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[Pedro Fulleda] ¡Juegos buenos!… ¿cuáles son…?

La consciente adquisición de conocimientos, y a partir de ella el desarrollo de la capacidad creativa mediante métodos didácticos no directivistas, sino potenciadores de estrategias de pensamiento que contribuyan a fomentar las técnicas de “aprender a aprender”, son premisas esenciales en cualquier propósito de Pedagogía moderna, para lo cual es indispensable la suficiente motivación por parte de los educandos. Incorporar la actividad lúdica a los procesos de enseñanza de una manera adecuada, sin pretender dar al juego otro fin que no sea el de propiciar placer mediante el ejercicio de la libertad, predisponiendo la voluntad y la capacidad intelectual para los procesos cognoscitivos, creativos y afectivos, es un recurso psicopedagógico que apunta hacia una superior formación del educando. Se trata de un difícil empeño, en el que con frecuencia se cae en el error de emplear el juego como un medio -o recurso didáctico-, privándole de su cualidad esencial.

El buen juego favorece tanto lo volitivo como lo cognitivo, por lo que al tiempo de ser motivador para el saber es fuente de conocimientos. Concebido desde un planteamiento problémico exige para su desarrollo la elaboración de algoritmos mentales que conformen estrategias de pensamiento. Vencer el reto planteado por un buen juego condiciona la competencia del jugador contra sus limitaciones personales, en lo físico y en lo intelectual.

Juegos de habilidad mental, como rompecabezas y solitarios, provocan tales procesos de inducción-deducción que sus soluciones son insuperables ejercicios de razonamiento lógico. Juegos de confrontación sobre tableros, como el Ajedrez y el Go, son formidables para el ensayo de estrategias de pensamiento táctico con la toma de decisiones en un conjunto variable de alternativas. Juegos que permiten resultados diversos, como el Tangram y otros de construcción, estimulan la creatividad y la capacidad de representación espacial. Juegos que modelan aspectos de la realidad, como los de simulación, son herramientas del conocimiento científico-técnico. Juegos pre-deportivos y de animación favorecen la afectividad y la cooperación dentro del grupo humano. Juegos vivenciales, de roles de imitación a la vida, resultan vías adecuadas para la comprensión de la realidad por parte de niños y niñas.

En todos los casos se trata de buenos juegos. ¿Cómo identificarlos? Pues, son aquellos presididos por la obtención del placer como propósito esencial de la actividad lúdica, en los que los jugadores se involucran de forma libre, espontánea y autónomamente condicionada. Orientada la acción por semejante motivación, los restantes valores y las consecuencias educativas del acto lúdico vendrán por añadidura. Por el contrario, juegos en los que falle el placer -lo recreativo- no motivarán la participación activa de los jugadores, por lo que sus valores -al margen de su importancia- quedarán infructuosamente a mitad del camino.

Al referirse al empleo de juegos en las dinámicas de grupo para la solución creativa de problemas el investigador cubano Julián Betancourt Morejón destacó: “Los juegos permiten al grupo descubrir nuevas facetas de su imaginación, pensar en numerosas alternativas para un problema, desarrollar diferentes modos y estilos de pensamiento, y favorecen el cambio de conducta que se enriquece y diversifica en el intercambio grupal. El juego rescata la fantasía y el espíritu infantil tan frecuentes en la niñez. Por eso muchos de estos juegos proponen un regreso al pasado, que permita aflorar nuevamente la curiosidad, la fascinación, el asombro, la espontaneidad y la autenticidad“.

La intervención educativa a través del juego puede ser directivista, donde el educador asume la responsabilidad de conducir el proceso, y no directivista, de forma que el niño sea quien indique el camino a seguir. En este último enfoque intervencionista el niño puede expresar a través del juego sus sentimientos, frustraciones, temores, aspiraciones y confusiones. En el niño, como en toda persona, hay un impulso que lo induce a actuar hacia su independencia y autodirección: el impulso lúdico vital en los seres humanos. La intervención no directivista, propicia un ambiente de sinceridad y espontaneidad para que el niño pueda expresarse libremente y asumir la dirección de su comportamiento.

Así el juego puede utilizarse como una herramienta muy importante para la atención a niños con necesidades educativas especiales, sin que ellos tengan conciencia de verse sometidos a prueba alguna, expresándose con total  espontaneidad. Estos niños muestran dificultades para captar los estímulos del medio, restringiéndose las posibilidades de desenvolvimiento de sus potencialidades. El juego para ellos es fundamental, pues de la estimulación que reciban dependerán sus habilidades y capacidades. La ludoterapia ha puesto de manifiesto las inmensas posibilidades que existen para mejorar el destino de niños con necesidades educativas especiales.

Los educadores gallegos Miguel y Natalia Longo resumen así su enfoque psicopedagógico de la actividad del juego: “En el aprendizaje se distinguen dos fases: una reactiva en la proximidad de los estímulos, interpretable psicológicamente como sistema permanente de respuesta frente a cuadros estimulantes repetibles en el futuro; y un segundo episodio de aprendizaje que añade la idea de dominio, de forma que presentada la situación nuevamente tales esquemas se apliquen de modo lo más automático posible. Este segundo sistema no actúa como pura reacción en dependencia directa del estímulo, sino a través de una habilidad alcanzada en previsión de situaciones semejantes. En el orden del conocimiento distinguiríamos un primer momento de aprender y otro consistente en saber, o dominar, las estrategias asimiladas. Se pasaría del primero al segundo mediante un proceso de dominio creciente, función reservada al juego. Está claro que tiene que existir entre los dos momentos alguna actividad de alimentación de lo aprendido, distinta del aprendizaje inicial, que evite la extinción del conocimiento en ausencia del estímulo. Esta sería la función del juego: continuar de forma placentera el proceso iniciado como aprendizaje, en beneficio de las intenciones del sujeto. Gracias al juego lo aprendido queda transformado en una nueva capacidad o disposición”. 

¿Cuáles serían, pues, buenos juegos…? ¡Aquellos que promuevan el tránsito efectivo, placentero y voluntario entre aprender y saber, de modo que las intenciones y objetivos del proceso educativo sean implementados por añadidura…!

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Autor:
Pedro Fulleda Bandera, nacido en Cuba y residente en Ecuador.
Licenciado en Comunicación Social, con experiencia laboral como periodista especializado en temas históricos y culturales. Se desempeñó como docente de especialización en el Instituto Superior de Cultura Física. Presidió la sección “Juego y Sociedad” de la Asociación de Pedagogos de Cuba. Ha impartido cursos y conferencias sobre lúdica y desarrollo humano en diversos países iberoamericanos.
Autor de artículos y libros sobre Ludología y temas de actualidad política y social.
Enlaces de interés: pedrofulleda.blogspot.com / wattpad.com
E-mail: [email protected]

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