La tolerancia a la frustración es una herramienta de vida muy valiosa porque no solo nos permite perseverar en tareas difíciles en lugar de desmotivarnos y abandonarlas, también es parte fundamental de la autorregulación emocional.
En el artículo de hoy analizaremos cuáles son los mecanismos subyacentes de la frustración escolar y tres estrategias integrales que les ayudarán a tus alumnos a manejarla mucho mejor.
¿Qué es la tolerancia a la frustración y qué pasa cuando no se fortalece?
La frustración es un proceso emocional que aparece cuando nuestras expectativas no coinciden con la realidad inmediata. Involucra principalmente a la tristeza y al enojo, así como una sensación de ansiedad generalizada que causa visión de túnel y “adormecimiento” en los lóbulos frontales.
Esto significa que una persona frustrada experimentará más dificultades para encontrar soluciones y controlar sus acciones que una que no lo está. En el caso de los niños y jóvenes que aún no terminan de desarrollar su autocontrol, es fácil que la frustración derive en:
- Bloqueos cognitivos
- Abandono de actividades
- Evitación de ciertas situaciones
- Actitudes agresivas
- Desmotivación
- Miedo al fracaso
- Impotencia generalizada
- Dificultades sociales
- Baja autoestima
La frustración puede estar dirigida hacia uno mismo (“no logro hacer algo”) o hacia los demás (“no me dejan hacer lo que quiero”), pero puede cambiar de dirección con mucha facilidad.
Un niño que esté frustrado porque no logra solucionar una operación aritmética, puede canalizar esa frustración con el docente o sus compañeros y uno que esté frustrado por la falta de reconocimiento de sus padres puede dirigir ese sentimiento hacia sí mismo, diciéndose que “no hace nada bien”.
Ejercitar la tolerancia a la frustración es una excelente forma de ayudarles a los niños a ganar autodominio en sus acciones, pero no solo eso, sino que los ayuda a autorregular el estado emocional que necesitan para ser receptivos al aprendizaje y romper el círculo vicioso del enojo y la impotencia.
La frustración, la neuroplasticidad y la cultura del fracaso
Es muy importante no confundir la cultura del fracaso con la cultura de la mediocridad. La primera tiene que ver con interpretar los errores como oportunidades de aprendizaje y la segunda con conformarse ante la falta de crecimiento.
Actualmente, sabemos que la frustración es necesaria para los niños en niveles bajos y manejables, pues detona la búsqueda de soluciones y el perfeccionamiento de habilidades.
De hecho, sin un poco de frustración, nuestros alumnos no podrían llegar a ser individuos autónomos capaces de aprender y mejorar por su cuenta.
Gracias a la neuroplasticidad podemos aprender a andar en bicicleta, a pensar en una lengua extranjera o a realizar complicadas operaciones matemáticas.
El error o fracaso juega un papel fundamental en la neuroplasticidad porque gracias a él, nuestro cerebro puede identificar cuáles son las redes neuronales que deben descartarse para darle prioridad al aprendizaje que estamos buscando.
Por ejemplo, la combinación exacta de movimientos que se necesitan para andar en bicicleta es solamente una entre miles de combinaciones, muy parecidas, que hacen que el niño se caiga del vehículo.
Justamente esta secuencia de caídas y pérdidas del equilibrio son las que ayudan al cerebro a descartar las configuraciones motrices que no funcionan y a fortalecer las que sí. Lo mismo aplica con otros tipos de aprendizaje: el error nos ayuda a pulir el diamante en bruto.
Debemos ayudar a nuestros alumnos a desestigmatizar el error y verlo como una oportunidad de aprender. De otra manera, los pequeños y grandes fracasos, que son inevitables, llevarán una carga emocional negativa lo bastante amenazadora como para que no deseen volverlo a intentar y arriesgarse a fallar de nuevo.
¿Cómo superar la frustración escolar en las aulas?
Tres estrategias integrales
Las siguientes son formas comprobadas de incrementar la tolerancia a la frustración en estudiantes de todas las edades, desde preescolar hasta educación superior.
No debemos pasar por alto que para poder aplicar estas estrategias en el aula, es indispensable que las necesidades básicas de los alumnos estén cubiertas y que se sientan en un ambiente seguro de aprendizaje. De lo contrario, quizá estaremos exigiéndoles lo que por el contexto no pueden ofrecer.
1. Retroalimenta a tus alumnos con una mentalidad de crecimiento
Carole Deweck, una de las investigadoras educativas más prominentes de Stanford, desarrolló una teoría sobre qué es lo que determina que perseveremos en una tarea o no y cuál es nuestra actitud frente a los retos difíciles.
Según Deweck, la tolerancia a la frustración se relaciona directamente con nuestra habilidad de sobreponernos al fracaso, misma que a su vez viene determinada por el tipo de mentalidad que tenemos respecto al aprendizaje, que puede ser “fija” o “de crecimiento”.
La mentalidad de crecimiento interpreta los errores y los fallos como parte natural del proceso de aprendizaje pero, sobre todo, como oportunidades para mejorar y seguir avanzando hacia el objetivo. La mentalidad fija asume que el error es una evidencia inamovible de que no somos capaces de hacer algo y nunca lo seremos.
La clave en la teoría de Deweck para alcanzar la mentalidad de crecimiento es cambiar el “no” por el “todavía no”. En otras palabras, “todavía no lo logras” en lugar de “no lo lograste”. Este sencillo ajuste en el lenguaje puede hacer que el alumno reencuadre su fracaso como un simple peldaño más de su progreso y no como una caída.
Otro punto clave de la retroalimentación con mentalidad de crecimiento es ofrecer reconocimiento al esfuerzo, la capacidad de adaptación y la evolución del alumno, más que a rasgos que puedan parecer “fijos”, como el talento o la inteligencia.
Finalmente, como docentes debemos ser capaces de establecer metas realistas a corto, mediano y largo plazo en cualquier proceso de aprendizaje. Esto implica ser conscientes de todos los procesos cognitivos que se necesitan para perfeccionar o lograr una tarea -que a veces confluyen y avanzan de formas no tan evidentes o sin resultados inmediatos- y lograr que el estudiante también los reconozca en sí mismo.
2. Utiliza narraciones con protagonistas que superan múltiples dificultades
Eduardo Galeano, uno de los escritores más reconocidos de Latinoamérica, solía decir que “estamos hechos de historias” y en el contexto pedagógico esto es verdad en muchos niveles. Los estudiantes generan historias sobre sí mismos a partir de la experiencia, pero también a partir de las narraciones del entorno con las que se identifican y que los inspiran.
Los cuentos suelen ser parte de muchas estrategias para el aprendizaje, especialmente en los primeros niveles de la educación. El problema es que la estructura narrativa de la mayoría de los cuentos infantiles se compone de un planteamiento, un nudo o clímax y un desenlace. Es decir, el protagonista casi siempre enfrenta un gran reto en el camino, lo soluciona y llega el final feliz.
Pero la vida real no es así. Si queremos desarrollar la tolerancia a la frustración en los jóvenes, necesitamos compartir con ellos historias en las que los protagonistas no se enfrentan a uno, sino a muchos retos, en las que fallan y se levantan una y otra vez, y en las que muchas veces no hay una única respuesta o solución clara.
También es importante normalizar que los personajes pueden cambiar de opinión o de actitudes, pueden reconocer que se equivocaron y tienen derecho de experimentar emociones negativas como el enojo o la tristeza, pero sin quedarse estancados en ellas.
Para estudiantes algo mayores, podemos recurrir a literatura más compleja, como novelas cortas con protagonistas tenaces e incluso a biografías de personajes inspiradores que superaron el fracaso mil veces, como el famoso Thomas Edison, quien no hubiera inventado la bombilla de no ser por su excepcional capacidad de perseverar.
3. Busca crear redes de aprendizaje contextuales
Es frecuente que veamos a un estudiante sumamente frustrado porque trata de resolver el mismo problema una y otra vez y sencillamente no lo logra. Cuando esto ocurre, es útil detenernos un segundo a pensar si realmente le estamos dando el contexto de aprendizaje significativo que necesita para generar esa “chispa” de entendimiento.
Como ya se ha comprobado, el cerebro fragua el conocimiento mediante redes complejas estrechamente interconectadas. Mientras más conexiones vivenciales y contextuales podamos realizar con un aprendizaje en particular, más fácil será consolidarlo y, posteriormente, recuperarlo de la memoria.
Por ejemplo, hay muchas más posibilidades de que un alumno aprenda vocabulario en inglés relacionado con la preparación de los alimentos si está tomando una clase de cocina en este idioma, que si le pedimos copiar una lista con las palabras y su traducción.
Una de las mejores formas de incrementar la motivación y la tolerancia a la frustración en las aulas es el aprendizaje por proyectos o los llamados “proyectos STEM”. Se trata de retos complejos altamente relevantes para los alumnos y que no necesariamente tienen una solución única o específica.
Para llegar a la meta, los estudiantes deben acercarse a varias fuentes de información y atravesar ciertos hitos de conocimiento, buscando soluciones mediante prueba y error.
Los proyectos STEM están diseñados para causar un nivel manejable de frustración y, al mismo tiempo, mantener la motivación siempre por encima del “punto de quiebre”, de modo que los alumnos no solo superen el reto, también fortalezcan su capacidad de autorregulación emocional de manera saludable y adecuada para su edad.
Te dejamos algunos consejos adicionales para trabajar la tolerancia a la frustración con tus estudiantes:
- Enseña con el ejemplo. Muchas veces la baja tolerancia a la frustración viene desde los maestros. Analiza cuáles son tus estrategias para ser más empático, paciente y asertivo en tu práctica docente.
- Normaliza el pedir ayuda. Vivimos en sociedad y no tenemos porqué hacer todo solos. Saber expresar cuando necesitamos que alguien nos eche una mano no es una muestra de incompetencia, sino de inteligencia emocional.
- Deja que tus estudiantes lleven el error “hasta el final”. Posiblemente tú detectes al inicio que están tomando un camino que va a llevarlos a una respuesta errónea, pero ellos aún no lo saben. Dales la oportunidad de identificar procesos inadecuados por su cuenta, y luego ayúdales a detectar dónde estuvo el error.
- Recurre a juegos o dinámicas que retrasen la recompensa y fomenten la colaboración. Por ejemplo, “ganas un permiso hoy y puedes usarlo dentro de dos semanas” o “todos ganan un premio cuando todos hayan respondido correctamente este ejercicio”.
- Cambia las reglas del juego una vez que tus estudiantes se acostumbren a ellas, esto ejercita la capacidad de adaptación.
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