El año como unidad de tiempo abarca 12 meses o 365 días con 4 horas, al que solemos dar importancia en nuestras vidas, por ejemplo: cuando el o la bebé cumple su primer año, que decir cuando se arriba a la edad de 15 sobre todo para las jóvenes, pero algunas veces suele convertirse en una preocupación cuando “caen más almanaques” y no se ha casado – sin distinción de sexo – en el cual los familiares suelen a emitir juicios en tono bajo, donde resulta común que vaya más allá de la frontera, entiéndase en “los pasillos” del barrio y hasta correos electrónicos que cubren el ámbito internacional.
Hay años que son por lo visto interesantes llegar, digamos cuando se cumplen los 40 o los 50, éste último nombrado como “media rueda” en algunos países de habla hispana (¿cómo si duráramos 100?, ¡ojalá!), ya cuando pasan 10 o 20 anualidades más, entras en un período de madurez, asociado a una vida en el cual realizas un balance de logros, éxitos, errores (posiblemente ya no son subsanables) como un componente de reflexión, que en algunos casos te permiten transmitir tú experiencia que se convierten en consejos, sugerencias, anécdotas para las personas de tu entorno personal y laboral.
No queda duda alguna que los años avalan experiencias provechosas y más cuando constantemente te superas – que para ello no hay edad límite – apoyándote fundamentalmente en la lectura, en el uso adecuado y pertinente de la tecnología, que generalmente solemos asociar a la profesión que desempeñaste o desempeñas (donde la educación comienza en el hogar, y que nada supera el rol de las mujeres: abuela, mamá, tía, hermanas mayores) la cual vas consolidando y tiene valor agregado si formalmente la logras transmitir en un aula de clase.
Cuando se acerca la navidad, el fin del año hay quienes repasan lo sucedido en ese periodo corto de tiempo, siendo generalmente los más relevantes y en particular de la familia o amistades más cercanas, los triunfos del cual menciono algunos: nuevas graduaciones de un nivel a otro; promovidos a nuevas opciones de trabajo; recibir visitas – presenciales – cuando han emigrado, una boda, un nuevo miembro familiar (nieto/a; nuera, yerno); salir de una situación médica a condiciones favorables, llamadas – no presenciales físicamente -, pero sí virtuales de amigos de antaño y amigos de siempre.
¿Y en el caso de los reveses? Aquí la respuesta resulta compleja, y en ocasiones por duras que sean – las cuales suelen durar no un año, sino siempre – ameritan quedar en la reflexión de cada persona y me apoyo para ello en las frases siguientes:
«¿Amas la vida? No desperdicies el tiempo porque es la sustancia de que está hecha»(Benjamín Franklin); «La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir». (Gabriel García Márquez)
Aprovecho para desearles a ustedes, familiares, amigos, lectores, y en particular a este brillante espacio tecnológico, al equipo de trabajo, para las y los docentes que en los próximos 365 días y 4 horas se cumplan sus mejores deseos en el amor, en la salud, en el campo profesional y laboral. Un abrazo grande, un abrazo inmenso.
Autor: Ernesto Gonzalez , ciudadano nicaragüense, nacido en Cuba. Experiencia laboral: Lic. en Ciencias Pedagógicas con mención en química. 40 años de experiencia como docente en los niveles de educación media y superior; cursos de posgrado propios de la especialidad y en pedagogía; autor de libros de texto para la enseñanza media tanto en ciencias naturales, como sociales. Articulista para los periódicos La Prensa, El Nuevo Diario (nicaragüenses 2000-2008), actualmente para el periódico El Siglo 21 guatemalteco. Correo electrónico: [email protected] Cuenta de twitter: @gonzlez_ernesto |
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