En la actualidad, uno de los debates más recurrentes en los espacios educativos es el que gira en torno al rol que debe asumir el docente frente a sus estudiantes. ¿Debe ser un amigo? ¿Un colega? ¿Un guía estricto? ¿Un facilitador? En este nuevo escenario, donde el conocimiento circula libremente por internet y las metodologías activas ganan terreno, se vuelve imprescindible repensar las funciones tanto del maestro como del alumno.
El nuevo rol del docente: entre la autoridad y la cercanía
La pregunta no es menor:
¿El docente debe asumir un rol de cercanía, como un «amigo» o «colega» de sus alumnos, o mantener una figura de autoridad y respeto flexible en el aula?
La respuesta más sensata y profesional no está en los extremos. El docente ideal es aquel que construye una relación basada en el respeto mutuo y la confianza, sin perder su rol de autoridad pedagógica. No se trata de convertirse en “uno más del grupo”, sino en ser un líder respetado, accesible, humano y coherente.
La figura del profesor autoritario, distante e incuestionable, ha ido cediendo lugar a una más equilibrada, donde el docente actúa como mediador del conocimiento, facilitador del aprendizaje y guía emocional. Esta transformación exige habilidades pedagógicas, comunicativas y socioemocionales que no se improvisan: se cultivan.
De transmisor a mediador
Tradicionalmente, el docente era quien controlaba el conocimiento: seleccionaba, organizaba, explicaba y evaluaba. Pero hoy, con la irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), ese monopolio ha desaparecido. Cualquier estudiante puede acceder a una infinidad de datos con un solo clic. Sin embargo, más información no significa más comprensión.
Aquí entra en juego el nuevo rol del docente:
Ser intermediario entre el alumno y la información.
Proponer problemas reales que motiven a investigar y pensar.
Ayudar a distinguir lo valioso de lo superfluo.
Promover el desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo.
Crear un ambiente donde se respire curiosidad, diálogo y autonomía.
El buen docente no compite con internet. Lo aprovecha. Y enseña a sus alumnos a hacerlo también.
La evaluación como acompañamiento
Evaluar no es simplemente calificar. Es acompañar procesos. El rol actual del docente exige un seguimiento más personalizado, observando el progreso individual, brindando retroalimentación oportuna y respetuosa, y abriendo espacios de diálogo con los estudiantes sobre sus avances y dificultades.
El rol del alumno: de receptor a protagonista
Junto con el cambio docente, también ha evolucionado la figura del estudiante. Ya no se espera de él una actitud pasiva, de mera recepción y repetición. Hoy se busca que el alumno participe activamente en su propio proceso de aprendizaje, que investigue, cuestione, proponga, debata y colabore.
Este enfoque no significa que el alumno “hace lo que quiere”. Muy por el contrario: tiene derechos, pero también deberes. Derecho a aprender, a expresar su opinión con respeto, a ser escuchado. Deber de respetar la autoridad del docente, las normas de convivencia y el trabajo del grupo.
En este sentido, el respeto no es unidireccional: el respeto se construye entre todos. El alumno debe ser tratado con dignidad, sin humillaciones ni gritos, y el docente debe ser reconocido como un adulto responsable de conducir el proceso educativo.
La diversidad como oportunidad
Cada alumno llega al aula con fortalezas, dificultades, intereses y contextos diferentes. La tarea del docente no es homogeneizar, sino personalizar dentro de lo posible. Esto implica identificar las potencialidades de cada estudiante, fomentar lo mejor de cada uno y acompañar las áreas que requieren apoyo.
El modelo de enseñanza tradicional –mismo contenido, mismo ritmo, misma evaluación para todos– ya no responde a las necesidades de los tiempos actuales. La educación personalizada, inclusiva y centrada en el estudiante no es una moda: es una exigencia ética y pedagógica.
La voz de los alumnos también cuenta
Un aula democrática no se construye solo con normas. Se construye con diálogo y escucha activa. Cuando los estudiantes pueden reflexionar sobre las estrategias utilizadas, opinar sobre su utilidad y participar en las decisiones que afectan su aprendizaje, se sienten parte del proceso y no simples ejecutores.
Como planteaba Sócrates en su método mayéutico, el conocimiento no se deposita: se descubre, se construye, se dialoga. El maestro pregunta, orienta, acompaña. No impone verdades, despierta búsquedas.
Conclusión: ni amigo ni jefe, sino líder pedagógico
El docente no necesita caer en la trampa de ser “el amigo buena onda” para conectar con sus estudiantes. Tampoco tiene que ser el “policía del aula” para mantener el orden. Lo que necesita es ser un líder pedagógico con autoridad humana, capaz de equilibrar firmeza con empatía, estructura con flexibilidad, conocimientos con escucha.
Y el alumno, por su parte, necesita un guía que crea en su potencial, que lo desafíe a pensar, que lo ayude a encontrar sentido a lo que aprende. Necesita sentirse protagonista de su historia escolar, acompañado por alguien que no lo subestime ni lo ignore.
En esta relación compleja pero fascinante entre docente y alumno, el respeto mutuo, la comunicación abierta y la pasión por aprender siguen siendo los pilares fundamentales.
REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF