Es conveniente que tanto los padres como los profesores se paren a reflexionar sobre qué es la educación y qué medios han de utilizar para conseguirla. Un ámbito adecuado para esta reflexión suelen ser las reuniones que tienen los padres con el profesor o tutor de sus hijos y sobre todo las entrevistas individuales de tutoría. Pero también deben preguntarse por el fin de la educación, por el para qué de sus trabajos y desvelos. Es decir, saber qué tipo de hombre o de mujer queremos formar. Actualmente tanto la escuela como la familia suelen disponer de medios técnicos al servicio de la educación (televisión, vídeo, ordenador, programas informáticos, Internet, etc.), pero con frecuencia “se olvidan” de la finalidad de la educación.
Según Decroly “el último fin de la educación es la preparación para la vida”. Esta preparación se considera tanto para la vida del niño de hoy (ser buen hijo, buen estudiante), como para la vida del hombre del futuro (buen padre, buen profesional). La preparación ha de ser completa y no reducirla a una concepción utilitarista (prepararlos solamente para ganar dinero y tener cosas), ni a una visión hedonista de la existencia (buscar solamente el placer y la satisfacción).
Con motivos educativos – pastorales compartimos la publicación del portal ABC Educación (España) en donde Carlota Fominaya entrevista Pedro García, exjugador de waterpolo y medallista olímpico, presentador de programas de televisión, escritor y conferenciante español. Esperamos que la siguiente publicación sea de utilidad para los padres de familia y para la comunidad docente.
Educamos a los hijos para Disney y cuando llegan a la vida real se encuentran con The Walking Dead
Etiquetas, premios cuando no toca, protección excesiva, abandono en las redes… los padres de hoy cometemos muchos errores, y la falta de tiempo no se puede convertir en una excusa, según advierten Pedro García Aguado y Francisco Castaño, autores de «Aprender a educar» (Grijalbo). «Nuevos tiempos, nuevas formas de educar», apuntan rápido y casi al unísono.
En su último libro estos dos autores presentan los casos más habituales en su consulta y cómo los han tratado. «Es verdad que no tenemos la fórmula secreta de la educación, pero sí podemos dar unas pautas educativas que pueden ayudar a conseguir adultos más autónomos, responsables, ricos en valores y con capacidad de manejarse en la adversidad».
Pero, ¿se puede educar en media hora al día? Muchos padres llegan a casa casi al tiempo que acuestan a sus hijos.
—P.G.A: Se puede educar en una hora, y en diez minutos. Nuevos retos, nuevas formas de educar. Pero para eso hay que dejar atrás el sentimiento de culpa de «mala madre» o «mal padre». que han dejado abandonados a sus hijos todo el día. Eso es mentira. Somos padres estupendos, que tenemos y queremos trabajar para dar lo mejor a nuestros hijos. Y lo mejor también supone que en esos diez minutos que tengo con ellos al llegar a casa cansada y que me van a retar sigo teniendo que poner normas. Porque… ¿Qué culpa tienen ellos de que lleguemos a esas horas a casa?
F.C.: Yo pienso que también hay nuevas formas de educar distintas a como nos educaban a nosotros.
Antes un «NO» era un «NO» y ni se nos ocurría discutirlo. ¿De verdad hay que explicar tanto las cosas a los niños?
—P.G.A: Es verdad que nuestros padres no tenían que justificar un no, y ahora se explica todo. Pero el NO tiene explicaciones limitadas porque… ¿qué quieres explicarle a un niño que quiere meter los dedos en un enchufe? ¿El funcionamiento de la corriente alterna? Sencillamente debes decirle: «No metas los dedos en el enchufe que te va a doler». Punto.
Ustedes tienen dos consultas, escriben libros de educación, son los fundadores del proyecto «Aprender a educar»… Los padres de ahora, ¿nos parecemos en nuestros errores?
—P.G.A: Lo que nosotros vemos en consulta son padres que tienden a la sobreprotección, a la ausencia de normas y límites, o a la falta de consecuencias marcadas si lo anterior se incumple… ¿El origen dónde está? En la creencia de los padres de que sus hijos se van a romper. No quieren que sus hijos se frustren o sufran.
F.C.M: No quieren que sufran lo que sus padres sufrieron. Se ve que nosotros sufrimos mucho… (Ríe). Piensan «pobrecito mi niño, que no le falte de nada. Y en vez de cariño le dan todo lo material que pide, y al instante». Pero ojo, que decirle que NO a tu hijo no significa no quererle… Más bien al contrario, es quererle de forma responsable.
Hay una equivocación en la que es muy fácil caer, y es la de premiar erróneamente por algo que en realidad, deberían hacer obligatoriamente.
—F.C.M.: lo habitual se refuerza y lo extraordinario se premia. Lo obligatorio sería decirles «que orgullosa estoy de tí, qué bien lo has hecho.
P.G.A.: Esto es además muy peligroso porque ¿qué ocurre cuando tú premias por cosas que son obligatorias como hacer la cama, por ejemplo? Que tienes un «niño foca», que pide su sardina. Estas premiando cosas que no son para nada extraordinarias. Es más, son responsabilidades que según que edad vienen hasta especificadas en el Código Civil.
Un truco para no pasarnos de frenada con los halagos…
—P.G.A.: Cuando se halaga a un niño, hay que decir cosas concretas.
Ustedes señalan de forma habitual una ausencia de normas en muchos hogares.
—F.C.M.: Sí. Y las normas tienen que ponerse. En casa, como en la carretera, la convivencia solo es posible si se tienen en cuenta una serie de normas. Pocas y claras, hemos de ser muy concisos al ponerlas. Como dejemos un hueco, una fisura por la que ellos puedan meterse… malo. Es muy importante que ellos tengan claro que va a pasar. Por ejemplo: Un día sin móvil es un día sin móvil. No es dárselo cinco minutos por la tarde para que vea los deberes por WhatsApp.
Junto con el concepto de norma citan también el del límite. ¿Es que nos da miedo poner límites?
—F.C.M.: Hay quien se confunde. Si la norma estipula que nuestro hijo jugará con la tablet los sábados por la tarde, siempre y cuando estemos en casa y haya hecho los deberes, los límites indicarán el tiempo: dos horas como máximo. La idea de límite no tiene que darnos miedo. Con ella no estamos coartando la libertad de nuestros hijos, sino que los estamos acostumbrando a ceñirse a un mínimo de reglas familiares, sociales (y legales, económicas, etc.) que, al fin y al cabo, rigen en nuestra sociedad. El límite no consiste en cortar las alas a nadie, sino en hacer a nuestros hijos capaces de saber quienes son y dónde están, así como qué pueden y qué no pueden hacer. Cuando los niños conocen las normas del juego, participan mucho mejor y se sienten menos tranquilos.
En este sentido uno de los consejos que aparece en su libro es la firma de una especie de «contrato familiar» puesto en la nevera, por ejemplo.
—P.G.A.: Un contrato de estas características es una forma muy visual de establecer las normas, y ayuda a conservarlas frescas en la memoria. También ayuda a que las entiendan. En cualquier caso yo aconsejo a los padres preguntar a los niños: ¿Para tí en tu cabecita qué significa esto?
F.C.M.: De esta forma, cuando tu hijo te busque las vueltas con el «es que tu me dijiste», «es que tú me explicaste»… puedes responder: «es que está escrito. ¿Lo entiendes?» Seguro que lo entiende, aunque no le guste. Todos tenemos que hacer unas cinco cosas al día que no nos gustan. Esto hay que aprenderlo. Lo que ocurre es que educamos a nuestros hijos para Disney World y cuando llegan a la vida real se encuentran con The Walking Dead. Es terrible, pero tú le has enseñado que si quería esto lo tenía. Y de pronto la vida no funciona así.
¿Cómo les enseñamos a sobrellevar esa frustración?
—P.G.A.: Desde los cero años. A base de NO, NO, y NO. ¿Sabes cómo disfrutará luego del sí? Habiendo escuchado muchas veces el NO. ¿Qué le pasa a la juventud que nosotros tenemos que tratar? Que siempre escucharon SÍ, y cuando escucharon el NO, se lo saltaron.
También señalan en su libro la falta de consecuencias claras y bien explicadas a los niños.
—P.G.A.: No puedes estar todo el día peleándote. Yo ya he dicho que el móvil no se toca. Si se lo dices y lo coge, o te engaña, tiene que saber cuál será la consecuencia. Una que tú creas que puede ir alineada en función de su edad y del hecho cometido. Lo va a incumplir, pero a la quinta vez lo normal es que vea que no le sale rentable.
Este tipo de estrategias… ¿funciona siempre?
—P.G.A.: Funcionan siempre que se hagan bien, y que los padres vayan a una.
F.C.M.: Y que no haya ninguna patología, claro.
Pero en una misma familia hay niños más complicados que otros…
—P.G.A.: Si tienes un hijo retador, eso te exige que a lo mejor le digas las cosas veinte veces, en lugar de cinco. Y también que con él tendrás que tener la norma educativa más clara, si cabe.
F.C.M.: Con un niño de estas características, es cuestión de mantenerse. Cuando él vea que no le funciona la estrategia, dejará de utilizarla. Es simplemente cuestión de tiempo.
Ahora llegan las Primeras Comuniones, donde muchos niños de entre 9 y 10 años recibirán su primer móvil. ¿No es muy pronto?
—P.G.A.: Está bien regalar el móvil, si tú quieres. Es tu decisión. pero educa a tu hijo en su uso. El problema viene cuando se lo pagas pero no controlas nada de lo que hace. Y encima con banda ancha. Es de locos.
F.C.M.: Es curiosa la cantidad de gente que nos llega al despacho porque su hijo se ha dejado el Facebook abierto y gracias a eso han descubierto ciertos comportamientos o incluso, han conocido cómo es verdaderamente.
¿Deberíamos sabernos siempre sus claves?
—P.G.A.: Claro que sí. ¿Qué miedo hay en vigilarles? Ante el derecho a la intimidad prevalece la obligación de protección. Y eso lo pone muy claro en el Código Civil. Si tu hijo tiene algún problema en internet, a quien le van a pedir responsabilidades es a tí, porque no has estado pendiente de proteger a tu hijo. Lo que ocurre es que no vemos el riesgo que tiene internet. Que lo tiene. Tiene muchas cosas buenas. Nos ayuda en el trabajo, favorece la comunicación… pero igual que en la calle no nos dejaban salir a ciertas horas, no dejemos entrar en según qué sitios a nuestros hijos en la red. No es vigilar, es proteger. ¿A que cambiando las palabras ya no molesta tanto?
Un consejo final para nuestros lectores.
—P.G.A.: Quiere al hijo que tienes, no al que te gustaría tener. Es una frase que nos gusta mucho.
F.C.M.: Y hacérselo saber. Amor responsable. No se le hace saber aunque muchas veces lo intentamos. Y decimos: «Quiero que mi hijo sea ingeniero, o se porte como aquel». Claro que lo quieres, pero tienes que educar al hijo que tienes.
Este contenido ha sido publicado originalmente por ABC Educación (España) en la siguiente dirección: abc.es