Este año, todos estamos conscientes de que las cosas han cambiado, que ya no son como antes, como estábamos acostumbrados hasta hace muy poco. La pandemia trajo aceleraciones en muchos sectores de la sociedad, pero también en las personas y en su hacer cotidiano. Nos estamos acostumbrando al nuevo acontecer en términos individuales y sociales.
La nueva normalidad, no solo se refiere a cambios y ajustes en lo personal, sino también en lo organizacional, institucional, estructural e incluso presupuestal, en todos esos ámbitos en donde las personas se desenvuelven. Estos cambios sabemos, son por la influencia que el SARS-CoV-2 genera en nuestros organismos, pero al mismo tiempo y, es algo que debemos aceptar, por los cambios tecnológicos que se están viviendo. Transformaciones que por cierto, nunca vienen solas. Sus efectos sobre la sociedad, sobre la organización de la misma y en las formas de organizar el empleo han sido continuos a lo largo de la historia de la humanidad, como señala Manuel Hidalgo en su libro “El empleo del futuro”.
Las revoluciones tecnológicas que se han tenido a lo largo de la historia, han dado sentido a las formas de vivir que conocemos. La actividad económica, las formas y tipos de empleos, las necesidades de educar para incorporarse a la sociedad, dependen todas ellas de la tecnología que impere en cada momento. Si la tecnología cambia, la sociedad cambia y por tanto las necesidades y formas de educación también.
Debemos comenzar a vislumbrar un mundo en el que para poder participar en la vida social, implicará inevitablemente participar en el mundo digital.
En otro momento he señalado que se requieren de nuevas políticas y nuevas acciones para enfrentar los retos que la era digital, la pandemia y la nueva normalidad han traído. Hoy reafirmo, la era postcovid exige la urgente necesidad de replantear el futuro, para poder estar a la altura de las circunstancias que demanden los ajustes tecnológicos que por inercia conllevan a nuevas formas de interacción social.
Pero, ¿quién replanteará ese futuro? En lo individual, le corresponde a cada sujeto hacerlo. Sin duda, su herencia cultural, es decir, el núcleo familiar en donde haya crecido con sus propios capitales, influirá significativamente hacia un lado o hacia otro. Inevitablemente no todas y todos estarán en las mismas circunstancias. Como dice Marisol Silva Laya, “no puede haber justicia social y equidad educativa sin derribar las barreras que impiden el pleno aprovechamiento de la educación por parte de todos”. Al menos hasta ahora, no habrá igualdad de condiciones por si solas, es preciso generarlas, ahí entra en acción el hacer institucional.
Otro factor que influirá en esos proyectos de vida individuales, serán los caminos de formación educativa que cada quien decida o en su caso pueda emprender. Aquí me refiero a qué tipo de institución podrían incorporarse los sujetos y, si está les brindará lo que realmente requieren. Un ejemplo es lo que sucedió en la experiencia que están viviendo los estudiantes de educación superior, a lo largo y ancho de todos los subsistemas -públicos y privados- de educación superior, que ofrecen desde carreras técnicas, licenciaturas, especialidades, maestrías y doctorados.
Si en México tuviéramos la oportunidad de aplicar una encuesta a los 4,061,644 estudiantes de educación superior escolarizada y 869,556 estudiantes de educación no escolarizada (SEP, 2020), para preguntarles, ¿cómo fue su experiencia de aprendizaje durante la pandemia? Evidentemente, tendríamos casi cinco millones de vivencias y respuestas diferentes, pero esas experiencias habrán dependido en gran parte de la institución a que cada estudiante se encuentre adscrito.
Como sabemos, durante la pandemia, todos los sistemas, niveles y modalidades educativas, tanto oficiales como particulares, se vieron en la necesidad de implementar diversas acciones, estrategias, medidas, proyectos y programas con uso de tecnología digital para poder dar continuidad a su servicio educativo, pero seamos honestos, no todas lo hicieron como hubieran querido. Hay muchas áreas de oportunidad.
Entonces, ante estos diversos escenarios cabe la pregunta, ¿qué es lo que hace que cada institución educativa se desempeñe de manera diferente al brindar el servicio a distancia en tiempos de pandemia? Ese desempeño podría ser valorado en diferentes escalas, pero la escala de medida es lo de menos, lo importante es encontrar directrices que puedan ayudar a mejorar la eficiencia y servicio en cada institución.
He señalado en otros momento que las instituciones de educación tienen tres retos: (1) aprender a educar a distancia, (2) generar nuevas prácticas educativas, (3) incorporar tecnología digital al quehacer educativo y, (4) mantener conectividad permanente. Estos desafíos no cambiarán, seguirán vigentes al menos durante la próxima década. La pandemia pasará pronto, pero la revolución tecnológica permanecerá, por ello, es necesario que los sistemas educativos consideren lo siguiente:
- Las instituciones que mejor reaccionaron en sus estrategias de educación remota, brindando un mejor servicio a sus comunidades educativas fueron las que tenían cierta experiencia en la incorporación y manejo de herramientas, recursos y plataformas digitales.
- Las instituciones que mejor acompañamiento ofrecieron a sus estudiantes fueron las que cuentan con una plantilla de docentes mejor capacitados en el uso de dispositivos y recursos digitales.
- Las instituciones que mejores acciones implementaron tanto en el manejo, organización y administración de recursos, reducción de brecha digital y estrategias pedagógicas fueron las que innovaron y generaron departamentos o áreas de dirección y acompañamiento en educación digital.
Entonces, si la evidencia académica y científica señala que estos tres elementos marcaron la diferencia en el desempeño y servicio educativo, no se debe esperar a que la pandemia concluya para volver a la antigua normalidad escolar. La tecnología digital llegó para quedarse, seguirá evolucionando y penetrando en la sociedad, por tanto, habrá que darle un lugar en la estructura orgánica de las instituciones. Abrir e implementar áreas de dirección y acompañamiento digital traerá mejores resultados en los sistemas educativos, desde una pequeña escuela hasta una Secretaría de Estado.
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Autor:Miguel Ángel Gallegos, ciudadano mexicano, nacido en México. Experiencia laboral: Doctorante en Ciencias Sociales en el Área Sociedad y Educación, Maestro en Desarrollo y Planeación de la Educación y Licenciado en Administración por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), en la Ciudad de México. Es docente en el Sistema de Educación Básica y Superior, enfocado en temas sociales, educativos y tecnológicos. Es director del programa de alfabetización digital de la Red Educativa Mundial (REDEM). Es coordinador y coautor del libro “Las Políticas Educativas en México: problemas y desafíos”. Correo electrónico: [email protected] Cuenta de twitter: @MiguelAGallegos |
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