la disminución del número de horas lectivas, la disminución de las ratios o la mengua de una burocracia siempre creciente, como apunta Francisco Javier Gómez, responable de Salud Laboral de STEs. Sin eludir una formación y prevención, prácticamente inexistente en la actualidad, que mejore el clima laboral y ayude a solventar conflictos dentro y fuera del aula.

Igualmente opino que es necesaria una mayor solidaridad entre los compañeros; un reparto más equitativo de aquellas tareas o proyectos comunes; un tratar de evitar esos agravios comparativos que solo ocasionan conflictos; un menor ombliguismo y cierta relativización de asuntos nimios en nuestra práctica docente. Es preciso encontrar más tiempos para vivir en común esta profesión sin necesidad de prisas, pero con eficacia, sin tratar de embarcarse en modas o tendencias educativas que ofrecen una ganancia relativa y estética solo a corto plazo. Ofrecer reflexión autonomía a los docentes nunca esta de más para buscar remedio a la desazón laboral. Reencontrar ese idealismo es tarea complicada, más aún cuando la temperatura ha pasado el nivel permitido para continuar trabajando, de un modo profesional, con la vista puesta casi en exclusiva en el aprendizaje integral de los alumnos. Ya va siendo hora de que los bomberos se resistan.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Efepeando en la siguiente dirección: efepeando.com 



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