Pocas cosas marcan tanto a un individuo como el haber experimentado traumas infantiles. Ninguna etapa en la vida de una persona es tan intensa, ni tan vulnerable, como la infancia. Las vivencias de nuestra niñez tienen un peso decisivo sobre nuestra personalidad y nuestra forma de sentir y de actuar. Por ello, cuando sufrimos un trauma en nuestra infancia, este puede tener un enorme peso a lo largo de nuestra vida.
Al igual que en la edad adulta, los motivos que pueden dar lugar a traumas infantiles son muchos. Sin embargo, no hace falta recurrir a los casos más extremos, como violencia o abusos sexuales, para hablar de trauma infantil; estos traumas pueden venir ocasionados por muchos otros motivos, como por ejemplo la falta de arraigo o de afecto.
Como todos los traumas, se trata de lesiones psicológicas que dañan de manera permanente el inconsciente. Se trataría por tanto de un daño emocional, fuerte y duradero, que llega a marcar la personalidad del individuo. En este sentido, muchas personas ni siquiera son conscientes de la existencia de dichos traumas. Y esto sucede, incluso, a pesar de que pueden estar condicionando gravemente la calidad de vida personal.
Por estos motivos, resulta de gran importancia detectar y tratar estos traumas a tiempo. En el caso de los niños, para evitar que terminen afectándoles en su edad adulta; y en el caso de los adultos, para solucionar un problema ya existente.
¿A qué se deben los traumas infantiles?
Un trauma es un elemento puramente subjetivo, totalmente variable en función del individuo de que se trate. Lo que para una persona puede ser un evento traumático, para otra puede resultar intrascendente. La manera en que afrontamos las distintas situaciones es, por tanto, variable en función de nuestras circunstancias y capacidades personales. Del mismo modo, algunas personas pueden sobreponerse rápidamente a un trauma, mientras que a otras se les hace imposible.
Esta situación de subjetividad es incluso más evidente en el caso de los niños. Esto significa que un menor puede vivir una determinada experiencia como traumática, incluso si los adultos no la perciben así. Esto se debe, lógicamente, a que el niño dispone de menores herramientas y habilidades para afrontar sus emociones. Un ejemplo sería un divorcio; mientras que los padres pueden pasar página y empezar una nueva relación, el menor solo sabe que su familia ha quedado destruida.
Como ya hemos explicado, un trauma se produce como reacción a una situación de amenaza o estrés. En este contexto, puesto que los niños son más inseguros, están expuestos a más situaciones potencialmente traumáticas. Por ello, podemos encontrar múltiples situaciones que den lugar a traumas infantiles, como por ejemplo:
- Haber sufrido algún accidente o percance.
- Ser objeto de acoso escolar.
- Sufrir abusos o malos tratos.
- Vivir en una familia desestructurada.
- Falta de apego con los padres.
- Abandono.
- Divorcio o ruptura del matrimonio de los padres.
- Duelo o pérdida de un ser querido.
- Situaciones de discriminación o en las que se siente diferente (por ejemplo, exclusión racial o por pobreza)
- Dolencias o enfermedades médicas repentinas.
- etc.
¿Cuáles son los principales síntomas de los traumas infantiles?
Una de las principales secuelas de los traumas infantiles en la edad adulta es la frialdad emocional; quienes han pasado por esta experiencia suelen convertirse en personas distantes, frías y poco empáticas. O, en otras ocasiones, sucede justo lo contrario. En estos casos, se suelen desarrollar patrones de dependencia, ya sea de una pareja, amigo o familiar. También son frecuentes secuelas como la falta de control emocional, la necesidad de aprobación o el miedo a la soledad. Se trata en definitiva de las consecuencias habituales de los desórdenes relacionados con el apego, la seguridad y la autoestima.
Sin embargo, lo deseable sería poder abordar y solucionar estos problemas antes de que lleguen a la edad adulta. Esto significa que, si detectamos y reparamos un posible trauma a tiempo, evitaremos la aparición de las secuelas anteriormente mencionadas. Es por esto por lo que resulta tan importante el identificar cuanto antes la existencia de una vivencia traumática. Sin embargo, esto no es siempre sencillo, ya que el niño puede no expresar sus verdaderas emociones.
Por este motivo, puede ser importante permanecer alerta ante aquellos comportamientos del menor que puedan indicar un posible trauma. Algunos de estos indicios son los siguientes:
- Dificultad para controlar las emociones, ataques de ira o llanto súbito e incontrolado.
- Sensación de tristeza, melancolía o depresión.
- Actitud confusa, desorganizada o con dificultades para concentrarse.
- Estado de ansiedad o nerviosismo, dificultad para permanecer quieto.
- Rechazo a la escuela o inhibición social, incluso de sus amigos.
- Sensación de miedo, incluso a cuestiones aparentemente inofensivas o a las que anteriormente no temía.
- Cambios o alteraciones en los patrones de sueño.
- Cambios o alteraciones en los patrones de alimentación.
- Respuesta excesiva a los sobresaltos o a acontecimientos imprevistos.
¿Existen diferentes tipos de traumas infantiles?
Tal y como hemos explicado, un trauma es por definición un problema totalmente subjetivo. Depende esencialmente de cómo una persona haya vivido una determinada experiencia. Por ello, pueden existir infinidad de diferentes tipos de traumas, tantos como personas hay. Sin embargo, cuando hablamos de traumas infantiles sí que encontramos una serie de casuísticas que son más comunes que otras. En este contexto, se dan algunas problemáticas con cierta frecuencia, lo que hace que sean los traumas más habituales. Algunos de estos son los siguientes:
Miedo
Puede darse por múltiples circunstancias, ya que en la infancia la sensación de desprotección es constante. En este sentido, el niño tiene miedo cuando afronta una situación que percibe como amenazante y no se siente respaldado. Este tipo de circunstancias pueden hacer que se genere un temor excesivo a estas mismas situaciones; así, gradualmente, ante un mismo estímulo se experimenta un miedo cada vez mayor.
Rechazo
Cuando los niños empiezan a madurar, comienzan a generar una autoimagen personal. Se trata de la percepción que tienen de sí mismos, y de en qué medida se valoran. Esta es, en definitiva, la base de la autoestima.
Cuando se está desarrollando esta autoestima, resulta fundamental contar con la aprobación de las figuras de referencia. Es esta aprobación la que incrementará o disminuirá la percepción del niño de su propia valía. Por ello, cuando el menor siente que es rechazado por estas figuras de referencia, se ve seriamente dañado. Si esta sensación de rechazo se produce reiteradamente, puede dar lugar a un serio trauma.
Abandono
El trauma por abandono es en cierto modo similar al del rechazo. En este caso, no se trata tanto de que el niño no se sienta aprobado, sino más bien indiferente. Si el menor no ha podido desarrollar un apego sano hacia sus padres o amigos, se genera un déficit afectivo. Este tipo de carencia suele manifestarse después con necesidades diversas, como por ejemplo la inseguridad o la dependencia emocional.
Humillación
Hablamos de humillación cuando se produce una denigración u ofensa a una persona. Es, por tanto, un ataque grave a la dignidad de una persona. La humillación es en cierto modo similar al rechazo, en tanto que implica un menoscabo de la autoestima. No obstante, aquí hablamos de un supuesto de mayor gravedad, ya que no solo se ataca la autoestima de la víctima, sino que también se genera un sentimiento de vergüenza.
La sensación de humillación es una de las más difíciles de soportar para una persona. Por ello, si ya es difícil de sobrellevar para un adulto, es casi insoportable para un niño. Esto hace que los niños que han sufrido humillaciones de manera sistemática puedan desarrollar un trauma. En estos casos, no es raro que las secuelas den lugar a actitudes agresivas o despóticas hacia otras personas; con estos comportamientos, el afectado intenta infligir esa misma humillación a otras personas para sentirse así menos inseguro.
Injusticia
Los niños desarrollan desde muy jóvenes un sentido de cómo se han de relacionar con el mundo externo. Parte importante de ese comportamiento implica normas sociales, en base a lo que es aceptable y lo que no. Para ellos, resulta aceptable todo aquello que implique dar a cada persona lo que corresponde.
Cuando un niño siente que no se le está dando aquello que merece, genera la sensación de injusticia. Evidentemente, esto es un elemento subjetivo, que depende de la escala de valores con la que se le ha educado. Así, hay niños tiránicos que creen merecerlo todo, y otros que no tienen esa autopercepción. Sea como sea, el sentimiento de injusticia se produce cuando el niño, por alguna circunstancia, entiende que no se le da aquello que le corresponde. Este tipo de circunstancias pueden dar lugar a traumas relacionados con la inseguridad personal, donde no se creen merecer nada. O, en otras ocasiones, a actitudes despóticas en las que se pierde por completo la noción de actuar justamente.
Traición
Aquí también encontramos los traumas por traición. Aquí hablamos de aquellos casos en los que el menor siente que ha sido tratado con deslealtad. Esto, por supuesto, es tanto más grave cuanto más estrecha sea la relación con la persona que le traiciona. Con este tipo de traumas, suelen producirse secuelas en la capacidad de confiar en otras personas y establecer lazos afectivos. Esto suele dar lugar a problemas de sociabilidad o, incluso, desórdenes emocionales graves.
Maltrato y abuso
Posiblemente los traumas por maltrato o abusos sean los más graves y de difícil tratamiento. Algunas personas viven en su infancia situaciones en las que son sometidas a malos tratos psicológicos, físicos o sexuales; esta es, por lo general, una de las experiencias más traumáticas que puede vivir un niño. En función del tipo de maltrato, de cuánto se ha prolongado, o de quien lo haya realizado, el trauma será de mayor o menor gravedad.
¿Cómo se pueden tratar los traumas infantiles?
Para superar un trauma de la infancia, el primer y más importante paso es afrontarlo. Esto es un requisito imprescindible para comprender lo que sucedió realmente y evitar que siga afectando en nuestra vida.
Los traumas son eventos que han producido un fuerte impacto emocional, por lo que no se pueden solucionar racionalmente. Esto significa que es necesario asimilar cómo los sucesos del pasado influyen en nuestras emociones, y aprender cómo gestionar estas. En este proceso, un psicólogo es un guía que nos podrá orientar en cada etapa del camino. Su primer cometido es la de hacernos ver la propia existencia del trauma, del que muchas veces no somos conscientes. Posteriormente, se trabajará sobre la asimilación de que no tenemos responsabilidad, ya que no estuvo en nuestra mano evitarlo. A partir de ahí, se podrá trabajar sobre los sentimientos de culpa y vergüenza, que son habituales en estos casos.
Un último paso en el tratamiento consiste en comprender cómo esos eventos del pasado afectan nuestra vida presente. Esto nos permitirá entender por qué actuamos de una determinada manera, lo que nos permitirá modificar nuestra conducta. Así, poco a poco, recobraremos nuestro bienestar personal y retomaremos las riendas de nuestra vida cotidiana. Al final del proceso, el trauma no se habrá olvidado, será algo que siempre esté ahí; sin embargo, no influirá en nuestra vida, habremos procesado lo ocurrido y conseguiremos eliminar por completo las secuelas que dejó.
Será, en cierto modo, como una cicatriz: sabemos que tuvimos una herida, y siempre quedará una señal, pero sin embargo ya no dolerá ni nos impedirá desarrollar una vida plena y satisfactoria.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Somos Psicología y Formación (España) en la siguiente dirección: somospsicologos.e
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LECTURA 1: EXPERIENCIAS TRAUMÁTICAS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES