DEBEMOS procurar convertirnos en maestros multilingües. ¿Se preocupó? Pues déjeme aclararme. No me refiero tanto (aunque sería fantástico) que aprendamos hablar de forma fluida muchos idiomas. La idea que tengo en mi mente y les comparto tiene que ver directamente en cómo nos acercamos a nuestros estudiantes y compañeros. Me refiero al lenguaje del amor que se manifiesta en acciones. ¿Lenguaje del amor? Si. Al conjunto de acciones que nos permite expresar nuestra inteligencia afectiva a quienes nos rodea de formas más efectivas.
En el entorno escolar donde accionamos se ve necesario el aprende expresar e interpretar dicho lenguaje. Uno de los problemas del amor moderno, y su forma de manifestarlo, es que esperamos que el otro nos entienda y complazca en todo aquello que queremos (muchas veces solo por un capricho infantil); sin dar oportunidad a recibir lo que esa persona quiere darnos. Es común escuchar expresiones como: “no me entiende”; “es desatento”; “no es lo que esperaba”. Y cuando las he escuchado, por lo habitual vienen acompañadas de frustración y derrota. ¡Buscamos más que nos entiendan que dejarnos entender! En la universidad, en la Escuela de Pedagogía, constantemente corrijo a algunos de mis estudiantes cuando terminan sus exponencias con la siguiente frase: “¿Me entendieron?”. Les observo que no es tan importante el que sus compañeros los entiendan, como el que ellos mismos se den a entender. Ciertamente ocurre lo mismo en nuestras relaciones interpersonales en la escuela. Como docentes buscamos que “nos entiendan” más que “darnos a entender”. Nuestro lenguaje está en una sola dirección: hacia mí. Debemos cultivar el lenguaje bidireccional: tú a mí y yo a ti (como el estribillo de la canción del dinosaurio morado aquel).
En una ocasión, cuando estaba en las aulas, fui testigo de la discusión entre una madre y una compañera. La maestra procuraba hacerle entender la necesidad de que apoyara a su hijo en lo que tiene que ver con hacer las tareas. La señora, molesta, le expresaba que no tenía tiempo, que su trabajo no le permitía hacerlo; que para eso es que le pagaban a ella. La orientadora y la directora al final intervinieron. Con sus razones y sin algunas, ambas exponían las cosas desde sus puntos de vista. Me pregunte: ¿Cómo hubiese sido la dinámica comunicativa si ambas hubieran tratado de darse a entender y a la vez entender a la otra? Podemos sentirnos tentados a creer que el otro toma lo dicho por nosotros como un hecho. ¡Olvidamos que es otro! Con mentalidad, conductas y saberes diferentes a nosotros. Posee un lenguaje distinto al nuestro. No podemos esperar que entiendan nuestro lenguaje tan rápido. Como maestros deberías aprender ese nuevo dialecto. Y el mejor traductor es el amor. Cuando amamos a la persona; ensenar se nos hace una aventura maravillosa. ¡Educamos pues amamos a los niños que están a nuestro cuidado! El amor debe ser nuestro lenguaje. Ser capaces de mantener nuestra postura cuando se requiere; y capaces de flexibilizarla cuando también sea necesario. Nuestros niños y padres ya vienen de por si golpeados por la vida: sueños rotos; errores que los atormentan, frustraciones, etc. ¡Es justo que nosotros, los maestros y maestras, seamos sus amigos! ¿Cuándo fue la última vez que se sentó hablar con un padre o madre? No me refiero a clase; sino a mostrarle interés por él / ella. ¿Cuándo fue la última vez que se sentó a conversar y abraso a uno de sus estudiantes?
En el aspecto laboral también es importante. El principio planteado evitaría los roces entre docentes y directivos y compañeros. ¿Conoce a su director (a)? ¿Le interesa en verdad sus compañeros? Hágase estas preguntas: ¿Qué color les gusta? ¿Cuál es su comida favorita? ¿Dónde viven? ¿Cuándo cumple años? La escuela, luego de nuestro hogar, es el entorno donde más tiempo pasamos. Pruebe con acercarse y entablar una conversación corta pero que haga sentir a su colega que tiene a alguien con quien contar. Procure aprender el lenguaje de esa persona.
De la misma forma que Gardner expuso la teoría de la existencia de las inteligencias múltiples; podemos afirmar que existen diversos lenguajes del amor; pero muchas veces no sabemos traducirlos. Unas por ignorancia. Otras por nuestro egoísmo natural. Estamos habituados a que la otra persona nos “traduzca”. No nos tomamos el tiempo para entender su idioma y darnos nosotros a entender. ¿Cuántas fricciones se hubiesen evitado? Para unos el lenguaje puede ser un toqueteo (hay alumnos necesitados de un abrazo o una mano en su hombro); para otros el hablar y escucharte (dialogar con alguien); otros el solo escucharte sin hablar (palabras de ánimo) y para otros las acciones (detalles). Debemos atrevernos a dejar nuestra predisposición y abrirnos al lenguaje del amor con el que esa persona te trata. Si no es el lenguaje que gustas (no te interesa aprenderlo); pues siéntete en la libertad de dejarlo libre y liberarte tú. Lamentablemente hay personas que, como el aprendizaje de un idioma, no son capaces de aprender un lenguaje del amor distinto al suyo.
Pero antes de tomar una decisión precipitada abre los oídos de tu corazón para entender el idioma de tus alumnos, colegas y los padres. Descubrirás que lo que se necesitabas era dejar de pensar en lo que uno quiere y abrirse a lo que uno necesita. Poner las cosas claras. Así como muchas personas de diferentes dialectos han aprendido el idioma de otros; también podemos hacerlo en lo que a la expresión del amor se refiere. Solo es cuestión de interés verdadero. ¿Te animas?
Autor: Victor Manuel Betemí Rawlins |
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