Educar, no es solamente transmitir conocimientos, contenidos, sino que implica otras dimensiones. Transmitir contenidos, hábitos y valoraciones, los tres juntos” (Papa Francisco).
La enseñanza es el delinear una propuesta que los niños no sepan resolver directamente, pero que estén en condiciones de hacerlo aplicando y traduciendo conocimientos, probando, ensayando, investigando, imitando, reflexionando solos o en conjunto sobre ella.
Enseñar, ya no es más el que aprendan a repetir y/o memorizar, sino el favorecer la participación activa de los estudiantes, encendiendo en ellos su curiosidad, generando la motivación a ensanchar sus capacidades cognitivas y mentales, (desde la realidad en que cada estudiante es diferente al otro) y estimulando el trabajo colaborativo. Esta ruta pedagógica deja claramente determinado que ninguna teoría del aprendizaje debe subestimar el valor de los contenidos del aprendizaje.
Los profesores muestran lo que saben y cómo lo aprendieron, dando pistas, señalando direcciones de trabajo, enseñando cómo utilizar los errores y apoyando siempre la integración de conocimientos a través de una continua reedición de los mismos; además, debe ser cuidadoso por estar al día en su formación pedagógica, preparados para manejar los últimos avances didácticos y tener la habilidad de seleccionar y proponer a la consideración de los alumnos, los elementos esenciales del patrimonio cultural acumulados en el tiempo y el estudio de las grandes cuestiones que la humanidad debió y debe afrontar. De lo contrario, se corre el riesgo de una enseñanza de mirar y subrayar el texto, de tomar apuntes, de cumplir un plan de estudios, orientada a aprender sólo lo que hoy se considera útil, porque lo requiere una circunstancial demanda económica o social, pero que se olvida de lo que es para la persona humana indispensable.
La enseñanza y el aprendizaje representan los dos términos de una relación que no es sólo entre un objeto de estudio y una mente que aprende, sino entre personas. La educación ha sido, es y debe ser siempre “humanizante”. La relación entre el profesor y el estudiante no puede basarse en relaciones sólo técnicas y profesionales, más bien debe nutrirse de estima recíproca, confianza, respeto y cordialidad. El aprendizaje realizado en un entorno de competencia, de memorismo, de individualismo, de antagonismo, de búsqueda de éxito personal, de soberbia, o de frialdad recíproca, sin desarrollo del razonamiento y fortalecimiento del discernimiento; es muy diferente al que se realiza en un contexto donde los sujetos perciben un sentido de pertenencia. El profesor es el primer artífice para humanizar el aprendizaje, de orientar el aprendizaje hacia el saber sobre el sentido y la finalidad.
El Congreso Mundial «Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva», nos recuerda que el aprendizaje no es sólo asimilación de contenidos, sino oportunidad de auto-educación, de compromiso por el propio perfeccionamiento y por el bien común, de desarrollo de la creatividad, de deseo de ilustración continua, de apertura hacia los demás. Sea cual sea el método o la teoría de aprendizaje que se use, sean los medios precarios o de última generación tecnológica que se utilice para el “cómo” aprender, no se debe olvidar que el cimiento básico de todo aprendizaje es el “qué” se aprende.
En el corazón de los cambios del mundo, los profesores (con los padres de familia) tienen que enseñar a los niños y jóvenes a aprender en ese tejido social en que se encuentra metida esta nueva generación de niños y jóvenes, familiarizados (desde muy pequeños) en el uso de nuevas tecnologías que facilitan o perjudican la comunicación y la distracción, de la globalización que envuelve y enlaza a todos los hombres en tiempo real y de las nuevas propuestas de prosperidad o éxito, y que, en no pocas ocasiones, “ponen desafíos nuevos que a veces hasta son difíciles de comprender” (Idem, 04/01/2014), tanto para los padres como para los profesores.
Hoy el profesor tiene muchos itinerarios para manejar las diversas teorías del aprendizaje, pero la formación integral no sólo requiere conocer las teorías del aprendizaje y saber enseñar conocimientos, sino también la habilidad y destreza para el manejo diligente de la pedagogía precisa (metodología y técnica) que se aplica a la enseñanza, con el objetivo que los estudiantes descubran la importancia de lo que aprenden y el sentido de esos conocimientos contextualizados que motiven su interés y su esfuerzo. Interrogarse a sí mismo: “esto que yo sé y enseño ¿cómo echa sus raíces en la realidad del hombre y, por lo tanto, ¿cómo puede contribuir a un conocimiento cabal de lo que el hombre es?” (Abilio de Gregorio). La enseñanza y el aprendizaje tienen que encontrarse con la tensión que viven los niños y jóvenes, entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que los abre al futuro como causa final que atrae (EG 223); pero lejos de la ansiedad y la prisa tecnológica, formando para la capacidad de esperar, a fin de no aplicar la velocidad digital a todos los ámbitos de la vida (cf AL 275).
El Papa Francisco nos dice que “la utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado, y el presente se discierne. El joven tiene que recibir la memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. Discernir en el presente su utopía, los signos de los tiempos, y ahí sí la utopía va adelante pero muy arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido; […] Entonces, la emergencia educativa ya tiene un cauce allí para moverse desde lo más propio del joven que es la utopía” (idem, 28/02/2014).
La educación tiene que ser necesariamente integral, inclusiva, clara en sus valores morales, éticos, estéticos y espirituales, con el acompañamiento de los educadores en todo el proceso de enseñanza – aprendizaje de los conocimientos; y en el descubrimiento de la libertad personal, que desarrolla la importancia del compromiso y la responsabilidad para hacer nacer nuevas esperanzas para hoy y el futuro. Concordamos en que las tecnologías nunca reemplazarán a los profesores en la educación de las personas, quienes (por vocación) son responsables de realizar con gusto y compromiso esa tarea. Si queremos evitar un progresivo empobrecimiento de la educación, necesitamos profesores impregnados de valores trascendentes, moldeados por la pedagogía, unidos en un proyecto educativo humanizante, y no sometidos a la seducción de lo que está de moda, de lo que viene, por así decir, vendido mejor.
La formación de los profesores, para que sepan ser puente entre la enseñanza y el aprendizaje, y sepan orientar las utopías de los jóvenes, debe estar siempre orientada por el esclarecimiento de un perfil profesional y, por tanto, debe responder, sin medias verdades, a la pregunta: ¿Qué significa ser profesor? ¿Qué significa ser un referente en la escuela? ¿Cuáles son las competencias que deben caracterizar su profesionalidad?
Este nuevo profesor, que enseña para que aprendan (con los rasgos esbozados), está un poco lejano del perfil del profesor de un pasado cercano o lejano (según se hayan logrado consolidar las reformas) … porque, sin dejar de hacer esas tareas, el profesor que exige el mundo de hoy, debe de ser (por vocación y por claro testimonio) quien adapte a su realidad:
- la estructura educativa de transmitir contenidos, hábitos y valoraciones,
- la utopía del joven, y armonizarla con la memoria y el discernimiento, y
- favorecer la formación de agentes eficaces, que destierren la cultura del descarte como uno de los fenómenos más graves.
¿Sueño o utopía?: “¡Escuchar el grito de los hombres y de la tierra! ¡No es utopía es responsabilidad de todos!” (ídem 26/11/2015).
REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF
FUENTES: es.scribd.com | SANTA SEDE: www.vatican.va